221pipas, la monografía

El cavendish de John Straker (degustación)

Silver Blaze es un relato de carácter turifístico publicado por el Strand Magazine en diciembre de 1892 y recopilado luego en las Memorias de Sherlock Holmes. El argumento gira alrededor del caballo que da nombre a la historia, su misteriorsa desaparición y cierto homicidio de naturaleza extraña. Dado que el suceso ocurre pocos días antes de la prestigiosa Copa Wessex, su propietario, el coronel Ross, no duda en recurrir al famoso detective de Baker Street 221b. Desde luego, entre todos los enigmas involucrados hay uno de importancia prioritaria: la muerte de John Straker, cuidador y entrenador del valioso animal. Al final nuestro héroe demuestra que el susodicho no era más que un renegado desleal a su patrón y que el asesinato fue perpetrado a través de una certera coz propinada por el mismísimo Silver Blaze. Pero lo que nos interesa en este espacio es un fragmento de la lista de objetos encontrados en los aposentos de la víctima, más precisamente (textual) una pipa de raíz de brezo A.D.P. y una bolsa de piel de foca con media onza de cavendish en corte largo.


Dejando para nota al final el dato de la pipa A.D.P. (1), la mención de cavendish no resulta sorpresiva. Se trata de un tipo de tabaco muy antiguo y extremadamente popular en todo el mundo occidental, cuyo nombre se basa en cierto proceso específico de elaboración y curado. Básicamente consiste en prensar la materia prima en "pasteles" de una pulgada de espesor (2) mientras se aplica calor de vapor y/o fuego con posterior fermentación hasta que los jugos de la planta impregnan las hojas, lo cual otorga un carácter dulce y suave. No obstante, ese dulzor también hace que se lo utilice mayormente para el agregado de sustancias aromatizantes: casi todos los tabacos frutales, achocolatados o avainillados provienen de una base cavendish. Pero no por ello dejan de existir los del tipo natural, sin añadidos de ninguna clase. Aunque es imposible saber qué prototipo estaba en la mente de Doyle al momento de escribir Silver Blaze, asumimos que alude a un estilo más bien puro, lo cual tiene además su lógica histórica (3). Así las cosas me propuse degustar un espécimen en sintonía con lo antedicho.


El ejemplar en cuestión es bien conocido y bastante respetado por los pipafumadores aficionados de todo el mundo occidental: Amphora Black Cavendish, manufacturado en Dinamarca por la firma Mac Baren. A la vista y en crudo muestra una mezcla de hebras bien oscuras con otras más claras (lo cual le ha valido algunas críticas por no responder cabalmente al rótulo de black), pero el perfume análogo al té dulce no deja dudas sobre su identidad. En combustión también exhibe esa personalidad levemente dulce, definida, rica, llena de tonos sutiles que recuerdan a una especie de melaza tostada sin perder nunca el patrón nicotínico que todo buen tabaco debe tener. Sin dudas se trata de un producto prolijo, bien elaborado, no muy distinto a lo que -seguramente- han sido los buenos cavendish naturales de todos los tiempos. A modo de conclusión podemos avalar que es un buen representante histórico de su tipo, respetuoso de la tradición europea, cuya probabilidad de semejanza con los equivalentes del siglo XIX parece bastante alta.


Y también, aunque de manera puramente ficticia, parecido al tabaco del malogrado John
Straker.

Notas:

(1) Durante décadas se especulaba con que las siglas A.D.P. correspondían al reconocido fabricante Alfred Dunhill Pipes, pero luego se descubrió que en realidad pertenecen a la manufactura establecida en Londres por los hermanos Adolph y David Posener. En 1877 dicha sociedad se disolvió quedando sólo Adolph al frente del negocio, aunque no tuvo inconvenientes legales para seguir usando las mismas siglas porque su segundo nombre era -curiosamente- el primero de su hermano: se llamaba Adolph David Posener. La siguiente foto fue publicada por www.arthur-conan-doyle.com e incluye un antiguo ejemplar con la marca en relieve y cierta publicidad del año 1885.


