221pipas, la monografía

Pollos, gansos, perdices, becadas y faisanes: los plumíferos se imponen en la mesa de Baker Street

¿Cocinaba bien la señora Hudson? El propio Holmes se encarga de responderlo mediante la siguiente frase: su cocina es algo limitada, pero tiene una idea del desayuno tan buena como una escocesa (1). Dicho comentario deja claro el modesto papel gastronómico de las caseras británicas (2) hacia fines del siglo XIX, destinado a ofrecer un escueto repertorio de platos caseros sencillos, elaborados con ingredientes económicos y fáciles de conseguir. En tal sentido, la lectura del canon permite verificar lo siguiente: cuando Holmes y Watson desean una experiencia más exclusiva o sofisticada para sus almuerzos y cenas se dirigen a alguno de los reconocidos restaurantes londinenes. El ritmo de vida del detective y su compañero le añaden más sustento a esa culinaria doméstica acotada, puesto que no tendría mucho sentido esmerarse demasiado para alimentar a dos personas inmersas en una rutina tan fortuita e imprevisible, que los obliga a emprender viajes repentinos o salir de improviso en cualquier momento del día. En otras palabras: nunca se sabe si los protagonistas estarán en casa a la hora de almorzar o cenar.


No obstante y así las cosas, si nos ajustamos a los pocos casos del canon en que los platos son mencionados explícitamente, el elenco dispuesto sobre la mesa de Baker Street exhibe un fuerte predominio del mundo avícola. En El signo de los cuatro, por ejemplo, los héroes cenan ostras y un par de perdices junto al inspector Athelney Jones. Toda la trama de El carbunclo azul transita alrededor de ciertos gansos en plena época navideña, sumados a la mención concreta de dos cenas, una con becada y otra con aves sin especificar. Hacia el final de El aristócrata solterón llega a Baker Street una caja encargada por Holmes (en este caso las viandas se preparan por encargo) conteniendo becada fría, faisán y pastel de foie gras, mientras que durante el relato La inquilina encubierta aparecen nuevamente las perdices. Con sólo omitir las ostras mencionadas en primer término y agregar el pollo al curry para desayunar de El tratado naval, la preeminencia de los plumíferos se vuelve aún más rotunda (3).


Raramente vemos al dúo estelar frente a otro tipo de comestibles (como las arvejas de Los tres estudiantes o las truchas en La antigua casona de Shoscombe), y dichas ocasiones ocurren siempre fuera del domicilio de la calle Baker. La pregunta queda servida: ¿esa inclinación avícola tenía su origen en la predilección de los comensales o era una especialidad de la señora Hudson? Algún indicio parece inclinar la balanza hacia la primera proposición, ya que la opípara cena arribada a Baker Street en El aristócrata solterón no está preparada allí. Si no es por preferencia, ¿para qué pedir aves cuando existe la oportunidad de encargar algo diferente? En dirección opuesta, los casos de legumbres y pescado fuera de Londres mueven a pensar que los paladines eligen otro tipo de alternativas cuando se encuentran lejos de casa (4). Estas disquisiciones puramente ficticias bien podrían haber tenido su contraparte en la vida real, pues cabe preguntarse si tantas citas sobre aves no estaban originadas, después de todo, en los propios gustos del autor.


¿Sería Doyle un consumidor recurrente de pollos, gansos, perdices, becadas y faisanes? No lo sabemos, pero es otro punto para descubrir en la tortuosa relación entre el escritor y su personaje más exitoso.

Notas:

(1) Plasmada en El tratado naval.
(2) En este caso, el término "casera" indica una propietaria que vive allí mismo ofreciendo algunos servicios adicionales a sus inquilinos, como el aseo y las comidas.
(3) Dos excepciones cárnicas se presentan en Escándalo en Bohemia y La corona de berilos (ver detalle en la monografía de 221pipas), pero no implican almuerzos o cenas de mesa sino colaciones de apuro, frías, rápidas, al paso.
(4) Discutibles ambos, ya que no se trata de elecciones sino más bien del peso de las circunstancias. Las arvejas se sirven en una posada (donde no hay opciones) y las truchas son pescadas por los propios Holmes y Watson en cierto arroyo.

Las pipas largas de Sherlock Holmes: churchwarden (degustación)

La esbelta pipa llamada churchwarden pertenece a los prototipos creados por la industria europea en sus inicios del siglo XVI. Se fabricaron con arcilla durante doscientos años, pero desde mitad del siglo XIX se añadió la manufactura basada en madera. El nombre churchwarden (en inglés guardián de la iglesia) tiene que ver con la costumbre de fumar a la salida de los templos, aunque también eran populares en las tabernas. En la Europa septentrional de los años 1700 cada establecimiento del ramo ofrecía gratuitamente pipas y tabaco como modo de atraer parroquianos y estimular el despacho de bebidas, tal cual lo testimonian muchos textos y obras pictóricas. No obstante, en las décadas victorianas tardías aquella celebridad se iba desvaneciendo lentamente mientras los formatos más austeros dominaban el mercado, algo muy lógico en esa época revolucionaria del transporte y los viajes. El motivo es tan simple como congruente: las desmesuradas churchwarden resultaban incómodas para fumar en movimiento o guardar entre los efectos personales.


