Dentro del segmento de productos
para consumo directo de la población, las bebidas alcohólicas
ocupaban un lugar destacado entre las importaciones británicas a
fines del siglo XIX. Múltiples tipos de vinos, aguardientes y
licores recalaban en los puertos del Reino Unido para abastecer a una
creciente y sedienta masa de bebedores regulares. Las procedencias
eran ciertamente diversas, pero todo aquello elaborado en Europa
tenía una lógica prevalencia por razones de cercanía geográfica y
compatibilidad histórica. En ese contexto, no debe sorprender que
Francia ocupara el primer lugar en las estadísticas, ya que por ese
entonces ningún otro país contaba con una industria vitivinícola y
alcoholera de semejante envergadura, a lo que se añadía un
prestigio cuyos orígenes se remontan a la Edad Media.
Independientemente de marcas o precios, cualquier botella etiquetada
con la inclusión de la frase Produit de France era una
contraseña de calidad a los ojos del consumidor victoriano típico.
Las llamadas bebidas anisadas o
licores anisados se habían vuelto bastante célebres desde
los albores del siglo XIX. En sus comienzos fueron utilizadas al modo
de tónicos curativos para las tropas (ya hemos visto en otras
entradas que el alcohol como medicina era algo común por entonces),
pero su sabor agradable pronto las convirtió en una buena
alternativa productiva a escala comercial. Hacia las décadas finales
decimonónicas los anisados franceses al estilo del Pastis de
Marseille eran muy requeridos en todo el territorio europeo
continental, sobre todo entre las clases acomodadas y los círculos
artísticos. En Inglaterra, si bien las costumbres no los hacían tan
abundantes como el brandy, el whisky o el gin, resultaban bastante
fáciles de conseguir. Sherlock Holmes nos brinda una inesperada
pauta de esta realidad histórica en el relato El tres cuartos
desaparecido, publicado por el Strand Magazine en agosto de 1904. Se
trata de una curiosa y simpática estampa que, paradójicamente, no
pertenece al grupo de los consumos humanos que aquí solemos
analizar... sino al de los estimulantes caninos.
El asunto inicia cuando Holmes se ve
obligado a seguir el recorrido de un carruaje que realiza el mismo
viaje todos los días en una zona descampada. Por obvias razones, no puede hacerlo
personalmente sin ser visto. La reproducción de algunos fragmentos
del texto explica bien lo que ocurre algunas horas después en el
sitio desde donde el vehículo inicia su camino. El detective, munido
de un perro "rechoncho, de orejas caídas, color blanco y fuego,
algo entre un beagle y un foxhound", le dice a Watson: permítame
presentarle a Pompeyo, el orgullo de los sabuesos de arrastre
locales. No es un gran corredor sino un acérrimo sabueso que busca
rastros. Al instante de olisquear el lugar, el perro echa a andar
calle abajo tirando su correa en un esfuerzo por ir más rápido.
Watson pregunta entonces: ¿qué ha hecho usted Holmes? La respuesta
del detective es simple y contundente: entré en el patio esta mañana
y disparé mi jeringa llena de anisado sobre las ruedas traseras del
carruaje. ¡Un sabueso seguirá el anisado desde aquí hasta John
O'Groats! (pueblo de Escocia).
El tres cuartos desaparecido nunca fue
llevado a la pantalla (1), pero en El signo de los cuatro existe una
secuencia similar, esta vez con el perro Toby y sin bebidas de por
medio, muy bien filmada y ambientada por Granada TV a mediados de
los años ochenta. Holmes, Watson, Pompeyo y una aromática pista de
anisado. Otro interesante cuadro de la saga sherlockiana.
Notas:
(1) No considero la versión realizada
durante la época del cine mudo en la serie de películas
protagonizadas por Eille Norwood durante la década de 1920. Es
demasiado antigua, oscura y alejada de la trama original como para
tenerla en cuenta.
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