221pipas, la monografía

Posadas típicas de la campiña inglesa en las historias originales de Sherlock Holmes

Hace poco mencionamos el carácter andariego del trabajo detectivesco y su reflejo en los numerosos viajes que deben realizar Holmes y Watson fuera de Londres. También señalamos cierta característica meridional de esos periplos, concentrados en localidades y parajes relativamente cercanos a la gran metrópoli. Tratándose de un país pionero en cuestiones de vías y trenes, no resulta extraño que el devenir de casos esté cargado de referencias sobre el típico ambiente ferroviario europeo de la época, sus tradicionales coches-compartimiento y sus clásicas estaciones de campaña. Si bien muchos trayectos son realizados con ida y vuelta el mismo día, más de una vez los protagonistas se ven obligados a pernoctar en las residencias de sus clientes o en hostales pueblerinos de carácter semi rural. Por supuesto, no faltan allí las citas descriptivas enfocadas en diversos temas que nos convocan, pero lo más interesante de todo es la extensa serie de pintorescas estampas sobre entornos y personajes bien asentados en la Gran Bretaña decimonónica al filo del 1900.


Si hacemos un análisis ordenado encontramos varios establecimientos dando albergue y/o alimento al dueto estelar de la epopeya holmesiana. En El misterio del Valle de Boscombe, Holmes y Watson tienen como escenario de su almuerzo al mesón Escudo de Hereford, del condado homónimo, y algo similar ocurre en Copper Beeches con la posada Cisne Negro, de Winchester. A las afueras de Camford (localidad imaginaria), el hotel Las Damas (1) sirve de alojamiento para el detective y el doctor mientras Holmes hace alusión al vino Oporto que allí sirven durante los aconteceres de El hombre que gateaba. Escudo de Westville es otro comedor-alojamiento donde el héroe de la saga consume una abundante merienda promediando El valle del Terror. No faltan pormenores del suspenso investigativo enfocados en el tema que nos ocupa, tal cual sugiere Watson en El colegio Priory al definir la posada El gallo de pelea, de Hallamshire, como "escuálida y amenazante". La antigua casona de Shoscombe tiene algo sobre el tópico: en el Dragón Verde, de Crendall, los dos ídolos traban cierta amistad con su propietario, beben su vino especial y cenan truchas pescadas por ellos mismos en un arroyo de la zona.


El cine y la televisión no se privaron de retratar estos reductos ampliamente difundidos por la literatura del Reino Unido en los siglos pasados. ¿Quién no se ha topado alguna vez en el texto, el dibujo o la pantalla con una taberna inglesa de campo colmada de campesinos y aldeanos disfrutando su robusta cerveza o su comida sencilla? Y no hablamos de los pubs urbanos, que sólo tienen cierta familiaridad de rubro, sino de comercios tradicionales que aún hoy -transformaciones mediante- subsisten en antiquísimos poblados enmarcados por colinas, campos y bosques. Lo notable es que su atmósfera no cambió mucho a través de los siglos: podemos apreciar cuadros de situación semejantes en obras de escritores británicos como Thomas Hardy, Jane Austen, G.K. Chesterton y J.R.R. Tolkien, que transcurren en épocas medievales, renacentistas o victorianas por igual, con tono histórico, costumbrista o épico, de la realidad y la ficción. Allí reside precisamente lo genial y grandioso de Sherlock Holmes, tan situado en un período específico pero a la vez tan atemporal. ¿O no es prueba de ello la plena vigencia del personaje cuando han pasado 135 años desde su primera aparición?


Hoteles, mesones y posadas en plena campiña inglesa. Lugar de tradiciones y parroquianos, pero también de misterios y detectives...

Notas:

(1) The Chequers, juego de damas en inglés (más conocido por su sinónimo checkers).

Fumando en arcilla al estilo victoriano (degustación)

De acuerdo con los textos y dibujos que publicó el Strand Magazine en los años de esplendor, Sherlock Holmes tenía la pipa de arcilla entre sus favoritas. Sin embargo, las escenas reflejadas luego por el cine y la TV raramente muestran al detective haciendo uso de su cachimba cerámica. Para la mayoría de las producciones modernas siempre resultó mucho más simple recurrir al consabido y artificioso modelo Calabash o cualquier otra pipa de madera, pero aún así algunas pocas lograron mantener intacto el espíritu original del personaje respetando los detalles visuales apuntados por Conan Doyle. En este punto volvemos otra vez a las mismas series británicas que resultan emblemáticas en el ámbito especializado de estudiosos y fanáticos: los episodios protagonizados por Peter Cushing en 1968 y la versión más divulgada de los años ochenta consistente en 41 entregas con Jeremy Brett a la cabeza del elenco. Ambas cuidaron con singular esmero la minuciosidad escenográfica, incluyendo pormenores gastronómicos y tabaquísticos.

