221pipas, la monografía

Jerez, el aperitivo británico de antaño (degustación)

Según afirma cierto periodista español en una buena nota de tinte histórico (1), Jerez llegó a ser un paraíso burgués gracias al vino. Aquella ciudad antaño conventual vivió su época gloriosa durante buena parte del siglo XIX, período en el que las grandes vinícolas hicieron fortunas con la exportación de miles de litros al Reino Unido. La estadísticas antiguas confirman el dato, si bien los mayores volúmenes se negociaron en el decenio de 1870 y comenzaron a decaer para fines de la centuria. De todas maneras, desde allí hasta 1900 el Puerto de Santa María siguió acusando grandes embarques del famoso vino andaluz hacia Inglaterra, que era su principal mercado. Muchas piezas de la literatura obran como testigos de aquella moda: el Jerez era un aperitivo infaltable en los hogares de las clases medias y altas, utilizado para abrir el apetito o como trago "a deshoras", acompañando todo tipo de charlas, reuniones y tertulias. Junto al brandy y el oporto fue, sin dudas, gran protagonista de las buenas mesas británicas de la época.


La saga sherlockiana es un perfecto reflejo de dichos hábitos, comenzando por un par de menciones específicas dentro del canon original. En El aristócrata solterón, Holmes cita al Jerez mientras examina cierta factura de hotel con el precio de ocho peniques la copa, indicativo de que no era un artículo barato. En La Gloria Scott forma parte de los turbulentos recuerdos de un viejo marinero que lo bebió a bordo de su barco. Luego, el cine y la TV continuaron rememorando la fama de la bebida, colocándola en numerosas escenas que presentan al detective, a Watson y a muchos clientes disfrutando sus respectivas "dosis" provenientes de elegantes botellones dispuestos para tal fin. Pero la más interesante de todas se produce en la versión 1959 de El sabueso de los Baskerville, donde vemos al obispo Frankland (personaje inventado para la pantalla y encarnado por el legendario Miles Malleson) como un fanático consuetudinaro del producto, especialmente del que atesora Henry Baskerville en su mansión, al que califica como "el mejor en Devonshire".


Así las cosas decidí efectuar una degustación en base a un ejemplar español auténtico, en este caso perteneciente a la marca Marqués del Real Tesoro, de la categoría Cream. Ello implica un tipo encabezado dulce y oscuro se que corresponde perfectamente (a mi entender) con la mayoría de los jereces de los viejos tiempos (2). La descripción antedicha puede ampliarse hasta un interesante y profundo abanico de sensaciones que brinda en la nariz y el paladar: frutos secos, higos, uvas pasas y ese dejo infaltable que recuerda a algún tipo de torrefacción, incluso del azúcar misma de las uvas. En definitiva, la esencia de la vieja "fórmula" del Jerez no ha variado a través de los siglos: uvas muy maduras provenientes de viñedos beneficiados por un clima seco y bien soleado, combinadas con una vinificación prolija y una crianza que le brindan esa terminación inconfundible. Seguramente por eso los victorianos británicos lo tenían entre sus vinos favoritos, tal cual expresan las historias del detective imaginario más famoso de todos los tiempos.


Dejando de lado los argumentos detectivescos, Doyle supo describir toda una época en base a las costumbres victorianas abarcando buena parte de lo que los británicos comían, bebían y fumaban en aquella etapa de la historia.

Notas:

(1) Jerez, la ciudad a la que el vino convirtió en edén burgués. Carlos Doncel - El País, 29 de marzo de 2021.
(2) La explicación sería muy larga, con ribetes técnicos, pero digamos que los métodos de elaboración y transporte de aquellos años no permitían la supervivencia de los vinos más frescos y delicados por mucho tiempo. El Jerez, en sus tipos amontillados, olorosos y dulces, era apto para los viajes por mar y tierra gracias a su carácter robusto y dulzón, de buen tenor alcohólico.

