221pipas, la monografía

Sherlock Holmes en Suiza: el trago final (degustación)

La aparente muerte de Sherlock Holmes tras su lucha con Moriarty en El problema final (diciembre de 1893) produjo una verdadera conmoción entre el público británico (1). Durante varios meses muchos ciudadanos llevaron un brazalete negro en señal de luto mientras el Strand Magazine asistía a la mayor crisis de ventas desde su salida al mercado: en poco tiempo fueron canceladas 20.000 suscripciones. Los lectores se negaban a aceptar la desaparición del gran detective y su creador debió soportar una avalancha de correspondencia plagada de condolencias, súplicas e insultos por igual. Actualmente todo forma parte de la afición sherlockiana y podemos juzgarlo como un incidente más en la carrera del personaje, tal vez porque pasaron ciento treinta años o porque sabemos bien que una década después reapareció vivo y saludable. Pero nada de eso podían predecir entonces aquellos miles de victorianos entusiastas. En ese momento histórico, la sola mención de Suiza, el pueblo de Meiringen o las cataratas de Reichenbach debió haber sido una puñalada certera en pleno corazón de sus afectos literarios.


Siguiendo los acontecimientos reseñados en la entrada anterior, tenemos al protagonista y su inseparable compañero cenando (de acuerdo a nuestras especulaciones) un plato suizo típico en el Englischer Hof la noche del 3 de mayo de 1891. Quizás bebieron vino o tal vez cerveza, pero podemos suponer con bastante convicción que la comida fue seguida por alguna bebida espirituosa apta para calmar los ánimos -entre tanto peligro inminente- antes de ir a dormir. Si consideramos su ubicación circunstancial en una aldea alpina a fines del siglo XIX, la posibilidad con mayores chances históricas es un Eau de Vie. Este aguardiente se elabora mediante la fermentación y doble destilación de algún jugo de frutas hasta obtener alcohol transparente de alta pureza. Un antiquísimo procedimiento que se remonta a la Edad Media, cuando fue descubierto, perfeccionado y puesto en práctica por los monjes europeos, utilizando como materia prima las frutas de estación disponibles en diferentes regiones del Viejo Mundo.


Para la ocasión elegí el llamado Eau de Vie de Poire Williams (aguardiente de peras en español, pear brandy en inglés), muy tradicional en el cantón de Valais y bien conocido en toda Suiza. Se trata de un ejemplar argentino marca Christallino, hecho con frutas patagónicas de primera calidad. La mayor parte de su producción se exporta (precisamente a Europa), aunque es posible conseguirlo localmente en cantidades limitadas. Servido frío, tal cual recomiendan sus elaboradores, presenta un color transparente con levísimos destellos verdosos que delatan la naturaleza frutada de las peras Williams. Algo similar ocurre en la nariz, donde exhibe los consabidos efluvios de alcoholes prolijamente destilados sumados a un delicado toque de frescura que va más allá de lo meramente etílico, ya que sus 40 grados no le quitan delicadeza ni estilo. Podemos decir que sin tener el color, el cuerpo ni la profundidad de los brandys vínicos o whiskys tan frecuentados en Inglaterra, es una excelente alternativa para cerrar todo tipo de cenas.


Sólo le faltaría la compañía del tabaco, más aún tratándose de un fumador inveterado como Sherlock Holmes. ¿Qué producto estaría disponible por los Alpes helvéticos en tiempos decimonónicos? A eso nos vamos a referir en la próxima entrada, muy pronto.

Notas:

(1) ¿Puede un hecho imaginario producir semejante reacción? La literatura, el cine y otras artes están llenas de ejemplos que así lo demuestran. Lo cierto es que cada vez que Watson habla de algún caso (muchas veces citando fechas) el lector siente que es una cuestión de historia. Como bien asegura un colega blogger holmesiano: "es la suspensión de la incredulidad en su máxima expresión".

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