(2) Equivalente a 2,54 centímetros.
(3) A principios del siglo XIX Gran Bretaña promulgó algunas normas para limitar severamente la práctica de aromatizar el tabaco con sustancias adicionadas. Tales disposiciones perduraron hasta bien entrado el siglo XX, por lo que es razonable establecer un perfil mayormente natural en los cavendish decimonónicos.

Café versus té: una vieja rivalidad británica

Las historias canónicas registran treinta y una oportunidades en las que se consumen infusiones, encabezadas numéricamente por el café (19), seguido por el té (11) y un solitario cocoa. El café prevalece entre los hábitos del propio Holmes con fuerte presencia durante los desayunos, mientras el resto de las menciones transita por los momentos nocturnos, el consumo en horas de trabajo y algún esporádico convite en Baker Street. Las distintas referencias permiten concluir que se lo bebe mayormente puro, argumento reforzado varias veces por los adjetivos "negro" y "fuerte". El té, además de su dispendio en el célebre domicilio londinense, aparece relacionado con visitas sociales, tertulias, colaciones en estaciones de tren y estadías en posadas campestres. Nada en particular se especifica sobre ninguna de las dos bebidas (tipos, calidades), lo cual parece indicar que el autor no tenía ningún interés especial por el tema. Esto contrasta con otros productos líquidos -como el vino o los destilados- y ciertos alimentos, pero sobre todo con el tabaco, que es una fuente constante de apuntes y detalles pormenorizados.


Independientemente de ello y lejos de ser un capricho de Doyle o una contingencia literaria, la relativa paridad entre café y té expone cierta realidad histórica de Gran Bretaña, donde ambos productos contaban (y aún cuentan) con una larga tradición compitiendo por las preferencias del consumidor. Un análisis estadístico permite confirmar que el café estuvo al tope de los gustos desde su llegada al continente europeo hasta mediados del siglo XIX. De hecho, a modo de ejemplo, en 1840 el Reino Unido importó 28 millones de libras de té y 70 millones de libras de café, diferencia suficientemente holgada como para demostrar lo antedicho. Pero en ese mismo momento se gestaba un gran cambio de origen colonial: luego de dos siglos comprando té de China, los británicos lograron consolidar el cultivo en su dominio de la India. Una década más tarde Inglaterra era "inundada" con té indio hasta completar su prevalencia en las tiendas y los hogares a partir de 1850. Así y todo, el café no perdió vigencia y continuó siendo muy popular. Para fines del ciclo victoriano se lo importaba desde Java, Jamaica y Brasil, entre otros orígenes.


Pero hemos visto que las aventuras del detective muestran cierto predominio cafetero, lo cual se verifica incluso atendiendo su aparición en la cronología del canon: mientras que la primera referencia al té se produce recién en la sexta historia publicada (El misterio del Valle de Boscombe), el café ya resulta mencionado en la cuatro primeras (Estudio en Escarlata, El signo de los cuatro, Escándalo en Bohemia y La liga de los pelirrojos). Dichos números también son notorios entre los hábitos del protagonista, quien muestra además alguna inclinación hacia el consumo desmesurado, como se observa en El sabueso de los Baskerville cuando asegura haber bebido "dos grandes recipientes de café" (posiblemente cafeteras metálicas). (1) Y no parece ser el único fanático de la cafeína y sus propiedades estimulantes, puesto que Reginald Musgrave bebe "café negro fuerte" en el relato que lleva su apellido, mientras que Percy Phelps se hace preparar su ración luego de una larga jornada de trabajo (El tratado naval), entre otros casos. Un último dato: en El pabellón Wisteria utilizan café para reanimar a una mujer intoxicada, siendo esa la única ocasión de todo el canon en la que no se suministra brandy con dicha finalidad.


Ya lo sabemos entonces: té y café han sido siempre dos íconos del gusto británico por excelencia, a pesar de que muchos consideren sólo al primero como "realmente inglés". Otra lección histórica que nos brinda tangencialmente el gran Arthur Conan Doyle.