Un restaurante vegetariano en Saxe-Coburg Square

Saxe-Coburg Square es una plaza ficticia referida en el relato La liga de los pelirrojos. Más allá de ser una de las historias fundacionales del canon sherlockiano y que su trama está considerada entre las mejores escritas por Arthur Conan Doyle, buena parte del texto remite a diferentes lugares del centro financiero londinense. Ello le brinda un valor histórico adicional en función del constante movimiento de los protagonistas por las calles de la ajetreada y cosmopolita capital del Reino Unido. Como corolario, cierto párrafo deja entrever un dato gastronómico costumbrista no demasiado conocido en nuestros días: la existencia de restaurantes "libres de carne". Así lo describe Holmes al llevar su mente hacia esa cuadra específica de la metrópolis: me gustaría recordar el orden de las casas aquí... Es una de mis aficiones tener un conocimiento exacto de Londres. Está Mortimer's, el estanco, la pequeña tienda de periódicos, la sucursal Coburg del City and Suburban Bank, el restaurante vegetariano y la fábrica de carruajes de McFarlane.


La simple cita de un local de comida vegetariana permite conjeturar todo un movimiento cultural, social y filosófico vinculado a las ideas pacifistas y socialistas pioneras de la época, cuya existencia se encuentra ampliamente documentada. De hecho, varias publicaciones temáticas y algunas asociaciones tenían como propósito concientizar a la población y atraer inversores hacia el sector (1). Una lista contemporánea al relato en cuestión apunta ocho sitios sólo en Londres: The Alpha (Oxford Street), The Food of Health (Farrington Road), The Garden (Jewin Street), The Reform (Kingsland Road), The Arcadian (Queen Street), The Shaftesbury Hall (Aldersgate Street), The Field (Paternoster Square) y The Apple Tree (London Wall), a los que se agregan numerosas opciones en otras ciudades británicas y comercios proveedores del mismo tipo. Por lo visto, la alusión del vegetarianismo en una historia de Sherlock Holmes no tiene nada de casual o incidental. Bien al contrario, es un nítido reflejo de la realidad cotidiana en la Inglaterra decimonónica que vivió y experimentó su creador.


Pero, concretamente, ¿cuál era la oferta de platos? Considerando la inexistencia de técnicas e implementos que se usan hoy en la culinaria de vanguardia para transformar sabores y texturas (nitrógeno líquido, deconstrucción, cocción en frío o al vacío, espumas, terrificación), cierto menú del citado Alpha (2) muestra una serie de alternativas acordes a lo que podían lograr los cocineros del año 1889 conjugando sus métodos tradicionales con un poco de ingenio. El repertorio comienza por las sopas de lentejas, vegetales, arvejas y leche de tapioca. Luego se enumeran los purés o papillas (de avena, trigo y maíz, entre otras opciones dulces y saladas) y a continuación está el detalle de las tapas que hacen las veces de platos principales, como la "chuleta" de lentejas, salsa y frijoles, los macarrones con omelette o salsa de tomate, los guisantes salados con salsa de perejil y la "médula vegetal" en varias formas. También hay postres (incluyendo unas originales natillas de sagú), tartas dulces (manzana, durazno, grosellas), frutas, quesos y bebidas, todas sin alcohol.


Ciertas costumbres no han cambiado mucho, o al menos lo hicieron sólo en las formas. Después de todo, los "camuflajes" de origen cárnico siguen siendo muy comunes a la hora de presentar viandas compuestas por ingredientes vegetarianos o veganos. En los aquellos días eran chuletas y médulas, hoy son salchichas y hamburguesas.

Notas:

(1) Cranks, clerks and suffragettes: the Vegetarian Restaurant in British culture and fiction, 1880-1914. Elsa Richardson, 2021
(2) No confundir con el Alpha Inn señalado en la historia El carbunclo azul, que era una típica posada inglesa del estilo pub.

