221pipas, la monografía

Preparando un desayuno en modo Baker Street 221B (degustación)

Una costumbre conocida de los pueblos que habitan latitudes frías en el hemisferio norte es su inclinación por los desayunos rotundos. El clima de tales regiones vuelve perfectamente comprensible la generalización del hábito, muy necesario para emprender la faena diaria. Aún hoy, desayunar en Inglaterra a la manera del full english breakfast supone al menos tres o cuatro de los siguientes componentes básicos: tostadas, huevos, jamón, tocino y salchichas, con la infaltable compañía del té o el café. A ello pueden agregarse opcionalmente tomates fritos o grillados, alubias (porotos) en salsa y champiñones. Estos integrantes elementales no han cambiado mucho desde los tiempos victorianos, aunque los relatos que nos ocupan demuestran que el repertorio podía ampliarse con la adición de platos bastante sofisticados, de lo cual hablaremos en una entrada futura.

La importancia del desayuno queda perfectamente documentada en el canon de Sherlock Holmes a través de menciones numéricamente comparables con los almuerzos y las cenas. La pluma de Doyle deja claro que la ocasión nunca faltaba en Baker Street, y también podemos observar abundantes referencias durante estadías del dúo protagónico en otras locaciones. Amén de las citas genéricas que sólo indican el acto de desayunar sin mayores datos, algunas llegan a especificar algo más sobre productos y formas de preparación. Las tostadas, el jamón y el tocino se materializan de manera cuasi regular, así como los huevos, visitantes permanentes de las mesas matutinas a fines del siglo XIX. Respecto a estos últimos, frases explícitas en algunos casos y enunciados algo más vagos en otros permiten conjeturar también que las maneras de cocinarlos eran múltiples: duros, fritos, escalfados (poché) o revueltos.

¿Cómo se sentían Holmes y Watson consumiendo un desayuno así? Para responder éste y tantos otros interrogantes sobre comidas, bebidas y tabacos de época iniciaremos una serie de degustaciones, comenzando por la preparación y el disfrute de una típica comida matinal británica. Entre los componentes elegidos traté de combinar algunos explícitos de la literatura sherlockiana (tostadas, jamón, huevos revueltos y café) con otros que no aparecen de modo concreto, pero igualmente válidos por ser tradicionales de las islas (tomate y salchichas) (1). Excepto las tostadas y las salchichas (precocidas en horno), todo se cocinó en fritura, tal cual se hacía entonces. A fin de no abusar con la materia grasa (ya había bastante), hubo un único detalle verdaderamente contrapuesto con los antecedentes históricos documentados. Así, el líquido fue aceite y no manteca derretida, que en ese entonces era la materia prima inglesa por excelencia para todo tipo de cocciones en sartén. No obstante, el fruto de la labor resultó rico y en su punto de cocción adecuado.

Los grupos humanos con influencia mayormente mediterránea tenemos una concepción mucho más simple, liviana y dulce del desayuno, pero a veces vale la pena entregarse al placer de estas viandas saladas intensas, calóricas y apetecibles nacidas en el extremo septentrional de Europa, sobre todo en invierno, cuando se necesita energía para comenzar la jornada. Y así lo hacían cotidianamente el detective y el doctor antes de salir a resolver crímenes y misterios inaccesibles para las fuerzas regulares del orden, e incluso para la mismísima Scotland Yard.

Notas:

(1) Para un desayuno inglés genuino se deben utilizar salchichas de tipo parrillero y no alemanas o de viena.

El mejor detective, el peor fumador

No pasa demasiado de tiempo desde el comienzo de Estudio en Escarlata (1887) para que tengamos un indicio sobre las conductas tabaquísticas de Sherlock Holmes. En su primer encuentro con Watson, mientras analizan la posibilidad de rentar conjuntamente las habitaciones de Baker Street, el detective interroga al doctor a fin de asegurarse un compañero compatible con sus hábitos singulares y excéntricos. Entre las cuestiones de rigor le presenta la siguiente: espero que no le moleste el olor del tabaco fuerte. Ya sabemos entonces que Holmes fuma cosas potentes, y esa característica se irá incrementando a medida que avanza el desarrollo del canon. Pocos relatos después podemos afirmar que su adicción al tabaco es verdaderamente importante y que lo fuerte, si bien dominante, no resulta exceptivo; de hecho, fuma cualquier cosa que tenga a mano o le conviden. Consume abundantemente tabaco en pipa, cigarros y cigarrilos (incluso hay alguna referencia sobre el rapé) de cualquier calidad, a toda hora, en múltiples lugares y situaciones.

