221pipas, la monografía

Puros secos, tabaco reciclado y pipas chamuscadas: los peores hábitos tabaquísticos de Sherlock Holmes

Durante las primeras entradas de este blog hablamos sobre la condición tabaquística chapucera del héroe bajo el título El mejor detective, el peor fumador. Decíamos allí que, lejos de utilizar su saber técnico erudito (1) para sublimar el propio placer de fumar, Sherlock Holmes contaba con casi todos los defectos que hacen al típico adicto nicotínico compulsivo: abuso cuantitativo, desinterés cualitativo, apresuramiento, descuido en la limpieza de utensilios, desaprensión por las formas. Ello abarca no solamente la emblemática pipa sino también a los cigarros puros, lo cual contrasta fuertemente con su actitud sibarita frente al consumo de alimentos y bebidas tan evidente en muchas ocasiones canónicas. Así como resulta notoria su afición por los buenos restaurantes y los vinos de renombre, el protagonista de la saga fuma el tabaco más barato, tosco y masivo disponible en la Inglaterra victoriana -incluso reutilizándolo luego de quemado-, carboniza sus pipas y seca sus puros.


En esta ocasión vamos a analizar con más detenimiento lo peor de tales hábitos, empezando por la práctica matutina de fumar su primera pipa cargada con los restos del día anterior "cuidadosamente secados y recogidos en la repisa de la chimenea", tal cual lo describe el doctor Watson promediando el relato El pulgar de ingeniero. Más allá de lo poco edificante que suena de por sí semejante costumbre, vale decir que sólo es factible recuperando aquellas hebras de tabaco que hayan quedado sin incinerar o parcialmente quemadas entre los residuos de ceniza. ¿Se imaginan al gran detective con su lupa y una pequeña pinza de precisión realizando dicha labor? Por cierto, no es imposible (alguna vez lo hice) y el resultado tiene ese sabor pesado, alquitranado y rancio del tabaco que ha sufrido combustiones defectuosas. Hace falta señalar que Doyle se apunta aquí un acierto manteniendo la lógica del fumador frenético que pensó para el personaje, ya que los desechos de tabaco a medio quemar son consecuencia inevitable de una fumada desprolija, apresurada e incompleta. O sea, cien por ciento al modo Sherlock Holmes.


Tales zafiedades no le van en zaga al trato físico que dispensa a sus pipas. La cosa va más allá del consabido desaseo e incluye un aparente empeño por achicharrarlas de formas que cualquier aficionado escrupuloso no dudaría en calificar como crueles. La estampa más conocida (2) se produce en Copper Beeches, cuando toma una brasa incandescente de la chimenea y prende con ella su larga pipa Cherrywood. Algo del mismo tenor sucede en La aventura de Charles August Milverton, poniendo de manifiesto otra práctica bien dañina: el encendido en llamas laterales (en este caso una lámpara de gas), capaces de chamuscar irremediablemente los costados y bordes de las cazoletas. Pero el sabueso de Baker Street también fumaba puros. ¿Acaso los conservaba en lugares frescos y dotados de una buena humedad? Nada de eso: en El ritual de los Musgrave, Watson deja bien claro que el sitio elegido es nada más y nada menos que un balde de carbón junto al fuego, con lo cual se asegura el deterioro rápido por calor y deshidratación. Por lo visto, no tenía problemas en consumir cigarros secos y agrietados.


Pero así era él. Un cerebro magistral para el razonamiento y la deducción, un bohemio despreocupado para la vida cotidiana.

Notas:

(1) No hay razón para dudar del calificativo frente al autor de una monografía sobre las características y diferencias de 140 variedades de tabaco.
(2) Varias veces reproducida por el cine y la TV en el marco de distintas historias. El sabueso de los Baskerville (1959) la exhibe incluso dos veces: una al comienzo, en Baker Street, y otra en la mansión Baskerville, con el argumento avanzado. Para este último caso la brasa utilizada tiene un tamaño grotesco -varias veces superior a todo el cuerpo de la pipa- y además presenta llama viva directa.

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