221pipas, la monografía

Las pipas de Howard

Ronald Howard (1918-1996) fue un actor británico de teatro, cine y televisión cuyo período de mayor actividad profesional se produjo durante las décadas de 1940, 1950 y 1960. Revisando su repertorio laboral hay una notoria especialización en los papeles heroicos dentro de historias signadas por el suspenso y la aventura. De tal forma se observa en las películas The Queeen of Spades (1949), The Browning Version (1951), The Curse of the Mummy's Tomb (1964) y como artista invitado en diferentes episodios de las series The adventures of Robin Hood (1950), Combate (1960) y Cowboy in Africa (1967). Ciertamente no logró alcanzar jamás lo que podría llamarse "estrellato", aunque todavía es ampliamente recordado y reconocido por dos motivos. Uno le es esencialmente ajeno (la vida de su padre Leslie Howard, también actor) (1), pero otro es mérito puramente suyo y se vincula con el mayor éxito de su carrera: el personaje protagónico de Sherlock Holmes en la serie de televisión homónima emitida entre 1954 y 1955.


La realización cuenta con el singular mérito de ser el primer emprendimiento televisivo holmesiano adaptado y realizado íntegramente para el público estadounidense. En total se filmaron 39 capítulos de media hora cada uno, basados en historias que amalgamaban algunos elementos canónicos originales con tramas creadas especialmente por sus guionistas. Las locaciones elegidas para los sets interiores y exteriores estaban ubicadas en la ciudad de París (2), lo que le daba un aire europeo de época sumamente creíble. En forma ocasional se intercalaban tomas estáticas de Londres (el Big Ben, el Támesis) para darle un efecto inglés más convincente. Además de Howard como Sherlock Holmes, el elenco acreditaba la presencia de los veteranos actores secundarios Howard Marion-Crawford (Watson) y Archie Duncan (Inspector Lestrade). Dos datos adicionales incrementan el carácter curioso de la serie, infaltable en cualquier reseña histórica sobre el tema: nunca incorporó al personaje de la señora Hudson y no fue emitida en el Reino Unido hasta el año 2006.


Una de las facetas que lo acercan al Holmes primigenio de Doyle es la presencia consuetudinaria de la pipa. Tanto Howard como Marion-Crawford fumaban su tabaco en especímenes de portes y formatos muy clásicos, bien acordes con aquello que se podía adquirir fácilmente en cualquier tabaquería a mediados de los años cincuenta. Vemos entonces una larga secuencia de prototipos curvos y rectos con líneas y tamaños sobrios, siempre de brezo (al menos así parece). En años recientes, con el advenimiento de las plataformas digitales y redes de internet, muchos entusiastas intentaron identificar esos ejemplares, pero la tarea resulta verdaderamente difícil: todos pertenecen a modelos demasiado estandarizados. Uno de ellos, por ejemplo, aparece en cierta nota publicada en diciembre de 1954 por la revista TV Guide, de Chicago. Algunos fanáticos se animan a sugerir la reconocida marca Savinelli, pero ésta ha contado y aún cuenta con demasiadas variantes como para llegar a una conclusión inequívoca y categórica.


Howard era fumador de pipa en la vida real y utilizó su cachimba a lo largo de toda su carrera, no sólo personificando al gran detective de Baker Street. Sin dudas que la habrá disfrutado tanto como lo hacemos nosotros al recordarlo.

Notas:

(1) Además de varios filmes realizados durante la época dorada de Hollywood, Leslie Howrad (1893-1943) tiene su lugar en la historia grande del cine por haber participado en el clásico Lo que el viento se llevó (1939). Murió repentinamente en 1943 a bordo de un avión civil derribado sobre España por una escuadrilla de cazas alemanes. Aún hoy el hecho está rodeado de rumores y sospechas: muchos aseguran que se encontraba cumpliendo algún tipo de misión secreta para los aliados. Todo ello, desde luego, sirvió para alimentar su propia fama póstuma y la posterior celebridad de su hijo.
(2) No hay explicaciones sobre por qué una producción norteamericana eligió París y no Londres, pero es lógico inferir que la diferencia en el costo económico debe haber sido un factor fundamental.

