Se iniciaba la década de 1950
cuando Adrian Conan Doyle, hijo del insigne creador de Sherlock
Holmes, tuvo la idea de asociarse con el célebre escritor John
Dickson Carr (ampliamente reconocido en el mundo de la literatura
detectivesca) para realizar una serie de relatos basados en el
personaje concebido por su padre (1). Como fruto de dicha
colaboración nacieron doce historias cortas (2) publicadas
individualmente por las revistas Life y Collier's entre diciembre de
1952 y octubre de 1953, y posteriormente reunidas en un volumen
titulado Las hazañas de Sherlock Holmes. Queda claro que hablamos de
un pastiche, pero no de uno cualquiera: a mi modo de ver, se trata
del conjunto de aventuras más identificadas con el estilo original
de Arthur Conan Doyle. Ello constituye un mérito notable frente a
los miles de refritos editados a lo largo de los siglos XX y XXI,
caracterizados -muchas veces- por fallidos intentos de originalidad mediante la
ubicación de los protagonistas en épocas diferentes, lugares
distantes o situaciones absurdas.
En este caso, los textos transcurren a
fines del período victoriano, en los mismos entornos del canon
primigenio y con idénticos personajes. Además del detective y el
doctor están presentes la señora Hudson y los inspectores Lestrade
y Gregson. Los pormenores suceden en el Gran Londres y algunos
pueblos cercanos de la campiña inglesa donde hay niebla, lluvia y
viajes en tren. La chimenea, el reloj en la repisa, el ruido de los
carruajes transitando por la calle y los héroes sentados en el sofá
encarnan la atmósfera típica de Baker Street 221b, demostrando así
un respeto casi reverencial por los ambientes y panoramas
fundacionales de la saga, muy bien reproducidos por las ilustraciones
de Robert Fawcett (3). Para muestra va el siguiente párrafo del
relato "El horror de Deptford": al descender del landó que
nos había llevado hasta allí (4) nos encontramos entre un conjunto
de casas desvencijadas, según pude juzgar a través de la niebla
amarillenta que parecía rezumar la orilla del río. A un lado había
un muro de ladrillos descascarado y carcomido, con una verja de
hierro, por encima de la cual divisamos un sólido caserón en medio
de una especie de jardín. ¿No es acaso la descripción perfecta del
característico paisaje sherlockiano de los suburbios?
Lo bueno de todo es que esa misma
veneración por los tiempos y lugares tradicionales se verifica
también en los temas que aquí nos interesan. Podemos apreciar los
desayunos rotundos con tostadas, mantequilla, huevos, jamón y
tocino, así como las cenas frías de apuro cuando hay alguna
investigación en marcha. Incluso se mencionan un par de restaurantes
italianos, de esos a los que la dupla protagónica suele concurrir
cada tanto. No faltan en Baker Street el café, el té, el brandy ni
el whisky con soda, como tampoco los vinos Beaune y Montrachet
durante las comidas y el oporto para la sobremesa. En materia
tabaquística hay -como no podía ser de otra manera- muchas
referencias a las pipas y a los respectivos tabacos favoritos de
ambos paladines: shag y Del Barco. Tampoco se omiten la
zapatilla/tabaquera persa de Holmes ni el cubo de carbón conteniendo
los cigarros puros. Podemos afirmar entonces que Las hazañas de
Sherlock Holmes conforman una legítima continuación editorial del
espíritu canónico, precisamente porque respetan su
naturaleza.
En el transcurso de próximas entradas,
seguramente, desarrollaremos un poco alguna de estas genuinas estampas sherlockianas.
Notas:
(1) Con diferentes nombres, todos
corresponden a "casos no contados" del canon original.
(2) Dickson Carr colaboró en las
primeras seis historias de la serie. Las seis restantes fueron
escritas exclusivamente por Adrian Conan Doyle.
(3) Famoso y respetado artista
especializado en ilustrar libros y revistas. En el caso de las
historias detectivescas para Collier's, la clave de su estilo está
en los rasgos coloridos pero a la vez lúgubres, casi góticos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario