221pipas, la monografía

Una daga voladora en el roast beef de la señora Hudson (degustación)

Más allá de su conocida trayectoria en el cine de terror personificando todo tipo de monstruos y villanos, Christopher Lee (1922-2015) fue un actor polifacético, ya que también compuso roles de militares, marineros, espadachines, policías, sacerdotes, médicos, reyes, aristócratas, estadistas y magos. Como si fuera poco, su carrera incluye la participación en varias películas sherlockianas encarnando diversos personajes del canon: hizo de Sherlock Holmes (tres veces), de Mycroft Holmes y de Henry Baskerville (1). Dentro de ese grupo nos interesa una curiosa producción en blanco y negro del año 1962 que lo tuvo como protagonista, llamada Sherlock Holmes y el collar de la muerte (2). A poco de comenzar el film podemos ver una escena específica con el detective, Watson (Thorley Walters) y la señora Hudson en Baker Street. En cierto momento previo a la cena, los paladines se encuentran efectuando una práctica improvisada de defensa personal cuando la daga que empuña el doctor sale volando y cae encima del contundente plato a punto de ser servido.


Inmediatamente se produce otro suceso -un moribundo en la calle debe ser asistido- que nos permite observar desde mejor perspectiva la bandeja de servicio. En ella vemos claramente el roast beef en cuestión junto a dos recipientes, uno conteniendo papas y el otro algún tipo de adobo en generosa cantidad, tal vez la típica salsa gravy que se sirve para dichas ocasiones. En efecto, el roast beef británico se alza como una tradición gastronómica de los días domingos (sunday roast beef), aunque su popularidad trasciende ampliamente días y horarios. Ahora bien, en los relatos originales de Doyle no existe ninguna mención literal al respecto, pero su presencia se advierte se manera tangencial en la "carne fría con cerveza" de Escándalo en Bohemia y el "trozo de carne entre dos rebanadas de pan" de La corona de berilos. Los elementos para establecer esa relación son incontrovertibles: era un plato casero extremadamente habitual (aún hoy lo es) cuyos sobrantes podían comerse más tarde en forma de rebanadas. Cualquier mención de bocados o sandwiches de carne, por lo tanto, era una referencia alusiva casi segura.


El roast beef completo de hoy suele presentarse con papas, vegetales, yorkshire pudding y la mencionada salsa gravy. Para esta entrada preferí atenerme a la versión cinematográfica, disminuyendo ingredientes y cambiando la gravy por el simple jugo de cocción. Para empezar se necesita un corte de carne homogéneo y voluminoso, como lomo o peceto (tenderloin y round steak en inglés, solomillo y redondo en España, respectivamente). Habiendo optado por el segundo, el resto de la receta no presenta dificultades. Sólo hay que hervir antes las papas unos 6 a 10 minutos para que luego queden doradas por fuera y tiernas por dentro, mientras que la carne puede ser sellada sin necesidad de sartenes o planchas, recurriendo al viejo truco de tener el horno bien fuerte al momento de colocar la preparación para luego moderarlo paulatinamente hasta completar el proceso, que totaliza unos 50 minutos. Al final se sirve en lonchas que maximizan el resultado junto con papas en su punto ideal de cocción, y se echa por encima el jugo o la salsa, en caso de haberla.


Un plato bien característico de la gastronomía esencial del Reino Unido participando en las historias detectivescas más representativas de su literatura. ¿No es acaso un maridaje perfecto?

Notas:

(2) Hay buenas razones para calificarla de "curiosa". Entre otras, podemos citar la multiplicidad de nacionalidades involucradas en su realización, la banda sonora en inglés (que fue rehecha íntegramente a pesar de haberse filmado en ese idioma, por lo que todas las voces son dobladas) y la confusa ubicación temporal de la trama, con detalles victorianos junto a otros de la década de 1930.

¿Holmes y Watson bebían vinos adulterados?

