221pipas, la monografía

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El último cigarro de Charles Baskerville (degustación)

Esa noche, como de costumbre, salió a dar un paseo, durante el cual solía fumar un puro. Nunca regresó. Así comienza el doctor James Mortimer la descripción de los extraños hechos relativos a la muerte de Sir Charles Baskerville, el rico terrateniente de Dartmoor. Más tarde agrega cierto detalle que suscita la aprobación explícita de Holmes (algo poco frecuente), cuando infiere que el fallecido estuvo al menos cinco o diez minutos parado en cercanías del lugar donde se encontró su cuerpo. ¿Cómo lo sabe?, pregunta el detective. Porque se le había caído dos veces la ceniza del cigarro, responde el galeno. Dichos pormenores tabaquísticos enriquecen la trama y ayudan a crear el clima de la novela más exitosa y reconocida en la saga sherlockiana, que dio lugar a numerosas producciones cinematográficas y televisivas. Varias de ellas no desatienden el momento de nuestro interés, entre las cuales seleccionamos tres casos sin omitir los respectivos actores que encarnaron al personaje: Ballard Berkeley para la serie de la BBC (1968), David Langton durante el largometraje de Sy Weintraub (1983) y Raymond Adamson en el serial de Granada TV (1988).


Como dijimos, Sir Charles era un acaudalado latifundista, un landlord en todo sentido, poseedor de grandes extensiones que arrendaba a diferentes campesinos. En semejante contexto no hace falta mucha sagacidad para colegir su holgada posición económica, especialmente durante una época en que la superficie del terreno era directamente proporcional a la riqueza y condición social de su dueño. Ahora bien, lo que aquí nos interesa es aquello que el malogrado aristócrata fumaba al momento de su muerte. ¿Sería un cigarro indio de Trichinopoly, el más popular en el Reino Unido de entonces? ¿O tal vez uno de Europa continental (Holanda, Suiza, Alemania, Bélgica), cuyo consumo también estaba muy extendido entre los victorianos? Personalmente creo que no era nada de eso. Considerando el estatus del sujeto en cuestión, la probabilidad más lógica pasa por el lado de los habanos legítimos, es decir, la máxima expresión cualitativa de los cigarros puros. Su presencia en el mercado tabacalero británico durante el siglo XIX se encuentra ampliamente documentada, siempre encabezando el segmento más caro y exclusivo.


Mi modesta reserva de habanos me permitió elegir un ejemplar para la degustación del caso, atendiendo ciertas condiciones de rigor histórico. Para eso nada mejor que una acreditada y representativa marca de la vieja industria habanera. De ese modo opté por el celebérrimo petit corona de la proverbial fábrica Partagás, fundada en 1845 y líder en materia de exportaciones tabacaleras cubanas durante más de ciento cincuenta años. Realizadas todas la ceremonias previas correspondientes al despunte y el encendido uniforme, me encontré con ese equilibrio perfecto que llevó a la categoría hacia el olimpo de la fineza en materia de tabacos. Notas de cuero, maderas y especias dominaron la escena en el marco de un tiraje perfecto, cómodo y placentero de principio a fin. La conclusión es evidente: no por nada se trata de un lujo asociado a las clases pudientes desde hace tanto tiempo, tal cual pudo disfrutarlo el difunto Charles Baskerville en sus últimos minutos de vida.


Así concluyó este análisis durante una templada y lúgubre noche en los suburbios de Buenos Aires, que sin páramos ni sabuesos terroríficos tuvo su debida cuota de penumbra, misterio e inquietud.

