La caja de cartón es un relato
corto publicado por el Strand Magazine en enero de 1893. De acuerdo
al orden respetado siempre para posteriores compilaciones en libro
debería formar parte de las Memorias de Sherlock Holmes, pero nunca
fue así. El motivo de semejante ausencia responde a un criterio
moral: debido a su temática controvertida para las costumbres
victorianas fue incluido recién en Su última reverencia, una
colección lanzada en 1917, veinticuatro años después de aquella
aparición primigenia. Este caso de sobresalto cronológico es único
en el devenir literario holmesiano y constituye una verdadera
curiosidad por sí mismo, pero desde luego que nos interesa más otro
punto relacionado con los consumos tabaquísticos según el propio
título de la historia. El contenido de esa caja misteriosa enviada
por correo al domicilio de cierta mujer es bastante macabro (una
oreja humana conservada en sal), aunque nuestra mirada se enfoca en
lo que dicho envase portaba originalmente, de fábrica, según la
inequívoca descripción del inspector Lestrade: media libra de
tabaco honeydew.
En la industria tabacalera de nuestros
días, el nombre honeydew (rocío de miel) alude a una variedad poco
frecuentada por fabricantes y consumidores, casi siempre edulcorada y
aromatizada con melaza, vainilla u otros componentes similares. Pero
las cosas eran bien diferentes a finales del siglo XIX, cuando el
producto en cuestión se contaba entre los tabacos para pipa más
populares del Reino Unido. Un somero escrutinio numérico realizado
sobre la completa lista del sitio tobaccocollectibles.co.uk da como
resultado la existencia de cincuenta y ocho productos diferentes
rotulados como honeydew en el mercado de aquel tiempo (1), elaborados
por múltiples manufacturas. Las descripciones técnicas asequibles
en documentos antiguos (2) dejan claro además que el honeydew
decimonónico era una especie de cavendish de color más claro,
bastante fuerte en sabor, a veces endulzado y otras no. O sea que a
pesar del nombre tan evocador de azúcares y mieles, su perfil
organoléptico transitaba por el lado de la
potencia.
Considerando entonces que ninguno de
los ejemplares así denominados actualmente responde bien a dicha
silueta, decidí interpretar el asunto libremente para realizar una
cata simbólica. ¿Qué tabaco moderno podría ser parecido a un
cavendish, pero no muy dulce, de color más claro y cierta robustez
en el sabor? Desde mi punto de vista, lo único cercano por
disponibilidad y precio al momento de encarar el análisis fue el
blend Holger Danske Original, compuesto mayormente por los tipos
Virginia y Black Cavendish. Tal mixtura le otorga la señalada
característica más clara, no por serlo íntegramente sino por
tener una mayoría de hebras bastante pálidas (de Virginia) con
otras pocas oscuras (de Cavendish). En el aroma y el paladar se
condice bien con ese "término medio" que podría
representar al honeydew de antaño, mostrando algún leve toque de
dulzor dentro de valores muy equilibrados, naturales y plenos de
sabor, pero sin ningún tipo de condimento exacerbado. Ello explica
satisfactoriamente su antigua popularidad entre los fumadores
británicos, consecuente con su amplia profusión por los comercios.
Si bien aquella caja apuntada por la
pluma de Doyle acabó su vida útil con un propósito siniestro,
sabemos que en sus orígenes contuvo un artículo presente en miles
de pipas y humos de la vieja Inglaterra.
Notas:
(1) Tomando como base el período
1880-1920.
(2) Por ejemplo, The Tobacconist: A
Practical Guide to the Retail Tobacco in all its Branches. W.R.
Loftus (1881)