Mañana, señor Bennet, seguro que nos verá en Camford. Hay, si recuerdo bien, una posada llamada "The Chequers" donde el oporto solía estar por encima de la mediocridad. Este comentario sutil del detective -plasmado en El hombre que gateaba- es un indicio de su buen conocimiento sobre los vinos que se consumían en Gran Bretaña a fines del siglo XIX. Sabemos asimismo que las alusiones canónicas más numerosas coinciden con los dos tipos de mayor éxito en volumen de ventas: el oporto y el clarete de Burdeos. Pero cierta coyuntura histórica genera algunas dudas acerca de estos productos, ya que las imitaciones, los fraudes y las adulteraciones estaban muy extendidos. ¿Acaso nuestros paladines llenaban sus copas con brebajes de dudosa procedencia y turbia elaboración? ¿Eran timados en su buena fe? ¿Qué tan sencillo resultaba detectar las estafas? Veremos a continuación que el tema es bastante complejo y atañe a realidades económicas y sociales propias de un tiempo en el que la autenticidad de los vinos estaba en tela de juicio (1).


Lo primero a considerar es que tanto Portugal como Francia sufrían entonces la peste de la filoxera, que azotó los viñedos europeos desde mediados de la década de 1860 hasta prácticamente el fin de la centuria. Para Burdeos y Oporto, eso trajo aparejada la inevitable necesidad de recurrir al corte con vinos de otras regiones menos prestigiosas, que resintieron la calidad. Incluso se llegaron a utilizar métodos muy irregulares para mejorar los niveles de alcohol y color recurriendo al azúcar y las bayas de saúco, entre otras sustancias. No obstante, la peor cara del asunto aparecía cuando los vinos llegaban al Reino Unido (mayormente en barricas), donde eran presa fácil de la corrupción enológica mediante otras mezclas, agregados y diluciones antes de su embotellamiento. Todo ello generaba desconfianza entre los consumidores, aunque era prácticamente imposible conocer los alcances del asunto debido a su alta popularidad: la demanda británica por oportos y claretes baratos era enorme. Sólo los vinos de mayor renombre que se importaban en botellas cerradas estaban libres de sospecha, al menos en las etapas finales de la comercialización.


Las frecuentes citas sobre ambos vinos en los textos sherlockianos lleva a pensar que quizás Holmes y Watson fuesen ocasionalmente víctimas de alguno de estos fraudes. Personalmente creo que consumían ejemplares de buena reputación cuando compraban para el consumo de Baker Street (2) o durante sus visitas a los opulentos restaurantes de Londres, pero estaban librados a su suerte durante los almuerzos rápidos en estaciones de ferrocarril, posadas campestres y otros lugares de naturaleza semejante. En esa misma línea parecen haberlo entendido los guionistas del recordado serial de la BBC protagonizado por Douglas Wilmer y Nigel Stock. En el capítulo correspondiente al relato El pintor retirado podemos observar una escena que recrea muy bien la situación. Durante el viaje en tren junto al sospechoso Josiah Amberley, Watson comienza a echar mano de cierto almuerzo frío adquirido en la estación antes de partir. Lo primero que hace es descorchar y probar el vino clarete incluido en la vianda, tras lo cual su expresión alegre cambia por otra de desagrado mientras murmura: oh Dios!, Chateau Liverpool Street... (3)


Tenemos así otra realidad histórica asociada a la gran saga detectivesca que nos convoca en este blog, reflejada en las letras y también en la pantalla.

Notas:

(1) Un interesante trabajo (en inglés) sobre la realidad del mercado británico de vinos en la época victoriana puede leerse en el siguiente link: Selling to reluctant drinkers: the British wine market, 1860–1914 - Simpson - 2004 - The Economic History Review - Wiley Online Library
(2) También es posible que dichos quehaceres estuviesen a cargo de la señora Hudson. ¿Tendría ella la capacidad, los conocimientos y el presupuesto suficiente para efectuar una buena selección de botellas?
(3) Liverpool Street es una de las estaciones terminales más importantes de Londres. Aunque la mención de Watson podría referirse a una etiqueta real (los ferrocarriles de la época ofrecían vinos de bajo precio embotellados con marcas propias) me inclino a pensar que se trata más bien de un comentario irónico.