Los émulos del Trichinopoly (degustación)

Al momento de visitar cierta escena del crimen, Sherlock Holmes afirma lo siguiente: recogí un poco de ceniza esparcida por el suelo. Era de color oscuro y escamosa, como la que sólo produce un Trichinopoly. Semejante sapiencia se basa en su estudio sobre la materia, volcado en la célebre monografía que abarca 140 variedades correspondientes a tabacos para pipa, puros y cigarrillos. Ahora bien, aunque los cigarros mencionados aparecen de manera explícita únicamente durante la trama de Estudio en Escarlata y El signo de los cuatro, su amplio consumo entre el público británico victoriano se encuentra muy documentado, tal cual vimos hace tiempo en la entrada Los cigarros de Trichinopoly, un furor victoriano. Allí también apuntamos la gran atomización de esa industria, con casi 4000 productores acreditados en informes y estadísticas de época. A falta de ejemplares actuales que puedan aproximarnos al antiguo estilo de los tabacos indios (1), la pregunta queda servida. ¿Cómo serían aquellos singulares puros mencionados por Doyle y fumados por millones de británicos a fines del siglo XIX? ¿Es posible hallar algo parecido en nuestros días?



Según entiendo, el sondeo debe apuntar hacia especímenes que no provengan de las regiones tabacaleras más tradicionales, en especial el Caribe y Centroamérica. Un perfil considerado exótico tiene mejores equivalencias en países que no forman parte del "olimpo" habanero ni de sus miles de imitaciones globales. En otras palabras, lo ideal es buscar productos típicos, de alcance local, elaborados en modo artesano (o apenas industrializados), que conforman prototipos menos acreditados pero más singulares e infrecuentes, tal cual eran -y siguen siendo- los de la India. Por supuesto, para hacer una degustación, debe agregarse forzosamente que yo tenga dichos cigarros a mi alcance. Afortunadamente así fue: unos recios puros paraguayos, por un lado, y unos deliciosos caliqueños valencianos, por otro. Las propias diferencias  entre ellos (bastante pronunciadas) suman además sendas siluetas para analizar en función del tema que nos convoca.


El modelo paraguayo pertenece a la empresa familiar de Juan Fretes, ubicada en el municipio de Caazapá, al sudeste del país. Se elabora con el vehemente y rústico tabaco local, cultivado allí desde los tiempos de la colonia española. El ejemplar español proviene de Valencia, más precisamente de la zona denominada Canal de Navarrés, en este caso bajo la manufactura de la fábrica homónima. La comarca también tiene una larga tradición en plantaciones de tabaco Burley y fabricación de puros conocidos como caliqueños. Una vez encendidos y tras unos minutos de consumo comienzan a percibirse dos trazos aromáticos bien dispares pero igualmente aplicables (ambos) a lo que pudo haber sido el cigarro Trichinopoly en los tiempos de Sherlock Holmes. El paraguayo se presenta agreste, con tonos herbáceos positivos, levemente especiado y provisto de bastante fuerza en su humo denso de color gris amarronado. El caliqueño valenciano muestra una personalidad civilizada propia del tabaco estacionado y trabajado, sin rasgos indómitos, con dejos dulces muy sutiles, tonos almendrados y un humo igualmente robusto pero mucho más cremoso que su contraparte del Nuevo Mundo.


Los "trichys" eran juzgados de maneras muy opuestas: algunos aseguraban que eran suaves y fragantes mientras otros los definían como abominables. Esa aparente incongruencia estaba originada, seguramente, en el alto número de productores elaborando con múltiples métodos y calidades. Mediante un puro paraguayo montaraz y otro valenciano de sabor redondo nos hemos acercado un poco a los viejos Trichinopolys, los mismos cuya ceniza era reconocida con un simple golpe de vista por el detective ficticio más exitoso de la historia.

Notas:

(1) Como industria, la producción cigarrera India ha desaparecido casi por completo, excepto una única manufactura oficialmente constituida y algunos torcedores callejeros que fabrican y venden a los turistas en pequeños puestos urbanos. Merced a ese turismo, tal vez pueda resurgir en el futuro.

