Él
es el Napoleón de crimen, Watson. Es el organizador de la
mitad del mal y de casi todo lo que pasa desapercibido en esta gran
ciudad. Es un genio, un filósofo, un pensador abstracto. Tiene un
cerebro de primer orden. Está sentado inmóvil, como una araña en
el centro de su tela, pero esa tela tiene mil ramificaciones y él
conoce bien el movimiento de cada una de ellas... Así
describe Sherlock Holmes a su archienemigo Profesor
Moriarty, personaje creado
especialmente por Arthur Conan Doyle para un último encuentro fatal
(que finalmente no lo sería) en las cataratas suizas de Reichenbach.
Todo forma parte del vigésimo sexto relato del canon, llamado El
problema final, nombre
suficientemente elocuente como para inferir que el autor había
decidido acabar para siempre con su creación más célebre y
exitosa. Pero quizás por aquello de "cada hombre tiene una
segunda oportunidad", el detective volvió a aparecer sano y
salvo varios años después -para deleite de sus fanáticos- con el
fin de retomar sus aventuras hasta completar otras treinta y cuatro
historias.
El
famoso salto de aguas constituye un sitio real en el cantón de
Berna, al oeste del país helvético. A un kilómetro de allí se
ubica el pueblo de Meiringen
(1), hacia donde el detective y el doctor se dirigen luego de salir
apresuradamente de Londres en un sinuoso periplo que los lleva
primero por Bruselas, Estrasburgo y el Valle del Ródano. Según
puntualiza Watson, el arribo se produce el 3 de mayo, es decir en la
jornada anterior al desenlace del argumento. También sabemos que se
hospedan en el Englischer Hof,
regenteado por Peter Steiler.
Ergo, queda claro que pasan al menos una noche en el lugar, con la
razonable suposición de que ello incluye la cena. Comenzamos así
una serie de tres entradas consecutivas destinadas a especular sobre
lo que Holmes y Watson comieron, bebieron y fumaron en aquella
histórica oportunidad. Nuestra hipótesis se basa más que nada en
el lugar y la época, concluyendo que tanto platos como bebidas y
tabacos debieron ser muy típicos de Suiza a finales del siglo XIX.
Hacia allá vamos entonces, empezando por una vianda tan tradicional
como apetitosa.
Las St. Galler Bratwurst y las
papas rösti son dos preparaciones emblemáticas de esa cocina
nacional que pueden conjugarse perfectamente en una misma pitanza.
Tenemos salchichas parrilleras por un lado y cierta especie de
pequeñas "tortillas" de papa rayada por otro. Lo más
parecido que pude conseguir a los embutidos en cuestión fueron unas
genuinas Thuringen Bratwürste (2) hechas a base de carne de
cerdo tierna tocada por un ligero condimento de cardamomo, macis,
jenjibre y pimienta. Para preparar las rösti hay que rallar
papas -secándolas luego con un paño para evitar el exceso de agua-
y agregarles pizca de manteca, sal y pimienta mientras se amasan,
aplastan y cortan hasta lograr discos de 6 o 7 centímetros de
díametro y 1 de espesor. Normalmente se realizan las
correspondientes cocciones completas en parrilla, plancha o sartén,
pero preferí inciar el proceso en horno para terminar con un dorado
final en sartén, según ilustran las fotos del caso. El resultado
fue muy rico, pletórico de sensaciones que combinan el sabor
delicado de las salchichas (nada picantes) con la consistencia
crujiente de las papas.
Una cena simple pero completa, seguida
con seguridad por la sobremesa de bebidas bajativas y tabaco: el
momento reflexivo ideal para sobrellevar días signados por la
intriga y el peligro. Seguiremos con este hilo en la próxima,
acompañando a los héroes.
Notas:
(1) La
actual comuna de Meiringen
no ha desaprovechado las enormes posibilidades turísticas que ofrece
el hecho de ser un espacio de culto para los entusiastas
sherlockianos. Sus atractivos, además de las cataratas, incluyen
estatuas alegóricas y un museo temático con réplica propia de
Baker Street 221B.
(2) De
la marca Bratwurst Argentina. www.bratwurst-argentina.com