Notas:

(1) Ninguna sorpresa tratándose de un fumador impenitente, que además incurre temporalmente en ciertas adicciones bastante más duras que el café o el tabaco.

Pollo al curry para desayunar (degustación)

El tratado naval es un relato publicado por el Strand Magazine en noviembre de 1893 y compilado posteriormente en la serie de historias denominada Memorias de Sherlock Holmes. Su trama gira alrededor de un importante documento oficial sustraído en misteriosas circunstancias al funcionario del gobierno británico Percy Phelps. Semejante desgracia lo pone en una delicada situación, ya que el valioso texto se encontraba bajo su cuidado, toda vez que la desaparición sucede en la propia oficina del susodicho estando él mismo presente. ¿Quién sino el gran detective de Baker Street para resolver el misterioso y trascendental caso? No entraremos aquí en mayores detalles, pero basta decir que el momento del desenlace tiene ese ingrediente de espectacularidad teatral bastante típica en Holmes. Resumiendo, Phelps es invitado a desayunar en Baker Street, donde se le indica (falsamente) que el asunto no marcha bien. Cuando le piden al pobre hombre que levante la tapa de una de las fuentes dispuestas sobre la mesa, oh sorpresa, allí está el tratado, sano, salvo y completamente intacto (1).

Lo que nos interesa a los efectos de este blog es el carácter de las viandas mencionadas en el texto. El hilo comienza con un comentario de Holmes (nunca exento de mordacidad) del siguiente modo: la señora Hudson ha estado a la altura de las circunstancias. Su cocina es un poco limitada, pero tiene idea tan buena del desayuno como una escocesa. Luego se describen los platos en cuestión: jamón con huevos y pollo al curry. No hay nada de sorprendente en el primero de ellos, aún hoy practicado no sólo en Reino Unido sino en buena parte del mundo occidental. Pero sí nos interesa el pollo al curry, preparación con fuerte influencia de la India. Ya hemos analizado con anteriordad el error de considerar los usos y costumbres victorianos con nuestra mirada del siglo XXI. Tal vez la modernidad nos haga ver demasiado contundentes algunas colaciones para ser consumidas a primera hora del día, pero en esos días el full english breakfast podía incluir tanto tostadas, jamón y huevos como preparaciones elaboradas al estilo del riñon endiablado o el pollo que nos ocupa.


En tal guisa me dispuse a preparar esta vitualla singular y bastante común en la actualidad (2), aunque ya no como desayuno. Además del pollo, los ingredientes necesarios incluyen tomate, cebolla, zanahoria, caldo de ave, crema (opcional) junto a los infaltables toques especiados de perejil, orégano, pimienta, pimentón y curry. Los pasos son simples: primero hay que sofreír las verduras frescas hasta un punto medio y luego agregar el caldo junto con el pollo (personalmente prefiero tenerlo cocinado al horno y troceado de antemano, al igual que las zanahorias semi hervidas). Luego de unos minutos se agregan las especias, y finalmente la crema. Un breve período de cocción final permite integrar los sabores que resultan en una especie de guisado con aires orientales, bien rico y saboroso, bastante liviano si se ha sido prudente con la sazón aromática, aunque esto depende en gran medida de los gustos personales o la eventual intención de darle un toque con mayor influencia asiática: para ello sólo hay que ser más generoso con el curry y omitir la crema.


Confieso que se trató de una cena (de hecho, no suelo desayunar), pero de todos modos revivimos otro momento gastronómico holmesiano original, pensado por Doyle a fines del siglo XIX y recreado luego por los medios masivos de comunicación.

Notas:

(1) Vale la pena repasar la escena en el capítulo correspondiente de la serie protagonizada por Jeremy Brett. Son realmente impagables las expresiones de la señora Hudson y de Watson cuando Phelps levanta la tapa, una con picardía cómplice (ella estaba al tanto) y el otro (que no sabía nada) totalmente deslumbrado.


