221pipas, la monografía

Probando un cocktail victoriano típico en Northumberland Avenue (degustación)

De acuerdo con la opinión de varios historiadores especializados, la coctelería del mundo occidental ha vivido tres "épocas doradas" bastante definidas cronológicamente. La primera tuvo lugar durante los orígenes mismos de la especialidad, a fines del siglo XIX y principios del XX, cuando la alegre y decadente belle époque se encontraba en su apogeo. Una segunda instancia se produjo entre fines de la Segunda Guerra Mundial y comienzos del decenio de 1960 merced al redescubrimiento conceptual de los placeres y el ocio. La tercera, por supuesto, se verifica ahora mismo, mientras experimentamos un auge de todas las expresiones globales relacionadas al mundo de las bebidas. De aquel primitivo despertar decimonónico se conservan algunos registros documentales (verdaderos tesoros para los estudiosos) como manuales, menciones publicitarias y referencias en cartas de bares o restaurantes. Y también, de tanto en tanto, es posible encontrar citas muy puntuales que plasmaron los escritores victorianos, tal cual sucedió con Arthur Conan Doyle en la historia El aristócrata solterón.

El argumento gira en torno a la misteriosa desaparición de la rica heredera Hatty Doran luego de su señorial matrimonio con Lord Saint Simon. Sin entrar en detalles, lo que nos interesa es cierto fragmento de factura de hotel con un par de ítems relacionados a nuestro tema bloguero, incluyendo descripción y precios: concretamente un cocktail (1 chelín) y una copa de jerez (8 peniques). El documento está incompleto (obviamente le falta el membrete), pero el precio abultado de los artículos sugiere al gran detective que se trata de un establecimiento selecto, lo cual lleva sus pesquisas a la exclusiva Northumberland Avenue de Londres. Y no es para menos, ya que en dicha arteria se erigían entonces algunos de los hoteles más lujosos de la época como el Victoria, el Grand y el Metropole, donde los clientes podían disfrutar de todo el confort y los mejores artículos disponibles. Ahora bien, al no haber mayores pormenores excepto la sola mención genérica de cocktail, el interrogante que nos convoca está referido a los tipos asequibles en una gran capital europea hacia 1880-1900. Para ello ensayé una probable respuesta, degustación mediante.


En el Bartender's Manual de Harry Johnson, publicado por primera vez en 1882, hay una receta que me pareció perfecta para reflejar la idea victoriana de lujo sin necesidad de recurrir a bebidas exóticas o ingredientes complicados. De hecho, se trata de una versión tan genuina como simple del Champagne Cobbler, trago que aún se practica en las barras de todo el mundo según fórmulas muy diversas. La que propone Johnson consta de 1/4 de vaso de agua, 1 y 1/2 copa de champagne (elegí un espumante 100% Pinot Noir), 2 piezas pequeñas de naranja por un lado, 1 rodaja de naranja ornamental por otro, una cucharada de azúcar (no muy grande) y algunas bayas para decorar, en este caso cerezas, pero pueden ser uvas, arándanos o las que dicte el gusto personal. Todo se prepara y se vierte ordenadamente en un vaso alto con hielo, según consta en las fotos adjuntas. La conclusión remite a algo bien sabido por los investigadores costumbristas: la gente de la belle époque sabía disfrutar el momento. Este espécimen de la coctelería antigua resultó un verdadero deleite por su carácter equilibrado, sabroso y refrescante por donde se lo mire, o mejor dicho, se lo pruebe.


Los relatos canónicos de Sherlock Holmes y sus consecuentes derivados del cine y la TV están salpicados permanentemente con detalles que hablan de un tiempo muy especial en la historia. Y los cocktails victorianos también fueron parte de ella.

