221pipas, la monografía

Trucha fresca en el Dragón Verde (degustación)

Si bien la "oficina-vivienda" de Baker Street 221b domina siempre el escenario espacial sherlockiano, los avatares investigativos obligan a viajar con bastante frecuencia tanto al detective como al doctor, no sólo dentro del ejido urbano y suburbano londinense sino también por otras ciudades, pueblos y parajes de Inglaterra. La localización de dichos sitios está fuertemente concentrada en las regiones del sur y el sudeste cercanas a la capital: Surrey, Kent, Essex, Sussex y Berkshire son las más visitadas, seguidas por algunas del sudoeste (Devonshire, Cornwal) y raramente otras más al norte. En la mayoría de las ocasiones utilizan el ferrocarril como método de transporte, algo lógico a fines del siglo XIX en un país tempranamente surcado por miles del kilómetros de vías. Muchas de estas travesías son realizadas con ida y vuelta el mismo día (gran parte de la áreas mencionadas no superan los 100 kilómetros de distancia desde Londres), pero en ciertos casos Holmes y Watson se ven obligados a pernoctar en pintorescas posadas o sombrías casonas.

Así ocurre en La antigua casona de Shoscombe, última historia del canon publicada por el Strand Magazine en abril de 1927, donde la resolución del caso tiene como principal marco geográfico al paraje Shoscombe del condado de Berkshire. Pero sobre todo, a los efectos que nos interesan, al poblado de Crendall, donde se ubica la posada Dragón Verde, con cuyo dueño (Josiah Barnes) los protagonistas traban una buena relación de confidencia que incluye compartir una botella del vino de la casa y la preparación de varias truchas pescadas por el mismísimo dúo estelar en cierto arroyuelo de la zona, llamado Arroyo del Molino. El texto no brinda mayores datos sobre la modalidad de cocción (fritas, grilladas, braseadas, horneadas o guisadas), aunque el serial protagonizado por Jeremy Brett en los años ochenta se aventura a proponer una especie de sopa bien expuesta por la cámara en primer plano, al igual que el ambiente general con sus personajes, su chimenea, su mobiliario y su atmósfera pueblerina de época.

En vista de ello me propuse recrear el plato según la modalidad más simple y menos invasiva, que es al horno. Para tal propósito compré un ejemplar abierto y despinado con peso neto rondando los 350 gramos, sumamente fresco y de buena apariencia. Al no haber ningún pormenor culinario en el relato original (excepto el propio pescado) la idea prevalente fue la de no distorsionar el sabor de un ejemplar reconocido por su carne delicada pero a la vez sabrosa. Por eso mismo apenas lo aderezé con sal, pimienta, una pizca de perejil, otra de ajo, aceite de oliva y una rodajitas de limón. Horneado diez minutos a temperatura no muy alta (secarlo demasiado hubiera sido un error), resultó perfectamente acorde con las expectativas previas: rico, carnoso, de gusto natural y equilibrado, muy apto para una cena liviana (seguramente así lo preferían ellos durante aquellos viajes de trabajo), en este caso acompañado por cierta ensalada fresca y la infaltable copa de vino blanco. Como asegura el posadero en el capítulo televisivo antes mencionado: ¡buena pesca, Sr. Holmes... la mejor que he visto en mucho tiempo!


Todo indica que Sherlock Holmes y el doctor Watson tenían sobradas habilidades prácticas a la hora de procurarse el alimento en plena campiña inglesa. Y también, para disfrutarlo luego en una emblemática hostería rural como el Dragón Verde.

Una maratón nicotínica al extremo

"Una habitación grande con dos camas había sido puesta a nuestra disposición, y yo rápidamente estaba entre las sábanas porque me sentía cansado después de una noche de aventuras. Sherlock Holmes, en cambio, era un hombre que cuando tenía un problema sin resolver pasaba horas, e incluso días, sin descanso (...) Pronto me di cuenta de que se estaba preparando para una sesión de toda la noche (...) Con almohadas y cojines construyó una especie de diván oriental sobre el que se posó con las piernas cruzadas, una onza de tabaco shag y una caja de fósforos dispuesta frente a él. En la tenue luz de la lámpara lo vi sentado allí, con una vieja pipa de brezo entre los labios, sus ojos fijos en la esquina del techo, el humo azul que se enroscaba en torno suyo, silencioso, inmóvil (...) Cuando me desperté encontré el sol de verano brillando en el aposento. La pipa aún estaba entre sus labios, el humo todavía se curvaba hacia arriba y la habitación estaba llena de una densa neblina de tabaco, pero no quedaba nada del montón de shag que había visto la noche anterior". El fragmento pertenece al relato El hombre con el labio retorcido, más precisamente a la estadía del detective y el doctor como huéspedes en la mansión St. Clair.


La estampa fue llevada al dibujo por el genial Sidney Paget, cuyo trabajo apareció en todas ediciones del Strand Magazine desde 1891 hasta 1904. (1) Ahora bien, más allá de la data literaria, algunos detalles adyacentes en la misma historia permiten afirmar que en esta ocasión Holmes lleva sus apremios tabaquísticos al extremo. Repasemos en principio el dato más explícito, la onza de tabaco, que equivale a 28 gramos. No parece mucho, pero el texto indica que esa cantidad es consumida íntegramente en cierta noche del mes de junio de 1889 (pleno verano londinense), con el sol poniéndose a las 21:30. Al llegar a la mansión la oscuridad ya es cerrada y aún restan varios sucesos antes de retirarse, lo cual nos indica las 22:30 como un razonable horario de inicio. Luego, el mismo Watson se encarga de señalarnos que al despertarse y encontrar a Holmes finalizando su maratónica ceremonia son casi las 04:30 de la madrugada, coincidente en efecto con el amanecer estival de Inglaterra. El resultado es un lapso de 6 horas en total, minuto más, minuto menos.


