221pipas, la monografía

Chianti, Tokay y tabaco en narguile: los excéntricos gustos de Taddeus Sholto

¿Puedo ofrecerle una copa de Chianti, señorita Morstan? ¿O de Tokay? No guardo otros vinos. ¿Debo abrir una botella? ¿No? Pues bien, confío en que no tenga ninguna objeción al humo y el olor balsámico del tabaco oriental. Estoy un poco nervioso, y encuentro en mi narguile un sedante invaluable... En tan pocas líneas, con palabras proferidas por el propio personaje, Arthur Conan Doyle describe perfectamente a Taddeus Sholto, un "pequeño y espasmódico hombrecito" que resulta crucial durante la trama de El Signo de los Cuatro. Considerando el lugar y la época de los hechos (Londres a fines del siglo XIX), los gustos de Sholto bien pueden ser calificados como extravagantes dentro de una inclinación por todo lo foráneo, con acento especial en aquellos objetos y costumbres provenientes de la India. Algunos apuntes adicionales sobre la decoración interior de su residencia incrementan esa atmósfera indostánica, como las cortinas y tapices más ricos y brillantes, la alfombra de color ámbar y negro, las pieles de tigre, la lámpara con forma de paloma plateada, las pinturas sobrecargas y los jarrones orientales.


Ahora bien, ninguno de los suministros necesarios para dichos consumos era difícil de conseguir en la Inglaterra decimonónica. Ya hemos hablado en este blog sobre el vino húngaro Tokay, un dulce y costoso elixir bastante frecuentado por las clases altas europeas durante el período victoriano. Mucho más accesiblee aún era el celebérrimo Chianti, tan popular entre la abundante colectividad italiana existente entonces en el Reino Unido. La modalidad de fumar en narguile, por su parte, tenía fuerte sustento gracias a las colonias británicas ubicadas en remotos países desde donde proviene el hábito, sobre todo en las actuales India, Pakistán, Sri Lanka y Bangladesh. El narguile -también conocido como pipa de agua- es un artefacto diseñado para fumar diferentes tabacos de modo parecido al vapor, con un alto grado de humedad que permite además incorporar múltiples esencias florales, frutales o especiadas. Según el texto, Sholto utiliza para el caso agua de rosas. Repasando la escena tenemos vinos húngaros e italianos, tabacos orientales y un narguile con agua de rosas entre tapices, alfombras y pieles de tigre. Más estrafalario, imposible.


El Signo de los Cuatro fue publicada originalmente por Lippincot's Magazine en febrero de 1890 y tuvo un éxito relativamente interesante que allanaría el camino para las entregas posteriores del Strand. Con el tiempo se convirtió en uno de los "caballitos de batalla" del canon holmesiano junto a historias tales como El sabueso de los Baskerville o Escándalo en Bohemia, por citar un par de ejemplos. No es de extrañar entonces que haya sido adaptada reiteradamente para el cine y la televisión. El sitio www.arthur-conan-doyle.com contabiliza once obras realizadas entre 1913 y 2013 en Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania y Rusia con protagonistas de todo tipo y celebridad, desde los emblemáticos Peter Cushing o Jeremy Brett hasta actores mucho menos rutilantes. Ello incluye a quienes encarnaron al estrambótico Taddeus Sholto, de los cuales rescatamos tres para la foto que sigue: Paul Daneman, Richard Heffer y Ronald Lacey. Este último, según creo, es el más logrado por su notable similitud física frente a las descripciones canónicas.


En nuestros días, las costumbres de Sholto serían definidas como kitsch (pretenciosas, vulgares y decadentes), en perfecta concordancia con el perfil que quiso imprimir el autor al personaje. Bien entendida, semejante vigencia atemporal explica bastante bien por qué Sherlock Holmes sigue siendo un superhéroe de la cultura popular a 136 años de su primera aparición. 