(2) Diferente al riñon endiablado que repasamos hace un tiempo, casi desaparecido en las cocinas modernas.

Las pipas de Howard

Ronald Howard (1918-1996) fue un actor británico de teatro, cine y televisión cuyo período de mayor actividad profesional se produjo durante las décadas de 1940, 1950 y 1960. Revisando su repertorio laboral hay una notoria especialización en los papeles heroicos dentro de historias signadas por el suspenso y la aventura. De tal forma se observa en las películas The Queeen of Spades (1949), The Browning Version (1951), The Curse of the Mummy's Tomb (1964) y como artista invitado en diferentes episodios de las series The adventures of Robin Hood (1950), Combate (1960) y Cowboy in Africa (1967). Ciertamente no logró alcanzar jamás lo que podría llamarse "estrellato", aunque todavía es ampliamente recordado y reconocido por dos motivos. Uno le es esencialmente ajeno (la vida de su padre Leslie Howard, también actor) (1), pero otro es mérito puramente suyo y se vincula con el mayor éxito de su carrera: el personaje protagónico de Sherlock Holmes en la serie de televisión homónima emitida entre 1954 y 1955.


La realización cuenta con el singular mérito de ser el primer emprendimiento televisivo holmesiano adaptado y realizado íntegramente para el público estadounidense. En total se filmaron 39 capítulos de media hora cada uno, basados en historias que amalgamaban algunos elementos canónicos originales con tramas creadas especialmente por sus guionistas. Las locaciones elegidas para los sets interiores y exteriores estaban ubicadas en la ciudad de París (2), lo que le daba un aire europeo de época sumamente creíble. En forma ocasional se intercalaban tomas estáticas de Londres (el Big Ben, el Támesis) para darle un efecto inglés más convincente. Además de Howard como Sherlock Holmes, el elenco acreditaba la presencia de los veteranos actores secundarios Howard Marion-Crawford (Watson) y Archie Duncan (Inspector Lestrade). Dos datos adicionales incrementan el carácter curioso de la serie, infaltable en cualquier reseña histórica sobre el tema: nunca incorporó al personaje de la señora Hudson y no fue emitida en el Reino Unido hasta el año 2006.


Una de las facetas que lo acercan al Holmes primigenio de Doyle es la presencia consuetudinaria de la pipa. Tanto Howard como Marion-Crawford fumaban su tabaco en especímenes de portes y formatos muy clásicos, bien acordes con aquello que se podía adquirir fácilmente en cualquier tabaquería a mediados de los años cincuenta. Vemos entonces una larga secuencia de prototipos curvos y rectos con líneas y tamaños sobrios, siempre de brezo (al menos así parece). En años recientes, con el advenimiento de las plataformas digitales y redes de internet, muchos entusiastas intentaron identificar esos ejemplares, pero la tarea resulta verdaderamente difícil: todos pertenecen a modelos demasiado estandarizados. Uno de ellos, por ejemplo, aparece en cierta nota publicada en diciembre de 1954 por la revista TV Guide, de Chicago. Algunos fanáticos se animan a sugerir la reconocida marca Savinelli, pero ésta ha contado y aún cuenta con demasiadas variantes como para llegar a una conclusión inequívoca y categórica.


Howard era fumador de pipa en la vida real y utilizó su cachimba a lo largo de toda su carrera, no sólo personificando al gran detective de Baker Street. Sin dudas que la habrá disfrutado tanto como lo hacemos nosotros al recordarlo.

Notas:

(1) Además de varios filmes realizados durante la época dorada de Hollywood, Leslie Howrad (1893-1943) tiene su lugar en la historia grande del cine por haber participado en el clásico Lo que el viento se llevó (1939). Murió repentinamente en 1943 a bordo de un avión civil derribado sobre España por una escuadrilla de cazas alemanes. Aún hoy el hecho está rodeado de rumores y sospechas: muchos aseguran que se encontraba cumpliendo algún tipo de misión secreta para los aliados. Todo ello, desde luego, sirvió para alimentar su propia fama póstuma y la posterior celebridad de su hijo.
(2) No hay explicaciones sobre por qué una producción norteamericana eligió París y no Londres, pero es lógico inferir que la diferencia en el costo económico debe haber sido un factor fundamental.

