Pocas ciudades poseen una
situación atmosférica tan característica como Londres, al punto de
haberse convertido en un verdadero cliché del clima lluvioso y
húmedo. Si retrocedemos en el tiempo hasta fines del siglo XIX, a
ese panorama se agregaba el denso y penetrante smog producido por la
quema intensiva de carbón mineral en industrias, comercios y
hogares, que no era otra cosa que la antiguamente famosa "niebla
londinense". Como si todo eso fuera poco, los inviernos eran
extremadamente crudos, tal cual sucedió en enero de 1895, cuando la
temperatura media mensual no llegó a superar los cero grados
centígrados. Repasando los datos precedentes, para los tiempos de
Sherlock Holmes existía una sobrecogedora combinación de frío,
humedad y aire contaminado durante la mayor parte del año, lo que generaba un lógico y consecuente cuadro de enfermedades
respiratorias. En ese contexto, las gripes, las
anginas, los resfríos, las bronquitis, las neumonías y el asma eran
afecciones endémicas entre la población de la metrópolis más
importante y cosmopolita del mundo.
Hace tiempo dimos cuenta del papel
medicinal que los victorianos le asignaban al alcohol, lo cual queda
perfectamente demostrado en las historias canónicas a través del
brandy, utilizado asiduamente como remedio casero. Y otras bebidas
también, ya que en Estudio en Escarlata podemos apreciar al policía
John Rance relatando lo mucho que le hubiera gustado disfrutar de un
cuatro de gin caliente durante cierta ronda en una noche destemplada
(1). Pero hay un caso que excluye el elemento etílico de acuerdo con
cierta receta simple del doctor Watson mencionada por el propio
Holmes. En efecto, promediando el relato Los lentes de oro, el
inspector Stanley Hopkins llega a Baker Street en medio de una
tormenta. El detective lo recibe del siguiente
modo: ahora, mi querido Hopkins, acérquese y caliéntese los pies
(...) El doctor tiene una receta con agua caliente y limón, que es
un buen remedio en una noche como ésta. Sabia recomendación, por
cierto, cuyo consumo debe haber sido un alivio cálido y vivificador para el funcionario de Scotland Yard.
En Las hazañas de Sherlock Holmes,
Adrian Conan Doyle plantea una estampa provista de los elementos
principales que estamos analizando: un convaleciente muy resfriado y
una reconfortante bebida de larga tradición "terapéutica".
Se trata de la narración La saboneta de oro (2), cuya trama incluye
un crimen que exige la presencia de cierto médico jurista. Cuando
una comisión es enviada por él a su domicilio lo encuentran en cama "con
una bolsa de agua caliente, un vaso de hot toddy y un resfrío en la
cabeza". ¿Qué es el hot toddy? Si bien la coctelería moderna
lo define como un simple trago caliente del tipo ponche (con muchas
variantes), la añeja y genuina versión a la que se refiere la
historia es apenas más complicada que aquella receta de Watson, por
lo cual me dispuse a prepararla. Para un prototipo bien "cargado"
primero se coloca en la taza o vaso un pequeño rollo de canela y el
jugo de una rodaja de limón, seguido por la rodaja misma. Acto
seguido se añade una cucharadita de miel y finalmente whisky y agua
hirviendo en partes iguales hasta completar el recipiente. Por
supuesto, la proporción final del elemento alcohólico (que también puede
ser brandy o ron) queda a criterio de cada consumidor.
Enfermos en el lecho, vías
respiratorias congestionadas y bebidas calientes que brindan algo de
alivio. La vida cotidiana decimonónica y sus hábitos singulares
plasmados en las aventuras del detective ficticio más famoso de la
historia.
Notas:
(1) Tanto el brandy como el four of gin
hot fueron repasados en sendas entradas subidas en mayo de 2022 y
noviembre de 2023 respectivamente.
(2) Saboneta (gold hunter watch en
inglés) era el antiguo reloj de bolsillo con tapa que se sostenía
del cinturón mediante una cadena.