221pipas, la monografía

Brandy, el remedio casero del siglo XIX (degustación)

Dice Winston Churchill en su memorias: mi padre era de otro tiempo; había nacido en la época en que Inglaterra bebía brandy (...) Yo pertenezco a la Inglaterra que bebe whisky. Esta frase recrea con bastante precisión el panorama reinante a fines del siglo XIX, cuando ambas bebidas competían por ganar el mercado británico. Mientras una representaba los gustos tradicionales, la otra iba imponiéndose lentamente como un brebaje moderno. El canon holmesiano es una buena pantalla histórica al respecto y muestra que el combate se encontraba en su apogeo, con predominio bastante marcado del contendiente más antiguo: en las 60 historias de Conan Doyle existen 17 alusiones al brandy y 6 al whisky. Dejando de lado las elucubraciones que pueden surgir sobre el uso del término brandy (1), lo cierto es que durante toda la era victoriana arribaron a Londres destilados vínicos que podían ser rotulados legítimamente con esa denominación, desde los prestigiosos galos Cognac y Armagnac hasta productos provenientes de España, Grecia o Armenia, sin olvidar las elaboraciones locales en un país que importaba mucho vino y tenía amplios conocimientos sobre destilación.

Revisando las 17 menciones explícitas no pasa desapercibido un significativo dato costumbrista, ya que diez de ellas no corresponden al consumo elegido conscientemente sino al suministro por parte de terceros, siempre dentro de una índole "terapéutica" tendiente a restablecer, aliviar y/o calmar personas desvanecidas, heridas, accidentadas o aturdidas. El recuento acusa cuatro desmayados (El sabueso de los Baskerville, La casa deshabitada, El colegio Priory, La segunda mancha), dos intoxicados con humo (La banda de lunares, El intérprete griego), dos envenenados con ponzoñas animales (La crin de león), un malherido (El pulgar del ingeniero) y un caso de excitación emocional (El tratado naval). Dicha data resulta bastante lógica en el contexto de una época en que los remedios formales eran poco efectivos y la medicina se encontraba en etapas experimentales. Por supuesto, en las siete ocasiones restantes la bebida que nos ocupa se inscribe dentro de la modalidad que todos conocemos, es decir como aperitivo, bajativo o compañía de conversación.


A pesar de no aquejarme ninguna dolencia me dispuse a efectuar una cata alegórica del pasado, para lo cual eché mano a una vieja botella española (ya abierta hace tiempo) de la reconocida casa jerezana Terry, cuya data puede estimarse aproximadamente en unos 30 o 40 años (2) . Esa antigüedad -según entiendo- me ayudaría a comprender un poco mejor el estilo de los tiempos idos, como eco lejano de aquellos brandys victorianos tan acreditados y consumidos en el Reino Unido. Sinceramente, el añejo ejemplar resultó excelente en todo sentido, pletórico de colores dorados intensos y aromas complejos que conjugan tonos de madera, notas tostadas, acentos acaramelados y ese perfil "viejo pero bueno" tan difícil de definir. Todo ello en sintonía con un sabor definido, espirituoso, limpio, sin elementos extraños o desagradables de ningún tipo. Desde mi punto de vista personal, es el acompañamiento perfecto para las noches frías, lluviosas o destempladas, junto al calor de la estufa o el fuego de la chimenea. ¿Una epifanía sherlockiana? Tal vez, y no ha sido la primera ni será la última.


El brandy se usaba como remedio por su alta graduación y su abundancia en el mercado, pero también era bebida social y de placer. En esta última faceta lo acabamos de interpretar, al estilo decimonónico en general y holmesiano en particular.

Notas:

(1) No hay razones para dudar que Doyle llamaba así al auténtico destilado de vino que hoy conocemos (ver detalles en la monografía de 221pipas)
(2) Encontrada y adquirida por quien suscribe de manera bastante fortuita, como suele ocurrir con esas joyas embotelladas cada vez más escasas.

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