221pipas, la monografía

Los émulos del Trichinopoly (degustación)

Al momento de visitar cierta escena del crimen, Sherlock Holmes afirma lo siguiente: recogí un poco de ceniza esparcida por el suelo. Era de color oscuro y escamosa, como la que sólo produce un Trichinopoly. Semejante sapiencia se basa en su estudio sobre la materia, volcado en la célebre monografía que abarca 140 variedades correspondientes a tabacos para pipa, puros y cigarrillos. Ahora bien, aunque los cigarros mencionados aparecen de manera explícita únicamente durante la trama de Estudio en Escarlata y El signo de los cuatro, su amplio consumo entre el público británico victoriano se encuentra muy documentado, tal cual vimos hace tiempo en la entrada Los cigarros de Trichinopoly, un furor victoriano. Allí también apuntamos la gran atomización de esa industria, con casi 4000 productores acreditados en informes y estadísticas de época. A falta de ejemplares actuales que puedan aproximarnos al antiguo estilo de los tabacos indios (1), la pregunta queda servida. ¿Cómo serían aquellos singulares puros mencionados por Doyle y fumados por millones de británicos a fines del siglo XIX? ¿Es posible hallar algo parecido en nuestros días?



Según entiendo, el sondeo debe apuntar hacia especímenes que no provengan de las regiones tabacaleras más tradicionales, en especial el Caribe y Centroamérica. Un perfil considerado exótico tiene mejores equivalencias en países que no forman parte del "olimpo" habanero ni de sus miles de imitaciones globales. En otras palabras, lo ideal es buscar productos típicos, de alcance local, elaborados en modo artesano (o apenas industrializados), que conforman prototipos menos acreditados pero más singulares e infrecuentes, tal cual eran -y siguen siendo- los de la India. Por supuesto, para hacer una degustación, debe agregarse forzosamente que yo tenga dichos cigarros a mi alcance. Afortunadamente así fue: unos recios puros paraguayos, por un lado, y unos deliciosos caliqueños valencianos, por otro. Las propias diferencias  entre ellos (bastante pronunciadas) suman además sendas siluetas para analizar en función del tema que nos convoca.


El modelo paraguayo pertenece a la empresa familiar de Juan Fretes, ubicada en el municipio de Caazapá, al sudeste del país. Se elabora con el vehemente y rústico tabaco local, cultivado allí desde los tiempos de la colonia española. El ejemplar español proviene de Valencia, más precisamente de la zona denominada Canal de Navarrés, en este caso bajo la manufactura de la fábrica homónima. La comarca también tiene una larga tradición en plantaciones de tabaco Burley y fabricación de puros conocidos como caliqueños. Una vez encendidos y tras unos minutos de consumo comienzan a percibirse dos trazos aromáticos bien dispares pero igualmente aplicables (ambos) a lo que pudo haber sido el cigarro Trichinopoly en los tiempos de Sherlock Holmes. El paraguayo se presenta agreste, con tonos herbáceos positivos, levemente especiado y provisto de bastante fuerza en su humo denso de color gris amarronado. El caliqueño valenciano muestra una personalidad civilizada propia del tabaco estacionado y trabajado, sin rasgos indómitos, con dejos dulces muy sutiles, tonos almendrados y un humo igualmente robusto pero mucho más cremoso que su contraparte del Nuevo Mundo.


Los "trichys" eran juzgados de maneras muy opuestas: algunos aseguraban que eran suaves y fragantes mientras otros los definían como abominables. Esa aparente incongruencia estaba originada, seguramente, en el alto número de productores elaborando con múltiples métodos y calidades. Mediante un puro paraguayo montaraz y otro valenciano de sabor redondo nos hemos acercado un poco a los viejos Trichinopolys, los mismos cuya ceniza era reconocida con un simple golpe de vista por el detective ficticio más exitoso de la historia.