El sagaz Pompeyo y la pista de anisado

Dentro del segmento de productos para consumo directo de la población, las bebidas alcohólicas ocupaban un lugar destacado entre las importaciones británicas a fines del siglo XIX. Múltiples tipos de vinos, aguardientes y licores recalaban en los puertos del Reino Unido para abastecer a una creciente y sedienta masa de bebedores regulares. Las procedencias eran ciertamente diversas, pero todo aquello elaborado en Europa tenía una lógica prevalencia por razones de cercanía geográfica y compatibilidad histórica. En ese contexto, no debe sorprender que Francia ocupara el primer lugar en las estadísticas, ya que por ese entonces ningún otro país contaba con una industria vitivinícola y alcoholera de semejante envergadura, a lo que se añadía un prestigio cuyos orígenes se remontan a la Edad Media. Independientemente de marcas o precios, cualquier botella etiquetada con la inclusión de la frase Produit de France era una contraseña de calidad a los ojos del consumidor victoriano típico.


Las llamadas bebidas anisadas o licores anisados se habían vuelto bastante célebres desde los albores del siglo XIX. En sus comienzos fueron utilizadas al modo de tónicos curativos para las tropas (ya hemos visto en otras entradas que el alcohol como medicina era algo común por entonces), pero su sabor agradable pronto las convirtió en una buena alternativa productiva a escala comercial. Hacia las décadas finales decimonónicas los anisados franceses al estilo del Pastis de Marseille eran muy requeridos en todo el territorio europeo continental, sobre todo entre las clases acomodadas y los círculos artísticos. En Inglaterra, si bien las costumbres no los hacían tan abundantes como el brandy, el whisky o el gin, resultaban bastante fáciles de conseguir. Sherlock Holmes nos brinda una inesperada pauta de esta realidad histórica en el relato El tres cuartos desaparecido, publicado por el Strand Magazine en agosto de 1904. Se trata de una curiosa y simpática estampa que, paradójicamente, no pertenece al grupo de los consumos humanos que aquí solemos analizar... sino al de los estimulantes caninos.


El asunto inicia cuando Holmes se ve obligado a seguir el recorrido de un carruaje que realiza el mismo viaje todos los días en una zona descampada. Por obvias razones, no puede hacerlo personalmente sin ser visto. La reproducción de algunos fragmentos del texto explica bien lo que ocurre algunas horas después en el sitio desde donde el vehículo inicia su camino. El detective, munido de un perro "rechoncho, de orejas caídas, color blanco y fuego, algo entre un beagle y un foxhound", le dice a Watson: permítame presentarle a Pompeyo, el orgullo de los sabuesos de arrastre locales. No es un gran corredor sino un acérrimo sabueso que busca rastros. Al instante de olisquear el lugar, el perro echa a andar calle abajo tirando su correa en un esfuerzo por ir más rápido. Watson pregunta entonces: ¿qué ha hecho usted Holmes? La respuesta del detective es simple y contundente: entré en el patio esta mañana y disparé mi jeringa llena de anisado sobre las ruedas traseras del carruaje. ¡Un sabueso seguirá el anisado desde aquí hasta John O'Groats! (pueblo de Escocia).


El tres cuartos desaparecido nunca fue llevado a la pantalla (1), pero en El signo de los cuatro existe una secuencia similar, esta vez con el perro Toby y sin bebidas de por medio, muy bien filmada y ambientada por Granada TV a mediados de los años ochenta. Holmes, Watson, Pompeyo y una aromática pista de anisado. Otro interesante cuadro de la saga sherlockiana.

Notas:

(1) No considero la versión realizada durante la época del cine mudo en la serie de películas protagonizadas por Eille Norwood durante la década de 1920. Es demasiado antigua, oscura y alejada de la trama original como para tenerla en cuenta.

