
En el mundo de los
aficionados a Sherlock Holmes, la palabra canon engloba
exclusivamente al selecto grupo de 60 historias originales (4 novelas
y 56 relatos) escritas por Arthur Conan Doyle. Todo lo que vino
después en materia de literatura, teatro, radio, cine, televisión,
historietas y video juegos puede ser más o menos fiel a esa base
canónica, pero no es parte de ella. Para quien ha leído el canon
completo no resulta complicado establecer el grado de fidelidad de
cualquier derivación posterior inspirada en el detective,
independientemente de los debates lógicos que conlleva entre los
fanáticos. Tal cual señalamos en la entrada anterior, el filme
Sherlock Holmes, Juego de Sombras (2011) presenta alguna semejanza
con el relato El problema final sin ser fiel -ni mucho menos- en los
detalles. No obstante hay unas contadas analogías entre la película
y la trama primigenia, sobre todo el enfrentamiento final de Holmes y
Moriarty en las cataratas de Reichembach. Por supuesto, el cine lo
recreó en una versión muy libre que incluye elementos como una
cumbre de paz europea, un gran baile y un partido de ajedrez que
jamás existieron en el papel, lo cual no deja de ser algo lógico:
las artes modernas buscan el entretenimiento visual y no otra cosa.


Una
escena previa a los sucesos finales muestra la rutina del desayuno en
cierto aposento ubicado entre las montañas de Suiza. Allí se
encuentra todo el séquito del protagonista compuesto por el
inflatable Watson, la líder gitana Simza y Mycroft Holmes, asistido
a su vez por su secretario privado Carruthers y el fiel sirviente
Stanley, que es otra vez quien nos interesa en esta entrada. Pongamos
el acento en un cuadro específico: Holmes le habla al viejo criado
(que no escucha porque está sordo) y dice lo siguiente mientras
huele el contenido de cierto recipiente: ¿es éste mi chutney
favorito? A diferencia de la entrada anterior, donde nos sorprendía
la ingesta de riñones por la mañana, esta segunda referencia no
tiene nada de curiosa. El chutney es una de las tantas influencias
culinarias de la India colonial en la gastronomía británica y
constituye uno de los aderezos más antiguos y populares. Consiste
básicamente en la reducción azucarada de frutas condimentada con
picantes y especias. Las variantes son casi infinitas: existen
chutneys de manzana, pera, durazno, frutilla, mango, uva, tomate y un
largo etcétera.


Para
remedar esta perlita cinematográfica sherlockiana preparé el
prototipo de manzana en base a un puñado de ingredientes bien
simples: dos manzanas (verdes o rojas, no hay problema), una cebolla,
gajo de naranja, gajo de limón, 150 cc de vinagre de manzana, sal,
azúcar (1/2 taza), pimienta y pizca de ají molido. Primero se
blanquea brevemente la cebolla picada en sartén con manteca, tras lo
cual se agrega la manzana cortada en trozos ungidos previamente con
el jugo de limón para que no se oxiden. Inmediatamente se incorporan
el azúcar y el vinagre, se añade pizca de sal, el jugo de naranja y
las especias en cantidad a gusto según el picor deseado. La cocción
a fuego medio dura alrededor de veinte minutos, pero la idea es que
los líquidos se vayan reduciendo hasta formar una especie de
mermelada de color dorado oscuro. El chutney terminado se puede
conservar en frasco o consumir inmediatemente, como lo hice yo
acompañando una presa de pollo y un pedazo de queso brie brevemente
grillado sobre el mismo fondo que quedaba en la sartén. Una ensalada
de tomate y cebolla aportó frescor a esta comida típicamente
inglesa, aunque fue para la noche y no como desayuno.

Puede
decirse que la escena de marras -si bien no canónica- tiene una
sólida base en las costumbres de la Inglaterra victoriana. Y aún
hoy es un aderezo agridulce muy utilizado en todo el mundo por su
económica sencillez. Bravo entonces por el veterano y leal Stanley.