Fumando una pipa de maíz en la frontera franco-alemana (degustación)

Al mismo tiempo que Europa adoptaba las pipas hechas con maderas nobles, al otro lado del Atlántico se iba arraigando un producto más sencillo y humilde: la pipa de maíz. Desde comienzos del siglo XIX, agricultores y colonos norteamericanos comenzaron a fabricar este símbolo perdurable del ingenio y la tradición. El material utilizado (mazorcas secas) era económico, abundante y fácil de trabajar, lo que lo hacía perfecto para ejemplares caseros. Dichas creaciones rústicas funcionaban bien y se popularizaron rápidamente, sobre todo en zonas rurales donde era difícil encontrar artículos de lujo. A mediados de la centuria comenzaron a producirse en mayor escala mediante un método para hacer la mazorca ignífuga, volviéndola más duradera pero conservando su ligereza y accesibilidad. Esta innovación consolidó su status como alternativa práctica frente a materiales costosos como el brezo o la espuma de mar, sumado a que no requería cierto período de "curado"y ofrecía un sabor neutro. En otras palabras: cumplía todos los requisitos de las mejores cachimbas a un costo verdaderamente bajo.


Hace tiempo analizamos algunas "audacias creativas" entre los modelos utilizados por Robert Downey Jr, como una pipa de bambú y otra del tipo cherokee. Pero la cosa no termina allí, ya que en el film Sherlock Holmes, Juego de sombras (2012) también se lo puede ver con una genuina corn pipe entre sus labios. El pantallazo (que sólo dura unos segundos) se produce mientras el detective y su séquito viajan hacia la frontera franco-alemana para acceder a la fábrica de armas de Alfred Meinhard. Ahora bien, desde una perspectiva histórica cabe preguntarse cuantas chances había de hallar a un inglés fumando una pipa campesina rústica estadounidense en medio de la Europa continental hacia fines del período victoriano. Muy pocas, por cierto, aunque es justo advertir que el prestigio profesional de Holmes le proporcionaba una clientela bien cosmopolita, incluyendo nativos de USA y otros viajeros frecuentes que cruzaban el Atlántico. En ese contexto, la presencia de una pipa de maíz no resulta del todo inverosímil frente a un eventual obsequio, tal vez de algún cliente agradecido.


Frente a semejantes elucubraciones me dispuse a realizar una degustación con el único prototipo de esa clase que poseo. La pieza fue adquirida hace dos años a un precio realmente barato, pero los resultados obtenidos hasta hoy la sitúan entre mis mayores aciertos en la materia, ya que conjuga un sorprendente número de bondades a cambio de muy poco dinero: es práctica, liviana, noble, duradera y fuma muy bien. No por nada se extendió tan rápido en sus tiempos fundacionales y no parece casualidad su inclusión en una escena que recrea los extenuantes viajes a caballo del pasado, cuando era imprescindible portar sólo las pertenencias mínimas en tamaño y peso. Es fácil entender entonces que un inveterado fumador como Sherlock Holmes la llevara consigo, así como imaginar al personaje disfrutando una pequeña dosis de tabaco shag en cada descanso. Por lo tanto, aunque no es un utensilio sustentado por la ortodoxia canónica, la circunstancia específica de su aparición en esta "versión libre" del género holmesiano posee algo de lógica.


En las historias originales de Conan Doyle hay personajes europeos, americanos, asiáticos, africanos y oceánicos, tal cual era el carácter heterogéneo y abigarrado de la población londinense. La pipa de maíz de Sherlock Holmes... ¿por qué no?