Para un fumador empedernido y apresurado como Holmes nada mejor que una pequeña pipa de arcilla a imagen y semejanza del prototipo ilustrado varias veces por Sidney Paget. Dicha característica volumétrica (que no es excluyente, ya que las hay también portentosas) permite consumir pequeñas dosis de tabaco comparables con un puro de tamaño reducido o un par de cigarrillos. Así lo entendían los victorianos, quienes lograron que la arcilla dominase el mercado británico durante la mayor parte del siglo XIX (1). Reforzando este argumento tenemos otro personaje sherlockiano dentro de semejante línea de costumbres: Reuben Hayes, el malicioso dueño de la "escuálida y amenazante" (en palabras de Watson) posada campestre The Fighting Cock, referenciado en la historia El colegio Priory. Con todos estos antecedentes encaré una reseña sobre el tópico en base a numerosas degustaciones efectuadas en mi costumbre de fumar la pipa chica de arcilla con bastante regularidad.

El ejemplar en cuestión pertenece a la marca Semper Fidelis, de fabricación artesanal argentina. Está hecho siguiendo un molde inglés Broseley datado hacia 1856 (2) con magnitudes que acusan 16,5 cm de largo, cuenco de 3,2 cm de altura y diámetro externo de 2,2 cm, todo ello en un modelo recto, de líneas simples, pensado sin dudas para fumar rápido y sin complicaciones. Las pipas de arcilla proporcionan además una experiencia de sabor más fresca y genuina ya que no guardan "residuos" aromáticos de fumadas anteriores, lo cual sucede frecuentemente con las pipas de madera luego de varios usos. Cargada a pleno, el tiempo necesario para consumirla depende del tipo de tabaco, su corte y su grado de humedad, pero estamos hablando de períodos que oscilan entre diez y veinte minutos. Las descripciones cotidianas sobre Holmes nos llevan a pensar que en su caso dicha banda cronológica estaba siempre en el borde inferior, o incluso menos: el detective solía fumar "como chimenea", sobre todo al encontrarse inmerso en la resolución de casos.

También guardaba su tabaco en una zapatilla persa cerca de la chimenea, lo que equivale a un grado de humedad prácticamente nulo. Pero así era él, y por esas mismas excentricidades (aparte de su genialidad) ha sido venerado por tantas generaciones que atravesaron tres siglos en todo el mundo occidental.

Notas:


(1) Durante las últimas décadas se manifestó un fenómeno de disputa con la raíz de brezo. Ambos materiales competían por predominar en la industria y los hábitos de la población, pero es evidente que el uso de la arcilla se iba apagando de forma irremediable (para más datos históricos ver monografía).
(2) Broseley alude a la localidad inglesa homónima donde -se cree- fueron manufacturadas las primeras pipas británicas de arcilla en el siglo XVII. La última factoría allí existente (que cerró sus puertas hacia 1957) es actual sede de un museo dedicado a la actividad.

El Tokay Imperial de Francisco José

Existen dos líneas de tiempo diferentes a la hora de establecer una cronología literaria de Sherlock Holmes. La primera, que podríamos llamar "editorial", abarca cuarenta años durante los cuales fueron escritas y publicadas las 60 narraciones originales (1887-1927). La segunda comprende la secuencia de hechos según los propios relatos y está plasmada en una placa a la entrada de Baker Street 221b. Comienza en 1881, con el encuentro primigenio entre los dos personajes estelares, y culmina en 1904, cuando el detective ya vive retirado en una pequeña casa cerca del mar, al sur del país. Pero semejante data se basa sólo en el período de mayor actividad profesional del dúo protagónico y claramente no es definitiva. Luego de 1904, sin otras referencias intermedias registradas por las memorias del doctor Watson, hay una notable aparición final de los héroes el 2 de agosto de 1914, pocos meses antes del estallido de la Primera Guerra Mundial. (1) Significativamente, esta historia lleva por título algo bien propio de un desenlace: Su última reverencia.