Una daga voladora en el roast beef de la señora Hudson (degustación)

Más allá de su conocida trayectoria en el cine de terror personificando todo tipo de monstruos y villanos, Christopher Lee (1922-2015) fue un actor polifacético, ya que también compuso roles de militares, marineros, espadachines, policías, sacerdotes, médicos, reyes, aristócratas, estadistas y magos. Como si fuera poco, su carrera incluye la participación en varias películas sherlockianas encarnando diversos personajes del canon: hizo de Sherlock Holmes (tres veces), de Mycroft Holmes y de Henry Baskerville (1). Dentro de ese grupo nos interesa una curiosa producción en blanco y negro del año 1962 que lo tuvo como protagonista, llamada Sherlock Holmes y el collar de la muerte (2). A poco de comenzar el film podemos ver una escena específica con el detective, Watson (Thorley Walters) y la señora Hudson en Baker Street. En cierto momento previo a la cena, los paladines se encuentran efectuando una práctica improvisada de defensa personal cuando la daga que empuña el doctor sale volando y cae encima del contundente plato a punto de ser servido.


Inmediatamente se produce otro suceso -un moribundo en la calle debe ser asistido- que nos permite observar desde mejor perspectiva la bandeja de servicio. En ella vemos claramente el roast beef en cuestión junto a dos recipientes, uno conteniendo papas y el otro algún tipo de adobo en generosa cantidad, tal vez la típica salsa gravy que se sirve para dichas ocasiones. En efecto, el roast beef británico se alza como una tradición gastronómica de los días domingos (sunday roast beef), aunque su popularidad trasciende ampliamente días y horarios. Ahora bien, en los relatos originales de Doyle no existe ninguna mención literal al respecto, pero su presencia se advierte se manera tangencial en la "carne fría con cerveza" de Escándalo en Bohemia y el "trozo de carne entre dos rebanadas de pan" de La corona de berilos. Los elementos para establecer esa relación son incontrovertibles: era un plato casero extremadamente habitual (aún hoy lo es) cuyos sobrantes podían comerse más tarde en forma de rebanadas. Cualquier mención de bocados o sandwiches de carne, por lo tanto, era una referencia alusiva casi segura.


El roast beef completo de hoy suele presentarse con papas, vegetales, yorkshire pudding y la mencionada salsa gravy. Para esta entrada preferí atenerme a la versión cinematográfica, disminuyendo ingredientes y cambiando la gravy por el simple jugo de cocción. Para empezar se necesita un corte de carne homogéneo y voluminoso, como lomo o peceto (tenderloin y round steak en inglés, solomillo y redondo en España, respectivamente). Habiendo optado por el segundo, el resto de la receta no presenta dificultades. Sólo hay que hervir antes las papas unos 6 a 10 minutos para que luego queden doradas por fuera y tiernas por dentro, mientras que la carne puede ser sellada sin necesidad de sartenes o planchas, recurriendo al viejo truco de tener el horno bien fuerte al momento de colocar la preparación para luego moderarlo paulatinamente hasta completar el proceso, que totaliza unos 50 minutos. Al final se sirve en lonchas que maximizan el resultado junto con papas en su punto ideal de cocción, y se echa por encima el jugo o la salsa, en caso de haberla.


Un plato bien característico de la gastronomía esencial del Reino Unido participando en las historias detectivescas más representativas de su literatura. ¿No es acaso un maridaje perfecto?

Notas:

(2) Hay buenas razones para calificarla de "curiosa". Entre otras, podemos citar la multiplicidad de nacionalidades involucradas en su realización, la banda sonora en inglés (que fue rehecha íntegramente a pesar de haberse filmado en ese idioma, por lo que todas las voces son dobladas) y la confusa ubicación temporal de la trama, con detalles victorianos junto a otros de la década de 1930.

Fumando una pipa de maíz en la frontera franco-alemana (degustación)

Al mismo tiempo que Europa adoptaba las pipas hechas con maderas nobles, al otro lado del Atlántico se iba arraigando un producto más sencillo y humilde: la pipa de maíz. Desde comienzos del siglo XIX, agricultores y colonos norteamericanos comenzaron a fabricar este símbolo perdurable del ingenio y la tradición. El material utilizado (mazorcas secas) era económico, abundante y fácil de trabajar, lo que lo hacía perfecto para ejemplares caseros. Dichas creaciones rústicas funcionaban bien y se popularizaron rápidamente, sobre todo en zonas rurales donde era difícil encontrar artículos de lujo. A mediados de la centuria comenzaron a producirse en mayor escala mediante un método para hacer la mazorca ignífuga, volviéndola más duradera pero conservando su ligereza y accesibilidad. Esta innovación consolidó su status como alternativa práctica frente a materiales costosos como el brezo o la espuma de mar, sumado a que no requería cierto período de "curado"y ofrecía un sabor neutro. En otras palabras: cumplía todos los requisitos de las mejores cachimbas a un costo verdaderamente bajo.


