221pipas, la monografía

Las pipas de Howard

Ronald Howard (1918-1996) fue un actor británico de teatro, cine y televisión cuyo período de mayor actividad profesional se produjo durante las décadas de 1940, 1950 y 1960. Revisando su repertorio laboral hay una notoria especialización en los papeles heroicos dentro de historias signadas por el suspenso y la aventura. De tal forma se observa en las películas The Queeen of Spades (1949), The Browning Version (1951), The Curse of the Mummy's Tomb (1964) y como artista invitado en diferentes episodios de las series The adventures of Robin Hood (1950), Combate (1960) y Cowboy in Africa (1967). Ciertamente no logró alcanzar jamás lo que podría llamarse "estrellato", aunque todavía es ampliamente recordado y reconocido por dos motivos. Uno le es esencialmente ajeno (la vida de su padre Leslie Howard, también actor) (1), pero otro es mérito puramente suyo y se vincula con el mayor éxito de su carrera: el personaje protagónico de Sherlock Holmes en la serie de televisión homónima emitida entre 1954 y 1955.


La realización cuenta con el singular mérito de ser el primer emprendimiento televisivo holmesiano adaptado y realizado íntegramente para el público estadounidense. En total se filmaron 39 capítulos de media hora cada uno, basados en historias que amalgamaban algunos elementos canónicos originales con tramas creadas especialmente por sus guionistas. Las locaciones elegidas para los sets interiores y exteriores estaban ubicadas en la ciudad de París (2), lo que le daba un aire europeo de época sumamente creíble. En forma ocasional se intercalaban tomas estáticas de Londres (el Big Ben, el Támesis) para darle un efecto inglés más convincente. Además de Howard como Sherlock Holmes, el elenco acreditaba la presencia de los veteranos actores secundarios Howard Marion-Crawford (Watson) y Archie Duncan (Inspector Lestrade). Dos datos adicionales incrementan el carácter curioso de la serie, infaltable en cualquier reseña histórica sobre el tema: nunca incorporó al personaje de la señora Hudson y no fue emitida en el Reino Unido hasta el año 2006.


Una de las facetas que lo acercan al Holmes primigenio de Doyle es la presencia consuetudinaria de la pipa. Tanto Howard como Marion-Crawford fumaban su tabaco en especímenes de portes y formatos muy clásicos, bien acordes con aquello que se podía adquirir fácilmente en cualquier tabaquería a mediados de los años cincuenta. Vemos entonces una larga secuencia de prototipos curvos y rectos con líneas y tamaños sobrios, siempre de brezo (al menos así parece). En años recientes, con el advenimiento de las plataformas digitales y redes de internet, muchos entusiastas intentaron identificar esos ejemplares, pero la tarea resulta verdaderamente difícil: todos pertenecen a modelos demasiado estandarizados. Uno de ellos, por ejemplo, aparece en cierta nota publicada en diciembre de 1954 por la revista TV Guide, de Chicago. Algunos fanáticos se animan a sugerir la reconocida marca Savinelli, pero ésta ha contado y aún cuenta con demasiadas variantes como para llegar a una conclusión inequívoca y categórica.


Howard era fumador de pipa en la vida real y utilizó su cachimba a lo largo de toda su carrera, no sólo personificando al gran detective de Baker Street. Sin dudas que la habrá disfrutado tanto como lo hacemos nosotros al recordarlo.

Notas:

(1) Además de varios filmes realizados durante la época dorada de Hollywood, Leslie Howrad (1893-1943) tiene su lugar en la historia grande del cine por haber participado en el clásico Lo que el viento se llevó (1939). Murió repentinamente en 1943 a bordo de un avión civil derribado sobre España por una escuadrilla de cazas alemanes. Aún hoy el hecho está rodeado de rumores y sospechas: muchos aseguran que se encontraba cumpliendo algún tipo de misión secreta para los aliados. Todo ello, desde luego, sirvió para alimentar su propia fama póstuma y la posterior celebridad de su hijo.
(2) No hay explicaciones sobre por qué una producción norteamericana eligió París y no Londres, pero es lógico inferir que la diferencia en el costo económico debe haber sido un factor fundamental.