Ploughman's Lunch, un refrigerio perfecto para el detective andariego.

Desde las primeras historias del canon queda claro que Sherlock Holmes trabaja en Baker Street la mayor parte del tiempo, donde recibe a sus clientes, analiza los casos y prepara líneas de acción. Pero también (como hemos señalado muchas veces) se pone de manifiesto el carácter dinámico del oficio detectivesco que obliga a realizar viajes constantes dentro de Londres, en sus afueras y hacia distintos poblados de Inglaterra. Casi por lógica, en ese contexto tan poco favorable para las rutinas y los horarios fijos es frecuente la alimentación mediante bocados, sandwiches y comidas apresuradas. Desde el "pedazo de carne entre dos rebanadas de pan" de La corona de berilos hasta el té con algún bocado en las estaciones del ferrocarril o las cenas frías, los relatos de Conan Doyle ofrecen un amplio repertorio de situaciones gastronómicas propias de una vida ajetreada y movida, tanto como podía serlo la de un investigador privado habitando en el enclave político y económico más importante del mundo a fines del siglo XIX. 


La cultura británica tiene entre sus arquetipos cierta preparación casi perfecta para semejantes ocasiones: el ploughman's lunch (almuerzo del labrador), cuyo nombre tiene más de marketing que de realidad, puesto que se practica asiduamente en ámbitos urbanos y a toda hora del día. Es, por asi decirlo, el refrigerio para cualquier momento, cuya composición resulta muy elástica por cantidad y naturaleza. Puede contener pan (o Yorkshire pudding en su reemplazo), quesos (Cheddar, Stilton), fiambres, encurtidos (pepinos, aceitunas), carnes frías (pollo, cerdo, roast beef), huevos duros, hortalizas (tomates, lechuga, zanahoria), frutas (uvas, manzana) y condimentos como manteca, mostaza o chutney, entre otros ingredientes pensados para satisfacer el apetito de manera rápida y sin mayores formalidades de mesa. Vale aclarar que con sólo algo de queso, pan y pepinos ya se habla de un genuino ploughman's lunch, así que las posibilidades son tan diversas como los ingredientes involucrados. Esa misma simpleza exige poco en cuanto a bebidas acompañantes, pero la tradición se inclina por la cerveza o la sidra, ambas de histórica elaboración en el el Reino Unido.


Considerando la ausencia de menciones explícitas o detalladas en los textos canónicos podemos suponer con bastante certeza que las comidas rápidas y cenas frías de Holmes y Watson (El hombre con el labio retorcido, La aventura de Charles Augustus Milverton, El tres cuartos desaparecido) tenían mucho de ploughman's lunch. De hecho, los realizadores televisivos posteriores se ocuparon de interpretar el asunto en el mismo sentido que estamos analizando. La imagen debajo presenta un par de pantallazos bien ilustrativos de la historia El hombre con el labio retorcido: primero la BBC en 1965 y luego Granada TV en 1986 exhiben algunos elementos típicos del ploughman's lunch, como pollo, queso, Yorkshire pudding y bandejas con frutas. Más allá de lo gastronómico, la necesidad del refrigerio veloz tiene una sólida explicación por el arribo de los héroes a la propiedad de la familia St Clair en avanzadas horas nocturnas, mientras intentan desentrañar el intrincado y enigmático caso que los trajo desde Londres.


Ya hemos visto como Holmes y Watson podían procurase el alimento en las situaciones más extremas y también disfrutar de comidas sencillas en plena labor profesional. Un costado más de esas vidas ficticias que han logrado perpetuarse en el ánimo y las preferencias de millones de personas a lo largo casi un siglo y medio.

