221pipas, la monografía

Trucha fresca en el Dragón Verde (degustación)

Si bien la "oficina-vivienda" de Baker Street 221b domina siempre el escenario espacial sherlockiano, los avatares investigativos obligan a viajar con bastante frecuencia tanto al detective como al doctor, no sólo dentro del ejido urbano y suburbano londinense sino también por otras ciudades, pueblos y parajes de Inglaterra. La localización de dichos sitios está fuertemente concentrada en las regiones del sur y el sudeste cercanas a la capital: Surrey, Kent, Essex, Sussex y Berkshire son las más visitadas, seguidas por algunas del sudoeste (Devonshire, Cornwal) y raramente otras más al norte. En la mayoría de las ocasiones utilizan el ferrocarril como método de transporte, algo lógico a fines del siglo XIX en un país tempranamente surcado por miles del kilómetros de vías. Muchas de estas travesías son realizadas con ida y vuelta el mismo día (gran parte de la áreas mencionadas no superan los 100 kilómetros de distancia desde Londres), pero en ciertos casos Holmes y Watson se ven obligados a pernoctar en pintorescas posadas o sombrías casonas.

Así ocurre en La antigua casona de Shoscombe, última historia del canon publicada por el Strand Magazine en abril de 1927, donde la resolución del caso tiene como principal marco geográfico al paraje Shoscombe del condado de Berkshire. Pero sobre todo, a los efectos que nos interesan, al poblado de Crendall, donde se ubica la posada Dragón Verde, con cuyo dueño (Josiah Barnes) los protagonistas traban una buena relación de confidencia que incluye compartir una botella del vino de la casa y la preparación de varias truchas pescadas por el mismísimo dúo estelar en cierto arroyuelo de la zona, llamado Arroyo del Molino. El texto no brinda mayores datos sobre la modalidad de cocción (fritas, grilladas, braseadas, horneadas o guisadas), aunque el serial protagonizado por Jeremy Brett en los años ochenta se aventura a proponer una especie de sopa bien expuesta por la cámara en primer plano, al igual que el ambiente general con sus personajes, su chimenea, su mobiliario y su atmósfera pueblerina de época.

En vista de ello me propuse recrear el plato según la modalidad más simple y menos invasiva, que es al horno. Para tal propósito compré un ejemplar abierto y despinado con peso neto rondando los 350 gramos, sumamente fresco y de buena apariencia. Al no haber ningún pormenor culinario en el relato original (excepto el propio pescado) la idea prevalente fue la de no distorsionar el sabor de un ejemplar reconocido por su carne delicada pero a la vez sabrosa. Por eso mismo apenas lo aderezé con sal, pimienta, una pizca de perejil, otra de ajo, aceite de oliva y una rodajitas de limón. Horneado diez minutos a temperatura no muy alta (secarlo demasiado hubiera sido un error), resultó perfectamente acorde con las expectativas previas: rico, carnoso, de gusto natural y equilibrado, muy apto para una cena liviana (seguramente así lo preferían ellos durante aquellos viajes de trabajo), en este caso acompañado por cierta ensalada fresca y la infaltable copa de vino blanco. Como asegura el posadero en el capítulo televisivo antes mencionado: ¡buena pesca, Sr. Holmes... la mejor que he visto en mucho tiempo!


Todo indica que Sherlock Holmes y el doctor Watson tenían sobradas habilidades prácticas a la hora de procurarse el alimento en plena campiña inglesa. Y también, para disfrutarlo luego en una emblemática hostería rural como el Dragón Verde.