Brandy, el remedio casero del siglo XIX (degustación)

Dice Winston Churchill en su memorias: mi padre era de otro tiempo; había nacido en la época en que Inglaterra bebía brandy (...) Yo pertenezco a la Inglaterra que bebe whisky. Esta frase recrea con bastante precisión el panorama reinante a fines del siglo XIX, cuando ambas bebidas competían por ganar el mercado británico. Mientras una representaba los gustos tradicionales, la otra iba imponiéndose lentamente como un brebaje moderno. El canon holmesiano es una buena pantalla histórica al respecto y muestra que el combate se encontraba en su apogeo, con predominio bastante marcado del contendiente más antiguo: en las 60 historias de Conan Doyle existen 17 alusiones al brandy y 6 al whisky. Dejando de lado las elucubraciones que pueden surgir sobre el uso del término brandy (1), lo cierto es que durante toda la era victoriana arribaron a Londres destilados vínicos que podían ser rotulados legítimamente con esa denominación, desde los prestigiosos galos Cognac y Armagnac hasta productos provenientes de España, Grecia o Armenia, sin olvidar las elaboraciones locales en un país que importaba mucho vino y tenía amplios conocimientos sobre destilación.

Revisando las 17 menciones explícitas no pasa desapercibido un significativo dato costumbrista, ya que diez de ellas no corresponden al consumo elegido conscientemente sino al suministro por parte de terceros, siempre dentro de una índole "terapéutica" tendiente a restablecer, aliviar y/o calmar personas desvanecidas, heridas, accidentadas o aturdidas. El recuento acusa cuatro desmayados (El sabueso de los Baskerville, La casa deshabitada, El colegio Priory, La segunda mancha), dos intoxicados con humo (La banda de lunares, El intérprete griego), dos envenenados con ponzoñas animales (La crin de león), un malherido (El pulgar del ingeniero) y un caso de excitación emocional (El tratado naval). Dicha data resulta bastante lógica en el contexto de una época en que los remedios formales eran poco efectivos y la medicina se encontraba en etapas experimentales. Por supuesto, en las siete ocasiones restantes la bebida que nos ocupa se inscribe dentro de la modalidad que todos conocemos, es decir como aperitivo, bajativo o compañía de conversación.


A pesar de no aquejarme ninguna dolencia me dispuse a efectuar una cata alegórica del pasado, para lo cual eché mano a una vieja botella española (ya abierta hace tiempo) de la reconocida casa jerezana Terry, cuya data puede estimarse aproximadamente en unos 30 o 40 años (2) . Esa antigüedad -según entiendo- me ayudaría a comprender un poco mejor el estilo de los tiempos idos, como eco lejano de aquellos brandys victorianos tan acreditados y consumidos en el Reino Unido. Sinceramente, el añejo ejemplar resultó excelente en todo sentido, pletórico de colores dorados intensos y aromas complejos que conjugan tonos de madera, notas tostadas, acentos acaramelados y ese perfil "viejo pero bueno" tan difícil de definir. Todo ello en sintonía con un sabor definido, espirituoso, limpio, sin elementos extraños o desagradables de ningún tipo. Desde mi punto de vista personal, es el acompañamiento perfecto para las noches frías, lluviosas o destempladas, junto al calor de la estufa o el fuego de la chimenea. ¿Una epifanía sherlockiana? Tal vez, y no ha sido la primera ni será la última.


El brandy se usaba como remedio por su alta graduación y su abundancia en el mercado, pero también era bebida social y de placer. En esta última faceta lo acabamos de interpretar, al estilo decimonónico en general y holmesiano en particular.