Hace tiempo analizamos algunas "audacias creativas" entre los modelos utilizados por Robert Downey Jr, como una pipa de bambú y otra del tipo cherokee. Pero la cosa no termina allí, ya que en el film Sherlock Holmes, Juego de sombras (2012) también se lo puede ver con una genuina corn pipe entre sus labios. El pantallazo (que sólo dura unos segundos) se produce mientras el detective y su séquito viajan hacia la frontera franco-alemana para acceder a la fábrica de armas de Alfred Meinhard. Ahora bien, desde una perspectiva histórica cabe preguntarse cuantas chances había de hallar a un inglés fumando una pipa campesina rústica estadounidense en medio de la Europa continental hacia fines del período victoriano. Muy pocas, por cierto, aunque es justo advertir que el prestigio profesional de Holmes le proporcionaba una clientela bien cosmopolita, incluyendo nativos de USA y otros viajeros frecuentes que cruzaban el Atlántico. En ese contexto, la presencia de una pipa de maíz no resulta del todo inverosímil frente a un eventual obsequio, tal vez de algún cliente agradecido.


Frente a semejantes elucubraciones me dispuse a realizar una degustación con el único prototipo de esa clase que poseo. La pieza fue adquirida hace dos años a un precio realmente barato, pero los resultados obtenidos hasta hoy la sitúan entre mis mayores aciertos en la materia, ya que conjuga un sorprendente número de bondades a cambio de muy poco dinero: es práctica, liviana, noble, duradera y fuma muy bien. No por nada se extendió tan rápido en sus tiempos fundacionales y no parece casualidad su inclusión en una escena que recrea los extenuantes viajes a caballo del pasado, cuando era imprescindible portar sólo las pertenencias mínimas en tamaño y peso. Es fácil entender entonces que un inveterado fumador como Sherlock Holmes la llevara consigo, así como imaginar al personaje disfrutando una pequeña dosis de tabaco shag en cada descanso. Por lo tanto, aunque no es un utensilio sustentado por la ortodoxia canónica, la circunstancia específica de su aparición en esta "versión libre" del género holmesiano posee algo de lógica.


En las historias originales de Conan Doyle hay personajes europeos, americanos, asiáticos, africanos y oceánicos, tal cual era el carácter heterogéneo y abigarrado de la población londinense. La pipa de maíz de Sherlock Holmes... ¿por qué no?

La receta del doctor Watson y el "hot toddy" (degustación)

Pocas ciudades poseen una situación atmosférica tan característica como Londres, al punto de haberse convertido en un verdadero cliché del clima lluvioso y húmedo. Si retrocedemos en el tiempo hasta fines del siglo XIX, a ese panorama se agregaba el denso y penetrante smog producido por la quema intensiva de carbón mineral en industrias, comercios y hogares, que no era otra cosa que la antiguamente famosa "niebla londinense". Como si todo eso fuera poco, los inviernos eran extremadamente crudos, tal cual sucedió en enero de 1895, cuando la temperatura media mensual no llegó a superar los cero grados centígrados. Repasando los datos precedentes, para los tiempos de Sherlock Holmes existía una sobrecogedora combinación de frío, humedad y aire contaminado durante la mayor parte del año, lo que generaba un lógico y consecuente cuadro de enfermedades respiratorias. En ese contexto, las gripes, las anginas, los resfríos, las bronquitis, las neumonías y el asma eran afecciones endémicas entre la población de la metrópolis más importante y cosmopolita del mundo.