Un cordero al curry para Ned Hunter (degustación)

Luego de sus dos primeras novelas largas Estudio en Escarlata y El signo de los cuatro, los relatos cortos publicados por el Strand Magazine demostraron ser un formato más adecuado para difundir masivamente las andanzas del gran detective creado por Arthur Conan Doyle. El exitoso devenir literario del personaje quiso que tales narraciones fueran compiladas en cinco volúmenes bastante ordenados respecto a la cronología de su aparición original, cuya nomenclatura y cantidad de relatos (entre paréntesis) no han variado en más de un siglo: Las aventuras de Sherlock Holmes (12), Memorias de Sherlock Holmes (12), El retorno de Sherlock Holmes (13), Su última reverencia (7) y El libro de casos de Sherlock Holmes (12). En ese orden de cosas, Silver Blaze es la primera historia dentro del segundo tomo antológico mencionado. Hace poco tiempo repasamos someramente su argumento netamente hípico en ocasión de reseñar un tabaco cavendish y ahora haremos lo propio para contextualizar la cata de cierto plato con improntas coloniales británicas: el cordero al curry.


La trama -enfocada en la desaparición de un acreditado equino y el asesinato de su cuidador- comprende no pocos enigmas que deben ser develados por nuestro héroe. Entre ellos, por qué el encargado de vigilar al caballo la noche de los hechos (Ned Hunter) se durmió profundamente luego de la cena. La respuesta pronto sale a la luz: su comida, un plato de cordero al curry, había sido "condimentada" con un poderoso somnífero. Lo que nos interesa aquí es la esencia de la vianda, ya que hablamos de una preparación verdaderamente emblemática por sus ingredientes sustanciales, uno típico de producción granjera inglesa (el cordero) y otro con aires índicos (la salsa). Bien sabido es que la formulación de la mezcla conocida como curry contiene numerosas especias como comino, canela, cúrcuma, jengibre, pimienta y nuez moscada, entre muchas otras. Su antigua popularidad en los territorios del imperio se extendió luego al resto del mundo hasta ser producido y consumido globalmente, aunque aquellos provenientes de sus terruños nativos son considerados superiores aún hoy.


Para preparar el plato que nos ocupa en una versión fácil, además de la legendaria sazón, son necesarios el cordero (en este caso cortado en lonjas), cebolla, tomate, pimiento verde, ajo, aceite, crema de leche, laurel, perejil, caldo (puede ser de res, ave o verduras indistintamente), sal y pimienta. El procedimiento es bien sencillo: primero hay que sofreír la cebolla y el pimiento, después agregar el ajo y al cabo de cinco minutos añadir el cordero junto con el tomate. Un par de minutos después se incorporan el caldo y todas las especias, incluyendo sal y pimienta. Al cabo de otros 15 minutos se agrega la crema removiendo hasta lograr la consistencia deseada. El resultado es un guisado de carne con mucha personalidad, lleno del inconfundible sabor algo "salvaje" que brinda el cordero junto a la impronta aromática intensa -pero equilibrada- del curry. No por nada es tan popular desde antaño, considerando que la mención de Doyle data de fines del siglo XIX, cuando la vitualla era ya ampliamente conocida.


El bueno de Ned Hunter se durmió a causa de los narcóticos agregados maliciosamente a su pitanza, pero hoy podemos reproducir aquel momento de un modo más grato, o sea durmiendo bien luego de cenar de manera simple y a la vez rica.
 