La receta del doctor Watson y el "hot toddy" (degustación)

Pocas ciudades poseen una situación atmosférica tan característica como Londres, al punto de haberse convertido en un verdadero cliché del clima lluvioso y húmedo. Si retrocedemos en el tiempo hasta fines del siglo XIX, a ese panorama se agregaba el denso y penetrante smog producido por la quema intensiva de carbón mineral en industrias, comercios y hogares, que no era otra cosa que la antiguamente famosa "niebla londinense". Como si todo eso fuera poco, los inviernos eran extremadamente crudos, tal cual sucedió en enero de 1895, cuando la temperatura media mensual no llegó a superar los cero grados centígrados. Repasando los datos precedentes, para los tiempos de Sherlock Holmes existía una sobrecogedora combinación de frío, humedad y aire contaminado durante la mayor parte del año, lo que generaba un lógico y consecuente cuadro de enfermedades respiratorias. En ese contexto, las gripes, las anginas, los resfríos, las bronquitis, las neumonías y el asma eran afecciones endémicas entre la población de la metrópolis más importante y cosmopolita del mundo.


Hace tiempo dimos cuenta del papel medicinal que los victorianos le asignaban al alcohol, lo cual queda perfectamente demostrado en las historias canónicas a través del brandy, utilizado asiduamente como remedio casero. Y otras bebidas también, ya que en Estudio en Escarlata podemos apreciar al policía John Rance relatando lo mucho que le hubiera gustado disfrutar de un cuatro de gin caliente durante cierta ronda en una noche destemplada (1). Pero hay un caso que excluye el elemento etílico de acuerdo con cierta receta simple del doctor Watson mencionada por el propio Holmes. En efecto, promediando el relato Los lentes de oro, el inspector Stanley Hopkins llega a Baker Street en medio de una tormenta. El detective lo recibe del siguiente modo: ahora, mi querido Hopkins, acérquese y caliéntese los pies (...) El doctor tiene una receta con agua caliente y limón, que es un buen remedio en una noche como ésta. Sabia recomendación, por cierto, cuyo consumo debe haber sido un alivio cálido y vivificador para el funcionario de Scotland Yard.


En Las hazañas de Sherlock Holmes, Adrian Conan Doyle plantea una estampa provista de los elementos principales que estamos analizando: un convaleciente muy resfriado y una reconfortante bebida de larga tradición "terapéutica". Se trata de la narración La saboneta de oro (2), cuya trama incluye un crimen que exige la presencia de cierto médico jurista. Cuando una comisión es enviada por él a su domicilio lo encuentran en cama "con una bolsa de agua caliente, un vaso de hot toddy y un resfrío en la cabeza". ¿Qué es el hot toddy? Si bien la coctelería moderna lo define como un simple trago caliente del tipo ponche (con muchas variantes), la añeja y genuina versión a la que se refiere la historia es apenas más complicada que aquella receta de Watson, por lo cual me dispuse a prepararla. Para un prototipo bien "cargado" primero se coloca en la taza o vaso un pequeño rollo de canela y el jugo de una rodaja de limón, seguido por la rodaja misma. Acto seguido se añade una cucharadita de miel y finalmente whisky y agua hirviendo en partes iguales hasta completar el recipiente. Por supuesto, la proporción final del elemento alcohólico (que también puede ser brandy o ron) queda a criterio de cada consumidor.


Enfermos en el lecho, vías respiratorias congestionadas y bebidas calientes que brindan algo de alivio. La vida cotidiana decimonónica y sus hábitos singulares plasmados en las aventuras del detective ficticio más famoso de la historia.
 
Notas:

(1) Tanto el brandy como el four of gin hot fueron repasados en sendas entradas subidas en mayo de 2022 y noviembre de 2023 respectivamente.
(2) Saboneta (gold hunter watch en inglés) era el antiguo reloj de bolsillo con tapa que se sostenía del cinturón mediante una cadena.