Brandy, el remedio casero del siglo XIX (degustación)

Dice Winston Churchill en su memorias: mi padre era de otro tiempo; había nacido en la época en que Inglaterra bebía brandy (...) Yo pertenezco a la Inglaterra que bebe whisky. Esta frase recrea con bastante precisión el panorama reinante a fines del siglo XIX, cuando ambas bebidas competían por ganar el mercado británico. Mientras una representaba los gustos tradicionales, la otra iba imponiéndose lentamente como un brebaje moderno. El canon holmesiano es una buena pantalla histórica al respecto y muestra que el combate se encontraba en su apogeo, con predominio bastante marcado del contendiente más antiguo: en las 60 historias de Conan Doyle existen 17 alusiones al brandy y 6 al whisky. Dejando de lado las elucubraciones que pueden surgir sobre el uso del término brandy (1), lo cierto es que durante toda la era victoriana arribaron a Londres destilados vínicos que podían ser rotulados legítimamente con esa denominación, desde los prestigiosos galos Cognac y Armagnac hasta productos provenientes de España, Grecia o Armenia, sin olvidar las elaboraciones locales en un país que importaba mucho vino y tenía amplios conocimientos sobre destilación.

Revisando las 17 menciones explícitas no pasa desapercibido un significativo dato costumbrista, ya que diez de ellas no corresponden al consumo elegido conscientemente sino al suministro por parte de terceros, siempre dentro de una índole "terapéutica" tendiente a restablecer, aliviar y/o calmar personas desvanecidas, heridas, accidentadas o aturdidas. El recuento acusa cuatro desmayados (El sabueso de los Baskerville, La casa deshabitada, El colegio Priory, La segunda mancha), dos intoxicados con humo (La banda de lunares, El intérprete griego), dos envenenados con ponzoñas animales (La crin de león), un malherido (El pulgar del ingeniero) y un caso de excitación emocional (El tratado naval). Dicha data resulta bastante lógica en el contexto de una época en que los remedios formales eran poco efectivos y la medicina se encontraba en etapas experimentales. Por supuesto, en las siete ocasiones restantes la bebida que nos ocupa se inscribe dentro de la modalidad que todos conocemos, es decir como aperitivo, bajativo o compañía de conversación.


A pesar de no aquejarme ninguna dolencia me dispuse a efectuar una cata alegórica del pasado, para lo cual eché mano a una vieja botella española (ya abierta hace tiempo) de la reconocida casa jerezana Terry, cuya data puede estimarse aproximadamente en unos 30 o 40 años (2) . Esa antigüedad -según entiendo- me ayudaría a comprender un poco mejor el estilo de los tiempos idos, como eco lejano de aquellos brandys victorianos tan acreditados y consumidos en el Reino Unido. Sinceramente, el añejo ejemplar resultó excelente en todo sentido, pletórico de colores dorados intensos y aromas complejos que conjugan tonos de madera, notas tostadas, acentos acaramelados y ese perfil "viejo pero bueno" tan difícil de definir. Todo ello en sintonía con un sabor definido, espirituoso, limpio, sin elementos extraños o desagradables de ningún tipo. Desde mi punto de vista personal, es el acompañamiento perfecto para las noches frías, lluviosas o destempladas, junto al calor de la estufa o el fuego de la chimenea. ¿Una epifanía sherlockiana? Tal vez, y no ha sido la primera ni será la última.


El brandy se usaba como remedio por su alta graduación y su abundancia en el mercado, pero también era bebida social y de placer. En esta última faceta lo acabamos de interpretar, al estilo decimonónico en general y holmesiano en particular.

