
Si bien es un
establecimiento creado por la imaginación de Arthur Conan Doyle, la
descripción del St. Luke's College tiene todos los
ingredientes reales de la típica institución educativa británica
con cierta envergadura y prestigio. Ello incluye la existencia en sus
alrededores de barrios universitarios, bibliotecas públicas,
hospedajes y comercios para la provisión de papeles, textos y demás
materiales. Es precisamente en las inmediaciones de uno de esos
centros de enseñanza donde Sherlock Holmes y el doctor Watson se
encuentran hospedados cuando surge la aventura de Los tres
estudiantes, relato publicado
por el Strand Magazine en
junio de 1904. A partir de allí se suceden las alternativas del
asunto, en especial la desaparición de un documento muy importante
para ciertos exámenes que se avecinan. Como muchos otros casos
holmesianos originales, la trama no implica crímenes violentos ni
tiene alternativas de corte macabro, pero encierra incógnitas y
acertijos tan sutiles que sólo una mente deductiva de primer orden
puede resolver.


Durante
una de esas jornadas, mientras van y vienen del colegio en cuestión,
entre entrevistas y búsqueda de indicios, Holmes le dice a Watson:
mi querido compañero, son casi las nueve y la casera
parloteaba de arvejas (1) a
las siete y media. En otras
palabras, era tarde (mucho para los hábitos alimenticios del norte
europeo) y debían volver al hospedaje si no querían quedarse sin
cenar. No hay otras referencias posteriores sobre la preparación,
pero al menos tenemos el ingrediente de base: arvejas o guisantes
verdes, que eran muy populares entre la gastronomía inglesa de la
época. Ahora bien, ¿qué hipotético plato se puede preparar
considerando la circunstancia y el lugar, es decir, una modesta
posada decimonónica en cierta ciudad británica de universitarios?
Sin dudas, algo intermedio entre la gastronomía formal de la ciudad y
la cocina rústica del campo. O, dicho de otra manera, algo simple
pero a la vez rico y sustancioso.


Me
decidí entonces por unas arvejas rancheras,
vianda cuya sencillez de preparación contrasta con la posibilidad de
servirla como plato único, tanto y tan bien como una pasta o un
arroz elaborado. La cosa comienza con los ingredientes necesarios,
asequibles y baratos hasta el extremo: arvejas (las de lata van muy
bien), cebolla, tomate, puñado de condimentos (sal, pimienta,
orégano, perejil, toque de pimentón) y huevos en cantidad a gusto
según el apetito de los comensales. Picados el tomate y la cebolla
se sofríen en sartén y una vez que están medianamente
cocidos (más que blanqueados, menos que dorados), se agregan las
arvejas escurridas. Luego de un par de minutos se ensaya un pequeño
“hoyo” en el centro y allí se coloca el/los huevos, que evolucionan sin problemas dentro del jugo de cocción. Finalmente se
sirve con un cucharón o espátula tipo espumadera tratando de
preservar la integridad del producto de granja, colocándolo
preferentemente en el centro del plato.

El
resultado es ciertamente apetecible en todo sentido, más aún
considerando las ventajas ya señaladas: economía, rapidez y
facilidad. Algo que sin dudas tuvo en cuenta aquella casera
innominada a la hora de servir la cena para el genial detective y su
inseparable compañero.
Notas:
(1)
Green peas en
el original.