Como bien describe Raúl Blanco
en la edición argentina de Terramar, "no había
transcurrido un año desde el inicio del nuevo siglo (1) cuando a las
puertas del Strand Magazine se formó una larga cola que daba
vuelta toda la manzana. El público aguardaba por un lugar -y muchos
llegaron a pagar por él- en la presentación del mayor evento
editorial de las últimas décadas: el regreso de Sherlock Holmes en
la novela El sabueso de los Baskerville". Vale añadir
que semejante éxito no fue meramente temporal, ni muchos menos: a
partir de entonces se convirtió en la narración más publicada,
leída, conocida y adaptada para el cine y la TV de todo el canon
holmesiano. También es el mejor ejemplo aventurero del detective y
el doctor fuera de Londres, en un paraje rocoso y yermo llamado
Dartmoor, en el condado de Devon, al sudoeste de
Inglaterra (2). Aparte del excelente argumento en sí mismo, la clave
de su celebridad reside en la atmósfera profundamente lúgubre,
tenebrosa y oscura creada por la pluma de Doyle y los 60 dibujos del
genial Sidney Paget que adornaron los textos originales.
Sin profundizar demasiado en la trama,
basta decir que durante buena parte de la aventura Watson debe
permanecer en la mansión Baskerville mientras Holmes se queda en
Londres para atender otros asuntos impostergables. Pero claro, como
no podía ser de otra manera, ello no es más que una triquiñuela
del gran detective para viajar él también de incógnito y merodear
por la zona sin ser visto durante varios días. Incidentalmente el
buen doctor acaba descubriendo su escondite en cierta cueva del
páramo, incluyendo el inventario de las viandas de supervivencia
allí dispuestas: textualmente, una hogaza de pan, una lengua
enlatada y dos latas de duraznos en conserva. No abundaremos en
la hogaza de pan por ser un alimento básico conocido desde la más
remota antigüedad, pero es interesante señalar que las conservas
enlatadas se hallaban entonces en sus tiempos de apogeo. Luego de un
inicio titubeante hacia las primeras décadas del siglo XIX (los envases metálicos no eran biológicamente seguros al principio), varios adelantos
obtenidos en el último período de dicha centuria lograron asegurar una fuente casi inagotable de alimentos que se podían guardar por tiempos
prolongados, en grandes cantidades y a precios accesibles mucho antes de los sistemas caseros masivos de refrigeración.
Siendo una historia tan popular y
perdurable (con un personaje central que no lo es menos), existen
decenas de versiones televisivas y cinematográficas que se remontan
al decenio de 1920 y continúan hasta nuestros días. Observando
varias de ellas resulta curioso el enfoque diferente que ofrece cada
una respecto al momento en cuestión, es decir, cuando Watson
descubre la cueva y se encuentra con Holmes (3). La somera selección
de cuatro exégesis comienza en 1939 con el insigne dúo estelar
Basil Rathbone y Nigel Bruce en una gruta bien lograda
ambientalmente respecto al relato original. Veinte años después, en
cambio, Peter Cushing y André Morell parecen situarse
en una especie de abadía abandonada, aunque el efecto tétrico es
igualmente efectivo. Para 1983 tenemos al detective encarnado por Ian
Richardson acicalándose bajo el fondo luminoso de un páramo con
reflejos azules. Finalmente, la prestigiosa interpretación de Jeremy
Brett en 1988 añade algunos cacharros en los que Holmes parece
haber improvisado cierto estofado definido por Watson (Edward
Hardwicke) como "asqueroso".
Sherlock Homes frecuentaba los mejores
restaurantes londinenses de su época, pero también podía soportar
estoicamente las privaciones de un ambiente poco amigable. Cosas de
héroe, sin dudas.
Notas:
(1) La historia apareció primero por
capítulos mensuales en las ediciones del Strand entre
mediados de 1901 y principios de 1902. La novela completa fue lanzada
en libro en marzo de ese último año.
(2) No demasiado lejos de donde se
sitúan los legendarios dólmenes neolíticos de Stonehenge
(unos 160 kilómetros).
(3) Es bueno aclarar que el doctor
ingresa sin tener idea de quién habita la caverna hasta que el
propio detective lo sorprende allí, o sea que en realidad no se
trata de Watson descubriendo a Holmes, sino al revés.
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