Notas:

(1) No hay razones para dudar que Doyle llamaba así al auténtico destilado de vino que hoy conocemos (ver detalles en la monografía de 221pipas)
(2) Encontrada y adquirida por quien suscribe de manera bastante fortuita, como suele ocurrir con esas joyas embotelladas cada vez más escasas.

Posadas típicas de la campiña inglesa en las historias originales de Sherlock Holmes

Hace poco mencionamos el carácter andariego del trabajo detectivesco y su reflejo en los numerosos viajes que deben realizar Holmes y Watson fuera de Londres. También señalamos cierta característica meridional de esos periplos, concentrados en localidades y parajes relativamente cercanos a la gran metrópoli. Tratándose de un país pionero en cuestiones de vías y trenes, no resulta extraño que el devenir de casos esté cargado de referencias sobre el típico ambiente ferroviario europeo de la época, sus tradicionales coches-compartimiento y sus clásicas estaciones de campaña. Si bien muchos trayectos son realizados con ida y vuelta el mismo día, más de una vez los protagonistas se ven obligados a pernoctar en las residencias de sus clientes o en hostales pueblerinos de carácter semi rural. Por supuesto, no faltan allí las citas descriptivas enfocadas en diversos temas que nos convocan, pero lo más interesante de todo es la extensa serie de pintorescas estampas sobre entornos y personajes bien asentados en la Gran Bretaña decimonónica al filo del 1900.


Si hacemos un análisis ordenado encontramos varios establecimientos dando albergue y/o alimento al dueto estelar de la epopeya holmesiana. En El misterio del Valle de Boscombe, Holmes y Watson tienen como escenario de su almuerzo al mesón Escudo de Hereford, del condado homónimo, y algo similar ocurre en Copper Beeches con la posada Cisne Negro, de Winchester. A las afueras de Camford (localidad imaginaria), el hotel Las Damas (1) sirve de alojamiento para el detective y el doctor mientras Holmes hace alusión al vino Oporto que allí sirven durante los aconteceres de El hombre que gateaba. Escudo de Westville es otro comedor-alojamiento donde el héroe de la saga consume una abundante merienda promediando El valle del Terror. No faltan pormenores del suspenso investigativo enfocados en el tema que nos ocupa, tal cual sugiere Watson en El colegio Priory al definir la posada El gallo de pelea, de Hallamshire, como "escuálida y amenazante". La antigua casona de Shoscombe tiene algo sobre el tópico: en el Dragón Verde, de Crendall, los dos ídolos traban cierta amistad con su propietario, beben su vino especial y cenan truchas pescadas por ellos mismos en un arroyo de la zona.


El cine y la televisión no se privaron de retratar estos reductos ampliamente difundidos por la literatura del Reino Unido en los siglos pasados. ¿Quién no se ha topado alguna vez en el texto, el dibujo o la pantalla con una taberna inglesa de campo colmada de campesinos y aldeanos disfrutando su robusta cerveza o su comida sencilla? Y no hablamos de los pubs urbanos, que sólo tienen cierta familiaridad de rubro, sino de comercios tradicionales que aún hoy -transformaciones mediante- subsisten en antiquísimos poblados enmarcados por colinas, campos y bosques. Lo notable es que su atmósfera no cambió mucho a través de los siglos: podemos apreciar cuadros de situación semejantes en obras de escritores británicos como Thomas Hardy, Jane Austen, G.K. Chesterton y J.R.R. Tolkien, que transcurren en épocas medievales, renacentistas o victorianas por igual, con tono histórico, costumbrista o épico, de la realidad y la ficción. Allí reside precisamente lo genial y grandioso de Sherlock Holmes, tan situado en un período específico pero a la vez tan atemporal. ¿O no es prueba de ello la plena vigencia del personaje cuando han pasado 135 años desde su primera aparición?


Hoteles, mesones y posadas en plena campiña inglesa. Lugar de tradiciones y parroquianos, pero también de misterios y detectives...

Notas:

(1) The Chequers, juego de damas en inglés (más conocido por su sinónimo checkers).

