221pipas, la monografía

El mejor detective, el peor fumador

No pasa demasiado de tiempo desde el comienzo de Estudio en Escarlata (1887) para que tengamos un indicio sobre las conductas tabaquísticas de Sherlock Holmes. En su primer encuentro con Watson, mientras analizan la posibilidad de rentar conjuntamente las habitaciones de Baker Street, el detective interroga al doctor a fin de asegurarse un compañero compatible con sus hábitos singulares y excéntricos. Entre las cuestiones de rigor le presenta la siguiente: espero que no le moleste el olor del tabaco fuerte. Ya sabemos entonces que Holmes fuma cosas potentes, y esa característica se irá incrementando a medida que avanza el desarrollo del canon. Pocos relatos después podemos afirmar que su adicción al tabaco es verdaderamente importante y que lo fuerte, si bien dominante, no resulta exceptivo; de hecho, fuma cualquier cosa que tenga a mano o le conviden. Consume abundantemente tabaco en pipa, cigarros y cigarrilos (incluso hay alguna referencia sobre el rapé) de cualquier calidad, a toda hora, en múltiples lugares y situaciones.

Ahora bien, científicamente hablando, Holmes alcanza la categoría de experto en materias tabacaleras. Es autor de una monografía sobre la forma, el color y la consistencia de 140 tipos diferentes de cenizas que identifica con un simple vistazo. Conoce bien los procedimientos de manufactura de cigarros y cigarrillos, sus marcas, procedencias y precios. También demuestra solvencia en el tema pipas en cuanto a materiales, formas de fabricación y procedimientos de reparación. A veces utiliza su saber erudito para hallar pistas que abren líneas investigativas, reconociendo restos de una fumada, observando colillas o realizando deducciones a partir del modo en que fueron despuntados unos cigarros puros. Pero de ninguna manera hace uso de tamaña experiencia con el fin de enaltecer o sublimar el propio consumo personal. Más bien todo lo contrario: Holmes es un fumador apresurado, chapucero y desordenado, comprador habitual del tabaco más tosco y barato, al que guarda no en una caja, una bolsa de tela o un frasco, sino en una zapatilla persa. (1)

También posee la costumbre de chamuscar las pipas encendiéndolas con una brasa de carbón o acercándolas a la llama de las lámparas de gas. Salvo raras excepciones, nunca se interesa ni presta atención cualitativa a los puros y cigarrillos que fuma. En algunas ocasiones sus hábitos rozan el límite de lo guarro, al punto de cargar su pipa con los restos de todas las fumadas del día anterior “cuidadosamente recogidos y secados en la repisa de la chimenea”. La limpieza de utensilios y accesorios parece ser para él una eventual necesidad práctica más que un acto de mantenimiento o higiene. Sólo así se explica que todas las pipas de su propiedad sean descriptas por Watson como “viejas”, “sucias” o “negras y aceitosas”. No hacen falta otras evidencias para concluir que, a pesar de sus impresionantes conocimientos técnicos, Sherlock Holmes es un adicto nicotínico compulsivo bien alejado del sibaritismo o la búsqueda del placer.

Todas estas características han sido bien explotadas por el cine y la TV a la hora de representar al personaje, si bien la pipa ocupa un primerísimo lugar. Y eso no está mal: si hacemos un recuento sobre las referencias explícitas de Sherlock Holmes fumando en el canon original de Conan Doyle, ésta ocupa un cómodo primer lugar (42) frente a los cigarros puros (8) y los cigarrillos (8). Así es Holmes, el fumador inveterado y desprolijo.

Notas:

(1) Cuya figura escenográfica se encuentra correctamente representada en la “meca” turística de los holmesianos: Baker Street 221B.


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