Una maratón nicotínica al extremo

"Una habitación grande con dos camas había sido puesta a nuestra disposición, y yo rápidamente estaba entre las sábanas porque me sentía cansado después de una noche de aventuras. Sherlock Holmes, en cambio, era un hombre que cuando tenía un problema sin resolver pasaba horas, e incluso días, sin descanso (...) Pronto me di cuenta de que se estaba preparando para una sesión de toda la noche (...) Con almohadas y cojines construyó una especie de diván oriental sobre el que se posó con las piernas cruzadas, una onza de tabaco shag y una caja de fósforos dispuesta frente a él. En la tenue luz de la lámpara lo vi sentado allí, con una vieja pipa de brezo entre los labios, sus ojos fijos en la esquina del techo, el humo azul que se enroscaba en torno suyo, silencioso, inmóvil (...) Cuando me desperté encontré el sol de verano brillando en el aposento. La pipa aún estaba entre sus labios, el humo todavía se curvaba hacia arriba y la habitación estaba llena de una densa neblina de tabaco, pero no quedaba nada del montón de shag que había visto la noche anterior". El fragmento pertenece al relato El hombre con el labio retorcido, más precisamente a la estadía del detective y el doctor como huéspedes en la mansión St. Clair.


La estampa fue llevada al dibujo por el genial Sidney Paget, cuyo trabajo apareció en todas ediciones del Strand Magazine desde 1891 hasta 1904. (1) Ahora bien, más allá de la data literaria, algunos detalles adyacentes en la misma historia permiten afirmar que en esta ocasión Holmes lleva sus apremios tabaquísticos al extremo. Repasemos en principio el dato más explícito, la onza de tabaco, que equivale a 28 gramos. No parece mucho, pero el texto indica que esa cantidad es consumida íntegramente en cierta noche del mes de junio de 1889 (pleno verano londinense), con el sol poniéndose a las 21:30. Al llegar a la mansión la oscuridad ya es cerrada y aún restan varios sucesos antes de retirarse, lo cual nos indica las 22:30 como un razonable horario de inicio. Luego, el mismo Watson se encarga de señalarnos que al despertarse y encontrar a Holmes finalizando su maratónica ceremonia son casi las 04:30 de la madrugada, coincidente en efecto con el amanecer estival de Inglaterra. El resultado es un lapso de 6 horas en total, minuto más, minuto menos.


Una pipa recta de brezo con dimensiones estándar (tal cual la ilustra Paget) puede cargar aproximadamente 3 gramos de tabaco, que vamos a retocar a 2,8 para nuestra comodidad. Los 28 gramos de la onza se convierten así en 10 pipas a lo largo de 6 horas (360 minutos), lo que a su vez nos deja el promedio de una pipa neta cada 34 minutos y 2 minutos adicionales entre fumadas para la operación de vaciar, limpiar, recargar y encender otra vez, todo ello en forma consecutiva y sin descanso alguno. Tales cifras pueden parecer normales para quienes nunca fumaron en pipa, pero constituyen una verdadera hazaña bronquial, pulmonar y neurológica para aquellos que entienden algo del tema. Un fumador muy duro y experimentado rara vez llega a consumir 10 pipas a lo largo de una jornada diaria completa (entre 14 y 16 horas), y si lo hiciese en apenas 6 horas su estado de excitación requeriría asistencia médica urgente. La maratón tabaquística de Holmes se convierte así en una anécdota absolutamente notable aunque no del todo imposible. Y menos para un superhéroe como él.


Arthur Conan Doyle también era fumador y seguramente supo que en El hombre con el labio retorcido llevaba a su personaje hasta el límite. Pero justamente así lo había creado, como un hombre capaz de alcanzar todos los extremos.

Notas:

(1) El mismo fragmento fue elegido posteriormente por otros artistas para ilustrar el relato en diversas publicaciones europeas.

Escándalo en Bohemia: el vagabundo Holmes bebe un vaso de "half and half" (degustación)

Luego de las novelas Estudio en Escarlata (1887) y El signo de los cuatro (1890), Escándalo en Bohemia fue el primer relato corto sherlockiano escrito por Arthur Conan Doyle y publicado por el Strand Magazine en julio de 1891. Quizás por esa cuestión cronológica se trata de una de las historias más populares de la saga, o tal vez porque en ella aparece Irene Adler, la única mujer capaz de alterar los sentimientos del frío detective. Y no sólo eso, sino que además logra salirse con la suya en el propósito de retener consigo ciertos documentos que comprometen al mismísimo rey de Bohemia. No es, por cierto, la única ocasión donde observamos al adalid de la deducción y la sagacidad vencido en su propio terreno. Bien al contrario, el devenir de casos posteriores demuestra que Holmes es tan humano como cualquiera de su especie, y que también se equivoca. Pero claro, esas pequeñas fallas esporádicas son ampliamente compensadas por sus constantes e innumerables aciertos.