Fumando en arcilla al estilo victoriano (degustación)

De acuerdo con los textos y dibujos que publicó el Strand Magazine en los años de esplendor, Sherlock Holmes tenía la pipa de arcilla entre sus favoritas. Sin embargo, las escenas reflejadas luego por el cine y la TV raramente muestran al detective haciendo uso de su cachimba cerámica. Para la mayoría de las producciones modernas siempre resultó mucho más simple recurrir al consabido y artificioso modelo Calabash o cualquier otra pipa de madera, pero aún así algunas pocas lograron mantener intacto el espíritu original del personaje respetando los detalles visuales apuntados por Conan Doyle. En este punto volvemos otra vez a las mismas series británicas que resultan emblemáticas en el ámbito especializado de estudiosos y fanáticos: los episodios protagonizados por Peter Cushing en 1968 y la versión más divulgada de los años ochenta consistente en 41 entregas con Jeremy Brett a la cabeza del elenco. Ambas cuidaron con singular esmero la minuciosidad escenográfica, incluyendo pormenores gastronómicos y tabaquísticos.

Para un fumador empedernido y apresurado como Holmes nada mejor que una pequeña pipa de arcilla a imagen y semejanza del prototipo ilustrado varias veces por Sidney Paget. Dicha característica volumétrica (que no es excluyente, ya que las hay también portentosas) permite consumir pequeñas dosis de tabaco comparables con un puro de tamaño reducido o un par de cigarrillos. Así lo entendían los victorianos, quienes lograron que la arcilla dominase el mercado británico durante la mayor parte del siglo XIX (1). Reforzando este argumento tenemos otro personaje sherlockiano dentro de semejante línea de costumbres: Reuben Hayes, el malicioso dueño de la "escuálida y amenazante" (en palabras de Watson) posada campestre The Fighting Cock, referenciado en la historia El colegio Priory. Con todos estos antecedentes encaré una reseña sobre el tópico en base a numerosas degustaciones efectuadas en mi costumbre de fumar la pipa chica de arcilla con bastante regularidad.

El ejemplar en cuestión pertenece a la marca Semper Fidelis, de fabricación artesanal argentina. Está hecho siguiendo un molde inglés Broseley datado hacia 1856 (2) con magnitudes que acusan 16,5 cm de largo, cuenco de 3,2 cm de altura y diámetro externo de 2,2 cm, todo ello en un modelo recto, de líneas simples, pensado sin dudas para fumar rápido y sin complicaciones. Las pipas de arcilla proporcionan además una experiencia de sabor más fresca y genuina ya que no guardan "residuos" aromáticos de fumadas anteriores, lo cual sucede frecuentemente con las pipas de madera luego de varios usos. Cargada a pleno, el tiempo necesario para consumirla depende del tipo de tabaco, su corte y su grado de humedad, pero estamos hablando de períodos que oscilan entre diez y veinte minutos. Las descripciones cotidianas sobre Holmes nos llevan a pensar que en su caso dicha banda cronológica estaba siempre en el borde inferior, o incluso menos: el detective solía fumar "como chimenea", sobre todo al encontrarse inmerso en la resolución de casos.

También guardaba su tabaco en una zapatilla persa cerca de la chimenea, lo que equivale a un grado de humedad prácticamente nulo. Pero así era él, y por esas mismas excentricidades (aparte de su genialidad) ha sido venerado por tantas generaciones que atravesaron tres siglos en todo el mundo occidental.

Notas:


(1) Durante las últimas décadas se manifestó un fenómeno de disputa con la raíz de brezo. Ambos materiales competían por predominar en la industria y los hábitos de la población, pero es evidente que el uso de la arcilla se iba apagando de forma irremediable (para más datos históricos ver monografía).
(2) Broseley alude a la localidad inglesa homónima donde -se cree- fueron manufacturadas las primeras pipas británicas de arcilla en el siglo XVII. La última factoría allí existente (que cerró sus puertas hacia 1957) es actual sede de un museo dedicado a la actividad.