Las pipas de Whitehead

Geoffrey Whitehead (1939) es un actor británico de radio, cine y televisión cuya carrera estuvo enfocada en el Reino Unido, con algunas colaboraciones para películas norteamericanas durante la década de 1970. Uno de los últimos papeles que realizó fue el de Wilburn Newbold en la comedia de situación Still Open All Hours, emitida por la BBC entre 2015 y 2019. Pero el principal componente de su fama proviene de una obra televisiva hecha hace más de cuarenta años, llamada Sherlock Holmes and Dr. Watson, donde encarnó al gran detective de Baker Street. La serie de 24 capítulos resultó ser una de las menos conocidas de la saga debido a su historia accidentada y llena de curiosidades (1). Todo comenzó en 1979 por idea de Sheldon Reynolds, el mismo que produjo la recordada Sherlock Holmes de 1954/1955 con Ronald Howard a la cabeza del elenco. Ahora bien, si en la década de los cincuenta fue llamativa la elección de Francia como país de rodaje (siendo una producción pensada para el mercado de USA), el segundo caso resulta todavía más notorio: nada menos que Polonia y a fines de los setenta, es decir, en plena época de la "cortina de hierro".


El hecho es que Reynolds llegó a un acuerdo con la televisión estatal polaca y se puso manos a la obra. Además de Whitehead en el personaje estelar, la serie contó con artistas reconocidos como Donald Pickering (Watson) y Patrick Newell (Inspector Lestrade), además de figuras invitadas en capítulos específicos: Glynis Barber, Victoria Tennant y Kay Walsh, entre otras. En términos generales, los guiones son muy cercanos a los de su serie antecesora, conformando una mixtura que combina elementos canónicos con ideas y personajes creados ad hoc, mientras los pormenores transcurren dentro de una Londres victoriana bastante bien reproducida en las calles de Varsovia. El resultado no están nada mal para una producción de bajo costo, aunque los problemas empezaron a surgir enseguida, cuando varios directivos de la TV polaca fueron procesados por corrupción y las cintas resultaron confiscadas. Dicho escándalo retrasó la distribución del producto, en ciertos casos para siempre: la serie nunca fue estrenada en Gran Bretaña, donde incluso se había lanzado un comic alusivo que hoy es material de culto para coleccionistas.


Por fortuna, muchos años después la tecnología puso a disposición de los fanáticos el repertorio completo de capítulos en soportes como Internet o el DVD. Fue entonces que muchos críticos vieron en esta obra una representación verdaderamente fiel de los personajes creados por Conan Doyle: el Holmes joven, activo y analítico junto al Watson sereno, observador e inteligente. Todo ello en el marco de una ambientación bastante preocupada por los detalles. La cuestión pipas tiene un buen tratamiento, comenzando por la acertada frecuencia fumatoria de los protagonistas: ambos lo hacen con bastante habitualidad, pero un poco más la estrella del programa. Luego, los ejemplares seleccionados recuerdan los usos de Howard dos décadas y media antes: pipas clásicas de brezo, con mayoría de formatos curvos y algunos diseños rectos, pero siempre dentro de los tipos más tradicionales. Para un tiempo en que la aparatosa calabash parecía estar en boca de todas las representaciones del gran detective, este voto por la prolijidad histórica resulta un bálsamo.


Así recordamos a otro intérprete y sus utensilios para echar humo, esta vez poniendo nuestra mirada en un serial olvidado durante largos años.

Notas:

(1) No confundir con la serie rusa del mismo nombre y filmada en la misma época.

Calamares a la siciliana en el Pellegrini (degustación)

Como señalamos en la entrada anterior, las doce aventuras publicadas durante el decenio de 1950 por Adrian Conan Doyle se basan en sendas "historias no contadas" de los relatos canónicos originales. El siguiente es el repertorio de esos nexos, mencionando en primer lugar el título asignado en Las hazañas de Sherlock Holmes y luego el "caso no contado" que se vincula (1). Tenemos así Los siete relojes (El asesinato de Trepoff), La saboneta de oro (El envenenamiento de Camberwell), Los jugadores de cera (La sustitución de Darlington), El milagro de Highgate (Mr James Phillimore), El baronet negro (La desafortunada Madame Montpensier), La habitación sellada (La locura del coronel Walburton), Foulkes Rath (La tragedia de Addleton), El rubí de Abbas (El Club Nonpareil), Los ángeles oscuros (Los documentos Ferrers), Las dos mujeres (El chantaje de uno de los nombres más venerados de Inglaterra), El horror de Depthford (Wilson, el entrenador de canarios) y La viuda roja (El castillo Arnsworth).


También apuntamos el respeto demostrado por el autor hacia los textos de su padre al mantener los personajes, las costumbres y los ambientes tradicionales, incluyendo todo lo referido al consumo de comidas, bebidas y tabacos por parte del elenco protagónico. Para quienes estudiamos dicho tópico, no pasa desapercibida la concurrencia del detective y el doctor a ciertos restaurantes italianos de Londres. En el canon original los establecimientos visitados son el Marcini (El sabueso de los Baskerville) y el Goldini (Los planos del Bruce Partington), mientras que en Las hazañas de Sherlock Holmes podemos hallar al Pellegrini (La habitación sellada), el Frati (Las dos mujeres) y el Frascati (El horror de Deptford) (2). Un caso específico añade la afortunada mención de cierta vianda típica de acuerdo con la siguiente propuesta del héroe principal a la hora de almorzar: "Watson, veo que es más de la una. Un plato de calamari alla siciliana en el Pellegrini no vendría nada mal". Excelente sugerencia, por cierto, y una gran oportunidad para cocinar, degustar y reseñar el experimento, que de eso se trata este blog.


Sería ingenuo pensar que dentro de una isla del tamaño de Sicilia existe una sola receta. Bien al contrario, cada zona o pueblo tiene su propia fórmula con diferentes modos de preparación según el producto base (calamares enteros, calamares rellenos, anillos de calamar), la cocción (fritos, al horno) y toda la variedad de salsas, aderezos y acompañamientos imaginables. Entre semejante oferta elegí -como siempre- algo sencillo y fácil recurriendo a la opción calamari alla messinese, es decir, de la bonita ciudad de Messina. La lista de ingredientes es igualmente simple y escueta: calamares cortados en anillos, puré de tomates, tomate natural pisado, ajo picado, perejil, vino blanco, aceite de oliva, sal y pimienta. Primero se fríen los ajos en un poco de aceite de oliva y luego se agregan los calamares para una cocción inicial de diez minutos. Luego se incorporan el vino blanco, los dos tipos de tomate y se procede a salpimentar. Pasada media hora se añade el perejil y se deja en el fuego los últimos cinco minutos completando un total de cuarenta y cinco, que es el tiempo mínimo necesario para ablandar debidamente los moluscos.


Como resultado queda un plato rico, sabroso, con ese toque de sofrito italiano que combina el sabor a mar con ajo, perejil y tomate. Así lo deben haber comprobado Holmes y Watson cierto mediodía en el Pellegrini, durante un descanso de sus memorables hazañas.

Notas:

(1) La lista completa de casos no contados se encuentra disponible en 
Category:Untold Stories - The Arthur Conan Doyle Encyclopedia (arthur-conan-doyle.com)
(2) De los cinco sólo uno corresponde nominalmente a cierto lugar que tuvo existencia documentada: el restaurante Frascati, según consta en la Guía Baedeker de Londres del año 1894. Resulta notable la cercanía de fechas entre su inauguración (1893), el comentario en la guía (1894) y el año en que Adrian Conan Doyle sitúa la historia El horror de Deptford (1895). Hacia 1910 era un establecimiento suntuoso inclinado por la cocina francesa, pero tal vez haya tenido mayor relación con la culinaria italiana durante sus primeros tiempos.