El caso presenta diversas facetas y peripecias que debe enfrentar nuestro héroe, pero la que nos interesa acontece cuando se disfraza de vagabundo con el fin de husmear cierta propiedad londinense llamada Briony Lodge. En tal guisa encuentra la oportunidad de mezclarse con el personal de la casa -cosa que logra sin problemas- al punto de recibir una "compensación" por ayudarlos en su trabajo. Según las propias palabras del detective, "les presté una mano a los mozos de cuadra (1) para frotar sus caballos y a cambio recibí dos peniques, un vaso de half and half (medio y medio) y dos cargas de tabaco shag". Amén del tabaco shag (tan típico entre los gustos tabaquísticos del detective), la mención de half and half resulta bastante curiosa y enigmática. ¿Qué era esa bebida? Ciertamente, su significado nos traslada a las clases pobres en los barrios bajos de Londres a fines del siglo XIX, donde  dicho término se utilizaba para designar la mezcla entre dos diferentes cervezas de barril, cualquiera fuera su tipo: rubia con negra, dulce con amarga o toda otra combinación imaginable.


A falta de barriles decidí encarar una degustación alegórica con ejemplares asequibles en el mercado actual. Para tal propósito opté por un blend en partes iguales entre dos cervezas de lata, una de la celebérrima irlandesa Guinness (negra, corpulenta y amarga) (2) y otra de la alemana Mecklenburger (rubia, liviana y amable). El desenlace fue bastante interesante, empezando por el color: lo que yo esperaba terminaría siendo una cerveza roja resultó completamente oscura, con la Guiness dominando a pleno la cuestión cromática. En cuanto al gusto, en cambio, no hubo preeminencias sino que privó  una silueta equilibrada y sabrosa, muy cremosa, intensa pero a la vez armónica. Así, la parte negra otorgó cuerpo y potencia mientras la rubia hizo lo suyo generando texturas amigables con el paladar. Podemos decir que aquí el ensamble no acabó en una pérdida de matices originales (como suele ocurrir muchas veces con las mezclas) sino en una sumatoria de elementos positivos.

Seguramente, ni Sherlock Holmes ni los victorianos de bajos recursos se preocupaban demasiado por la calidad de sus half and half, pero al menos tuvimos un acercamiento tardío a aquella singular y olvidada costumbre.

Notas:


(1) Los mozos de cuadra (ostlers en inglés) eran trabajadores encargados de alimentar, asear y cuidar a los caballos.
(2) Elaborada en Argentina bajo licencia según receta original.

El detective y el doctor, dos oófagos consumados

Ya hemos analizado a través de una entrada subida hace pocos meses -preparación y degustación mediante- la importancia del desayuno en el mundo victoriano real y en la saga sherlockiana ficcional. El repertorio de relatos canónicos está salpicado de citas sobre ese momento cotidiano en el que abundan las viandas e infusiones de época y lugar. El té, el café, el jamón, el tocino y las tostadas se cuentan entre los elementos más asiduos, pero todos ellos quedan opacados frente a los huevos, visitantes continuos de las mesas frecuentadas por Holmes y Watson, no sólo en el célebre domicilio de Baker Street 221b (donde brillaban las buenas artes de la señora Hudson) sino también en otras ubicaciones distantes de la metrópoli. Así, por ejemplo, en los relatos El signo de los cuatro, El pulgar del ingeniero, El tratado naval, El negro Peter, El puente de Thor y El pintor retirado tenemos alusiones enfocadas en el reducto londinense del detective, mientras que en El valle del terror podemos observar a los productos de granja formando parte de una merienda servida en la posada El escudo de Westville, del pueblo Birlstone.