Ahora bien, científicamente hablando, Holmes alcanza la categoría de experto en materias tabacaleras. Es autor de una monografía sobre la forma, el color y la consistencia de 140 tipos diferentes de cenizas que identifica con un simple vistazo. Conoce bien los procedimientos de manufactura de cigarros y cigarrillos, sus marcas, procedencias y precios. También demuestra solvencia en el tema pipas en cuanto a materiales, formas de fabricación y procedimientos de reparación. A veces utiliza su saber erudito para hallar pistas que abren líneas investigativas, reconociendo restos de una fumada, observando colillas o realizando deducciones a partir del modo en que fueron despuntados unos cigarros puros. Pero de ninguna manera hace uso de tamaña experiencia con el fin de enaltecer o sublimar el propio consumo personal. Más bien todo lo contrario: Holmes es un fumador apresurado, chapucero y desordenado, comprador habitual del tabaco más tosco y barato, al que guarda no en una caja, una bolsa de tela o un frasco, sino en una zapatilla persa. (1)

También posee la costumbre de chamuscar las pipas encendiéndolas con una brasa de carbón o acercándolas a la llama de las lámparas de gas. Salvo raras excepciones, nunca se interesa ni presta atención cualitativa a los puros y cigarrillos que fuma. En algunas ocasiones sus hábitos rozan el límite de lo guarro, al punto de cargar su pipa con los restos de todas las fumadas del día anterior “cuidadosamente recogidos y secados en la repisa de la chimenea”. La limpieza de utensilios y accesorios parece ser para él una eventual necesidad práctica más que un acto de mantenimiento o higiene. Sólo así se explica que todas las pipas de su propiedad sean descriptas por Watson como “viejas”, “sucias” o “negras y aceitosas”. No hacen falta otras evidencias para concluir que, a pesar de sus impresionantes conocimientos técnicos, Sherlock Holmes es un adicto nicotínico compulsivo bien alejado del sibaritismo o la búsqueda del placer.

Todas estas características han sido bien explotadas por el cine y la TV a la hora de representar al personaje, si bien la pipa ocupa un primerísimo lugar. Y eso no está mal: si hacemos un recuento sobre las referencias explícitas de Sherlock Holmes fumando en el canon original de Conan Doyle, ésta ocupa un cómodo primer lugar (42) frente a los cigarros puros (8) y los cigarrillos (8). Así es Holmes, el fumador inveterado y desprolijo.

Notas:

(1) Cuya figura escenográfica se encuentra correctamente representada en la “meca” turística de los holmesianos: Baker Street 221B.


Una botella, un sacacorchos y tres copas: el vino como evidencia

El canon holmesiano original -compuesto por 4 novelas y 56 relatos- rebosa de referencias sobre bebidas en el marco de la Inglaterra finisecular del XIX, donde se tomaba mucho y variado. Además de los bebestibles típicos nacionales (cerveza, gin, whisky), los habitantes de la isla tenían a su disposición una amplia variedad de opciones que arribaban al reino gracias al extenso comercio internacional y los alcances de la potencia marítima más desarrollada del mundo. El consumo vinícola estaba muy extendido entre las clases medias y altas, especialmente del vino francés, aunque también había un importante dispendio de productos originados en España (con acento en el Jerez) y Portugal (con acento en el Oporto), entre otros. Cada uno tiene su lugar en la saga y particularmente junto a los dos protagonistas -el genial detective y el fiel doctor- quienes no pierden oportunidad para acompañar sus almuerzos, cenas y sobremesas con diferentes especímenes europeos.

Pero sólo en una de sus historias podemos ver a Holmes utilizando el vino como material de investigación. Se trata de La granja Abbey (publicada por el Strand Magazine en septiembre de 1904), donde centra su agudeza deductiva en una botella abierta, un sacacorchos y tres copas servidas en plena escena del crimen. En primer lugar, el inspector Hopkins le señala un sacacorchos largo como instrumento utilizado para su apertura. No, responde, mientras analiza el corcho. La verdad es que ese sacacorchos no ha sido usado. Esta botella fue abierta por un sacacorchos de bolsillo que no tenía más de cuatro centímetros de largo. Si se fija en la parte superior del corcho verá que tuvieron que meter tres veces el sacacorchos antes de poder extraerlo. No lograron traspasarlo, como lo habría hecho ese sacacorchos largo, que además lo habría extraído de un solo tirón. Cuando usted le eche el guante al criminal verá que tiene en su poder uno de esos cuchillos múltiples. (1)

Finalmente, el extraordinario razonador observa los tres vasos. ¿Uno para cada bebedor? Eso parece a la vista de un individuo común, pero no para los ojos del gran Sherlock Holmes. El diálogo posterior es una muestra perfecta de sus métodos deductivos expresados con gran poder de síntesis. Watson, es inconcebible que dos copas estén limpias y sólo una tenga borra, cuando en la botella aún queda mucho vino, dice, y concluye: quizás por descuido, la botella fue agitada antes de ser servida. Sólo se usaron dos copas, y los restos de ambas fueron volcados al tercero para dar la falsa impresión de que en la escena del crimen había tres personas. Por esa razón, toda la borra está depositada en el último vaso y no en los otros dos. No hace falta aclarar que los hechos posteriores le dan la razón, y que los culpables terminan aprehendidos. Imposible esperar un desenlace  diferente, aunque los relatos canónicos también incluyen errores del personaje que en su época fue definido como "la calculadora humana".