Historias con textura victoriana en "Las hazañas de Sherlock Holmes"

Se iniciaba la década de 1950 cuando Adrian Conan Doyle, hijo del insigne creador de Sherlock Holmes, tuvo la idea de asociarse con el célebre escritor John Dickson Carr (ampliamente reconocido en el mundo de la literatura detectivesca) para realizar una serie de relatos basados en el personaje concebido por su padre (1). Como fruto de dicha colaboración nacieron doce historias cortas (2) publicadas individualmente por las revistas Life y Collier's entre diciembre de 1952 y octubre de 1953, y posteriormente reunidas en un volumen titulado Las hazañas de Sherlock Holmes. Queda claro que hablamos de un pastiche, pero no de uno cualquiera: a mi modo de ver, se trata del conjunto de aventuras más identificadas con el estilo original de Arthur Conan Doyle. Ello constituye un mérito notable frente a los miles de refritos editados a lo largo de los siglos XX y XXI, caracterizados -muchas veces- por fallidos intentos de originalidad mediante la ubicación de los protagonistas en épocas diferentes, lugares distantes o situaciones absurdas.


En este caso, los textos transcurren a fines del período victoriano, en los mismos entornos del canon primigenio y con idénticos personajes. Además del detective y el doctor están presentes la señora Hudson y los inspectores Lestrade y Gregson. Los pormenores suceden en el Gran Londres y algunos pueblos cercanos de la campiña inglesa donde hay niebla, lluvia y viajes en tren. La chimenea, el reloj en la repisa, el ruido de los carruajes transitando por la calle y los héroes sentados en el sofá encarnan la atmósfera típica de Baker Street 221b, demostrando así un respeto casi reverencial por los ambientes y panoramas fundacionales de la saga, muy bien reproducidos por las ilustraciones de Robert Fawcett (3). Para muestra va el siguiente párrafo del relato "El horror de Deptford": al descender del landó que nos había llevado hasta allí (4) nos encontramos entre un conjunto de casas desvencijadas, según pude juzgar a través de la niebla amarillenta que parecía rezumar la orilla del río. A un lado había un muro de ladrillos descascarado y carcomido, con una verja de hierro, por encima de la cual divisamos un sólido caserón en medio de una especie de jardín. ¿No es acaso la descripción perfecta del característico paisaje sherlockiano de los suburbios?


Lo bueno de todo es que esa misma veneración por los tiempos y lugares tradicionales se verifica también en los temas que aquí nos interesan. Podemos apreciar los desayunos rotundos con tostadas, mantequilla, huevos, jamón y tocino, así como las cenas frías de apuro cuando hay alguna investigación en marcha. Incluso se mencionan un par de restaurantes italianos, de esos a los que la dupla protagónica suele concurrir cada tanto. No faltan en Baker Street el café, el té, el brandy ni el whisky con soda, como tampoco los vinos Beaune y Montrachet durante las comidas y el oporto para la sobremesa. En materia tabaquística hay -como no podía ser de otra manera- muchas referencias a las pipas y a los respectivos tabacos favoritos de ambos paladines: shag y Del Barco. Tampoco se omiten la zapatilla/tabaquera persa de Holmes ni el cubo de carbón conteniendo los cigarros puros. Podemos afirmar entonces que Las hazañas de Sherlock Holmes conforman una legítima continuación editorial del espíritu canónico, precisamente porque respetan su naturaleza.


En el transcurso de próximas entradas, seguramente, desarrollaremos un poco alguna de estas genuinas estampas sherlockianas.

Notas:

(1) Con diferentes nombres, todos corresponden a "casos no contados" del canon original.
(2) Dickson Carr colaboró en las primeras seis historias de la serie. Las seis restantes fueron escritas exclusivamente por Adrian Conan Doyle.
(3) Famoso y respetado artista especializado en ilustrar libros y revistas. En el caso de las historias detectivescas para Collier's, la clave de su estilo está en los rasgos coloridos pero a la vez lúgubres, casi góticos.


(4) Landó: carruaje cubierto de cuatro ruedas y dos caballos.