La trama gira alrededor de dos espías alemanes llamados Von Herling y Von Bork, a los cuales Holmes y Watson deben neutralizar dentro de una mansión, evitando así el robo de importantes documentos secretos británicos. Para ese fin utilizan identidades falsas, ayudadas por el hecho de que sus respectivas fisonomías han cambiado bastante en los diez años transcurridos desde la última aventura documentada: Holmes porta una barba tipo herradura y Watson luce bastante más grueso que en sus tiempos de Baker Street. Ahora bien, lo que nos interesa reside en la bebida que disfrutan los allí presentes: nada menos que una botella de vino Tokay Imperial. Los adjetivos son todos elogiosos, empezando con la frase ¡qué Tokay! expresada por uno de ellos. Luego le sigue el enunciado Altamont tiene un buen gusto por los vinos, y le gustó mi Tokay, y finalmente las palabras del propio Sherlock Holmes cuando afirma: un vino notable Watson; nuestro amigo en el sofá (2) me ha asegurado que es de la bodega especial de Francisco José en el palacio de Schönbrunn.


¿De qué se trata este elixir objeto de tantas loas? Pues del legendario Tokay (Tokaj o Tokaji en su idioma original) (3) producido en la región homónima al nordeste de Hungría, que se elabora en distintas facetas de sabor pero cuya mayor expresión es reconocida por ciertos ejemplares dulces de cosecha tardía hechos bajo condiciones muy particulares que incluyen la sobremaduración extrema de las uvas y un cuidadoso añejamiento en barricas y botella. Su historia se remonta a la Edad Media y fue durante siglos una especie de "gema" enológica bien apreciada por las aristocracias del Viejo Mundo, sobre todo en el caso de los monarcas y las cortes imperiales. Así, por ejemplo, lo bebían tanto la reina Victoria de Inglaterra como el kaiser Guillermo de Alemania o el zar Nicolás de Rusia. Respecto a la mención explícita de Sherlock Holmes, existen sobrados indicios que señalan su abundancia en las diversas residencias del emperador austro-húngaro, más que nada en el soberbio palacio a las afueras de Viena, propiedad de los Habsburgo desde 1569.


Casi como al pasar, el autor nos brinda aquí otra pincelada costumbrista a fines del siglo XIX y principios del XX, en las postrimerías de la amable y decadente Belle Époque.

Notas:

(1) Pocas veces vemos a Watson siendo tan preciso. La frase inicial es incontrovertible: eran las nueve de la noche del 2 de agosto, el agosto más terrible en la historia del mundo. La oración lleva implícita una evidente nota sombría -no es para menos- ya que el texto se publicó en septiembre de 1917, con el conflicto desarrollado a pleno.
(2) Se refiere a uno de los agentes alemanes, ya narcotizado con cloroformo.
(3) No debe confundirse con otros especímenes europeos de nombre similar: el Tokay Pinot Gris de Alsacia y el Tocai Friulano del norte de Italia, ambos vinos blancos secos.

Trucha fresca en el Dragón Verde (degustación)

Si bien la "oficina-vivienda" de Baker Street 221b domina siempre el escenario espacial sherlockiano, los avatares investigativos obligan a viajar con bastante frecuencia tanto al detective como al doctor, no sólo dentro del ejido urbano y suburbano londinense sino también por otras ciudades, pueblos y parajes de Inglaterra. La localización de dichos sitios está fuertemente concentrada en las regiones del sur y el sudeste cercanas a la capital: Surrey, Kent, Essex, Sussex y Berkshire son las más visitadas, seguidas por algunas del sudoeste (Devonshire, Cornwal) y raramente otras más al norte. En la mayoría de las ocasiones utilizan el ferrocarril como método de transporte, algo lógico a fines del siglo XIX en un país tempranamente surcado por miles del kilómetros de vías. Muchas de estas travesías son realizadas con ida y vuelta el mismo día (gran parte de la áreas mencionadas no superan los 100 kilómetros de distancia desde Londres), pero en ciertos casos Holmes y Watson se ven obligados a pernoctar en pintorescas posadas o sombrías casonas.