La aventura de la granja Abbey tuvo muchas representaciones dentro de las numerosas series televisivas creadas a lo largo del siglo XX. Quizás la más lograda sea la del Sherlock Holmes encarnado por Jeremy Brett para la TV de Gran Bretaña, que se emitió en 40 episodios individuales entre 1984 y 1994. La mayoría de los fanáticos sherlockianos continúan elogiando aún la fidelidad de las tramas con respecto a las historias originales de Doyle, a lo que se suma la prolijísima ambientación de época. Y así es en este caso: botella, copas, muebles, atmósfera... un gran trabajo, sin duda. (2)

Notas:

(1) Se refiere a las navajas tipo Victorinox que suelen incluir un pequeño tirabuzón.


(2) Asequibles en youtube buscando sherlock holmes jeremy brett. En inglés, en español castellano y también hay algunos capítulos en inglés subtitulado.


La pipa menos pensada

Junto con su gorra de caza y su lupa, la pipa de Sherlock Holmes es uno de los elementos más característicos del personaje que se convirtió en sinónimo de detective desde su primera aparición, en 1887. Pocos héroes ficcionales han logrado un éxito tan prolongado en todo tipo de soportes (literatura, radio, teatro, cine, televisión, cómics, videojuegos) manteniendo casi inalterado su perfil físico y sicológico. Ciertamentamente, esa pipa constituye un elemento esencial originado en las mismas historias escritas por Arthur Conan Doyle, ámbito donde el tabaco en pipa lidera cómodamente las menciones fumatorias del protagonista frente a puros y cigarrillos. Para el sabueso de Baker Street 221B no había nada como encender su cachimba frente a la chimenea mientras examinaba los casos que tenía ante sí. Ahora bien, si analizamos los registros visuales generados a través de los ciento treinta y cinco años que lleva vigente la saga sherlockiana, hay un modelo en particular que se repite sistemáticamente.


Llamativo, típico, de cuenco voluminoso y curvas pronunciadas, llamado genéricamente
Calabash en el ramo tabacalero, presenta una enorme cantidad de variantes en tamaño y detalles de terminación. Así las cosas, parecería que el mundo entero da por sentado que la pipa de Holmes ha sido siempre una Calabash, tal cual lo evidencian infinidad de películas, series, producciones fotográficas y representaciones artísticas de los últimos cien años. Lo verdaderamente curioso es que en los textos de Doyle no hay mención alguna del tópico; de hecho, sólo señalan vagamente algún que otro detalle sobre las pipas que fumaba Holmes, y cuando lo hacen se refieren mayormente a los materiales de fabricación (arcilla, raíz de brezo y madera de cerezo) o al estado de mantenimiento y limpieza (más bien, la falta de ella) de los ejemplares. Incluso las ilustraciones adjuntas a los textos originales del Strand Magazine son completamente opuestas a una pipa curva y ampulosa, toda vez que los primeros dibujantes que trazaron la figura de Sherlock Holmes se inclinaron por modelos rectos, sobrios, de porte moderado. O sea, nada que ver con esa “pipaza” extravagante que es una Calabash. ¿De dónde surgió la costumbre, entonces?


La respuesta es inequívoca y está bien documentada con fechas y pormenores. En 1899, al filo del siglo XX, el actor, director y productor norteamericano William Gillette estrenó la primera de las obras teatrales sobre Sherlock Holmes, escrita por el propio Doyle. Por supuesto, ningún diálogo o cuadro especificaba qué tipo de pipa fumaría el personaje, por lo que Gillette comenzó los ensayos utilizando un modelo simple, recto, parecido a los dibujos publicados por el
Strand hasta ese momento. Fue en esos primeros sondeos sobre el escenario cuando Gillette se dio cuenta de que la pipa recta tapaba parte del rostro frente a los espectadores. Había una manera bastante sencilla de solucionarlo, que era usar un modelo muy curvado hacia abajo, que dejara el cuenco por debajo del mentón. Y así fue: la obra tuvo un éxito extraordinario y continuó representándose en giras por USA y Europa hasta mediados de la década de 1910. Miles de espectadores vieron a Holmes con su pipa Calabash en vivo, fotos, anuncios y notas periodísticas.

Pocos años más tarde llegaría el cine y algunas décadas después, la televisión. Muchos actores personificaron a Sherlock Holmes, y si bien se hizo uso de muchas pipas diferentes, la portentosa Calabash resultó ser icónica hasta el día de hoy. Esto nos deja un caso singular de algo inexistente en las historias originales, pero que en algún momento llegó para tomar su lugar. Y no es el único: la famosa frase elemental, mi querido amigo, trastocada luego en elemental, mi querido Watson, tampoco se menciona en el canon de los 60 relatos originales y fue otra “creación” teatral de William Gillette.