Hace tiempo dimos cuenta del papel medicinal que los victorianos le asignaban al alcohol, lo cual queda perfectamente demostrado en las historias canónicas a través del brandy, utilizado asiduamente como remedio casero. Y otras bebidas también, ya que en Estudio en Escarlata podemos apreciar al policía John Rance relatando lo mucho que le hubiera gustado disfrutar de un cuatro de gin caliente durante cierta ronda en una noche destemplada (1). Pero hay un caso que excluye el elemento etílico de acuerdo con cierta receta simple del doctor Watson mencionada por el propio Holmes. En efecto, promediando el relato Los lentes de oro, el inspector Stanley Hopkins llega a Baker Street en medio de una tormenta. El detective lo recibe del siguiente modo: ahora, mi querido Hopkins, acérquese y caliéntese los pies (...) El doctor tiene una receta con agua caliente y limón, que es un buen remedio en una noche como ésta. Sabia recomendación, por cierto, cuyo consumo debe haber sido un alivio cálido y vivificador para el funcionario de Scotland Yard.


En Las hazañas de Sherlock Holmes, Adrian Conan Doyle plantea una estampa provista de los elementos principales que estamos analizando: un convaleciente muy resfriado y una reconfortante bebida de larga tradición "terapéutica". Se trata de la narración La saboneta de oro (2), cuya trama incluye un crimen que exige la presencia de cierto médico jurista. Cuando una comisión es enviada por él a su domicilio lo encuentran en cama "con una bolsa de agua caliente, un vaso de hot toddy y un resfrío en la cabeza". ¿Qué es el hot toddy? Si bien la coctelería moderna lo define como un simple trago caliente del tipo ponche (con muchas variantes), la añeja y genuina versión a la que se refiere la historia es apenas más complicada que aquella receta de Watson, por lo cual me dispuse a prepararla. Para un prototipo bien "cargado" primero se coloca en la taza o vaso un pequeño rollo de canela y el jugo de una rodaja de limón, seguido por la rodaja misma. Acto seguido se añade una cucharadita de miel y finalmente whisky y agua hirviendo en partes iguales hasta completar el recipiente. Por supuesto, la proporción final del elemento alcohólico (que también puede ser brandy o ron) queda a criterio de cada consumidor.


Enfermos en el lecho, vías respiratorias congestionadas y bebidas calientes que brindan algo de alivio. La vida cotidiana decimonónica y sus hábitos singulares plasmados en las aventuras del detective ficticio más famoso de la historia.
 
Notas:

(1) Tanto el brandy como el four of gin hot fueron repasados en sendas entradas subidas en mayo de 2022 y noviembre de 2023 respectivamente.
(2) Saboneta (gold hunter watch en inglés) era el antiguo reloj de bolsillo con tapa que se sostenía del cinturón mediante una cadena.

Calamares a la siciliana en el Pellegrini (degustación)

Como señalamos en la entrada anterior, las doce aventuras publicadas durante el decenio de 1950 por Adrian Conan Doyle se basan en sendas "historias no contadas" de los relatos canónicos originales. El siguiente es el repertorio de esos nexos, mencionando en primer lugar el título asignado en Las hazañas de Sherlock Holmes y luego el "caso no contado" que se vincula (1). Tenemos así Los siete relojes (El asesinato de Trepoff), La saboneta de oro (El envenenamiento de Camberwell), Los jugadores de cera (La sustitución de Darlington), El milagro de Highgate (Mr James Phillimore), El baronet negro (La desafortunada Madame Montpensier), La habitación sellada (La locura del coronel Walburton), Foulkes Rath (La tragedia de Addleton), El rubí de Abbas (El Club Nonpareil), Los ángeles oscuros (Los documentos Ferrers), Las dos mujeres (El chantaje de uno de los nombres más venerados de Inglaterra), El horror de Deptford (Wilson, el entrenador de canarios) y La viuda roja (El castillo Arnsworth).