Así ocurre en La antigua casona de Shoscombe, última historia del canon publicada por el Strand Magazine en abril de 1927, donde la resolución del caso tiene como principal marco geográfico al paraje Shoscombe del condado de Berkshire. Pero sobre todo, a los efectos que nos interesan, al poblado de Crendall, donde se ubica la posada Dragón Verde, con cuyo dueño (Josiah Barnes) los protagonistas traban una buena relación de confidencia que incluye compartir una botella del vino de la casa y la preparación de varias truchas pescadas por el mismísimo dúo estelar en cierto arroyuelo de la zona, llamado Arroyo del Molino. El texto no brinda mayores datos sobre la modalidad de cocción (fritas, grilladas, braseadas, horneadas o guisadas), aunque el serial protagonizado por Jeremy Brett en los años ochenta se aventura a proponer una especie de sopa bien expuesta por la cámara en primer plano, al igual que el ambiente general con sus personajes, su chimenea, su mobiliario y su atmósfera pueblerina de época.

En vista de ello me propuse recrear el plato según la modalidad más simple y menos invasiva, que es al horno. Para tal propósito compré un ejemplar abierto y despinado con peso neto rondando los 350 gramos, sumamente fresco y de buena apariencia. Al no haber ningún pormenor culinario en el relato original (excepto el propio pescado) la idea prevalente fue la de no distorsionar el sabor de un ejemplar reconocido por su carne delicada pero a la vez sabrosa. Por eso mismo apenas lo aderezé con sal, pimienta, una pizca de perejil, otra de ajo, aceite de oliva y una rodajitas de limón. Horneado diez minutos a temperatura no muy alta (secarlo demasiado hubiera sido un error), resultó perfectamente acorde con las expectativas previas: rico, carnoso, de gusto natural y equilibrado, muy apto para una cena liviana (seguramente así lo preferían ellos durante aquellos viajes de trabajo), en este caso acompañado por cierta ensalada fresca y la infaltable copa de vino blanco. Como asegura el posadero en el capítulo televisivo antes mencionado: ¡buena pesca, Sr. Holmes... la mejor que he visto en mucho tiempo!


Todo indica que Sherlock Holmes y el doctor Watson tenían sobradas habilidades prácticas a la hora de procurarse el alimento en plena campiña inglesa. Y también, para disfrutarlo luego en una emblemática hostería rural como el Dragón Verde.

Una maratón nicotínica al extremo

"Una habitación grande con dos camas había sido puesta a nuestra disposición, y yo rápidamente estaba entre las sábanas porque me sentía cansado después de una noche de aventuras. Sherlock Holmes, en cambio, era un hombre que cuando tenía un problema sin resolver pasaba horas, e incluso días, sin descanso (...) Pronto me di cuenta de que se estaba preparando para una sesión de toda la noche (...) Con almohadas y cojines construyó una especie de diván oriental sobre el que se posó con las piernas cruzadas, una onza de tabaco shag y una caja de fósforos dispuesta frente a él. En la tenue luz de la lámpara lo vi sentado allí, con una vieja pipa de brezo entre los labios, sus ojos fijos en la esquina del techo, el humo azul que se enroscaba en torno suyo, silencioso, inmóvil (...) Cuando me desperté encontré el sol de verano brillando en el aposento. La pipa aún estaba entre sus labios, el humo todavía se curvaba hacia arriba y la habitación estaba llena de una densa neblina de tabaco, pero no quedaba nada del montón de shag que había visto la noche anterior". El fragmento pertenece al relato El hombre con el labio retorcido, más precisamente a la estadía del detective y el doctor como huéspedes en la mansión St. Clair.


La estampa fue llevada al dibujo por el genial Sidney Paget, cuyo trabajo apareció en todas ediciones del Strand Magazine desde 1891 hasta 1904. (1) Ahora bien, más allá de la data literaria, algunos detalles adyacentes en la misma historia permiten afirmar que en esta ocasión Holmes lleva sus apremios tabaquísticos al extremo. Repasemos en principio el dato más explícito, la onza de tabaco, que equivale a 28 gramos. No parece mucho, pero el texto indica que esa cantidad es consumida íntegramente en cierta noche del mes de junio de 1889 (pleno verano londinense), con el sol poniéndose a las 21:30. Al llegar a la mansión la oscuridad ya es cerrada y aún restan varios sucesos antes de retirarse, lo cual nos indica las 22:30 como un razonable horario de inicio. Luego, el mismo Watson se encarga de señalarnos que al despertarse y encontrar a Holmes finalizando su maratónica ceremonia son casi las 04:30 de la madrugada, coincidente en efecto con el amanecer estival de Inglaterra. El resultado es un lapso de 6 horas en total, minuto más, minuto menos.


