221pipas, la monografía

Raciones de supervivencia en el páramo de Dartmoor

Como bien describe Raúl Blanco en la edición argentina de Terramar, "no había transcurrido un año desde el inicio del nuevo siglo (1) cuando a las puertas del Strand Magazine se formó una larga cola que daba vuelta toda la manzana. El público aguardaba por un lugar -y muchos llegaron a pagar por él- en la presentación del mayor evento editorial de las últimas décadas: el regreso de Sherlock Holmes en la novela El sabueso de los Baskerville". Vale añadir que semejante éxito no fue meramente temporal, ni muchos menos: a partir de entonces se convirtió en la narración más publicada, leída, conocida y adaptada para el cine y la TV de todo el canon holmesiano. También es el mejor ejemplo aventurero del detective y el doctor fuera de Londres, en un paraje rocoso y yermo llamado Dartmoor, en el condado de Devon, al sudoeste de Inglaterra (2). Aparte del excelente argumento en sí mismo, la clave de su celebridad reside en la atmósfera profundamente lúgubre, tenebrosa y oscura creada por la pluma de Doyle y los 60 dibujos del genial Sidney Paget que adornaron los textos originales.


Sin profundizar demasiado en la trama, basta decir que durante buena parte de la aventura Watson debe permanecer en la mansión Baskerville mientras Holmes se queda en Londres para atender otros asuntos impostergables. Pero claro, como no podía ser de otra manera, ello no es más que una triquiñuela del gran detective para viajar él también de incógnito y merodear por la zona sin ser visto durante varios días. Incidentalmente el buen doctor acaba descubriendo su escondite en cierta cueva del páramo, incluyendo el inventario de las viandas de supervivencia allí dispuestas: textualmente, una hogaza de pan, una lengua enlatada y dos latas de duraznos en conserva. No abundaremos en la hogaza de pan por ser un alimento básico conocido desde la más remota antigüedad, pero es interesante señalar que las conservas enlatadas se hallaban entonces en sus tiempos de apogeo. Luego de un inicio titubeante hacia las primeras décadas del siglo XIX (los envases metálicos no eran biológicamente seguros al principio), varios adelantos obtenidos en el último período de dicha centuria lograron asegurar una fuente casi inagotable de alimentos que se podían guardar por tiempos prolongados, en grandes cantidades y a precios accesibles mucho antes de los sistemas caseros masivos de refrigeración.


Siendo una historia tan popular y perdurable (con un personaje central que no lo es menos), existen decenas de versiones televisivas y cinematográficas que se remontan al decenio de 1920 y continúan hasta nuestros días. Observando varias de ellas resulta curioso el enfoque diferente que ofrece cada una respecto al momento en cuestión, es decir, cuando Watson descubre la cueva y se encuentra con Holmes (3). La somera selección de cuatro exégesis comienza en 1939 con el insigne dúo estelar Basil Rathbone y Nigel Bruce en una gruta bien lograda ambientalmente respecto al relato original. Veinte años después, en cambio, Peter Cushing y André Morell parecen situarse en una especie de abadía abandonada, aunque el efecto tétrico es igualmente efectivo. Para 1983 tenemos al detective encarnado por Ian Richardson acicalándose bajo el fondo luminoso de un páramo con reflejos azules. Finalmente, la prestigiosa interpretación de Jeremy Brett en 1988 añade algunos cacharros en los que Holmes parece haber improvisado cierto estofado definido por Watson (Edward Hardwicke) como "asqueroso".


Sherlock Homes frecuentaba los mejores restaurantes londinenses de su época, pero también podía soportar estoicamente las privaciones de un ambiente poco amigable. Cosas de héroe, sin dudas.

Notas:

(1) La historia apareció primero por capítulos mensuales en las ediciones del Strand entre mediados de 1901 y principios de 1902. La novela completa fue lanzada en libro en marzo de ese último año.
(2) No demasiado lejos de donde se sitúan los legendarios dólmenes neolíticos de Stonehenge (unos 160 kilómetros).


(3) Es bueno aclarar que el doctor ingresa sin tener idea de quién habita la caverna hasta que el propio detective lo sorprende allí, o sea que en realidad no se trata de Watson descubriendo a Holmes, sino al revés.

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