Notas:

(1) No hay razones para dudar que Doyle llamaba así al auténtico destilado de vino que hoy conocemos (ver detalles en la monografía de 221pipas)
(2) Encontrada y adquirida por quien suscribe de manera bastante fortuita, como suele ocurrir con esas joyas embotelladas cada vez más escasas.

Posadas típicas de la campiña inglesa en las historias originales de Sherlock Holmes

Hace poco mencionamos el carácter andariego del trabajo detectivesco y su reflejo en los numerosos viajes que deben realizar Holmes y Watson fuera de Londres. También señalamos cierta característica meridional de esos periplos, concentrados en localidades y parajes relativamente cercanos a la gran metrópoli. Tratándose de un país pionero en cuestiones de vías y trenes, no resulta extraño que el devenir de casos esté cargado de referencias sobre el típico ambiente ferroviario europeo de la época, sus tradicionales coches-compartimiento y sus clásicas estaciones de campaña. Si bien muchos trayectos son realizados con ida y vuelta el mismo día, más de una vez los protagonistas se ven obligados a pernoctar en las residencias de sus clientes o en hostales pueblerinos de carácter semi rural. Por supuesto, no faltan allí las citas descriptivas enfocadas en diversos temas que nos convocan, pero lo más interesante de todo es la extensa serie de pintorescas estampas sobre entornos y personajes bien asentados en la Gran Bretaña decimonónica al filo del 1900.


Si hacemos un análisis ordenado encontramos varios establecimientos dando albergue y/o alimento al dueto estelar de la epopeya holmesiana. En El misterio del Valle de Boscombe, Holmes y Watson tienen como escenario de su almuerzo al mesón Escudo de Hereford, del condado homónimo, y algo similar ocurre en Copper Beeches con la posada Cisne Negro, de Winchester. A las afueras de Camford (localidad imaginaria), el hotel Las Damas (1) sirve de alojamiento para el detective y el doctor mientras Holmes hace alusión al vino Oporto que allí sirven durante los aconteceres de El hombre que gateaba. Escudo de Westville es otro comedor-alojamiento donde el héroe de la saga consume una abundante merienda promediando El valle del Terror. No faltan pormenores del suspenso investigativo enfocados en el tema que nos ocupa, tal cual sugiere Watson en El colegio Priory al definir la posada El gallo de pelea, de Hallamshire, como "escuálida y amenazante". La antigua casona de Shoscombe tiene algo sobre el tópico: en el Dragón Verde, de Crendall, los dos ídolos traban cierta amistad con su propietario, beben su vino especial y cenan truchas pescadas por ellos mismos en un arroyo de la zona.


El cine y la televisión no se privaron de retratar estos reductos ampliamente difundidos por la literatura del Reino Unido en los siglos pasados. ¿Quién no se ha topado alguna vez en el texto, el dibujo o la pantalla con una taberna inglesa de campo colmada de campesinos y aldeanos disfrutando su robusta cerveza o su comida sencilla? Y no hablamos de los pubs urbanos, que sólo tienen cierta familiaridad de rubro, sino de comercios tradicionales que aún hoy -transformaciones mediante- subsisten en antiquísimos poblados enmarcados por colinas, campos y bosques. Lo notable es que su atmósfera no cambió mucho a través de los siglos: podemos apreciar cuadros de situación semejantes en obras de escritores británicos como Thomas Hardy, Jane Austen, G.K. Chesterton y J.R.R. Tolkien, que transcurren en épocas medievales, renacentistas o victorianas por igual, con tono histórico, costumbrista o épico, de la realidad y la ficción. Allí reside precisamente lo genial y grandioso de Sherlock Holmes, tan situado en un período específico pero a la vez tan atemporal. ¿O no es prueba de ello la plena vigencia del personaje cuando han pasado 135 años desde su primera aparición?


Hoteles, mesones y posadas en plena campiña inglesa. Lugar de tradiciones y parroquianos, pero también de misterios y detectives...