También apuntamos el respeto demostrado por el autor hacia los textos de su padre al mantener los personajes, las costumbres y los ambientes tradicionales, incluyendo todo lo referido al consumo de comidas, bebidas y tabacos por parte del elenco protagónico. Para quienes estudiamos dicho tópico, no pasa desapercibida la concurrencia del detective y el doctor a ciertos restaurantes italianos de Londres. En el canon original los establecimientos visitados son el Marcini (El sabueso de los Baskerville) y el Goldini (Los planos del Bruce Partington), mientras que en Las hazañas de Sherlock Holmes podemos hallar al Pellegrini (La habitación sellada), el Frati (Las dos mujeres) y el Frascati (El horror de Deptford) (2). Un caso específico añade la afortunada mención de cierta vianda típica de acuerdo con la siguiente propuesta del héroe principal a la hora de almorzar: "Watson, veo que es más de la una. Un plato de calamari alla siciliana en el Pellegrini no vendría nada mal". Excelente sugerencia, por cierto, y una gran oportunidad para cocinar, degustar y reseñar el experimento, que de eso se trata este blog.


Sería ingenuo pensar que dentro de una isla del tamaño de Sicilia existe una sola receta. Bien al contrario, cada zona o pueblo tiene su propia fórmula con diferentes modos de preparación según el producto base (calamares enteros, calamares rellenos, anillos de calamar), la cocción (fritos, al horno) y toda la variedad de salsas, aderezos y acompañamientos imaginables. Entre semejante oferta elegí -como siempre- algo sencillo y fácil recurriendo a la opción calamari alla messinese, es decir, de la bonita ciudad de Messina. La lista de ingredientes es igualmente simple y escueta: calamares cortados en anillos, puré de tomates, tomate natural pisado, ajo picado, perejil, vino blanco, aceite de oliva, sal y pimienta. Primero se fríen los ajos en un poco de aceite de oliva y luego se agregan los calamares para una cocción inicial de diez minutos. Luego se incorporan el vino blanco, los dos tipos de tomate y se procede a salpimentar. Pasada media hora se añade el perejil y se deja en el fuego los últimos cinco minutos completando un total de cuarenta y cinco, que es el tiempo mínimo necesario para ablandar debidamente los moluscos.


Como resultado queda un plato rico, sabroso, con ese toque de sofrito italiano que combina el sabor a mar con ajo, perejil y tomate. Así lo deben haber comprobado Holmes y Watson cierto mediodía en el Pellegrini, durante un descanso de sus memorables hazañas.

Notas:

(1) La lista completa de casos no contados se encuentra disponible en 
Category:Untold Stories - The Arthur Conan Doyle Encyclopedia (arthur-conan-doyle.com)
(2) De los cinco sólo uno corresponde nominalmente a cierto lugar que tuvo existencia documentada: el restaurante Frascati, según consta en la Guía Baedeker de Londres del año 1894. Resulta notable la cercanía de fechas entre su inauguración (1893), el comentario en la guía (1894) y el año en que Adrian Conan Doyle sitúa la historia El horror de Deptford (1895). Hacia 1910 era un establecimiento suntuoso inclinado por la cocina francesa, pero tal vez haya tenido mayor relación con la culinaria italiana durante sus primeros tiempos.

Un vaso de grog para Peter Carey (degustación)

El negro Peter es un relato corto publicado originalmente en USA y UK por las revistas Collier's y Strand Magazine respectivamente (1), con sendas ilustraciones de Frederic Dorr Steele y Sidney Paget. Junto con La Gloria Scott integra el dueto de historias con mayor espíritu naval de todo el canon holmesiano. Su trama gira en torno al asesinato de cierto capitán de buque llamado Peter Carey, apodado "el negro" y reconocido en el gremio por su carácter irascible y violento. Aunque el hecho sucede en tierra firme, la escena del crimen exuda elementos vinculados a la vieja vida del mar. Para empezar, Carey encuentra su muerte atravesado por un arpón ballenero, mientras que en el lugar son hallados otros elementos del mismo tenor, como una tabaquera de piel de foca con tabaco Del Barco y un tántalo (2) con botellas de brandy y whisky. Sin embargo, lo que víctima y victimario estaban consumiendo al momento de los sucesos (de acuerdo a una tercera botella y a los restos hallados en ambos vasos) no era ninguno de estos brebajes, sino la más marinera de todas las bebidas antiguas: el ron.