Probando la comida rústica del "Champion Jack" (degustación)

El colegio Priory es un relato corto publicado por el Strand Magazine en febrero de 1904 y compilado más tarde en la colección El regreso de Sherlock Holmes. Lo hemos mencionado aquí varias veces debido a la presencia de Reuben Hayes, un siniestro mesonero que regentea la sórdida posada The Fighting Cock mientras fuma su pipa de arcilla. Hacia allí se dirige el dúo estelar durante ciertas investigaciones de campo en parajes situados al norte de Inglaterra. Ahora bien, el texto original sólo indica que pasan por el lugar, sospechan algo y deciden quedarse a cenar sin perder la oportunidad de echar un vistazo. No hay mayores aclaraciones sobre lo que comen o beben más allá de algunas referencias relativas al horario (se había hecho casi de noche) y otros pormenores que hacen a la trama central del caso. Pero la excelente interpretación televisiva de Granada TV del año 1986 se toma algunas libertades respecto al argumento primigenio. Un verdadero alborozo para nuestro blog, ya que tales diferencias tienen mucho que ver con los detalles gastronómicos que tanto nos interesan en este espacio.


Según el prestigioso serial británico, los protagonistas arriban a un pequeño caserío campestre y dan con el comercio en cuestión, señalado en este caso bajo el apelativo análogo de Champion Jack, que también alude a un gallo de pelea. Previa consulta sobre la posibilidad de conseguir "algún refrigerio" la escena nos muestra el interior del local con ambos paladines sentados a la mesa. Luego de un intercambio de palabras entre ellos y Hayes aparece la sufrida esposa (personaje creado por la TV) con un plato que contiene, según sus propias palabras en inglés, white pudding, swedes and nips. La comida es sólo para Watson, ya que Holmes prefiere fumar un cigarrillo y beber cerveza. Es entonces cuando el detective le pregunta a su compañero cómo está la comida, a lo que éste responde textualmente: esto está asqueroso, Holmes. Una duda surge de inmediato: ¿era ese cocido tan poco apetitoso por la naturaleza de sus componentes, porque estaba mal preparado o por un poco de ambas cosas? Para responder el interrogante me dispuse a cocinarlo según la más simple de las modalidades posibles.


El white pudding inglés no es otra cosa que la butifarra o morcilla blanca española, un embutido de cerdo sin la sangre característica de su similar negro. Los swedes y nips son diferentes variantes del nabo redondo, propio y típico de todo el continente europeo. Aquí en Argentina es posible conseguir la butifarra, aunque no se producen los nabos redondos sino el llamado nabo japonés, de forma similar a la zanahoria. A los citados sumé un poco de rábanos, que también pertenecen a la familia de las coles. La cocción fue un hervor de veinte minutos en caldo simple con aderezo final de sal, pimienta, pizca de aceite y toque de perejil. En otras palabras, nada muy elaborado. ¿Qué se puede decir? La butifarra, de naturaleza suave, no tiene el picor ni la gracia de otros embutidos mucho más sabrosos como chorizos o longanizas. Los nabos tampoco se destacan por ser muy estimulantes, aunque queda claro que resulta bastante sencillo mejorar el resultado con apenas un poco de imaginación y creatividad: algo de salsa para la butifarra o un gratinado con queso para los nabos, por ejemplo, serían avances considerables.


El corolario es que se trata de una preparación muy básica, incluso algo anodina, pero perfectamente comestible. Sin embargo, es mejor valorar los diálogos de la escena por su contexto de ubicación y época: una posada pueblerina sombría, burda y mal atendida en los albores del siglo XX, cierta cocinera no muy dedicada e incluso -quizás- la existencia de comidas preparadas hace días a la espera de algún ocasional cliente. Teniendo en cuenta ese cuadro, desde aquí adherimos al comentario vituperante del doctor Watson en su visita al Champion Jack.