Notas:

(1) The Chequers, juego de damas en inglés (más conocido por su sinónimo checkers).

Fumando en arcilla al estilo victoriano (degustación)

De acuerdo con los textos y dibujos que publicó el Strand Magazine en los años de esplendor, Sherlock Holmes tenía la pipa de arcilla entre sus favoritas. Sin embargo, las escenas reflejadas luego por el cine y la TV raramente muestran al detective haciendo uso de su cachimba cerámica. Para la mayoría de las producciones modernas siempre resultó mucho más simple recurrir al consabido y artificioso modelo Calabash o cualquier otra pipa de madera, pero aún así algunas pocas lograron mantener intacto el espíritu original del personaje respetando los detalles visuales apuntados por Conan Doyle. En este punto volvemos otra vez a las mismas series británicas que resultan emblemáticas en el ámbito especializado de estudiosos y fanáticos: los episodios protagonizados por Peter Cushing en 1968 y la versión más divulgada de los años ochenta consistente en 41 entregas con Jeremy Brett a la cabeza del elenco. Ambas cuidaron con singular esmero la minuciosidad escenográfica, incluyendo pormenores gastronómicos y tabaquísticos.

Para un fumador empedernido y apresurado como Holmes nada mejor que una pequeña pipa de arcilla a imagen y semejanza del prototipo ilustrado varias veces por Sidney Paget. Dicha característica volumétrica (que no es excluyente, ya que las hay también portentosas) permite consumir pequeñas dosis de tabaco comparables con un puro de tamaño reducido o un par de cigarrillos. Así lo entendían los victorianos, quienes lograron que la arcilla dominase el mercado británico durante la mayor parte del siglo XIX (1). Reforzando este argumento tenemos otro personaje sherlockiano dentro de semejante línea de costumbres: Reuben Hayes, el malicioso dueño de la "escuálida y amenazante" (en palabras de Watson) posada campestre The Fighting Cock, referenciado en la historia El colegio Priory. Con todos estos antecedentes encaré una reseña sobre el tópico en base a numerosas degustaciones efectuadas en mi costumbre de fumar la pipa chica de arcilla con bastante regularidad.

El ejemplar en cuestión pertenece a la marca Semper Fidelis, de fabricación artesanal argentina. Está hecho siguiendo un molde inglés Broseley datado hacia 1856 (2) con magnitudes que acusan 16,5 cm de largo, cuenco de 3,2 cm de altura y diámetro externo de 2,2 cm, todo ello en un modelo recto, de líneas simples, pensado sin dudas para fumar rápido y sin complicaciones. Las pipas de arcilla proporcionan además una experiencia de sabor más fresca y genuina ya que no guardan "residuos" aromáticos de fumadas anteriores, lo cual sucede frecuentemente con las pipas de madera luego de varios usos. Cargada a pleno, el tiempo necesario para consumirla depende del tipo de tabaco, su corte y su grado de humedad, pero estamos hablando de períodos que oscilan entre diez y veinte minutos. Las descripciones cotidianas sobre Holmes nos llevan a pensar que en su caso dicha banda cronológica estaba siempre en el borde inferior, o incluso menos: el detective solía fumar "como chimenea", sobre todo al encontrarse inmerso en la resolución de casos.

También guardaba su tabaco en una zapatilla persa cerca de la chimenea, lo que equivale a un grado de humedad prácticamente nulo. Pero así era él, y por esas mismas excentricidades (aparte de su genialidad) ha sido venerado por tantas generaciones que atravesaron tres siglos en todo el mundo occidental.

Notas:


(1) Durante las últimas décadas se manifestó un fenómeno de disputa con la raíz de brezo. Ambos materiales competían por predominar en la industria y los hábitos de la población, pero es evidente que el uso de la arcilla se iba apagando de forma irremediable (para más datos históricos ver monografía).
(2) Broseley alude a la localidad inglesa homónima donde -se cree- fueron manufacturadas las primeras pipas británicas de arcilla en el siglo XVII. La última factoría allí existente (que cerró sus puertas hacia 1957) es actual sede de un museo dedicado a la actividad.