Las pipas de Brett, Hardwicke y Burke

Junto con la realización de los años sesenta para la BBC de Londres, el serial británico de Granada TV iniciado en 1984 se considera una de las mejores adaptaciones televisivas holmesianas por su fidelidad respecto a los relatos originales. El notable trabajo protagónico de Jeremy Brett apoyado por David Burke y Edward Hardwicke como Watson (1) justifica plenamente dicha reputación, que se entiende también por el minucioso cuidado puesto en los detalles de época. Como suele ocurrir siempre con el negocio del entretenimiento, la feliz correspondencia mutua entre actores, directores, productores y guionistas talentosos dio como resultado esta histórica saga filmada y emitida a lo largo de 41 entregas. La muerte de Brett en 1995 impidió continuar con las historias faltantes, pero lo hecho hasta entonces fue más que suficiente para perdurar en la memoria de fanáticos y entusiastas de Sherlock Holmes. Lejos del ámbito fan propiamente dicho, la serie es igualmente elogiada en función de sus sólidos argumentos y puestas en escena. A fuer de ser sinceros, mayoritariamente se  la sitúa como número uno.


Como toda fiel representación canónica que se precie podemos ver a Holmes haciendo uso intensivo de su cachimba, aunque con un criterio estético bastante alejado de las narraciones primigenias. Los modelos observables son heterogéneos respecto a sus materiales de confección (hay arcillas, brezos y alguna espuma de mar) y un poco menos diversos en cuanto a diseños. Amén de la pequeña arcilla que fuma en Escándalo en Bohemia, una clásica billiard recta de brezo, la calabash presentada en El problema final y algún otro caso aislado, el prototipo favorito del detective encarnado por Brett parece ser la estilizada pipa churchwarden, tanto en modalidades cerámicas (al menos dos ejemplares diferentes) como de madera. Aquí las semejanzas con el canon se esfuman por completo, si bien sería demasiado pretender una similitud tan ajustada a los textos para detalles escenográficos muy específicos como las pipas. Después de todo, las series de televisión se hacen para satisfacer el gusto del público masivo y no para la aprobación de los estudiosos perfeccionistas.


Sin embargo, todo lo contrario ocurre con el doctor Watson. Las pipas elegidas para adornar su personaje son casi "de manual" considerando los dibujos originales del Strand Magazine y las derivaciones posteriores en la pantalla, que muestran siempre al leal compañero de Holmes portando tipos clásicos, nada extravagantes, con formatos sencillos y tamaños moderados. De esa manera, las sobrias billiard y apples no son para él la excepción sino la regla general. Si queremos añadir cierto detalle llamativo -de esos que deleitan a los observadores minuciosos-, hay muy pocas escenas piperas que involucren a David Burke y muchas de Edward Hardwicke. La relación proporcional supera incluso el hecho de que el primero filmó menos de la mitad de capítulos que el segundo, lo que lleva a pensar si no tendrá que ver en ello la actitud de cada uno frente a semejante modalidad de fumar. Y eso parece, en efecto: basta ver la expresión forzada típica de los no fumadores que exhibe Burke (ceño fruncido, pipa sostenida con dos dedos, etcétera, tal cual se aprecia en la foto del caso) (2) en comparación con la serenidad que brindan el gusto y la costumbre, propia de las muchas intervenciones tabaquísticas de Hardwicke.


Una excelente versión televisiva (tal vez la mejor) y actores bien profesionales representando historias repetuosas del espíritu de Arthur Conan Dyle. ¿Qué más se puede pedir?

Notas:

(1) Dato curioso: durante los 29 episodios de los sesenta hubo dos Holmes, Douglas Wilmer (13) y Peter Cushing (16), pero un solo Watson interpretado por Nigel Stock. La de los ochenta, en cambio, mantuvo el mismo Holmes en los 41 capítulos pero cambió de Watson, representado primero por Burke (13) y luego por Hardwicke (28).


(2) La imagen corresponde a la parte final del episodio El jorobado, por si alguien quiere observarla con mayor precisión.

