Sherlock
Holmes, Juego de Sombras es una
película de 2011 protagonizada por Robert Downey Jr y Jude Law. Al
igual que la antecesora Sherlock Holmes (2009)
fue encarada con vistas a un resonante éxito comercial, lo cual sin
dudas logró: su costo y su recaudación fueron de 125 y 544 millones
de dólares respectivamente. Pero entre ambas producciones existe un
rasgo diferenciador que cualquier aficionado sherlockiano entenderá:
mientras la primera no tiene relación alguna con los relatos del
canon, la segunda presenta cierta familiaridad con El
problema final, la
célebre historia publicada en 1893 donde acontece una imprecisa
“muerte” de Sherlock Holmes. Aunque distante, esa semejanza
también se detecta en varios escenarios y personajes que
efectivamente fueron plasmados por Arthur Conan Doyle: las cataratas
suizas de Reichenbach, el
coronel Moran, el
pérfido profesor Moriarty
y el estrambótico Mycroft Holmes,
hermano del detective. Se produce así una extraña pero efectiva
mixtura argumental entre situaciones canónicas ortodoxas y
pormenores creados específicamente para el cine que acaban
conformando un trabajo muy profesional, bien pensado e impecablemente
filmado. En otras palabras, el resultado no está nada mal.
Durante
una de las muchas peripecias que nos depara la trama podemos observar
a Mary Morstan, la flamante esposa del doctor Watson, viviendo
temporalmente en la casona -más bien un castillo- de Mycroft Holmes.
No se debe pensar mal: las circunstancias del caso ponen en peligro
su vida y dicho retiro resulta imprescindible a modo de protección
mientras su esposo y el detective viajan al continente. Así, luego
de lo que parece ser una primera noche en su alojamiento provisorio,
la señora Morstan es invitada a desayunar por Mycroft con la
siguiente sugerencia gastronómica: Stanley prepara un
delicioso riñón endiablado (devilled
kidney en inglés). Aclarando
ante todo que en la misma escena aparece vagamente el susodicho
sirviente viejo y tembloroso, las preguntas que nos surgen aquí se
dirigen hacia esa vianda tan singular. ¿Es posible que los ingleses
victorianos desayunaran riñones? ¿Y qué es concretamente el riñon
endiablado? El primer
interrogante tiene un sí como respuesta contundente, puesto que los
riñones -especialmente de cordero- fueron muy comunes como desayuno
durante el siglo XIX, no sólo en Reino Unido sino también en
Francia. Para responder el segundo opté por preparar el plato
recurriendo a las recetas fácilmente asequibles en la web, porque se
trata de un manjar aún vigente, aunque ya no para las mañanas sino
más bien para los mediodías y las noches.
Mi
versión personal no difiere demasiado del promedio. Comprado el
riñon (de vaca en este caso) procedí a limpiarlo según los
estándares regulares: hay que quitarle la película que lo recubre,
cortarlo primero en rodajas y después en trozos más pequeños
(evitando el centro nervioso) que se colocan en un bol y se cubren
con agua y generoso chorro de vinagre. Sacados de su baño tras dos
horas se los escurre y a partir de allí comienza la receta en sí
misma. Primero hay que salarlos y rebozarlos en harina mezclada con
una abundante carga de pimenta negra -el término “endiablado”
viene del picor que ésta produce-. Luego se los fríe en sartén con
manteca derretida por un tiempo no mayor a tres minutos, ya que de lo
contrario se vuelven gomosos. Si los trozos fueron cortados como
describimos antes, es suficiente para cocinarlos. Retirados del
fuego, se prepara en la misma sartén (junto a todo el fondo de
cocción que quede) una salsa muy rápida con base de mostaza, chorro
de jerez dulce y toque de aceto balsámico. Tras pocos segundos para
ligar los ingredientes ya podemos servir los riñones; se añade la
salsa, se espolvorea todo con perejil y se vuelca un hilo de aceite
de oliva por encima. Muchos proponen servir los riñones sobre
tostadas, pero personalmente preferí colocarlas a un costado para
poder saborear a pleno el arcaico manjar.
Debo decir que me gustó mucho: su textura es delicada y su sabor suave, bien contrapuesto a la “mala fama” que pesa sobre los riñones, si bien eso suele estar vinculado con un lavado defectuoso o directamente inexistente. Por lo demás, me alegro de haber disfrutado semejante vianda típica de las mesas matinales victorianas, aquellas mismas que aún hoy dan lugar a momentos holmesianos de la pantalla grande.
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