El Tokay Imperial de Francisco José

Existen dos líneas de tiempo diferentes a la hora de establecer una cronología literaria de Sherlock Holmes. La primera, que podríamos llamar "editorial", abarca cuarenta años durante los cuales fueron escritas y publicadas las 60 narraciones originales (1887-1927). La segunda comprende la secuencia de hechos según los propios relatos y está plasmada en una placa a la entrada de Baker Street 221b. Comienza en 1881, con el encuentro primigenio entre los dos personajes estelares, y culmina en 1904, cuando el detective ya vive retirado en una pequeña casa cerca del mar, al sur del país. Pero semejante data se basa sólo en el período de mayor actividad profesional del dúo protagónico y claramente no es definitiva. Luego de 1904, sin otras referencias intermedias registradas por las memorias del doctor Watson, hay una notable aparición final de los héroes el 2 de agosto de 1914, pocos meses antes del estallido de la Primera Guerra Mundial. (1) Significativamente, esta historia lleva por título algo bien propio de un desenlace: Su última reverencia.

La trama gira alrededor de dos espías alemanes llamados Von Herling y Von Bork, a los cuales Holmes y Watson deben neutralizar dentro de una mansión, evitando así el robo de importantes documentos secretos británicos. Para ese fin utilizan identidades falsas, ayudadas por el hecho de que sus respectivas fisonomías han cambiado bastante en los diez años transcurridos desde la última aventura documentada: Holmes porta una barba tipo herradura y Watson luce bastante más grueso que en sus tiempos de Baker Street. Ahora bien, lo que nos interesa reside en la bebida que disfrutan los allí presentes: nada menos que una botella de vino Tokay Imperial. Los adjetivos son todos elogiosos, empezando con la frase ¡qué Tokay! expresada por uno de ellos. Luego le sigue el enunciado Altamont tiene un buen gusto por los vinos, y le gustó mi Tokay, y finalmente las palabras del propio Sherlock Holmes cuando afirma: un vino notable Watson; nuestro amigo en el sofá (2) me ha asegurado que es de la bodega especial de Francisco José en el palacio de Schönbrunn.


¿De qué se trata este elixir objeto de tantas loas? Pues del legendario Tokay (Tokaj o Tokaji en su idioma original) (3) producido en la región homónima al nordeste de Hungría, que se elabora en distintas facetas de sabor pero cuya mayor expresión es reconocida por ciertos ejemplares dulces de cosecha tardía hechos bajo condiciones muy particulares que incluyen la sobremaduración extrema de las uvas y un cuidadoso añejamiento en barricas y botella. Su historia se remonta a la Edad Media y fue durante siglos una especie de "gema" enológica bien apreciada por las aristocracias del Viejo Mundo, sobre todo en el caso de los monarcas y las cortes imperiales. Así, por ejemplo, lo bebían tanto la reina Victoria de Inglaterra como el kaiser Guillermo de Alemania o el zar Nicolás de Rusia. Respecto a la mención explícita de Sherlock Holmes, existen sobrados indicios que señalan su abundancia en las diversas residencias del emperador austro-húngaro, más que nada en el soberbio palacio a las afueras de Viena, propiedad de los Habsburgo desde 1569.


Casi como al pasar, el autor nos brinda aquí otra pincelada costumbrista a fines del siglo XIX y principios del XX, en las postrimerías de la amable y decadente Belle Époque.