Alguna referencia resulta incluso desarrollada más allá de la cuestión puramente gastronómica que nos atañe en este blog. En El puente de Thor Holmes realiza cierta reflexión "sesuda" mientras lee el periódico matutino junto a Watson, refiriéndose a las noticias del día: hay poco que compartir, pero podemos discutirlo cuando hayas consumido esos dos huevos duros con los que nos ha obsequiado nuestra nueva cocinera (1). Incluso un acto tan trivial como cocinar un huevo exige una atención consciente del paso del tiempo... En cuanto a los modos de cocción, las pocas alusiones puntuales que se pueden localizar hablan exclusivamente de huevos duros o revueltos, si bien las costumbres culinarias del período llevan a suponer con alto grado de convicción que también se los preparaba fritos o poché. De un modo u otro, lo cierto es que dentro de las 60 historias originales la delicia aviar no tiene parangón entre los ingredientes típicos del full english breakfast.

La televisión y el cine tampoco dejaron de poner énfasis en la primera comida del día que disfrutaban los protagonistas de la epopeya holmesiana, desde la primitiva serie protagonizada por Basil Rathbone y Nigel Bruce en la década de 1940 hasta las más recientes películas de Robert Downey Jr y Jude Law del siglo XXI, pasando por los buenos seriales producidos en las décadas de 1960 y 1980 encabezados por Peter Cushing y Jeremy Brett. Precisamente en estos últimos (que cuidaban con bastante esmero los detalles escenográficos) puede observarse un curioso e interesante utensilio muy propio de las mesas victorianas pudientes: el hoy llamado posa huevos (2), consistente en una especie de copa en la cual se sirve el producto para ser roto suavemente por la cáscara y consumido con cuchara. Huelga decir que la alternativa solamente es practicable si los huevos son preparados según la modalidad poché, ya que en caso de ser duros no resulta funcional (necesariamente hay que agarrarlos con las manos al pelarlos) y directamente imposible para los prototipos fritos o revueltos.

Sherlock Holmes y John Watson, dos oófagos empedernidos. Una mirada diferente de su vida cotidiana y del día a día en la Inglaterra del siglo XIX.

Notas:

(1) Esta "nueva cocinera" aparece sólo en ese relato, perteneciente al último grupo de historias escritas por Doyle en la década de 1920. No hay otras especificaciones posteriores, por lo cual dicha aparición quedará para siempre en el terreno de las suposiciones, al igual que la respuesta al siguiente interrogante: ¿había contratado la señora Hudson una empleada para hacerse cargo de las labores gastronómicas?

(2) El simpático instrumento ha vuelto a ser moda, aunque supongo que hoy persigue una finalidad puramente decorativa. Buscando "posa huevos" en internet aparecen numerosas imágenes de modelos cerámicos, plásticos y metálicos con diseños tradicionales o vanguardistas

En busca del tabaco "shag" - Versión III (degustación)

Samuel Gawith es una legendaria fábrica inglesa de tabacos situada en la localidad de Kendal, que aún elabora su producción con métodos antiguos. ¿Qué tanto? Algo así como dos siglos a juzgar por la presunta fundición de cañones napoleónicos que dio origen al metal de sus maquinarias más viejas. Mito o verdad, lo cierto es que el año 1792 resulta aceptado como data originaria de la firma, sumado al hecho de ser reconocida como la última tabacalera británica que continúa utilizando procedimientos artesanales e históricos (1). Bien entendida, semejante "vetustez" industrial nos viene como anillo al dedo para encarar la tercera y última versión en nuestra búsqueda sensorial del tabaco shag que fumaba Sherlock Holmes. En las dos entradas anteriores analizamos sendos ejemplares argentinos cuya presunta semejanza residía en perfiles de potencia, rusticidad y sencillez, pero ahora nos centraremos en las cuestiones cronológicas y geográficas que implican degustar un genuino producto británico manufacturado a la usanza de antaño. Para la ocasión seleccioné el Samuel Gawith Full Virginia Flake basándome en los registros del siglo XIX que señalan una presencia mayoritaria de la variedad Virginia en el shag de la época (2). En forma adicional, la etiqueta incluye una típica estampa del detective con su pipa y su gorra de caza, lo cual vuelve casi imposible evitar una inmediata empatía. Su presentación pertenece al tipo llamado flake en la jerga del sector, equivalente a una serie de "pastillas" delgadas de tabaco prensado más o menos irregulares.