Probando un cocktail victoriano típico en Northumberland Avenue (degustación)

De acuerdo con la opinión de varios historiadores especializados, la coctelería del mundo occidental ha vivido tres "épocas doradas" bastante definidas cronológicamente. La primera tuvo lugar durante los orígenes mismos de la especialidad, a fines del siglo XIX y principios del XX, cuando la alegre y decadente belle époque se encontraba en su apogeo. Una segunda instancia se produjo entre fines de la Segunda Guerra Mundial y comienzos del decenio de 1960 merced al redescubrimiento conceptual de los placeres y el ocio. La tercera, por supuesto, se verifica ahora mismo, mientras experimentamos un auge de todas las expresiones globales relacionadas al mundo de las bebidas. De aquel primitivo despertar decimonónico se conservan algunos registros documentales (verdaderos tesoros para los estudiosos) como manuales, menciones publicitarias y referencias en cartas de bares o restaurantes. Y también, de tanto en tanto, es posible encontrar citas muy puntuales que plasmaron los escritores victorianos, tal cual sucedió con Arthur Conan Doyle en la historia El aristócrata solterón.

El argumento gira en torno a la misteriosa desaparición de la rica heredera Hatty Doran luego de su señorial matrimonio con Lord Saint Simon. Sin entrar en detalles, lo que nos interesa es cierto fragmento de factura de hotel con un par de ítems relacionados a nuestro tema bloguero, incluyendo descripción y precios: concretamente un cocktail (1 chelín) y una copa de jerez (8 peniques). El documento está incompleto (obviamente le falta el membrete), pero el precio abultado de los artículos sugiere al gran detective que se trata de un establecimiento selecto, lo cual lleva sus pesquisas a la exclusiva Northumberland Avenue de Londres. Y no es para menos, ya que en dicha arteria se erigían entonces algunos de los hoteles más lujosos de la época como el Victoria, el Grand y el Metropole, donde los clientes podían disfrutar de todo el confort y los mejores artículos disponibles. Ahora bien, al no haber mayores pormenores excepto la sola mención genérica de cocktail, el interrogante que nos convoca está referido a los tipos asequibles en una gran capital europea hacia 1880-1900. Para ello ensayé una probable respuesta, degustación mediante.


En el Bartender's Manual de Harry Johnson, publicado por primera vez en 1882, hay una receta que me pareció perfecta para reflejar la idea victoriana de lujo sin necesidad de recurrir a bebidas exóticas o ingredientes complicados. De hecho, se trata de una versión tan genuina como simple del Champagne Cobbler, trago que aún se practica en las barras de todo el mundo según fórmulas muy diversas. La que propone Johnson consta de 1/4 de vaso de agua, 1 y 1/2 copa de champagne (elegí un espumante 100% Pinot Noir), 2 piezas pequeñas de naranja por un lado, 1 rodaja de naranja ornamental por otro, una cucharada de azúcar (no muy grande) y algunas bayas para decorar, en este caso cerezas, pero pueden ser uvas, arándanos o las que dicte el gusto personal. Todo se prepara y se vierte ordenadamente en un vaso alto con hielo, según consta en las fotos adjuntas. La conclusión remite a algo bien sabido por los investigadores costumbristas: la gente de la belle époque sabía disfrutar el momento. Este espécimen de la coctelería antigua resultó un verdadero deleite por su carácter equilibrado, sabroso y refrescante por donde se lo mire, o mejor dicho, se lo pruebe.


Los relatos canónicos de Sherlock Holmes y sus consecuentes derivados del cine y la TV están salpicados permanentemente con detalles que hablan de un tiempo muy especial en la historia. Y los cocktails victorianos también fueron parte de ella.