Puros secos, tabaco reciclado y pipas chamuscadas: los peores hábitos tabaquísticos de Sherlock Holmes

Durante las primeras entradas de este blog hablamos sobre la condición tabaquística chapucera del héroe bajo el título El mejor detective, el peor fumador. Decíamos allí que, lejos de utilizar su saber técnico erudito (1) para sublimar el propio placer de fumar, Sherlock Holmes contaba con casi todos los defectos que hacen al típico adicto nicotínico compulsivo: abuso cuantitativo, desinterés cualitativo, apresuramiento, descuido en la limpieza de utensilios, desaprensión por las formas. Ello abarca no solamente la emblemática pipa sino también a los cigarros puros, lo cual contrasta fuertemente con su actitud sibarita frente al consumo de alimentos y bebidas tan evidente en muchas ocasiones canónicas. Así como resulta notoria su afición por los buenos restaurantes y los vinos de renombre, el protagonista de la saga fuma el tabaco más barato, tosco y masivo disponible en la Inglaterra victoriana -incluso reutilizándolo luego de quemado-, carboniza sus pipas y seca sus puros.


En esta ocasión vamos a analizar con más detenimiento lo peor de tales hábitos, empezando por la práctica matutina de fumar su primera pipa cargada con los restos del día anterior "cuidadosamente secados y recogidos en la repisa de la chimenea", tal cual lo describe el doctor Watson promediando el relato El pulgar de ingeniero. Más allá de lo poco edificante que suena de por sí semejante costumbre, vale decir que sólo es factible recuperando aquellas hebras de tabaco que hayan quedado sin incinerar o parcialmente quemadas entre los residuos de ceniza. ¿Se imaginan al gran detective con su lupa y una pequeña pinza de precisión realizando dicha labor? Por cierto, no es imposible (alguna vez lo hice) y el resultado tiene ese sabor pesado, alquitranado y rancio del tabaco que ha sufrido combustiones defectuosas. Hace falta señalar que Doyle se apunta aquí un acierto manteniendo la lógica del fumador frenético que pensó para el personaje, ya que los desechos de tabaco a medio quemar son consecuencia inevitable de una fumada desprolija, apresurada e incompleta. O sea, cien por ciento al modo Sherlock Holmes.


Tales zafiedades no le van en zaga al trato físico que dispensa a sus pipas. La cosa va más allá del consabido desaseo e incluye un aparente empeño por achicharrarlas de formas que cualquier aficionado escrupuloso no dudaría en calificar como crueles. La estampa más conocida (2) se produce en Copper Beeches, cuando toma una brasa incandescente de la chimenea y prende con ella su larga pipa Cherrywood. Algo del mismo tenor sucede en La aventura de Charles August Milverton, poniendo de manifiesto otra práctica bien dañina: el encendido en llamas laterales (en este caso una lámpara de gas), capaces de chamuscar irremediablemente los costados y bordes de las cazoletas. Pero el sabueso de Baker Street también fumaba puros. ¿Acaso los conservaba en lugares frescos y dotados de una buena humedad? Nada de eso: en El ritual de los Musgrave, Watson deja bien claro que el sitio elegido es nada más y nada menos que un balde de carbón junto al fuego, con lo cual se asegura el deterioro rápido por calor y deshidratación. Por lo visto, no tenía problemas en consumir cigarros secos y agrietados.


Pero así era él. Un cerebro magistral para el razonamiento y la deducción, un bohemio despreocupado para la vida cotidiana.

Notas:

(1) No hay razón para dudar del calificativo frente al autor de una monografía sobre las características y diferencias de 140 variedades de tabaco.
(2) Varias veces reproducida por el cine y la TV en el marco de distintas historias. El sabueso de los Baskerville (1959) la exhibe incluso dos veces: una al comienzo, en Baker Street, y otra en la mansión Baskerville, con el argumento avanzado. Para este último caso la brasa utilizada tiene un tamaño grotesco -varias veces superior a todo el cuerpo de la pipa- y además presenta llama viva directa.