Notas:

(1) Pocas veces vemos a Watson siendo tan preciso. La frase inicial es incontrovertible: eran las nueve de la noche del 2 de agosto, el agosto más terrible en la historia del mundo. La oración lleva implícita una evidente nota sombría -no es para menos- ya que el texto se publicó en septiembre de 1917, con el conflicto desarrollado a pleno.
(2) Se refiere a uno de los agentes alemanes, ya narcotizado con cloroformo.
(3) No debe confundirse con otros especímenes europeos de nombre similar: el Tokay Pinot Gris de Alsacia y el Tocai Friulano del norte de Italia, ambos vinos blancos secos.

Trucha fresca en el Dragón Verde (degustación)

Si bien la "oficina-vivienda" de Baker Street 221b domina siempre el escenario espacial sherlockiano, los avatares investigativos obligan a viajar con bastante frecuencia tanto al detective como al doctor, no sólo dentro del ejido urbano y suburbano londinense sino también por otras ciudades, pueblos y parajes de Inglaterra. La localización de dichos sitios está fuertemente concentrada en las regiones del sur y el sudeste cercanas a la capital: Surrey, Kent, Essex, Sussex y Berkshire son las más visitadas, seguidas por algunas del sudoeste (Devonshire, Cornwal) y raramente otras más al norte. En la mayoría de las ocasiones utilizan el ferrocarril como método de transporte, algo lógico a fines del siglo XIX en un país tempranamente surcado por miles del kilómetros de vías. Muchas de estas travesías son realizadas con ida y vuelta el mismo día (gran parte de la áreas mencionadas no superan los 100 kilómetros de distancia desde Londres), pero en ciertos casos Holmes y Watson se ven obligados a pernoctar en pintorescas posadas o sombrías casonas.

Así ocurre en La antigua casona de Shoscombe, última historia del canon publicada por el Strand Magazine en abril de 1927, donde la resolución del caso tiene como principal marco geográfico al paraje Shoscombe del condado de Berkshire. Pero sobre todo, a los efectos que nos interesan, al poblado de Crendall, donde se ubica la posada Dragón Verde, con cuyo dueño (Josiah Barnes) los protagonistas traban una buena relación de confidencia que incluye compartir una botella del vino de la casa y la preparación de varias truchas pescadas por el mismísimo dúo estelar en cierto arroyuelo de la zona, llamado Arroyo del Molino. El texto no brinda mayores datos sobre la modalidad de cocción (fritas, grilladas, braseadas, horneadas o guisadas), aunque el serial protagonizado por Jeremy Brett en los años ochenta se aventura a proponer una especie de sopa bien expuesta por la cámara en primer plano, al igual que el ambiente general con sus personajes, su chimenea, su mobiliario y su atmósfera pueblerina de época.

En vista de ello me propuse recrear el plato según la modalidad más simple y menos invasiva, que es al horno. Para tal propósito compré un ejemplar abierto y despinado con peso neto rondando los 350 gramos, sumamente fresco y de buena apariencia. Al no haber ningún pormenor culinario en el relato original (excepto el propio pescado) la idea prevalente fue la de no distorsionar el sabor de un ejemplar reconocido por su carne delicada pero a la vez sabrosa. Por eso mismo apenas lo aderezé con sal, pimienta, una pizca de perejil, otra de ajo, aceite de oliva y una rodajitas de limón. Horneado diez minutos a temperatura no muy alta (secarlo demasiado hubiera sido un error), resultó perfectamente acorde con las expectativas previas: rico, carnoso, de gusto natural y equilibrado, muy apto para una cena liviana (seguramente así lo preferían ellos durante aquellos viajes de trabajo), en este caso acompañado por cierta ensalada fresca y la infaltable copa de vino blanco. Como asegura el posadero en el capítulo televisivo antes mencionado: ¡buena pesca, Sr. Holmes... la mejor que he visto en mucho tiempo!


Todo indica que Sherlock Holmes y el doctor Watson tenían sobradas habilidades prácticas a la hora de procurarse el alimento en plena campiña inglesa. Y también, para disfrutarlo luego en una emblemática hostería rural como el Dragón Verde.

