221pipas, la monografía

Cushing, el Valle de Boscombe y la sidra de Hereford

El misterio del Valle de Boscombe es un relato corto publicado por el Strand Magazine en octubre de 1891 y compilado más tarde en Las aventuras de Sherlock Holmes. Su argumento transita determinada variante que sería común en la literatura posterior del género: un asesinato cuya culpabilidad parece recaer sobre algún personaje muy comprometido por las evidencias halladas. Desde luego, nada de eso convence al extraordinario sabueso humano de Baker Street, quien elabora una teoría totalmente opuesta (que será la acertada, naturalmente). El asunto se desarrolla en forma bastante dinámica, llevando al lector desde Londres hasta el paraje que da nombre a la historia, situado en cercanías del pueblo de Ross-on-Wye, perteneciente al viejo condado de Herefordshire. Esta variada geografía se amplifica con referencias a países lejanos como Afganistán y Australia, desde donde surgen elementos pasados que ayudan a desenmarañar la intriga de una manera que sólo nuestro héroe puede llevar a buen puerto.


Luego de la buena recepción obtenida por los doce capítulos emitidos en 1964 y 1965 con Douglas Wilmer como protagonista, otra tanda de dieciséis historias fue producida y filmada por la BBC en 1968. El trabajo central estuvo esta vez a cargo de Peter Cushing, manteniendo a Nigel Stock en la piel de Watson. Lamentablemente, un total de diez capítulos se encuentran hoy perdidos debido a la costumbre de regrabar las cintas originales con otros programas luego de algunos años (muy común en la TV de la época). El misterio del Valle de Boscombe pertenece al afortunado grupo sobreviviente, y entre sus escenas podemos observar una curiosa referencia a cierto bebestible jamás mencionado en el canon literario. A poco de comenzar, el detective y el doctor se encuentran desayunando en Baker Street cuando el primero señala que irán "de excursión al campo". Luego especifica la ubicación en Herfordshire y el Valle de Boscombe, añadiendo: es una zona agrícola; el ganado y la sidra están entre sus productos más apreciados.


Minutos después sus palabras cobran entidad fáctica en cierta secuencia donde el dúo ingresa a una posada y pide dos jarras de sidra, todo enmarcado entre pequeños cascos de madera, porrones cerámicos y otros envases del mismo material. Como canal estatal de televisión, es bastante factible que la BBC tuviera por costumbre añadir ese tipo de comentarios en los guiones con propósitos de fomento turístico. La hipótesis cobra sentido considerando que las mazanas cuentan allí con una buena extensión de cultivo desde mediados del siglo XIX. Hacia 1870 comenzaron a operar varias fábricas sidreras y muy pronto la actividad cobró una fama extendida al resto del Reino Unido. Para el siglo XX existían marcas sumamente populares entre el público, particularmente Bulmers, que alcanzó fama internacional y envergadura exportadora. Sus agresivas campañas publicitarias, sus logos y todos los elementos de la parafernalia propagandística típica de la época son fácilmente hallables en la web. Semejante fenómeno continúa vigente en sus facetas industriales, comerciales e históricas, incluyendo un Museum of Cider en plena ciudad de Hereford.


El cine y las series han enriquecido el canon holmesiano sumando detalles pertenecientes a la temática que nos convoca en 221pipas. En este caso, el consumo de una antigua, rica y refrescante bebida no siempre apreciada en su justa dimensión.

Sherlock Holmes en Suiza: el puro final (degustación)

¿Qué aspecto tienen las cataratas de Reichenbach desde lo alto? La siempre evocadora pluma de Watson dibuja el panorama del siguiente modo: de hecho, es un lugar aterrador. El torrente hinchado por la nieve derretida se hunde en un inmenso abismo del que la espuma se eleva como humo de una casa en llamas. El pozo donde se precipita el río es un enorme despeñadero bordeado por rocas brillantes, negras como el carbón (...) La larga extensión de agua verde rugiendo para siempre hacia abajo, junto a la espesa y parpadeante cortina de rocío silbando para siempre hacia arriba, marean al hombre con su grito medio humano... Lo que se dice el lugar ideal para el encuentro de dos archienemigos que buscan eliminarse, y es exactamente el marco paisajístico en donde Holmes y Moriarty acabarán enfrentándose la mañana del 4 de mayo de 1891. Pero antes nos falta conjeturar un último elemento de la cena final en el Englsicher Hof. Ya divagamos acerca de platos y bebidas espirituosas: St. Galler Bratwusrt con papas rösti y Eau de Vie de Poire Williams.


En presencia de dos fumadores regulares -uno moderado y otro frenético- lo que falta es tabaco. Tampoco hay aquí demasiadas dudas sobre la identidad del producto suizo típico para tal fin, abundante y asequible a finales del siglo XIX. Hablamos del cigarro llamado Brissago o Virginia (cigarro de la paja en los países de habla hispana), muy famoso en todo el Occidente decimonónico debido a su curiosa silueta conformada por una longitud generosa, un calibre reducido y una hebra vegetal que lo atraviesa de lado a lado. Esta última característica constituyó siempre el sello inconfundible del producto y perseguía cierta finalidad práctica: mantener un canal de aire para evitar obstrucciones que dificultan el tiraje, tan comunes en otros modelos largos y finos. Aunque su fabricación a gran escala fue iniciada en Austria alrededor de 1844, lo que nos interesa es la manufactura continuada poco después en Brissago, la localidad suiza homónima a una de sus denominaciones. Actualmente perdió su antigua fama internacional, pero continúa produciéndose de forma localizada en el centro de Europa.