El origen del ron como bebida navegante data del siglo XVII y se relaciona con el establecimiento de colonias británicas en Barbados, Jamaica, Trinidad y Guyana, donde abundaba la caña de azúcar. Con el correr del tiempo, los problemas disciplinarios causados por el alcohol hicieron que las raciones puras fueron achicándose y diluyéndose paulatinamente. Para este último fin se decidió el corte con agua al cincuenta por ciento y más tarde el agregado de jugo de lima o de limón, favoreciendo la ingesta de vitamina C que previene el escorbuto. Ya no era entonces aquella "bomba" etílica sino el resultado de cierta fórmula bautizada grog, que se mantuvo vigente como un derecho de las tripulaciones por casi doscientos años, más precisamente hasta 1970. Aunque el grog pertenecía al suministro de los buques de guerra, queda claro que su consumo estaba igualmente extendido entre el personal de la marina mercante. Para los tiempos victorianos, sin dudas, un veterano capitán de carrera como Peter Carey estaba familiarizado con el producto, en virtud de lo cual me decidí a prepararlo con ingredientes asequibles en nuestros días.


Hoy se lo considera un cocktail clásico con decenas de variantes que incluyen ingredientes para endulzarlo, aromatizarlo, texturizarlo e incluso calentarlo al estilo ponche, lo cual es muy lógico en vista del carácter parco, recio y austero que presentaba la verdadera receta original, compuesta sólo por ron, agua y jugo de lima. En esa línea lo preparé recurriendo a una marca de bebida espirituosa sumamente famosa y fácil de conseguir: el ron Havana Club Añejo Especial Dorado. Dicha elección apunta a una calidad buena sin ser superior considerando la evidente sencillez de los rones utilizados en la antigüedad, carentes por completo de exclusividad o sofisticación (3). Cortado a la mitad con agua y tocado por un buen porcentaje suplementario de jugo cítrico (alrededor del 20%) concluye en un trago para paladares fuertes, con el alcohol moderado por la dilución, aunque la lima le otorga cierto temperamento ácido de naturaleza filosa, vibrante y bastante refrescante. Los únicos agregados "modernos" que no existían a bordo de los buques del siglo XIX fueron un pedazo de hielo, una rodaja decorativa de lima y el vaso de vidrio, dado que los marineros bebían sus raciones en simples jarros metálicos.


En los relatos de Sherlock Holmes son frecuentes las alusiones al mar y los barcos, pero en El negro Peter las costumbres cotidianas del gremio naval están particularmente bien delineadas.


Notas:

(1) Con muy poco tiempo de diferencia entre ambas, aparecidas en febrero y marzo de 1904. Estos lanzamientos casi simultáneos de las ediciones norteamericanas y británicas fueron una constante entre 1903 y 1908.
(2) El tántalo (tantalus en inglés) era un pequeño mueble portable muy popular en el siglo XIX. Sus fines eran tanto decorativos como prácticos, ya que servía para guardar o transportar botellas y garrafas de vidrio.


(3) Actualmente existen controversias sobre cómo eran los rones elaborados en aquellos tiempos. Además de rústicos, todo indica que también eran jóvenes, es decir que se los consumía a los pocos meses de su elaboración. Podemos suponer así que tendrían menos color y complejidad (pero no menos alcohol) en comparación con el tipo utilizado para esta entrada.