Raciones de supervivencia en el páramo de Dartmoor

Como bien describe Raúl Blanco en la edición argentina de Terramar, "no había transcurrido un año desde el inicio del nuevo siglo (1) cuando a las puertas del Strand Magazine se formó una larga cola que daba vuelta toda la manzana. El público aguardaba por un lugar -y muchos llegaron a pagar por él- en la presentación del mayor evento editorial de las últimas décadas: el regreso de Sherlock Holmes en la novela El sabueso de los Baskerville". Vale añadir que semejante éxito no fue meramente temporal, ni muchos menos: a partir de entonces se convirtió en la narración más publicada, leída, conocida y adaptada para el cine y la TV de todo el canon holmesiano. También es el mejor ejemplo aventurero del detective y el doctor fuera de Londres, en un paraje rocoso y yermo llamado Dartmoor, en el condado de Devon, al sudoeste de Inglaterra (2). Aparte del excelente argumento en sí mismo, la clave de su celebridad reside en la atmósfera profundamente lúgubre, tenebrosa y oscura creada por la pluma de Doyle y los 60 dibujos del genial Sidney Paget que adornaron los textos originales.


Sin profundizar demasiado en la trama, basta decir que durante buena parte de la aventura Watson debe permanecer en la mansión Baskerville mientras Holmes se queda en Londres para atender otros asuntos impostergables. Pero claro, como no podía ser de otra manera, ello no es más que una triquiñuela del gran detective para viajar él también de incógnito y merodear por la zona sin ser visto durante varios días. Incidentalmente el buen doctor acaba descubriendo su escondite en cierta cueva del páramo, incluyendo el inventario de las viandas de supervivencia allí dispuestas: textualmente, una hogaza de pan, una lengua enlatada y dos latas de duraznos en conserva. No abundaremos en la hogaza de pan por ser un alimento básico conocido desde la más remota antigüedad, pero es interesante señalar que las conservas enlatadas se hallaban entonces en sus tiempos de apogeo. Luego de un inicio titubeante hacia las primeras décadas del siglo XIX (los envases metálicos no eran biológicamente seguros al principio), varios adelantos obtenidos en el último período de dicha centuria lograron asegurar una fuente casi inagotable de alimentos que se podían guardar por tiempos prolongados, en grandes cantidades y a precios accesibles mucho antes de los sistemas caseros masivos de refrigeración.


Siendo una historia tan popular y perdurable (con un personaje central que no lo es menos), existen decenas de versiones televisivas y cinematográficas que se remontan al decenio de 1920 y continúan hasta nuestros días. Observando varias de ellas resulta curioso el enfoque diferente que ofrece cada una respecto al momento en cuestión, es decir, cuando Watson descubre la cueva y se encuentra con Holmes (3). La somera selección de cuatro exégesis comienza en 1939 con el insigne dúo estelar Basil Rathbone y Nigel Bruce en una gruta bien lograda ambientalmente respecto al relato original. Veinte años después, en cambio, Peter Cushing y André Morell parecen situarse en una especie de abadía abandonada, aunque el efecto tétrico es igualmente efectivo. Para 1983 tenemos al detective encarnado por Ian Richardson acicalándose bajo el fondo luminoso de un páramo con reflejos azules. Finalmente, la prestigiosa interpretación de Jeremy Brett en 1988 añade algunos cacharros en los que Holmes parece haber improvisado cierto estofado definido por Watson (Edward Hardwicke) como "asqueroso".


Sherlock Homes frecuentaba los mejores restaurantes londinenses de su época, pero también podía soportar estoicamente las privaciones de un ambiente poco amigable. Cosas de héroe, sin dudas.

Notas:

(1) La historia apareció primero por capítulos mensuales en las ediciones del Strand entre mediados de 1901 y principios de 1902. La novela completa fue lanzada en libro en marzo de ese último año.
(2) No demasiado lejos de donde se sitúan los legendarios dólmenes neolíticos de Stonehenge (unos 160 kilómetros).


(3) Es bueno aclarar que el doctor ingresa sin tener idea de quién habita la caverna hasta que el propio detective lo sorprende allí, o sea que en realidad no se trata de Watson descubriendo a Holmes, sino al revés.