El Tokay Imperial de Francisco José

Existen dos líneas de tiempo diferentes a la hora de establecer una cronología literaria de Sherlock Holmes. La primera, que podríamos llamar "editorial", abarca cuarenta años durante los cuales fueron escritas y publicadas las 60 narraciones originales (1887-1927). La segunda comprende la secuencia de hechos según los propios relatos y está plasmada en una placa a la entrada de Baker Street 221b. Comienza en 1881, con el encuentro primigenio entre los dos personajes estelares, y culmina en 1904, cuando el detective ya vive retirado en una pequeña casa cerca del mar, al sur del país. Pero semejante data se basa sólo en el período de mayor actividad profesional del dúo protagónico y claramente no es definitiva. Luego de 1904, sin otras referencias intermedias registradas por las memorias del doctor Watson, hay una notable aparición final de los héroes el 2 de agosto de 1914, pocos meses antes del estallido de la Primera Guerra Mundial. (1) Significativamente, esta historia lleva por título algo bien propio de un desenlace: Su última reverencia.

La trama gira alrededor de dos espías alemanes llamados Von Herling y Von Bork, a los cuales Holmes y Watson deben neutralizar dentro de una mansión, evitando así el robo de importantes documentos secretos británicos. Para ese fin utilizan identidades falsas, ayudadas por el hecho de que sus respectivas fisonomías han cambiado bastante en los diez años transcurridos desde la última aventura documentada: Holmes porta una barba tipo herradura y Watson luce bastante más grueso que en sus tiempos de Baker Street. Ahora bien, lo que nos interesa reside en la bebida que disfrutan los allí presentes: nada menos que una botella de vino Tokay Imperial. Los adjetivos son todos elogiosos, empezando con la frase ¡qué Tokay! expresada por uno de ellos. Luego le sigue el enunciado Altamont tiene un buen gusto por los vinos, y le gustó mi Tokay, y finalmente las palabras del propio Sherlock Holmes cuando afirma: un vino notable Watson; nuestro amigo en el sofá (2) me ha asegurado que es de la bodega especial de Francisco José en el palacio de Schönbrunn.


¿De qué se trata este elixir objeto de tantas loas? Pues del legendario Tokay (Tokaj o Tokaji en su idioma original) (3) producido en la región homónima al nordeste de Hungría, que se elabora en distintas facetas de sabor pero cuya mayor expresión es reconocida por ciertos ejemplares dulces de cosecha tardía hechos bajo condiciones muy particulares que incluyen la sobremaduración extrema de las uvas y un cuidadoso añejamiento en barricas y botella. Su historia se remonta a la Edad Media y fue durante siglos una especie de "gema" enológica bien apreciada por las aristocracias del Viejo Mundo, sobre todo en el caso de los monarcas y las cortes imperiales. Así, por ejemplo, lo bebían tanto la reina Victoria de Inglaterra como el kaiser Guillermo de Alemania o el zar Nicolás de Rusia. Respecto a la mención explícita de Sherlock Holmes, existen sobrados indicios que señalan su abundancia en las diversas residencias del emperador austro-húngaro, más que nada en el soberbio palacio a las afueras de Viena, propiedad de los Habsburgo desde 1569.


Casi como al pasar, el autor nos brinda aquí otra pincelada costumbrista a fines del siglo XIX y principios del XX, en las postrimerías de la amable y decadente Belle Époque.

Notas:

(1) Pocas veces vemos a Watson siendo tan preciso. La frase inicial es incontrovertible: eran las nueve de la noche del 2 de agosto, el agosto más terrible en la historia del mundo. La oración lleva implícita una evidente nota sombría -no es para menos- ya que el texto se publicó en septiembre de 1917, con el conflicto desarrollado a pleno.
(2) Se refiere a uno de los agentes alemanes, ya narcotizado con cloroformo.
(3) No debe confundirse con otros especímenes europeos de nombre similar: el Tokay Pinot Gris de Alsacia y el Tocai Friulano del norte de Italia, ambos vinos blancos secos.