Hace varios años, un imprevisto paso por el aeropuerto de Viena me permitió adquirir y atesorar algunas cajas de este artículo singular en diversos rótulos comerciales. Para la ocasión seleccioné un ejemplar de la casa suiza Villiger, célebre mundialmente por su variopinta oferta de cigarros con precios accesibles. La evaluación comenzó retirando la hebra vegetal (que el modernismo sustituyó por plástico), imprescindible antes de acercar la llama. Su diámetro estrecho como un cigarrillo no impidió el encendido cómodo y un tiro perfecto de principio a fin. Los matices aromáticos evocan tonos terrosos y amaderados mientras desarrolla un sabor de cuerpo medio, rico en volumen pero nada agresivo. Por su configuración angosta y estilizada no produce las grandes cantidades de humo tan comunes en otros módulos de formatos habaneros tradicionales, como robustos y coronas. Llevándolo con calma, el tiempo total de combustión puede estimarse aproximadamente en una hora, suficiente para apreciar sus cualidades de manera reflexiva.


Así creemos que fumaron Holmes y Watson aquella noche previa al día más dramático de todo el acontecer sherlockiano original. Y así lo evocamos luego de ciento treinta años.

Sherlock Holmes en Suiza: el trago final (degustación)

La aparente muerte de Sherlock Holmes tras su lucha con Moriarty en El problema final (diciembre de 1893) produjo una verdadera conmoción entre el público británico (1). Durante varios meses muchos ciudadanos llevaron un brazalete negro en señal de luto mientras el Strand Magazine asistía a la mayor crisis de ventas desde su salida al mercado: en poco tiempo fueron canceladas 20.000 suscripciones. Los lectores se negaban a aceptar la desaparición del gran detective y su creador debió soportar una avalancha de correspondencia plagada de condolencias, súplicas e insultos por igual. Actualmente todo forma parte de la afición sherlockiana y podemos juzgarlo como un incidente más en la carrera del personaje, tal vez porque pasaron ciento treinta años o porque sabemos bien que una década después reapareció vivo y saludable. Pero nada de eso podían predecir entonces aquellos miles de victorianos entusiastas. En ese momento histórico, la sola mención de Suiza, el pueblo de Meiringen o las cataratas de Reichenbach debió haber sido una puñalada certera en pleno corazón de sus afectos literarios.


Siguiendo los acontecimientos reseñados en la entrada anterior, tenemos al protagonista y su inseparable compañero cenando (de acuerdo a nuestras especulaciones) un plato suizo típico en el Englischer Hof la noche del 3 de mayo de 1891. Quizás bebieron vino o tal vez cerveza, pero podemos suponer con bastante convicción que la comida fue seguida por alguna bebida espirituosa apta para calmar los ánimos -entre tanto peligro inminente- antes de ir a dormir. Si consideramos su ubicación circunstancial en una aldea alpina a fines del siglo XIX, la posibilidad con mayores chances históricas es un Eau de Vie. Este aguardiente se elabora mediante la fermentación y doble destilación de algún jugo de frutas hasta obtener alcohol transparente de alta pureza. Un antiquísimo procedimiento que se remonta a la Edad Media, cuando fue descubierto, perfeccionado y puesto en práctica por los monjes europeos, utilizando como materia prima las frutas de estación disponibles en diferentes regiones del Viejo Mundo.


Para la ocasión elegí el llamado Eau de Vie de Poire Williams (aguardiente de peras en español, pear brandy en inglés), muy tradicional en el cantón de Valais y bien conocido en toda Suiza. Se trata de un ejemplar argentino marca Christallino, hecho con frutas patagónicas de primera calidad. La mayor parte de su producción se exporta (precisamente a Europa), aunque es posible conseguirlo localmente en cantidades limitadas. Servido frío, tal cual recomiendan sus elaboradores, presenta un color transparente con levísimos destellos verdosos que delatan la naturaleza frutada de las peras Williams. Algo similar ocurre en la nariz, donde exhibe los consabidos efluvios de alcoholes prolijamente destilados sumados a un delicado toque de frescura que va más allá de lo meramente etílico, ya que sus 40 grados no le quitan delicadeza ni estilo. Podemos decir que sin tener el color, el cuerpo ni la profundidad de los brandys vínicos o whiskys tan frecuentados en Inglaterra, es una excelente alternativa para cerrar todo tipo de cenas.


Sólo le faltaría la compañía del tabaco, más aún tratándose de un fumador inveterado como Sherlock Holmes. ¿Qué producto estaría disponible por los Alpes helvéticos en tiempos decimonónicos? A eso nos vamos a referir en la próxima entrada, muy pronto.

Notas:

(1) ¿Puede un hecho imaginario producir semejante reacción? La literatura, el cine y otras artes están llenas de ejemplos que así lo demuestran. Lo cierto es que cada vez que Watson habla de algún caso (muchas veces citando fechas) el lector siente que es una cuestión de historia. Como bien asegura un colega blogger holmesiano: "es la suspensión de la incredulidad en su máxima expresión".