Las historias canónicas registran treinta y una oportunidades en las que se consumen infusiones,
encabezadas numéricamente por el café (19), seguido por el té (11)
y un solitario cocoa. El café prevalece entre los hábitos
del propio Holmes con fuerte presencia durante los desayunos,
mientras el resto de las menciones transita por los momentos
nocturnos, el consumo en horas de trabajo y algún esporádico
convite en Baker Street. Las distintas referencias permiten
concluir que se lo bebe mayormente puro, argumento reforzado varias
veces por los adjetivos "negro" y "fuerte". El
té, además de su dispendio en el célebre domicilio londinense,
aparece relacionado con visitas sociales, tertulias, colaciones en
estaciones de tren y estadías en posadas campestres. Nada en
particular se especifica sobre ninguna de las dos bebidas (tipos,
calidades), lo cual parece indicar que el autor no tenía ningún
interés especial por el tema. Esto contrasta con otros productos
líquidos -como el vino o los destilados- y ciertos alimentos, pero
sobre todo con el tabaco, que es una fuente constante de apuntes y
detalles pormenorizados.
Independientemente de ello y lejos de
ser un capricho de Doyle o una contingencia literaria, la relativa
paridad entre café y té expone cierta realidad histórica de Gran
Bretaña, donde ambos productos contaban (y aún cuentan) con una
larga tradición compitiendo por las preferencias del consumidor. Un
análisis estadístico permite confirmar que el café estuvo al tope
de los gustos desde su llegada al continente europeo hasta mediados
del siglo XIX. De hecho, a modo de ejemplo, en 1840 el Reino Unido
importó 28 millones de libras de té y 70 millones de libras de
café, diferencia suficientemente holgada como para demostrar lo
antedicho. Pero en ese mismo momento se gestaba un gran cambio de
origen colonial: luego de dos siglos comprando té de China, los
británicos lograron consolidar el cultivo en su dominio de la India.
Una década más tarde Inglaterra era "inundada" con té
indio hasta completar su prevalencia en las tiendas y los hogares a
partir de 1850. Así y todo, el café no perdió vigencia y continuó
siendo muy popular. Para fines del ciclo victoriano se lo importaba
desde Java, Jamaica y Brasil, entre otros orígenes.
Pero hemos visto que las aventuras del
detective muestran cierto predominio cafetero, lo cual se verifica
incluso atendiendo su aparición en la cronología del canon:
mientras que la primera referencia al té se produce recién en la
sexta historia publicada (El misterio del Valle de Boscombe), el café
ya resulta mencionado en la cuatro primeras (Estudio en Escarlata, El
signo de los cuatro, Escándalo en Bohemia y La liga de los
pelirrojos). Dichos números también son notorios entre los hábitos
del protagonista, quien muestra además alguna inclinación hacia el
consumo desmesurado, como se observa en El sabueso de los Baskerville
cuando asegura haber bebido "dos grandes recipientes de café"
(posiblemente cafeteras metálicas). (1) Y no parece ser el único
fanático de la cafeína y sus propiedades estimulantes, puesto que
Reginald Musgrave bebe "café negro fuerte" en el relato
que lleva su apellido, mientras que Percy Phelps se hace preparar su
ración luego de una larga jornada de trabajo (El tratado naval),
entre otros casos. Un último dato: en El pabellón Wisteria utilizan
café para reanimar a una mujer intoxicada, siendo esa la única
ocasión de todo el canon en la que no se suministra brandy con dicha
finalidad.
Ya lo sabemos entonces: té y café han
sido siempre dos íconos del gusto británico por excelencia, a pesar
de que muchos consideren sólo al primero como "realmente
inglés". Otra lección histórica que nos brinda
tangencialmente el gran Arthur Conan Doyle.
Notas:
(1) Ninguna sorpresa tratándose de un
fumador impenitente, que además incurre temporalmente en ciertas
adicciones bastante más duras que el café o el tabaco.
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