Una pipa recta de brezo con dimensiones estándar (tal cual la ilustra Paget) puede cargar aproximadamente 3 gramos de tabaco, que vamos a retocar a 2,8 para nuestra comodidad. Los 28 gramos de la onza se convierten así en 10 pipas a lo largo de 6 horas (360 minutos), lo que a su vez nos deja el promedio de una pipa neta cada 34 minutos y 2 minutos adicionales entre fumadas para la operación de vaciar, limpiar, recargar y encender otra vez, todo ello en forma consecutiva y sin descanso alguno. Tales cifras pueden parecer normales para quienes nunca fumaron en pipa, pero constituyen una verdadera hazaña bronquial, pulmonar y neurológica para aquellos que entienden algo del tema. Un fumador muy duro y experimentado rara vez llega a consumir 10 pipas a lo largo de una jornada diaria completa (entre 14 y 16 horas), y si lo hiciese en apenas 6 horas su estado de excitación requeriría asistencia médica urgente. La maratón tabaquística de Holmes se convierte así en una anécdota absolutamente notable aunque no del todo imposible. Y menos para un superhéroe como él.


Arthur Conan Doyle también era fumador y seguramente supo que en El hombre con el labio retorcido llevaba a su personaje hasta el límite. Pero justamente así lo había creado, como un hombre capaz de alcanzar todos los extremos.

Notas:

(1) El mismo fragmento fue elegido posteriormente por otros artistas para ilustrar el relato en diversas publicaciones europeas.

Escándalo en Bohemia: el vagabundo Holmes bebe un vaso de "half and half" (degustación)

Luego de las novelas Estudio en Escarlata (1887) y El signo de los cuatro (1890), Escándalo en Bohemia fue el primer relato corto sherlockiano escrito por Arthur Conan Doyle y publicado por el Strand Magazine en julio de 1891. Quizás por esa cuestión cronológica se trata de una de las historias más populares de la saga, o tal vez porque en ella aparece Irene Adler, la única mujer capaz de alterar los sentimientos del frío detective. Y no sólo eso, sino que además logra salirse con la suya en el propósito de retener consigo ciertos documentos que comprometen al mismísimo rey de Bohemia. No es, por cierto, la única ocasión donde observamos al adalid de la deducción y la sagacidad vencido en su propio terreno. Bien al contrario, el devenir de casos posteriores demuestra que Holmes es tan humano como cualquiera de su especie, y que también se equivoca. Pero claro, esas pequeñas fallas esporádicas son ampliamente compensadas por sus constantes e innumerables aciertos.

El caso presenta diversas facetas y peripecias que debe enfrentar nuestro héroe, pero la que nos interesa acontece cuando se disfraza de vagabundo con el fin de husmear cierta propiedad londinense llamada Briony Lodge. En tal guisa encuentra la oportunidad de mezclarse con el personal de la casa -cosa que logra sin problemas- al punto de recibir una "compensación" por ayudarlos en su trabajo. Según las propias palabras del detective, "les presté una mano a los mozos de cuadra (1) para frotar sus caballos y a cambio recibí dos peniques, un vaso de half and half (medio y medio) y dos cargas de tabaco shag". Amén del tabaco shag (tan típico entre los gustos tabaquísticos del detective), la mención de half and half resulta bastante curiosa y enigmática. ¿Qué era esa bebida? Ciertamente, su significado nos traslada a las clases pobres en los barrios bajos de Londres a fines del siglo XIX, donde  dicho término se utilizaba para designar la mezcla entre dos diferentes cervezas de barril, cualquiera fuera su tipo: rubia con negra, dulce con amarga o toda otra combinación imaginable.


A falta de barriles decidí encarar una degustación alegórica con ejemplares asequibles en el mercado actual. Para tal propósito opté por un blend en partes iguales entre dos cervezas de lata, una de la celebérrima irlandesa Guinness (negra, corpulenta y amarga) (2) y otra de la alemana Mecklenburger (rubia, liviana y amable). El desenlace fue bastante interesante, empezando por el color: lo que yo esperaba terminaría siendo una cerveza roja resultó completamente oscura, con la Guiness dominando a pleno la cuestión cromática. En cuanto al gusto, en cambio, no hubo preeminencias sino que privó  una silueta equilibrada y sabrosa, muy cremosa, intensa pero a la vez armónica. Así, la parte negra otorgó cuerpo y potencia mientras la rubia hizo lo suyo generando texturas amigables con el paladar. Podemos decir que aquí el ensamble no acabó en una pérdida de matices originales (como suele ocurrir muchas veces con las mezclas) sino en una sumatoria de elementos positivos.

Seguramente, ni Sherlock Holmes ni los victorianos de bajos recursos se preocupaban demasiado por la calidad de sus half and half, pero al menos tuvimos un acercamiento tardío a aquella singular y olvidada costumbre.

Notas:


(1) Los mozos de cuadra (ostlers en inglés) eran trabajadores encargados de alimentar, asear y cuidar a los caballos.
(2) Elaborada en Argentina bajo licencia según receta original.