221pipas, la monografía

Sandwiches, la pasión gastronómica de Sherlock Holmes (degustación)

Como hemos mencionado anteriormente, una de las peculiaridades del dúo estelar radica en su constante movimiento por las calles de Londres, los suburbios de la ciudad y ciertos pueblos de campiña próximos a la gran metrópoli. En numerosas oportunidades podemos observar al detective y el doctor pasando de una derrengada inactividad a súbitos itinerarios cuya duración resulta difícil de pronosticar. A veces son sólo minutos, otras varias horas y en ocasiones el día completo, o varios. Nuestros héroes, juntos o individualmente, salen y llegan, van y vienen, caminan largas cuadras, toman coches de alquiler (carruajes) y efectúan trayectos ferroviarios de forma casi permanente. Todo ello sin ningún patrón cronológico o climático establecido: puede ocurrir a primera hora de la mañana, a mitad del día o después de la cena; con calor o frío, en días lluviosos, soleados, brumosos, nevados, calmos o ventosos. Nada para sorprenderse, por cierto, ya que dicho ajetreo está relacionado natural y directamente con el trabajo detectivesco, sus vigilancias, sus seguimientos, su búsqueda de testigos y demás peripecias propias de la actividad.


En ese orden de cosas, las referencias sobre comidas al paso, colaciones frías, tentempiés y bocados de toda índole son bastante abundantes a lo largo de las 60 historias originales. Queda claro que nuestros héroes no siempre tenían el tiempo necesario para sentarse a la mesa y disfrutar una comida caliente. Watson soporta estoicamente dichas incomodidades ajenas a su carácter sereno y previsor, pero Holmes va un paso más allá y parece disfrutar esa falta de seguridad respecto a qué, cuándo y dónde comerá cada vez que se encuentra inmerso en la resolución de un caso. Seguramente por eso adora los sandwiches, tal cual queda bien referenciado a lo largo de los textos canónicos. Por ejemplo, podemos apreciar al protagonista llegando a Baker Street y preparándose "un pedazo de carne entre dos rebanadas de pan" (La corona de berilos) o entrando en una posada pueblerina a tomar té sin dejar de adquirir un papel de sandwiches (1) para el camino (El tratado naval). Para confirmarlo por completo basta mencionar una cita reveladora de Watson refiriéndose a Holmes, cuando asegura que "devora sandwiches a todas horas" (La segunda mancha).


Intentando revivir esos sabores y ponerme en la piel del mejor detective imaginario de todos los tiempos me propuse una degustación evocadora de tres típicos sandwiches británicos. Descartando en principio aquellos ejemplares de miga de que se sirven con el té (llamados english tea sandwiches) opté por algunos tipos de consumo casero, con un pan acorde: el barm cake, bastante parecido a lo que en estas latitudes sudamericanas denominamos figazza de manteca. (2) En cuanto a los ingredientes, todas las referencias indican que son tres los prototipos más consumidos históricamente, y así los preparé. El primero de salmón ahumado y queso crema, el segundo de huevo duro, pepino y manteca, y el tercero de pollo, tomate y mayonesa. La cosa parece simple, pero debo decir que estaban realmente muy ricos, al punto de llevarme a pensar que cada combinación es el fruto de largas décadas de prueba y error. Cualquier intento de trastocar algún ingrediente entre ellos hubiera resultado un fracaso, porque son perfectos así como fueron pensados. Sin dudas, hubo un largo camino desde el siglo XVIII, cuando el Conde de Sandwich ordenó a sus sirvientes servir una colación sencilla para poder continuar jugando cartas con sus invitados.


Y también para adornar las andanzas de dos aventureros de las justicia. Como bien dijo alguna vez el escritor Esketh Pearson (3) definiendo a Sherlock Holmes: como Don Quijote, es un caballero errante que rescata a los desafortunados y lucha con una sola mano contra los poderes de las tinieblas. Y como él, tiene a su Sancho Panza en la persona del doctor Watson.