Una pipa recta de brezo con dimensiones estándar (tal cual la ilustra Paget) puede cargar aproximadamente 3 gramos de tabaco, que vamos a retocar a 2,8 para nuestra comodidad. Los 28 gramos de la onza se convierten así en 10 pipas a lo largo de 6 horas (360 minutos), lo que a su vez nos deja el promedio de una pipa neta cada 34 minutos y 2 minutos adicionales entre fumadas para la operación de vaciar, limpiar, recargar y encender otra vez, todo ello en forma consecutiva y sin descanso alguno. Tales cifras pueden parecer normales para quienes nunca fumaron en pipa, pero constituyen una verdadera hazaña bronquial, pulmonar y neurológica para aquellos que entienden algo del tema. Un fumador muy duro y experimentado rara vez llega a consumir 10 pipas a lo largo de una jornada diaria completa (entre 14 y 16 horas), y si lo hiciese en apenas 6 horas su estado de excitación requeriría asistencia médica urgente. La maratón tabaquística de Holmes se convierte así en una anécdota absolutamente notable aunque no del todo imposible. Y menos para un superhéroe como él.


Arthur Conan Doyle también era fumador y seguramente supo que en El hombre con el labio retorcido llevaba a su personaje hasta el límite. Pero justamente así lo había creado, como un hombre capaz de alcanzar todos los extremos.

Notas:

(1) El mismo fragmento fue elegido posteriormente por otros artistas para ilustrar el relato en diversas publicaciones europeas.

Escándalo en Bohemia: el vagabundo Holmes bebe un vaso de "half and half" (degustación)

Luego de las novelas Estudio en Escarlata (1887) y El signo de los cuatro (1890), Escándalo en Bohemia fue el primer relato corto sherlockiano escrito por Arthur Conan Doyle y publicado por el Strand Magazine en julio de 1891. Quizás por esa cuestión cronológica se trata de una de las historias más populares de la saga, o tal vez porque en ella aparece Irene Adler, la única mujer capaz de alterar los sentimientos del frío detective. Y no sólo eso, sino que además logra salirse con la suya en el propósito de retener consigo ciertos documentos que comprometen al mismísimo rey de Bohemia. No es, por cierto, la única ocasión donde observamos al adalid de la deducción y la sagacidad vencido en su propio terreno. Bien al contrario, el devenir de casos posteriores demuestra que Holmes es tan humano como cualquiera de su especie, y que también se equivoca. Pero claro, esas pequeñas fallas esporádicas son ampliamente compensadas por sus constantes e innumerables aciertos.

El caso presenta diversas facetas y peripecias que debe enfrentar nuestro héroe, pero la que nos interesa acontece cuando se disfraza de vagabundo con el fin de husmear cierta propiedad londinense llamada Briony Lodge. En tal guisa encuentra la oportunidad de mezclarse con el personal de la casa -cosa que logra sin problemas- al punto de recibir una "compensación" por ayudarlos en su trabajo. Según las propias palabras del detective, "les presté una mano a los mozos de cuadra (1) para frotar sus caballos y a cambio recibí dos peniques, un vaso de half and half (medio y medio) y dos cargas de tabaco shag". Amén del tabaco shag (tan típico entre los gustos tabaquísticos del detective), la mención de half and half resulta bastante curiosa y enigmática. ¿Qué era esa bebida? Ciertamente, su significado nos traslada a las clases pobres en los barrios bajos de Londres a fines del siglo XIX, donde  dicho término se utilizaba para designar la mezcla entre dos diferentes cervezas de barril, cualquiera fuera su tipo: rubia con negra, dulce con amarga o toda otra combinación imaginable.


A falta de barriles decidí encarar una degustación alegórica con ejemplares asequibles en el mercado actual. Para tal propósito opté por un blend en partes iguales entre dos cervezas de lata, una de la celebérrima irlandesa Guinness (negra, corpulenta y amarga) (2) y otra de la alemana Mecklenburger (rubia, liviana y amable). El desenlace fue bastante interesante, empezando por el color: lo que yo esperaba terminaría siendo una cerveza roja resultó completamente oscura, con la Guiness dominando a pleno la cuestión cromática. En cuanto al gusto, en cambio, no hubo preeminencias sino que privó  una silueta equilibrada y sabrosa, muy cremosa, intensa pero a la vez armónica. Así, la parte negra otorgó cuerpo y potencia mientras la rubia hizo lo suyo generando texturas amigables con el paladar. Podemos decir que aquí el ensamble no acabó en una pérdida de matices originales (como suele ocurrir muchas veces con las mezclas) sino en una sumatoria de elementos positivos.

