221pipas, la monografía

El sagaz Pompeyo y la pista de anisado

Dentro del segmento de productos para consumo directo de la población, las bebidas alcohólicas ocupaban un lugar destacado entre las importaciones británicas a fines del siglo XIX. Múltiples tipos de vinos, aguardientes y licores recalaban en los puertos del Reino Unido para abastecer a una creciente y sedienta masa de bebedores regulares. Las procedencias eran ciertamente diversas, pero todo aquello elaborado en Europa tenía una lógica prevalencia por razones de cercanía geográfica y compatibilidad histórica. En ese contexto, no debe sorprender que Francia ocupara el primer lugar en las estadísticas, ya que por ese entonces ningún otro país contaba con una industria vitivinícola y alcoholera de semejante envergadura, a lo que se añadía un prestigio cuyos orígenes se remontan a la Edad Media. Independientemente de marcas o precios, cualquier botella etiquetada con la inclusión de la frase Produit de France era una contraseña de calidad a los ojos del consumidor victoriano típico.


Las llamadas bebidas anisadas o licores anisados se habían vuelto bastante célebres desde los albores del siglo XIX. En sus comienzos fueron utilizadas al modo de tónicos curativos para las tropas (ya hemos visto en otras entradas que el alcohol como medicina era algo común por entonces), pero su sabor agradable pronto las convirtió en una buena alternativa productiva a escala comercial. Hacia las décadas finales decimonónicas los anisados franceses al estilo del Pastis de Marseille eran muy requeridos en todo el territorio europeo continental, sobre todo entre las clases acomodadas y los círculos artísticos. En Inglaterra, si bien las costumbres no los hacían tan abundantes como el brandy, el whisky o el gin, resultaban bastante fáciles de conseguir. Sherlock Holmes nos brinda una inesperada pauta de esta realidad histórica en el relato El tres cuartos desaparecido, publicado por el Strand Magazine en agosto de 1904. Se trata de una curiosa y simpática estampa que, paradójicamente, no pertenece al grupo de los consumos humanos que aquí solemos analizar... sino al de los estimulantes caninos.


El asunto inicia cuando Holmes se ve obligado a seguir el recorrido de una carruaje que realiza el mismo viaje todos los días en una zona descampada. Por obvias razones, no puede hacerlo personalmente sin ser visto. La reproducción de algunos fragmentos del texto explica bien lo que ocurre algunas horas después en el sitio desde donde el vehículo inicia su camino. El detective, munido de un perro "rechoncho, de orejas caídas, color blanco y fuego, algo entre un beagle y un foxhound", le dice a Watson: permítame presentarle a Pompeyo, el orgullo de los sabuesos de arrastre locales. No es un gran corredor sino un acérrimo sabueso que busca rastros. Al instante de olisquear el lugar, el perro echa a andar calle abajo tirando su correa en un esfuerzo por ir más rápido. Watson pregunta entonces: ¿qué ha hecho usted Holmes? La respuesta del detective es simple y contundente: entré en el patio esta mañana y disparé mi jeringa llena de anisado sobre las ruedas traseras del carruaje. ¡Un sabueso seguirá el anisado desde aquí hasta John O'Groats! (pueblo de Escocia).


El tres cuartos desaparecido nunca fue llevado a la pantalla (1), pero en El signo de los cuatro existe una secuencia similar, esta vez con el perro Toby y sin bebidas de por medio, muy bien filmada y ambientada por Granada TV a mediados de los años ochenta. Holmes, Watson, Pompeyo y una aromática pista de anisado. Otro interesante cuadro de la saga sherlockiana.

Notas:

(1) No considero la versión realizada durante la época del cine mudo en la serie de películas protagonizadas por Eille Norwood durante la década de 1920. Es demasiado antigua, oscura y alejada de la trama original como para tenerla en cuenta.

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