Una maratón nicotínica al extremo

"Una habitación grande con dos camas había sido puesta a nuestra disposición, y yo rápidamente estaba entre las sábanas porque me sentía cansado después de una noche de aventuras. Sherlock Holmes, en cambio, era un hombre que cuando tenía un problema sin resolver pasaba horas, e incluso días, sin descanso (...) Pronto me di cuenta de que se estaba preparando para una sesión de toda la noche (...) Con almohadas y cojines construyó una especie de diván oriental sobre el que se posó con las piernas cruzadas, una onza de tabaco shag y una caja de fósforos dispuesta frente a él. En la tenue luz de la lámpara lo vi sentado allí, con una vieja pipa de brezo entre los labios, sus ojos fijos en la esquina del techo, el humo azul que se enroscaba en torno suyo, silencioso, inmóvil (...) Cuando me desperté encontré el sol de verano brillando en el aposento. La pipa aún estaba entre sus labios, el humo todavía se curvaba hacia arriba y la habitación estaba llena de una densa neblina de tabaco, pero no quedaba nada del montón de shag que había visto la noche anterior". El fragmento pertenece al relato El hombre con el labio retorcido, más precisamente a la estadía del detective y el doctor como huéspedes en la mansión St. Clair.


La estampa fue llevada al dibujo por el genial Sidney Paget, cuyo trabajo apareció en todas ediciones del Strand Magazine desde 1891 hasta 1904. (1) Ahora bien, más allá de la data literaria, algunos detalles adyacentes en la misma historia permiten afirmar que en esta ocasión Holmes lleva sus apremios tabaquísticos al extremo. Repasemos en principio el dato más explícito, la onza de tabaco, que equivale a 28 gramos. No parece mucho, pero el texto indica que esa cantidad es consumida íntegramente en cierta noche del mes de junio de 1889 (pleno verano londinense), con el sol poniéndose a las 21:30. Al llegar a la mansión la oscuridad ya es cerrada y aún restan varios sucesos antes de retirarse, lo cual nos indica las 22:30 como un razonable horario de inicio. Luego, el mismo Watson se encarga de señalarnos que al despertarse y encontrar a Holmes finalizando su maratónica ceremonia son casi las 04:30 de la madrugada, coincidente en efecto con el amanecer estival de Inglaterra. El resultado es un lapso de 6 horas en total, minuto más, minuto menos.


Una pipa recta de brezo con dimensiones estándar (tal cual la ilustra Paget) puede cargar aproximadamente 3 gramos de tabaco, que vamos a retocar a 2,8 para nuestra comodidad. Los 28 gramos de la onza se convierten así en 10 pipas a lo largo de 6 horas (360 minutos), lo que a su vez nos deja el promedio de una pipa neta cada 34 minutos y 2 minutos adicionales entre fumadas para la operación de vaciar, limpiar, recargar y encender otra vez, todo ello en forma consecutiva y sin descanso alguno. Tales cifras pueden parecer normales para quienes nunca fumaron en pipa, pero constituyen una verdadera hazaña bronquial, pulmonar y neurológica para aquellos que entienden algo del tema. Un fumador muy duro y experimentado rara vez llega a consumir 10 pipas a lo largo de una jornada diaria completa (entre 14 y 16 horas), y si lo hiciese en apenas 6 horas su estado de excitación requeriría asistencia médica urgente. La maratón tabaquística de Holmes se convierte así en una anécdota absolutamente notable aunque no del todo imposible. Y menos para un superhéroe como él.


Arthur Conan Doyle también era fumador y seguramente supo que en El hombre con el labio retorcido llevaba a su personaje hasta el límite. Pero justamente así lo había creado, como un hombre capaz de alcanzar todos los extremos.

Notas:

(1) El mismo fragmento fue elegido posteriormente por otros artistas para ilustrar el relato en diversas publicaciones europeas.