Notas:

(1) Como industria, la producción cigarrera India ha desaparecido casi por completo, excepto una única manufactura oficialmente constituida y algunos torcedores callejeros que fabrican y venden a los turistas en pequeños puestos urbanos. Merced a ese turismo, tal vez pueda resurgir en el futuro.

El sagaz Pompeyo y la pista de anisado

Dentro del segmento de productos para consumo directo de la población, las bebidas alcohólicas ocupaban un lugar destacado entre las importaciones británicas a fines del siglo XIX. Múltiples tipos de vinos, aguardientes y licores recalaban en los puertos del Reino Unido para abastecer a una creciente y sedienta masa de bebedores regulares. Las procedencias eran ciertamente diversas, pero todo aquello elaborado en Europa tenía una lógica prevalencia por razones de cercanía geográfica y compatibilidad histórica. En ese contexto, no debe sorprender que Francia ocupara el primer lugar en las estadísticas, ya que por ese entonces ningún otro país contaba con una industria vitivinícola y alcoholera de semejante envergadura, a lo que se añadía un prestigio cuyos orígenes se remontan a la Edad Media. Independientemente de marcas o precios, cualquier botella etiquetada con la inclusión de la frase Produit de France era una contraseña de calidad a los ojos del consumidor victoriano típico.


Las llamadas bebidas anisadas o licores anisados se habían vuelto bastante célebres desde los albores del siglo XIX. En sus comienzos fueron utilizadas al modo de tónicos curativos para las tropas (ya hemos visto en otras entradas que el alcohol como medicina era algo común por entonces), pero su sabor agradable pronto las convirtió en una buena alternativa productiva a escala comercial. Hacia las décadas finales decimonónicas los anisados franceses al estilo del Pastis de Marseille eran muy requeridos en todo el territorio europeo continental, sobre todo entre las clases acomodadas y los círculos artísticos. En Inglaterra, si bien las costumbres no los hacían tan abundantes como el brandy, el whisky o el gin, resultaban bastante fáciles de conseguir. Sherlock Holmes nos brinda una inesperada pauta de esta realidad histórica en el relato El tres cuartos desaparecido, publicado por el Strand Magazine en agosto de 1904. Se trata de una curiosa y simpática estampa que, paradójicamente, no pertenece al grupo de los consumos humanos que aquí solemos analizar... sino al de los estimulantes caninos.


El asunto inicia cuando Holmes se ve obligado a seguir el recorrido de una carruaje que realiza el mismo viaje todos los días en una zona descampada. Por obvias razones, no puede hacerlo personalmente sin ser visto. La reproducción de algunos fragmentos del texto explica bien lo que ocurre algunas horas después en el sitio desde donde el vehículo inicia su camino. El detective, munido de un perro "rechoncho, de orejas caídas, color blanco y fuego, algo entre un beagle y un foxhound", le dice a Watson: permítame presentarle a Pompeyo, el orgullo de los sabuesos de arrastre locales. No es un gran corredor sino un acérrimo sabueso que busca rastros. Al instante de olisquear el lugar, el perro echa a andar calle abajo tirando su correa en un esfuerzo por ir más rápido. Watson pregunta entonces: ¿qué ha hecho usted Holmes? La respuesta del detective es simple y contundente: entré en el patio esta mañana y disparé mi jeringa llena de anisado sobre las ruedas traseras del carruaje. ¡Un sabueso seguirá el anisado desde aquí hasta John O'Groats! (pueblo de Escocia).


El tres cuartos desaparecido nunca fue llevado a la pantalla (1), pero en El signo de los cuatro existe una secuencia similar, esta vez con el perro Toby y sin bebidas de por medio, muy bien filmada y ambientada por Granada TV a mediados de los años ochenta. Holmes, Watson, Pompeyo y una aromática pista de anisado. Otro interesante cuadro de la saga sherlockiana.

Notas:

(1) No considero la versión realizada durante la época del cine mudo en la serie de películas protagonizadas por Eille Norwood durante la década de 1920. Es demasiado antigua, oscura y alejada de la trama original como para tenerla en cuenta.