Notas:

(1) La expresión inglesa a paper of sandwiches era típica del siglo XIX para indicar que los mismos estaban envueltos en papel o dentro de una bolsa hecha con ese material.
(2) El original barm cake se elaboraba con levadura de cerveza y adición de lúpulo. Hoy en día se hace mayormente con harinas, levaduras y métodos comerciales.
(3) Autor de la polémica biografía Conan Doyle, su vida y su arte (1945).

Nieblas, humos azules y notas de habitación

En la jerga de los aficionados a la pipa, el término "nota de habitación" (room note) remite a las opiniones de aquellas personas -excepto el propio fumador- que perciben los aromas de un tabaco determinado. Dicho de otro modo, es lo que tienen para decir quienes huelen el humo de alguien que está fumando. Por obvias razones, la cuestión resulta muy importante para los consumidores regulares que frecuentan o directamente conviven con terceras personas como familiares, parejas y amigos, por lo que este dato nunca falta en los sitios donde presentan reseñas de tabacos. Las picaduras muy potentes sin aromatizar suelen obtener las peores consideraciones, pero ello no es para nada excluyente. Existen decenas de perfiles aromáticos azucarados, frutales, herbáceos, balsámicos, especiados, ahumados, rústicos y un largo etcétera, que pueden producir reacciones muy diferentes en distintas personas. Las impresiones dulces, por ejemplo, gustan con bastante frecuencia, pero no siempre. Sin ir más lejos, el autor de estas líneas considera que los tabacos afrutados son los más "apestosos" de todos. Al fin y al cabo, hablamos de una cuestión de gustos.


Tanto Holmes como Watson eran fumadores regulares, pero el primero lo hacía (como ya hemos visto) de manera casi desaforada. Nuestro detective consumía profusamente pipas, puros y cigarrillos, en diferentes circunstancias y a toda hora del día. El frenesí de semejante adicción hizo que las sesenta historias canónicas originales estén salpicadas con comentarios al respecto. Una somera revisión acusa tanto alusiones a los aromas en sí mismos como a la densidad y el aspecto del humo, e incluso a la apariencia poco edificante que presentaban los utensilios tabaquísticos de Sherlock Holmes. En El Signo de los Cuatro, por ejemplo, Watson se refiere a las gruesas guirnaldas azules que se elevan sobre la vieja pipa de brezo del héroe, lo cual reitera en Escándalo en Bohemia cuando habla de una "gran nube azul" de humo, pero esta vez generada por cierto cigarrillo. La misma analogía se repite en Las cinco semillas de naranja con los "anillos azules de humo" que producen Holmes y su cachimba.


El sabueso de los Baskerville contiene una estampa mucho más cruda y destemplada sobre la cuestión. Al ingresar en el apartamento de Baker Street, Watson señala lo siguiente: fueron los vapores acre (1) del tabaco áspero y fuerte los que me agarraron por la garganta y me hicieron toser. A través de la bruma tuve una vaga visión de Holmes enrollado en el sillón con su negra pipa de arcilla en los labios. Y no sólo se trata de humo; en El colegio Priory el sufrido doctor describe al detective analizando un mapa, fumando sobre él y señalando los puntos de interés con el ámbar apestoso de su pipa (2). Finalmente, promediando El pintor retirado hay otra descripción del humo holmesiano que, según las palabras de su inseparable compañero, se enrosca en lentas guirnaldas de tabaco acre. Desde el punto de vista técnico del tabaco, todos estos comentarios se condicen muy bien con lo que seguramente conjugaban la apariencia y el aroma del tabaco shag en combustión: una espesa humareda hedionda y penetrante. Nada muy distinto, en definitiva, a la polución ambiental de la metrópolis londinense en aquellos años.


Tanto críticos literarios como lectores entusiastas coinciden en señalar la gran habilidad de Doyle para crear esa atmósfera particular, algo gótica, un poco lóbrega y a veces melancólica, pero siempre costumbrista y representativa de su época.

Notas:

(1) Acre (adjetivo): áspero, picante al gusto y el olfato.
(2) El ámbar es una resina vegetal fósil cuyo color suele variar en tonos que van del amarillo pálido hasta el marrón. Se la considera una piedra semi-preciosa y fue utilizada durante siglos para confeccionar diferentes utensilios y piezas de joyería. Las boquillas de ámbar eran muy comunes a fines del siglo XIX.