El barco humeante de Watson (degustación)

¿Le molesta el olor del tabaco fuerte?, pregunta Holmes. Yo mismo fumo siempre Del Barco, responde Watson. Dicho diálogo constituye la primera referencia tabaquística del canon sherlockiano, apuntada en las páginas iniciales de Estudio en Escarlata (1). Durante décadas, la cita en cuestión ha despertado mucha curiosidad entre expertos, historiadores, críticos literarios y lectores en general. Los interrogantes son tan naturales como obvios: ¿qué era ese producto de nombre enigmático y pintoresco? ¿Por qué razón se llamaba Del Barco un simple tabaco para pipa? (2) En principio, parece tentador relacionar semejante apelativo con alguna marca simbolizada por la imagen de un navío, pero su origen -que no tuvo ninguna motivación industrial o comercial- es mucho más antiguo. Básicamente hablamos de cierta manufactura casera realizada durante siglos por los hombres de mar a bordo de sus mismos buques, aprovechando algunos insumos muy típicos del lugar y la época: tabaco, agua, sogas y lona. Dicho de otra manera, se las arreglaban con lo que tenían a mano.


Aunque existen numerosas menciones en textos de los siglos XVIII y XIX, la mejor explicación sobre el modo de preparar tabaco Del Barco aparece a comienzos del siglo XX, cuando un cronista incidental describe muy bien las labores involucradas en el proceso (3). En sus palabras, el bloque de hojas enteras se moja primero y se envuelve en lona de barco (...) A horcajadas (entre las piernas) el marinero le va ajustando una soga alrededor hasta que la lona queda completamente cubierta. Luego define el resultado visual como un "torpedo" de tabaco compacto que lógicamente debía ser cortado y desmenuzado antes de fumarse. Afortunadamente se conservan algunos escasos pero muy ilustrativos testimonios fotográficos del producto terminado, tal cual se observa en las dos imágenes arriba de este párrafo. En una podemos ver el "torpedo" completo (con cierta etiqueta que muestra su nombre alternativo Naval Corded Plug) y en la otra se aprecia a dos marineros en plena faena de elaboración sobre la cubierta de lo que parece ser un buque de guerra británico.


Si bien ya no hay Del Barco hecho a la usanza marina de antaño, aún se puede conseguir alguno de sus émulos en la modalidad denominada twist o rope, es decir "giro" o "soga", que consiste en una especie de salchicha de tabaco prensado. El producto -siempre de manufactura rústica- es bastante abundante en el sur de Brasil, Paraguay, el norte de Argentina y Uruguay, por lo cual me propuse conseguir un ejemplar emblemático para su evaluación, en este caso proveniente de la provincia argentina de Misiones. Primeramente procedí a cortar la salchica en "monedas" angostas para después desmenuzarlas en copos. Ya en la pipa tuvo alguna que otra tardanza para completar su encendido (posee un grado de humedad bastante alto), pero una vez caliente no hubo problemas para saborear su humo espeso, corpóreo, bien acorde con los aromas que recuerdan a la carne o los embutidos en combustión junto con un marcado toque mineral. Sin dudas tiene todas la características de los tabacos intensos, con mucha presencia, aunque no es tan áspero ni picante como aparenta; más bien se trata de un contundente "bloque" de sabor. Su silueta tampoco esconde sutilezas dulces o especiadas: es honesto y directo de principio a fin.


Arthur Conan Doyle trabajó algunos años como médico en naves de la marina mercante. Seguramente por eso tuvo un contacto directo con este viejo tabaco de los mares, al que luego plasmó en sus escritos.

Notas:

(1) Varios años después de aquella alusión temprana, el tabaco Del Barco (ship's tobacco) vuelve a aparecer en la historia El negro Peter. Su vínculo con la vida náutica se hace aquí mucho más evidente: quien lo fuma es un viejo marinero con larga trayectoria en buques balleneros.
(2) En esos tiempos, la expresión Del Barco se hacía extensiva para cualquier producto consumido por el gremio naval. Un caso emblemático es el ron, bastante recurrente en crónicas antiguas y del que aún subsisten algunos émulos meramente nominales.


