Dentro de las referencias vínicas
plasmadas en los relatos canónicos hay tres ocasiones que aluden de
manera concreta al tinto de Burdeos bajo su apelativo de época, es
decir, clarete. Sin embargo, esa modesta participación no le hace
justicia a la popularidad que tenía entonces entre el público
británico. A fines del siglo XIX, las probabilidades de que
cualquier vino rojo consumido en el Reino Unido fuese clarete
bordelés (y no otra cosa) eran abrumadoramente mayoritarias, tal
cual lo demuestran las estadísticas de importación y demás
registros incontrovertibles (1). En lo que a Holmes se refiere,
podemos apreciarlo disfrutando una botella durante cierto almuerzo
con Watson (La caja de cartón) y bebiéndolo para acompañar
bizcochos luego de un ayuno prolongado (El detective moribundo).
Encontramos también una evidencia notoria sobre la fama recién
mencionada, ya que el negocio de su importación adquiere relieve en
la historia Un caso de identidad, donde se menciona a "Westhouse
& Marbank, los grandes importadores de clarete de Fenchurch
Street". ¿Podemos asumir entonces que era uno de los vinos
predilectos de nuestro héroe?
Todo lo visto parece apuntar hacia la
respuesta afirmativa, pero a ella debe añadirse un ingrediente
adicional que vuelve aún más interesantes los gustos de Sherlock
Holmes en materia enológica. Casi al finalizar El aristócrata
solterón, llega a Baker Street cierta caja conteniendo una cena
"bastante epicúrea" (en palabras de Watson) encargada por
el propio detective. Amén de las viandas comestibles, el festín
incluye un grupo de botellas viejas y cubiertas de telarañas. De tal
modo, esta imagen suma la preferencia por los vinos añejos, lo cual
tiene bastante sentido considerando las tendencias predominantes en
aquel tiempo, especialmente en el caso de los recios Bordeaux tintos
que necesitan varios años para limar sus asperezas juveniles. En
sintonía con las historias originales de Doyle, algunas piezas
cinematográficas relativamente recientas coinciden en ese punto
-seguramente sin proponérselo- y vuelven así más consistente la
idea del Holmes amante del vino Burdeos con estacionamiento
prolongado (2).
Afortunadamente tenía en mi poder
algunos ejemplares genuinos adquiridos durante viajes hechos a
fines del siglo XX, capaces de responder con bastante solvencia frente al
desafió de la cata. Entre los candidatos elegí Chateau La Fleur
Cravignac 1994, un Saint Emilion Grand Cru compuesto por las
típicas variedades Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc y Merlot. Los
28 años de edad al momento de abrirlo (22 como mínimo en botella)
me hicieron extremar todos los cuidados atendiendo -además del
descorche "quirúrgico"- su debida decantación y
aireación. En la copa logró exhibir todos los matices esperables en
función de su estirpe, su perfil y su edad: un color dominado por
los tonos de tipo teja o ladrillo que preanuncia aromas análogos al
cuero, las especias, los frutos secos y el regaliz, todo ello sin ningún punto negativo del tipo mohoso. Esa vetusta franqueza quedó
confirmada en el sabor, que bien podría ser definido como
"terciopelo puro": muy amigable y equilibrado, pero a la vez
cargado de complejidades para descubrir y saborear.
Ahora sabemos algo más sobre aquellos vinos legendarios que deleitaban a Sherlock Holmes en la ficción y a sus contemporáneos victorianos en la vida real. Porque la saga holmesiana, bien
entendida, también es histórica
Notas:
(1) Más datos en la monografía de
221pipas.
(2) Se trata de Sherlock Holmes (2009)
y su secuela Sherlock Holmes, Juego de Sombras (2012). En la primera
hay una escena con Holmes e Irene Adler (Rachel McAdams) en la que
abren una botella de Chateau Margaux 1858. En la segunda observamos
al líder revolucionario Ravache bebiendo un tinto cosecha 1789
rápidamente identificado por Holmes. Si consideramos que ambas
tramas se ubican alrededor de 1890, hablamos de añejamientos de tres
décadas en un caso y poco más de un siglo en el otro.