A diferencia del modelo cherrywood analizado en la entrada anterior, la churchwarden no integra el grupo de pipas canónicas acreditadas, o sea que jamás se la menciona, sugiere o ilustra durante las sesenta historias originales escritas por Doyle. Sin embargo, su aparición reiterada en cierta obra televisiva amerita considerarla como parte de los hábitos del gran detective (1) (2). Hablamos, por supuesto, de la serie producida por Granada TV entre 1984 y 1984 que tuvo como protagonista a Jeremy Brett. Si bien hay alguna variedad de especímenes en la primera temporada, luego de varios capítulos queda claro que el Sherlock Holmes encarnado por Brett se inclina definitivamente hacia las churchwarden, tanto de brezo como de arcilla. La confirmación puede observarse frecuentemente sobre el mueble posa pipas dispuesto en el plató que simula las habitaciones de Baker Street, del que obtuve una nítida estampa correspondiente al capítulo La antigua casona de Shoscombe. Dicha imagen no deja dudas: de un total de seis pipas, cinco son churchwarden. Es difícil hallar explicaciones para esta disrupción contraria a los relatos originales, si bien existe una versión dando vueltas por allí (3).


Entre semejante abundancia del mismo modelo, hay al menos una modesto repertorio de variantes. Para la imagen inmediata superior elegí dos ocasiones concretas en las que Brett fuma arcillas (una negra y otra grisácea), dado que el ejemplar en mi poder está hecho con ese material. Se trata de la marca argentina Semper Fidelis, cuyas dimensiones acusan 23 centímetros de longitud y una cazoleta con 4.4 centímetros de altura. Esta última se condice con el tamaño holgado de la pipa en general y su carga es realmente grande (unos 7 u 8 gramos de tabaco), como para fumadas extensas, de esas que suelen exigir largos períodos de tranquilidad. Precisamente allí reside la característica que aleja el modelo churchwarden de los hábitos de Holmes, especialmente en el caso de las arcillas: son pipas demasiado largas, voluminosas y pesadas para la vida cotidiana de un fumador frenético e hiperactivo como nuestro héroe. Pero los realizadores del aquel famoso serial televisivo lo interpretaron de un modo diferente, según las contundentes evidencias.


Repasamos así otro raro matiz de la saga detectivesca más larga y fecunda de la historia haciendo foco en uno de sus emblemáticos accesorios para fumar.

Notas:

(1) En rigor, podemos observar otro intérprete -menos rutilante- fumando la pipa en cuestión: Matt Frewer, que protagonizó cuatro películas para TV realizadas por la empresa Hallmark entre 2000 y 2002.


(2) Aunque no tiene relación directa con el mundo sherlockiano, vale decir que el modelo recuperó parte de su popularidad a comienzos del siglo XXI gracias a la saga cinematográfica de El Señor de los Anillos y El Hobbit, en especial por el personaje del mago Gandalf.


(3) El blog de pipas petersonpipenotes.org ofrece cierta historia muy provechosa para su marca, según la cual Brett se "enamoró" tempranamente de las churchwarden. Los argumentos allí expuestos son algo débiles y no acaban de explicar por qué una producción muy inclinada a cuidar los detalles literarios de época fue a su vez tan desprolija en la selección de pipas, contrastando aciertos notables (como la pequeña arcilla blanca de Escándalo en Bohemia), con una insólita obstinación por otro modelo completamente ajeno al canon, que acabó imponiéndose. Sin embargo, a falta de mayores certidumbres, la versión debe ser tomada en cuenta. https://petersonpipenotes.org/tag/jeremy-bretts-pipe/

Las pipas largas de Sherlock Holmes: cherrywood (degustación)

Si bien no existen descripciones categóricas en los textos de Arthur Conan Doyle, todo parece indicar que el creador de Sherlock Holmes imaginó a su personaje como fumador de pipas bastante clásicas, tanto de arcilla como de brezo, con tamaños moderados y formatos regulares. Pero hay una excepción bien conocida, que es la portentosa cherrywood del relato Copper Beeches, definida como "alargada" e ilustrada consecuentemente por Sidney Paget (1) para el Strand Magazine en Junio de 1892. A pesar de ser una verdadera rareza, el prototipo ha dado lugar a su propia corriente posterior de emulaciones en el cine y la televisión (en el mismo sentido que la célebre calabash), incluyendo no sólo a Holmes sino también al doctor Watson. Ahora bien, en la época en que se publicó Copper Beeches, el término cherrywood tenía un significado inequívoco dentro de la industria de las pipas, acotado a un único tipo de madera, un diseño exclusivo y un solo fabricante.