Para fumarlo es necesario deshilvanar primero las hebras que lo componen y luego cortar éstas en pequeños copos que son, finalmente, los que llegan hasta la pipa. Semejante producto no es sencillo de mantener en combustión durante las primeras pitadas debido a su alto grado de humedad (contrario, en principio, al modelo sherlockiano), aunque una vez carbonizado no presenta mayores problemas. Esto nos lleva a su faz aromática y gustativa. Es intenso y complejo; en crudo posee notas que personalmente defino como "membrillo" y al fumarlo aparecen acentos de buen tabaco natural (no tostado, no ahumado, no endulzado), corpulento sin ser picante, rico y perdurable. Con todo, lo más atrayente para nuestro propósito es que tiene las cualidades emblemáticas de los viejos tabacos para pipa seleccionados, añejados y procesados con ese esmero que la industria moderna perdió hace tiempo. Como muy bien señala un lúcido usuario del sitio www.tobaccoreviews.com al decir: es un tabaco de la vieja escuela en el sentido más puro, (...) preparado por una empresa de la vieja escuela, que utiliza métodos de la vieja escuela. Aunque, desde luego, la cosa no es tan simple. Hay una evidente falla estructural que lo separa de las reseñas del doctor Watson: es demasiado bueno...

Al finalizar esta cata cabe preguntarse si entendemos un poco mejor cómo era el tabaco más módico y elemental que se comercializaba en Reino Unido a fines del siglo XIX. Es difícil afirmarlo con certeza, aunque considero haber develado "un poquito" del misterio shag en cada una de las tres degustaciones realizadas al efecto. En la primera abordamos la cuestión desde el costado del precio mínimo y la absoluta rusticidad de un espécimen compuesto por sobras de cigarros puros. En la segunda mezclamos cierto tabaco de calidad modesta con picadura criolla que aportó la necesaria cuota salvaje y agreste. En la última degustamos un legítimo y acreditado virginia puro fabricado en Inglaterra con métodos que vienen de lejos en el tiempo. Seguramente el shag victoriano era -a su manera- ninguno de ellos en particular y un poco de todos en general: simple, ordinario y tosco por un lado, pero también corpóreo y duradero por otro. Y más que nada, con sabor muy inglés.

Tal vez algún día encontremos nuevas evidencias que nos hagan probar otro producto en el afán de entender el humo del gran detective creado por Arthur Conan Doyle. Y así lo haremos, llegado el caso, sin dudar un instante.

Notas:


(1) Hace ya varios años, el foro de internet El Rincón de la Pipa presentó un excelente testimonio fotográfico obtenido in situ. La sola observación del mismo ahuyenta cualquier duda sobre la antigüedad de la empresa y sus métodos artesanales: Samuel Gawith, reportaje fotografico de Marcelino Piquero (foroactivo.com)
(2) Mayoritaria aunque no exclusiva. De hecho, hacia fines de la centuria los indicios documentales señalan que el shag se había vuelto bastante "mestizo" en cuanto a tipos, calidades y procedencias (para más datos ver monografía).

En busca del tabaco "shag" - Versión II (degustación)