Seguramente, ni Sherlock Holmes ni los victorianos de bajos recursos se preocupaban demasiado por la calidad de sus half and half, pero al menos tuvimos un acercamiento tardío a aquella singular y olvidada costumbre.

Notas:


(1) Los mozos de cuadra (ostlers en inglés) eran trabajadores encargados de alimentar, asear y cuidar a los caballos.
(2) Elaborada en Argentina bajo licencia según receta original.

El detective y el doctor, dos oófagos consumados

Ya hemos analizado a través de una entrada subida hace pocos meses -preparación y degustación mediante- la importancia del desayuno en el mundo victoriano real y en la saga sherlockiana ficcional. El repertorio de relatos canónicos está salpicado de citas sobre ese momento cotidiano en el que abundan las viandas e infusiones de época y lugar. El té, el café, el jamón, el tocino y las tostadas se cuentan entre los elementos más asiduos, pero todos ellos quedan opacados frente a los huevos, visitantes continuos de las mesas frecuentadas por Holmes y Watson, no sólo en el célebre domicilio de Baker Street 221b (donde brillaban las buenas artes de la señora Hudson) sino también en otras ubicaciones distantes de la metrópoli. Así, por ejemplo, en los relatos El signo de los cuatro, El pulgar del ingeniero, El tratado naval, El negro Peter, El puente de Thor y El pintor retirado tenemos alusiones enfocadas en el reducto londinense del detective, mientras que en El valle del terror podemos observar a los productos de granja formando parte de una merienda servida en la posada El escudo de Westville, del pueblo Birlstone.

Alguna referencia resulta incluso desarrollada más allá de la cuestión puramente gastronómica que nos atañe en este blog. En El puente de Thor Holmes realiza cierta reflexión "sesuda" mientras lee el periódico matutino junto a Watson, refiriéndose a las noticias del día: hay poco que compartir, pero podemos discutirlo cuando hayas consumido esos dos huevos duros con los que nos ha obsequiado nuestra nueva cocinera (1). Incluso un acto tan trivial como cocinar un huevo exige una atención consciente del paso del tiempo... En cuanto a los modos de cocción, las pocas alusiones puntuales que se pueden localizar hablan exclusivamente de huevos duros o revueltos, si bien las costumbres culinarias del período llevan a suponer con alto grado de convicción que también se los preparaba fritos o poché. De un modo u otro, lo cierto es que dentro de las 60 historias originales la delicia aviar no tiene parangón entre los ingredientes típicos del full english breakfast.

La televisión y el cine tampoco dejaron de poner énfasis en la primera comida del día que disfrutaban los protagonistas de la epopeya holmesiana, desde la primitiva serie protagonizada por Basil Rathbone y Nigel Bruce en la década de 1940 hasta las más recientes películas de Robert Downey Jr y Jude Law del siglo XXI, pasando por los buenos seriales producidos en las décadas de 1960 y 1980 encabezados por Peter Cushing y Jeremy Brett. Precisamente en estos últimos (que cuidaban con bastante esmero los detalles escenográficos) puede observarse un curioso e interesante utensilio muy propio de las mesas victorianas pudientes: el hoy llamado posa huevos (2), consistente en una especie de copa en la cual se sirve el producto para ser roto suavemente por la cáscara y consumido con cuchara. Huelga decir que la alternativa solamente es practicable si los huevos son preparados según la modalidad poché, ya que en caso de ser duros no resulta funcional (necesariamente hay que agarrarlos con las manos al pelarlos) y directamente imposible para los prototipos fritos o revueltos.

Sherlock Holmes y John Watson, dos oófagos empedernidos. Una mirada diferente de su vida cotidiana y del día a día en la Inglaterra del siglo XIX.

Notas:

(1) Esta "nueva cocinera" aparece sólo en ese relato, perteneciente al último grupo de historias escritas por Doyle en la década de 1920. No hay otras especificaciones posteriores, por lo cual dicha aparición quedará para siempre en el terreno de las suposiciones, al igual que la respuesta al siguiente interrogante: ¿había contratado la señora Hudson una empleada para hacerse cargo de las labores gastronómicas?

(2) El simpático instrumento ha vuelto a ser moda, aunque supongo que hoy persigue una finalidad puramente decorativa. Buscando "posa huevos" en internet aparecen numerosas imágenes de modelos cerámicos, plásticos y metálicos con diseños tradicionales o vanguardistas