Los cigarrillos de Bradley, en Oxford Street (degustación)

Si de veras quiere despistarme, es preciso que cambie de tabaquería. Cuando veo la colilla de un cigarrillo con la marca "Bradley - Oxford Street", sé que mi amigo Watson anda por los alrededores. Puede ver la colilla allí, junto al sendero. Seguramente la tiró en el momento de abalanzarse hacia el refugio vacío. La frase del genial detective marca un momento clave en El sabueso de los Baskerville, más precisamente cuando doctor es descubierto por Holmes dentro de su escondite provisorio. Hay varios puntos interesantes respecto al párrafo anterior, empezando porque no es la única cita alusiva a dicho comercio. Bastante antes, mientras los héroes aún se encuentran en Londres, el protagonista le pide a su compañero que al pasar por Bradley encargue el envío de una libra del tabaco shag más fuerte. Estas referencias parecen indicar que el establecimiento era proveedor habitual de algunos artículos concretos (1) para ambos personajes. Hemos dedicado varias entradas y una monografía completa a la picadura shag de Holmes, pero nunca abordamos los cigarrillos que consumía su compinche de aventuras (2). ¿Cómo serían aquellos productos? ¿Es posible intentar una recreación a partir de materias primas actuales?


Aunque no parece haber existido ninguna tienda del ramo llamada Bradley en la ajetreada Oxford Street durante los tiempos victorianos, su simple condición de estanco tiene muchos ingredientes que nos hablan sobre las costumbres de la época. Desde el patentamiento de la primera máquina para enrollar cigarrillos de papel (1880), la industria había comenzado un acelerado proceso de mecanización. Pero como toda gran transformación económica y tecnológica, no se produjo de inmediato. Era todavía la era de las cigarrerías tradicionales, de las tiendas que generaban una clientela fiel merced a sus pequeñas producciones exclusivas y artesanales con marcas propias, sobre todo en los segmentos de precio alto. Por eso, a pesar de ser un establecimiento imaginario, la mención de Bradley parecen apuntar hacia una de aquellas manufacturas limitadas en volumen pero reconocidas en calidad, capaces de satisfacer la demanda por artículos superiores a la media industrial. Así me propuse saborear algo dentro de esa línea, aprovechando el presente furor tipo revival por el consumo de cigarrillos armados.


Para la ocasión aproveché los buenos oficios de un amigo que prepara sus propios ejemplares según fórmulas y mezclas que varían de acuerdo a distintos papeles y marcas de tabacos. De ese modo pude acceder a dos "recetas" muy interesantes. La primera presenta una mezcla de tabacos Pepe Zware y Argento Negro, lo que implica un blend de variedades Virginia, Criollo y "tabacos negros aromáticos" (en palabras del fabricante) sin especificar, todo ello enrollado en papel de maíz, con resultado rico, de sabor pronunciado y cuerpo medio, que se consume relativamente rápido. La segunda, contenida en papel clásico de combustión lenta, incluye también el Pepe Zware junto a Don José, es decir un mix parecido de Criollo y Virginia pero en diferentes proporciones. Resulta más ahumado, firme e intenso (es decir más potente), con un tiempo de consumo prolongado. No obstante, uno y otro se equiparan al expresar el equilibrio que se logra conjugando tabacos honestos en proporciones sabiamente calculadas, más aún cuando se emplean papeles naturales de calidad.


No hay manera de conocer las composiciones que utilizaban la imaginaria tabaquería Bradley o sus contemporáneas del mundo real (que eran muchas), pero pudimos acercarnos un poco al estilo artesanal, exclusivo y personal de sus creadores. En otras palabras, al gusto de Watson.

Notas:

(1) ¿O de todos? Sabemos que los dos fumaban pipa, cigarros puros y cigarrillos de papel. ¿Comprarían solamente en Bradley, o cada uno acudiría a otras tiendas específicas según el tipo de producto?
(2) La versión de El sabueso de los Baskerville realizada por Granada TV en los ochenta no sólo nos muestra la escena de la colilla en el páramo, sino que además nos regala varios cuadros anteriores donde vemos a Watson fumando los cigarrillos en cuestión, e incluso hay una vista fugaz de su elegante cigarrera metálica.