Whisky con soda, esa costumbre victoriana (degustación)

Creo que tomaré un whisky con soda y un cigarro después de este interrogatorio... Las textuales palabras pertenecen al detective ficticio más exitoso de todos los tiempos en el relato El aristócrata solterón, aunque no es la única cita de su tipo que podemos hallar en las historias originales. Bien al contrario, la vieja bebida espirituosa acredita una respetable cantidad de alusiones directas e incontrovertibles (1). Podemos observar referencias sobre su consumo en Estudio en Escarlata (2), El signo de los cuatro, La liga de los pelirrojos, El aristócrata solterón y El negro Peter. El dispendio whiskero no constituye un dato menor debido a su reiteración y al hecho de que, excepto un único caso, siempre ocurre dentro del domicilio central de la saga, es decir en Baker Street 221B. Lo bebe Holmes y también Watson, quienes a su vez no dejan de convidar a terceras personas, como el inspector Tobías Gregson de Scotland Yard. En resumen: el whisky parece ser algo tan común allí como el café, el té, el tabaco o los desayunos rotundos de la señora Hudson.


Buena parte de las marcas y destilerías escocesas mejor reconocidas en la actualidad nacieron en la centuria decimonovena, como Glenlivet (1823), Cardhu (1824), Talisker (1831), Glen Scotia (1832), Glenmorangie (1843) y Knockando (1898), por citar algunos ejemplos dentro de un total mucho mayor. Hacia el filo del 1900, la tendencia se veía fortalecida gracias a una agresiva campaña de publicidad encarada por las empresas más importantes del sector. No es de extrañar que durante dicha etapa el whisky se fuera consolidando como el licor favorito de los anglosajones en detrimento del tradicional brandy. Esta es una de las tantas postales de época que nos brinda la saga sherlockiana sobre el acontecer social y económico de aquel tiempo, y por eso decidí encarar una degustación figurativa al modo más común que se acostumbraba en las décadas de 1880 y 1890, o sea, agregándole una cierta cantidad de soda (o agua en su defecto), tal cual lo señalan casi todas las ocasiones reseñadas. Descarté el hielo, ya que hablamos de un período en el que aún no había sistemas domésticos de refrigeración (los primeros datan de 1913).


Tampoco existían por entonces los segmentos y jerarquías de calidad tan comunes a las marcas actuales. Por lo general, cada empresa tenía un único ejemplar en el mercado. En semejante contexto, ¿qué whisky para consumo corriente podía procurarse un hombre de clase media como Sherlock Holmes? Quizás uno simple, accesible, fácil de encontrar en las tiendas del ramo. Hoy, dichos rasgos se aplican perfectamente a Johnny Walker Red Label, un rótulo famoso, bastante antiguo y cualitativamente aceptable para millones de personas. A causa de esa misma fama no hay mucho para decir sobre él que no sea ya conocido, pero el meollo del asunto está en el agregado de soda muy característico entre los victorianos. ¿Cuál es el resultado de esta práctica? Un trago de buen tenor alcohólico pero a la vez refrescante y abordable en cualquier momento del día, apto para acompañar charlas, asuntos de negocios o para relajarse luego de la jornada diaria. Pensada en esos términos, el agua burbujeante disminuye la pesadez alcohólica y otorga frescor sin afectar demasiado el sabor primario. Más aún tratándose de un escocés modesto pero noble, como el afamado "etiqueta roja".


Holmes, el whisky y la soda. Otra faceta costumbrista escondida en la saga del gran investigador.

Notas:

(1) Al igual que en la monografía de 221pipas, no contabilizo las menciones que transcurren fuera del Reino Unido.
(2) En Estudio en Escarlata y El Valle del Terror existen partes de la trama que acontecen en Estados Unidos con numerosas citas del producto, todas ellas designadas inequívocamente como whiskey y no como whisky. Ello lleva a pensar que Doyle conocía las diferencias nominales y regionales entre los especímenes americanos y el auténtico whisky escocés. Aún así, la primera referencia de Estudio en Escarlata (ubicada en Baker Street) está apuntada como whiskey y es la única que parece encontrarse "fuera de lugar": todas las demás que transcurren en Inglaterra hablan de whisky. Sin embargo, el nombre whiskey también se utiliza para designar a los ejemplares elaborados en Irlanda, lo que vuelve un poco más creíble su presencia en Londres a fines del siglo XIX.