(3) The Handyman afloat and ashore (George Goodenough, UK, 1901)

Dos Borgoñas en Londres

La intensa relación histórica de amor-odio en Francia y Gran Bretaña se remonta a la Edad Media. Entre tantos siglos de guerras, invasiones, conquistas, alianzas e intrigas políticas (al fin y al cabo, interacciones humanas), terminaron consolidándose fuertemente los lazos comerciales y culturales. Desde la segunda mitad del siglo XIX ambas naciones pasaron a ser aliadas, pero lo cierto es que el comercio de vinos entre una (productora) y otra (consumidora) es tan antiguo como ellas mismas, vigente incluso durante los períodos de mayor rivalidad. Para una imperio naval como Gran Bretaña, la cercanía de Francia fue siempre un gran atractivo en vista de su sólida reputación como tierra de buenos productos. Durante todo el período victoriano las importaciones vínicas inglesas estuvieron claramente encabezadas por las procedencias francesa, portuguesa y española, aunque la primera constituía casi el 65% del rubro hacia 1890. En los textos holmesianos originales existen numerosas alusiones a los vinos galos, con un leve predominio del tinto bordelés (1), tan afamado en aquellos tiempos. Pero, ¿sólo ese? ¿Qué otro podemos encontrar?


Borgoña ha sido la única región francesa capaz de rivalizar con el renombre de Burdeos, su "competidora" histórica, junto a la cual componen el dúo de áreas vitivinícolas más prestigioso del mundo. Aunque cuenta con una producción mucho menor (la cuarta parte) y siempre corrió con desventajas logísticas (2), pudo enfrentar durante siglos al coloso comercial de Aquitania. Algunos viñedos comunales y ciertos vinos borgoñones han logrado una categoría de leyenda comparable a la de los Grands Crus Classes del Medoc. Ciertamente no hay cita específica alguna de sus míticas etiquetas en el canon (o sea, marcas), pero sí aparecen al menos los nombres de dos apelaciones geográficas muy reconocidas en el corazón mismo del territorio, que son Beaune y Montrachet. La primera produce un delicado tinto que Watson señala haber consumido durante su almuerzo en El signo de los cuatro. La otra es célebre por sus sofisticados vinos blancos a los que Holmes y Watson hacen honor mediante una botella abierta para acompañar perdiz fría en el relato La inquilina encubierta.


No hay manera de saber lo que Watson comió en aquel almuerzo ya que no hay referencias adicionales, pero podemos asegurar que la elección de Holmes para madirar con el ave de caza fría es digna de un sommeliere bien entrenado. De hecho, ese tipo de viandas resulta muy típica de la gastronomía europea continental extendida al Reino Unido, donde perdices, codornices, faisanes, gansos, patos y becadas han sido especies que vistieron sus mesas desde la antigüedad (3). En semejante contexto, los vinos de Borgoña se perfilan como "ideales" para dichas ocasiones, especialmente considerando el caso concreto que nos ocupa. Con su carne de sabor intenso pero también equilibrado, la perdiz fría -seguramente cocinada al horno- constituye un matrimonio perfecto junto al Montrachet, blanco originado de la uva Chardonnay que crece en terrenos calizos y pedregosos para producir vinos frescos y a la vez profundos, de sabores minerales, complejos, definidos y prolongados en el paladar.


Por lo visto, las sapiencias del detective iban más allá de lo meramente profesional y de sus aficiones conocidas por el violín, la química o la arqueología. También sabía de vinos.

Notas:

(1) Hablamos de clarete, tema del cual nos vamos a ocupar muy pronto.
(2) Mientras que Borgoña se ubica en el centro-este de Francia (antiguamente la ausencia de vías navegables implicaba dificultades de transporte), Burdeos está pegada al mar y posee un gran puerto operativo desde el siglo XII.
(3) Por supuesto, eso ha cambiado en nuestros días merced al peligro de extinción que sufren algunas de ellas.