Lejos de basarse en interpretaciones o conjeturas, el carácter popular y económico del tabaco shag que se consumía en Gran Bretaña a fines del siglo XIX tiene fundamentos explícitos apuntados en los propios relatos del canon sherlockiano. No por nada el detective recibe como cortesía dos "llenadas" de shag precisamente cuando transita por Londres disfrazado de vagabundo (Escándalo en Bohemia), ni tampoco resulta casual que él mismo se refiera a su picadura favorita como "mi lamentable tabaco" (La piedra Mazarino), por citar un par de ejemplos. Si acaso nos alejamos de la ficción para sondear la evidencia histórica del mundo real, los indicios resultan todavía más contundentes. De hecho, diferentes documentos oficiales parecen acentuar ese perfil a medida que avanza la centuria decimonovena. Veamos algunas citas textuales (1): el tabaco shag está fabricado con el tipo de hoja más fuerte y peor (1839); en Inglaterra la mayoría de los fumadores usa largas pipas de arcilla y tabaco shag (1852); el tabaco shag es realmente una hoja de corte pesado; el requisito principal es que sea de bajo precio (1880). Creo que no son necesarias pruebas adicionales. Queda claro que, tabaquísticamente hablando, las narraciones de Doyle se corresponden muy bien con los usos y costumbres de su época.

No obstante, existe un punto que debe ser tomado en consideración: promediando los años 1890 la masiva producción de shag se dividía entre muchos fabricantes. Una excelente compilación histórica de marcas y manufacturas británicas (2) presenta nada menos que 98 ejemplares de shag comercializados por 22 establecimientos vigentes en ese tiempo. Ello lleva a preguntarse si todos eran idénticos en términos de calidad y precio, lo cual parece poco probable. Entonces, ¿cómo era específicamente el que compraba y quemaba profusamente nuestro héroe de Baker Street? Por lo pronto sabemos que fuerte y barato, pero no mucho más. En ese orden de cosas, la entrada anterior sirvió como introducción hacia nuestro "enigma" del tabaco fumado por Sherlock Holmes. El espécimen degustado mostraba analogías sensoriales compatibles con el perfil que describen las crónicas del doctor Watson (sequedad al tacto, fortaleza aromática, rusticidad de sabor), aunque su origen en los despuntes de cigarros no parece encajar con los testimonios pretéritos, ya que el shag de 1890 se elaboraba desde el inicio como tabaco suelto.

En esta segunda ocasión vamos a seguir intentando perforar el meollo del asunto mediante un producto pensado íntegramente para fumar en pipa: el tabaco Argento Dúo, compuesto por los tipos Virginia y Criollo en partes iguales. Según su fabricante incluye cierto "toque final de café", pero ello no se nota en absoluto (mejor así, no queremos aromatizantes artificiales). Para reforzar su potencia procedí a mezclarlo con tabaco seco que se adquiere directamente en "pencas" que uno debe picar a modo casero. Las hojas en cuestión también son de tabaco criollo producido en el norte argentino, con sabor punzante y agreste. El corte final fue 70% Argento Dúo y 30% picadura casera. ¿Resultados? Bastante buenos a mi modo de ver: el tabaco de manufactura aporta cuerpo y notas de frutos secos típicas del Virginia, mientras la picadura "artesanal" genera ese nervio, esa fibra de rusticidad que exhibía el shag holmesiano tal cual lo señala hasta el cansancio su estoico e inseparable compañero de aventuras. Un humo vigoroso y austero (aromas simples pero intensos, nada de dulzor) me acompañó hasta el final de la fumada.

Hasta ahora sólo probamos prototipos del hemisferio sur y de Sudamérica en particular. En la tercera entrada de esta serie daremos un formidable salto geográfico, cronológico y cualitativo hacia uno de los últimos y genuinos tabacos ingleses para pipa que quedan en el mundo, elaborado por una casa legendaria que aún utiliza maquinarias y métodos bicentenarios. Todo sea por develar el misterio shag.

Notas:

(1) Para conocer las fuentes, ver monografía.
(2) Asequible en el sitio tobaccocollectibles.co.uk

En busca del tabaco "shag" - Versión I (degustación)

