La
aparente muerte de Sherlock Holmes tras su lucha con Moriarty en El
problema final (diciembre de 1893) produjo una verdadera conmoción
entre el público británico (1). Durante varios meses muchos
ciudadanos llevaron un brazalete negro en señal de luto mientras el
Strand Magazine asistía
a la mayor crisis de ventas desde su salida al mercado: en poco
tiempo fueron canceladas 20.000 suscripciones. Los lectores se
negaban a aceptar la desaparición del gran detective y su creador
debió soportar una avalancha de correspondencia plagada de
condolencias, súplicas e insultos por igual. Actualmente todo forma
parte de la afición sherlockiana y podemos juzgarlo como un
incidente más en la carrera del personaje, tal vez porque pasaron
ciento treinta años o porque sabemos bien que una década después
reapareció vivo y saludable. Pero nada de eso podían predecir
entonces aquellos miles de victorianos entusiastas. En ese momento
histórico, la sola mención de Suiza, el pueblo de Meiringen o las
cataratas de Reichenbach debió haber sido una puñalada certera en
pleno corazón de sus afectos literarios.
Siguiendo los acontecimientos reseñados en la entrada anterior, tenemos al
protagonista y su inseparable compañero cenando (de acuerdo a
nuestras especulaciones) un plato suizo típico en el Englischer Hof
la noche del 3 de mayo de 1891. Quizás bebieron vino o tal vez
cerveza, pero podemos suponer con bastante convicción que la comida
fue seguida por alguna bebida espirituosa apta para calmar los ánimos
-entre tanto peligro inminente- antes de ir a dormir. Si consideramos
su ubicación circunstancial en una aldea alpina a fines del siglo
XIX, la posibilidad con mayores chances históricas es un Eau de Vie.
Este aguardiente se elabora mediante la fermentación y doble
destilación de algún jugo de frutas hasta obtener alcohol
transparente de alta pureza. Un antiquísimo procedimiento que se
remonta a la Edad Media, cuando fue descubierto, perfeccionado y
puesto en práctica por los monjes europeos, utilizando como materia
prima las frutas de estación disponibles en diferentes regiones del
Viejo Mundo.
Para la ocasión elegí el llamado Eau
de Vie de Poire Williams (aguardiente de peras en español, pear
brandy en inglés), muy tradicional en el cantón de Valais y bien
conocido en toda Suiza. Se trata de un ejemplar argentino marca
Christallino, hecho con frutas patagónicas de primera calidad. La
mayor parte de su producción se exporta (precisamente a Europa),
aunque es posible conseguirlo localmente en cantidades limitadas.
Servido frío, tal cual recomiendan sus elaboradores, presenta un
color transparente con levísimos destellos verdosos que delatan la
naturaleza frutada de las peras Williams. Algo similar ocurre en la
nariz, donde exhibe los consabidos efluvios de alcoholes prolijamente
destilados sumados a un delicado toque de frescura que va más allá
de lo meramente etílico, ya que sus 40 grados no le quitan
delicadeza ni estilo. Podemos decir que sin tener el color, el cuerpo
ni la profundidad de los brandys vínicos o whiskys tan frecuentados
en Inglaterra, es una excelente alternativa para cerrar todo tipo de
cenas.
Sólo le faltaría la compañía del
tabaco, más aún tratándose de un fumador inveterado como Sherlock
Holmes. ¿Qué producto estaría disponible por los Alpes helvéticos
en tiempos decimonónicos? A eso nos vamos a referir en la próxima
entrada, muy pronto.
Notas:
(1) ¿Puede un hecho imaginario
producir semejante reacción? La literatura, el cine y otras artes
están llenas de ejemplos que así lo demuestran. Lo cierto es que
cada vez que Watson habla de algún caso (muchas veces citando fechas) el
lector siente que es una cuestión de historia. Como bien asegura un
colega blogger holmesiano: "es la suspensión de la incredulidad
en su máxima expresión".
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