Raciones de supervivencia en el páramo de Dartmoor

Como bien describe Raúl Blanco en la edición argentina de Terramar, "no había transcurrido un año desde el inicio del nuevo siglo (1) cuando a las puertas del Strand Magazine se formó una larga cola que daba vuelta toda la manzana. El público aguardaba por un lugar -y muchos llegaron a pagar por él- en la presentación del mayor evento editorial de las últimas décadas: el regreso de Sherlock Holmes en la novela El sabueso de los Baskerville". Vale añadir que semejante éxito no fue meramente temporal, ni muchos menos: a partir de entonces se convirtió en la narración más publicada, leída, conocida y adaptada para el cine y la TV de todo el canon holmesiano. También es el mejor ejemplo aventurero del detective y el doctor fuera de Londres, en un paraje rocoso y yermo llamado Dartmoor, en el condado de Devon, al sudoeste de Inglaterra (2). Aparte del excelente argumento en sí mismo, la clave de su celebridad reside en la atmósfera profundamente lúgubre, tenebrosa y oscura creada por la pluma de Doyle y los 60 dibujos del genial Sidney Paget que adornaron los textos originales.


Sin profundizar demasiado en la trama, basta decir que durante buena parte de la aventura Watson debe permanecer en la mansión Baskerville mientras Holmes se queda en Londres para atender otros asuntos impostergables. Pero claro, como no podía ser de otra manera, ello no es más que una triquiñuela del gran detective para viajar él también de incógnito y merodear por la zona sin ser visto durante varios días. Incidentalmente el buen doctor acaba descubriendo su escondite en cierta cueva del páramo, incluyendo el inventario de las viandas de supervivencia allí dispuestas: textualmente, una hogaza de pan, una lengua enlatada y dos latas de duraznos en conserva. No abundaremos en la hogaza de pan por ser un alimento básico conocido desde la más remota antigüedad, pero es interesante señalar que las conservas enlatadas se hallaban entonces en sus tiempos de apogeo. Luego de un inicio titubeante hacia las primeras décadas del siglo XIX (los envases metálicos no eran biológicamente seguros al principio), varios adelantos obtenidos en el último período de dicha centuria lograron asegurar una fuente casi inagotable de alimentos que se podían guardar por tiempos prolongados, en grandes cantidades y a precios accesibles mucho antes de los sistemas caseros masivos de refrigeración.


Siendo una historia tan popular y perdurable (con un personaje central que no lo es menos), existen decenas de versiones televisivas y cinematográficas que se remontan al decenio de 1920 y continúan hasta nuestros días. Observando varias de ellas resulta curioso el enfoque diferente que ofrece cada una respecto al momento en cuestión, es decir, cuando Watson descubre la cueva y se encuentra con Holmes (3). La somera selección de cuatro exégesis comienza en 1939 con el insigne dúo estelar Basil Rathbone y Nigel Bruce en una gruta bien lograda ambientalmente respecto al relato original. Veinte años después, en cambio, Peter Cushing y André Morell parecen situarse en una especie de abadía abandonada, aunque el efecto tétrico es igualmente efectivo. Para 1983 tenemos al detective encarnado por Ian Richardson acicalándose bajo el fondo luminoso de un páramo con reflejos azules. Finalmente, la prestigiosa interpretación de Jeremy Brett en 1988 añade algunos cacharros en los que Holmes parece haber improvisado cierto estofado definido por Watson (Edward Hardwicke) como "asqueroso".


Sherlock Homes frecuentaba los mejores restaurantes londinenses de su época, pero también podía soportar estoicamente las privaciones de un ambiente poco amigable. Cosas de héroe, sin dudas.

Notas:

(1) La historia apareció primero por capítulos mensuales en las ediciones del Strand entre mediados de 1901 y principios de 1902. La novela completa fue lanzada en libro en marzo de ese último año.
(2) No demasiado lejos de donde se sitúan los legendarios dólmenes neolíticos de Stonehenge (unos 160 kilómetros).


(3) Es bueno aclarar que el doctor ingresa sin tener idea de quién habita la caverna hasta que el propio detective lo sorprende allí, o sea que en realidad no se trata de Watson descubriendo a Holmes, sino al revés.