No pasa demasiado de tiempo
desde el comienzo de Estudio en Escarlata
(1887) para que tengamos un indicio sobre las conductas tabaquísticas
de Sherlock Holmes. En su primer encuentro con Watson,
mientras analizan la posibilidad de rentar conjuntamente las
habitaciones de Baker Street, el detective interroga al doctor a fin
de asegurarse un compañero compatible con sus hábitos singulares y
excéntricos. Entre las cuestiones de rigor le presenta la siguiente:
espero que no le moleste el olor del tabaco fuerte. Ya
sabemos entonces que Holmes fuma cosas potentes, y esa
característica se irá incrementando a medida que avanza el
desarrollo del canon. Pocos
relatos después podemos afirmar que su adicción al tabaco es
verdaderamente importante y que lo fuerte, si bien dominante, no
resulta exceptivo; de hecho, fuma cualquier cosa
que tenga a mano o le conviden. Consume abundantemente tabaco en
pipa, cigarros y cigarrilos (incluso hay alguna referencia sobre el
rapé) de cualquier calidad, a toda hora, en múltiples lugares y
situaciones.
Ahora
bien, científicamente hablando, Holmes alcanza la categoría de
experto en materias tabacaleras. Es autor de una monografía sobre la
forma, el color y la consistencia de 140 tipos diferentes de cenizas
que identifica con un simple vistazo. Conoce bien los procedimientos
de manufactura de cigarros y cigarrillos, sus marcas, procedencias y
precios. También demuestra solvencia en el tema pipas en cuanto a
materiales, formas de fabricación y procedimientos de reparación.
A veces utiliza su saber erudito para hallar pistas que abren líneas
investigativas, reconociendo restos de una fumada, observando
colillas o realizando deducciones a partir del modo en que fueron
despuntados unos cigarros puros. Pero de ninguna manera hace uso de
tamaña experiencia con
el fin de enaltecer o sublimar el propio consumo personal. Más bien
todo lo contrario: Holmes es un fumador apresurado, chapucero y
desordenado, comprador habitual del tabaco más tosco y barato, al
que guarda no en una caja, una bolsa de tela o un frasco, sino en una
zapatilla persa. (1)
También
posee la costumbre de chamuscar las pipas encendiéndolas con una
brasa de carbón o acercándolas a la llama de las lámparas de gas.
Salvo raras excepciones, nunca se interesa ni presta atención
cualitativa a los puros y cigarrillos que fuma. En algunas ocasiones
sus hábitos rozan el límite de lo guarro, al punto de cargar su
pipa con los restos de todas las fumadas del día anterior
“cuidadosamente recogidos y secados en la repisa de la chimenea”.
La limpieza de utensilios y accesorios parece ser para él una
eventual necesidad práctica más que un acto de mantenimiento o
higiene. Sólo así se explica que todas las pipas de su propiedad
sean descriptas por Watson como “viejas”, “sucias” o “negras
y aceitosas”. No hacen falta otras evidencias para concluir que, a
pesar de sus impresionantes conocimientos técnicos, Sherlock Holmes
es un adicto nicotínico compulsivo bien alejado del sibaritismo o la
búsqueda del placer.
Todas estas características han sido bien explotadas por el cine y la TV a la hora de representar al personaje, si bien la pipa ocupa un primerísimo lugar. Y eso no está mal: si hacemos un recuento sobre las referencias explícitas de Sherlock Holmes fumando en el canon original de Conan Doyle, ésta ocupa un cómodo primer lugar (42) frente a los cigarros puros (8) y los cigarrillos (8). Así es Holmes, el fumador inveterado y desprolijo.
Notas:
(1) Cuya figura escenográfica se encuentra correctamente representada en la “meca” turística de los holmesianos: Baker Street 221B.
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