En
Estudio en
Escarlata,
Sherlock
Holmes interroga a un policía (John Rance) que estuvo de ronda en
cierto suburbio londinense la noche del crimen. Mientras rememora esa
ocasión solitaria y fría, el servidor público expresa en sus
propias palabras lo mucho que hubiera deseado “un cuatro de gin
caliente” (a
four of gin hot).
Considerando
ante todo que no se trata de un “cuarto”
(quart)
sino textualmente del cuatro numérico, la cita resulta bastante
llamativa. ¿Qué puede ser esa bebida de nombre tan intrigante? El
aspecto térmico
no
es engorroso de explicar dado que en esos días de inviernos húmedos
y helados era muy común calentar las bebidas, tanto el vino como los
destilados, solos o rebajándolos con agua caliente. El cuatro,
por su parte, puede referirse a la medida volumétrica popular four
fingers (cuatro
dedos) o a la unidad de pago four
pence (cuatro
peniques), pero queda claro que su significado era muy propio del
siglo XIX entre los sectores sociales de menores ingresos. Así lo
entienden veteranos historiadores y expertos en bebidas que exploran
el pasado.
En
los tiempos victorianos el gin era, al igual que la cerveza, una
bebida sumamente célebre entre la población de clase media y baja,
elaborada por miles de productores pequeños y consumida por millones
de fervientes seguidores. Barata y accesible debido a su crecimiento
sostenido desde el siglo XVIII, había pasado ya entonces por cierta
depuración de estilo desde los primitivos prototipos ásperos y
endulzados conocidos como Old
Tom Gin hasta
los más elegantes, frescos y definidos London
Dry Gin, que
dominaban la escena cuando el personaje detectivesco salió a la luz
por primera vez, a fines del XIX. Podríamos inferir entonces que
Arthur Conan Doyle se refería a estos últimos, pero la industria en
cuestión estaba todavía demasiado atomizada como para teorizar al
respecto. Con toda seguridad, un modesto policía raso de la época
tenía acceso a ejemplares cuyo estilo difícilmente resulta
discernible hoy en día. Establecer cuál era, por lo tanto, sería pura especulación.
Con
todo, decidí encarar una recreación moderna aproximada sobre lo que pudo haber
sido tal costumbre en la Inglaterra del período. Para el caso no me
incliné por marcas costosas y acreditadas sino por un buen espécimen
argentino proveniente de pequeñas producciones, lo cual (entiendo)
debe estar mucho más cerca del carácter que pretendemos recrear.
Para ello busqué entre la gran variedad disponible en
www.theginplace.com.ar y adquirí una simpática botella de 375cm cúbicos de la marca
Alambique,
elaborada en Bahía Blanca a partir de una destilación en la que
participan el enebro y otros 16 botánicos naturales. El método para
“climatizar” la bebida fue agregar H2O
caliente (1) de acuerdo con una proporción de 2/3 de gin y 1/3 de
agua mineral en su punto de hervor, todo ello valiéndome de un viejo
jarrito metálico que solía obrar de “medida” para whisky y
licores. Habiéndolo probado previamente puro, el resultado
francamente me sorprendió: no sólo se expresan mejor los aromas
vegetales (tal vez el vapor libera ciertos componentes), sino que
además resulta notoriamente pleno al paladar, sabroso y
reconfortante.
En nuestros días, casi la totalidad del gin se consume al modo gin tonic o integrando otros tragos, lo cual está muy bien. Pero el four of gin hot que nos acerca la epopeya literaria de Holmes abre una nueva faceta para las noches más crudas del invierno, tal cual lo entendió John Rance al expresar sinceramente su deseo en aquella gélida jornada nocturna de la capital británica.
Notas:
(1) Descarté calentar la bebida pura, ya que eso puede generar una prematura evaporación de alcoholes y aromas.
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