Brandy, el remedio casero del siglo XIX (degustación)

Dice Winston Churchill en su memorias: mi padre era de otro tiempo; había nacido en la época en que Inglaterra bebía brandy (...) Yo pertenezco a la Inglaterra que bebe whisky. Esta frase recrea con bastante precisión el panorama reinante a fines del siglo XIX, cuando ambas bebidas competían por ganar el mercado británico. Mientras una representaba los gustos tradicionales, la otra iba imponiéndose lentamente como un brebaje moderno. El canon holmesiano es una buena pantalla histórica al respecto y muestra que el combate se encontraba en su apogeo, con predominio bastante marcado del contendiente más antiguo: en las 60 historias de Conan Doyle existen 17 alusiones al brandy y 6 al whisky. Dejando de lado las elucubraciones que pueden surgir sobre el uso del término brandy (1), lo cierto es que durante toda la era victoriana arribaron a Londres destilados vínicos que podían ser rotulados legítimamente con esa denominación, desde los prestigiosos galos Cognac y Armagnac hasta productos provenientes de España, Grecia o Armenia, sin olvidar las elaboraciones locales en un país que importaba mucho vino y tenía amplios conocimientos sobre destilación.

Revisando las 17 menciones explícitas no pasa desapercibido un significativo dato costumbrista, ya que diez de ellas no corresponden al consumo elegido conscientemente sino al suministro por parte de terceros, siempre dentro de una índole "terapéutica" tendiente a restablecer, aliviar y/o calmar personas desvanecidas, heridas, accidentadas o aturdidas. El recuento acusa cuatro desmayados (El sabueso de los Baskerville, La casa deshabitada, El colegio Priory, La segunda mancha), dos intoxicados con humo (La banda de lunares, El intérprete griego), dos envenenados con ponzoñas animales (La crin de león), un malherido (El pulgar del ingeniero) y un caso de excitación emocional (El tratado naval). Dicha data resulta bastante lógica en el contexto de una época en que los remedios formales eran poco efectivos y la medicina se encontraba en etapas experimentales. Por supuesto, en las siete ocasiones restantes la bebida que nos ocupa se inscribe dentro de la modalidad que todos conocemos, es decir como aperitivo, bajativo o compañía de conversación.


A pesar de no aquejarme ninguna dolencia me dispuse a efectuar una cata alegórica del pasado, para lo cual eché mano a una vieja botella española (ya abierta hace tiempo) de la reconocida casa jerezana Terry, cuya data puede estimarse aproximadamente en unos 30 o 40 años (2) . Esa antigüedad -según entiendo- me ayudaría a comprender un poco mejor el estilo de los tiempos idos, como eco lejano de aquellos brandys victorianos tan acreditados y consumidos en el Reino Unido. Sinceramente, el añejo ejemplar resultó excelente en todo sentido, pletórico de colores dorados intensos y aromas complejos que conjugan tonos de madera, notas tostadas, acentos acaramelados y ese perfil "viejo pero bueno" tan difícil de definir. Todo ello en sintonía con un sabor definido, espirituoso, limpio, sin elementos extraños o desagradables de ningún tipo. Desde mi punto de vista personal, es el acompañamiento perfecto para las noches frías, lluviosas o destempladas, junto al calor de la estufa o el fuego de la chimenea. ¿Una epifanía sherlockiana? Tal vez, y no ha sido la primera ni será la última.


El brandy se usaba como remedio por su alta graduación y su abundancia en el mercado, pero también era bebida social y de placer. En esta última faceta lo acabamos de interpretar, al estilo decimonónico en general y holmesiano en particular.

Notas:

(1) No hay razones para dudar que Doyle llamaba así al auténtico destilado de vino que hoy conocemos (ver detalles en la monografía de 221pipas)
(2) Encontrada y adquirida por quien suscribe de manera bastante fortuita, como suele ocurrir con esas joyas embotelladas cada vez más escasas.