A pesar de ser un fumador inveterado de pipa, puros y cigarrillos, la imágen icónica de Sherlock Holmes se asocia con el primero de estos consumos. Tal presunción es correcta según lo confirman las propias historias de Doyle, ya que entre las menciones explícitas sobre el tópico humeante la pipa lleva una cómoda delantera con cuarenta y dos referencias, frente a ocho de cigarros puros y ocho de cigarrillos. La pregunta queda entonces servida: ¿qué tabaco fumaba? Por suerte para los fanáticos nunca fue difícil obtener su correspondiente respuesta, plasmada una y otra vez en los textos originarios. Más que favorito, el único tipo que consume (salvo alguna ocasional invitación en contrario) es el denominado shag (1). A principios del siglo XIX, este antiguo espécimen tabacalero era conocido así por el aspecto visual derivado de su corte en tiras muy finas que asemejan una lana de pelo corto y enmarañado, lo cual lo hacía apto para fumar indistintamente en pipa o como relleno de cigarrillos. Pero durante las décadas siguientes dicho significado fue rebajando de categoría hasta concluir haciendo alusión a los productos más baratos y toscos. Para los tiempos en que fueron escritas las primeras obras del canon, el tabaco shag era sinónimo de "burdo y económico" sin importar el grosor de las hebras o su característica visual (2).

Iniciamos aquí una serie de tres entradas degustando sendas versiones experimentales de lo que pudo haber sido el shag en Inglaterra a finales del período victoriano. El primer caso está basado exclusivamente en ese perfil relativo al precio mínimo y la calidad elemental. Haciendo honor a ello adquirí un par de paquetes del tabaco para pipa más barato de Argentina según su relación peso/costo, que alcanza irrisorios 0,75 centavos de dólar por cada envase de 100 gramos. El rótulo en cuestión no es otro que Avanti, legendaria marca productora de afamadas imitaciones del toscano italiano. De acuerdo con el fabricante se elabora mayormente con despuntes de puros (sobras procedentes de cortes y roturas), rasgo verificado de inmediato al encontrar numerosos "pedazos" de cigarros entre las hebras. Nada sorprendente, puesto que un precio tan bajo amerita semejante falta de fineza y el mismo establecimiento confecciona puros modestos con materias primas de Argentina, Paraguay, Brasil y Centroamérica. La picadura obtenida es muy irregular en tamaño y bien seca al tacto, algo bueno en términos de semejanza histórica, toda vez que Holmes tenía por costumbre guardar su tabaco en una zapatilla persa cerca de la chimenea. O sea que podemos descartar cualquier mínimo grado de higrometría remanente al momento de consumirlo.

Lo visto hasta ahora parece acercarnos al shag decimonónico predilecto del detective. Podemos definir las siguientes similitudes: a) es el más barato, b) es extremadamente cerril y ordinario, c) carece por completo de humedad, d) no está aromatizado con nada, e) proviene de un mestizaje impreciso entre diversas calidades y procedencias. Vamos así por buen camino, pero nos falta aún confirmar si resulta tan áspero al paladar y mordaz en el aroma como señala el doctor Watson, quien "sufría" en primera persona las frecuentes maratones tabaquísticas de su compañero. Al encenderlo y fumarlo los sentidos vuelven a refrendar mis sospechas: su alto contenido nicotínico está en sintonía con un carácter rústico, agreste, herbáceo, llano y contundente, bastante lógico al pensar que se trata de cigarros baratos desmenuzados, ni más ni menos. Resta decir que la ceremonia duró poco: su extrema sequedad produce una combustión muy rápida, casi en la mitad del tiempo (o menos) que los tabacos para pipa convencionales. ¿Otra semejanza con el estilo shag sherlockiano? La hipótesis suena factible y bien sustentada por la voracidad fumatoria típica del insigne arrendatario de Baker Street 221b.

Pero de ningún modo la cosa termina aquí. Esta cata nos brindó una aproximación inicial desde la perspectiva del precio módico con calidad básica, aunque es necesario reconocer que difícilmente el shag del siglo XIX haya estado compuesto por despuntes cigarreros. En la próxima entrada continuaremos nuestra búsqueda con un nuevo tabaco y otras semejanzas.

Notas:


(1) Siempre tomando como genuinas las ediciones inglesas. Traducida al español, la palabra shag tiene varias acepciones que pueden generar confusión. Por ese motivo los editores castellanos la han modificado por tabaco "negro", "fuerte" o simplemente "picadura".
(2) Para más detalles históricos ver la monografía de 221pipas