En 1869, Eugene León Ropp patentó por primera vez las pipas hechas con madera de cerezo (cherrywood en inglés) y rápidamente alcanzó un gran éxito comercial en toda Europa con sus modelos de cazoleta cilíndrica caracterizados por cierta tosquedad. A partir de allí su producción se fue ampliando en diseños y materiales, pero el renombre de la marca quedó unido para siempre a aquellos especímenes primitivos, a tal punto que toda la industria terminó utilizando la palabra cherrywood para referirse tanto a la madera como a las cazoletas. No obstante, considerando el lugar y la época, la ilustración de Paget no deja dudas: lo que Holmes está encendiendo con su brasa candente es una genuina Ropp cherrywood del siglo XIX. Mucho tiempo después, en la segunda mitad del siglo XX, Peter Cushing volvió a poner la atención sobre el ejemplar en la película El sabueso de los Baskerville (1959) y en algunos capítulos de la serie Sherlock Holmes (1968). Incluso podemos observar personificaciones de Watson en el mismo sentido, como ocurre con Nigel Bruce El sabueso de los Baskerville (1939) o Donald Houston en A Study in Terror (1965), ambos haciendo uso de formatos más cortos.



Dentro de mis modestas existencias, lo que más se acerca al modelo en cuestión es un viejo brezo de la antigua marca inglesa Aristocrat. Su cazoleta perfectamente cilíndrica de base plana, unida a sus dimensiones intermedias, la sitúa a medio camino entre los exponentes que hoy de denominan indistintamente cherrywood, cherry o poker, dependiendo de las diversas nomenclaturas propuestas por cada marca. A pesar de sus dimensiones mesuradas cuenta con una envidiable capacidad de carga, seguramente porque el mismo formato de cilindro le brinda al hornillo un volumen generoso, mayor al de pipas más grandes con base redondeada. Este ejemplar en particular tiene un excelente tiro y fuma muy bien, lo que unido a la peculiaridad anterior lo convierte en una opción ideal para fumadas prolongadas. Dicho dato parece contradecir el comentario de Watson, quien asegura que Holmes usa su cherrywood en remplazo de la arcilla "cuando está en un estado de polémica más que de reflexión." Curioso aserto, sin dudas, considerando que las arcillas de Holmes eran pequeñas, para fumadas rápidas. ¿Acaso el detective era más polémico que reflexivo?


Dejamos planteado el interrogante luego de fumar una pipa que se acerca -tímidamente- a uno de los ejemplares emblemáticos de Sherlock Holmes según las historias originales escritas por su autor.

Notas:

(1) Paget nos brinda otra intrigante imagen en la historia El intérprete griego, aunque en este caso sin ninguna referencia escrita de Doyle. ¿Es la misma pipa Ropp de Copper Beeches? Resulta difícil comprobarlo debido al ángulo ligeramente oblicuo en que está dibujada, aunque personalmente tengo mis dudas y opino que posee mayor similitud con el estilo poker que reseñamos en esta entrada. Hay varios pormenores visuales que me llevan a esa conclusión, pero el principal es la unión del caño con la cazoleta en la parte más baja de esta última (prácticamente sobre la base), toda vez que en las viejas Ropp el empalme siempre está situado varios centímetros más arriba.

Palacios de Gin en el Londres victoriano

Como bien sabe cualquier aficionado sherlockiano medianamente ilustrado, Estudio en Escarlata y El hombre con el labio retorcido son dos historias del canon (una larga y otra corta), publicadas en 1887 y 1891 respectivamente. En la primera, el acusado Jefferson Hope refiere haber pasado de manera episódica por determinado lugar que señala como palacio de gin. En la otra, Watson emprende una búsqueda de paradero por los barrios más peligrosos de la capital británica. Posteriormente relata lo siguiente: Upper Swandam Lane es un callejón vil que se esconde tras los muelles que bordean el río al este del Puente de Londres. Entre una tienda de baratijas y una tienda de gin encontré el antro que buscaba. Desde luego, los comercios de bebidas presentan un interés especial para la temática que nos convoca en este blog. Veremos a continuación que los llamados "palacios de gin" (gin palaces) o "tiendas de gin" (gin shops) fueron establecimientos típicos de las actividades nocturnas en la gran gran capital británica.


Durante las primeras décadas del siglo XIX comenzaron a aparecer novedosos emprendimientos llamados inicialmente bares de gin. No obstante su nombre, estaban obligados a ofrecer otras bebidas alcohólicas (vinos, cerveza) para conseguir la correspondiente licencia de funcionamiento. Como bien asegura el especialista Pete O'Connell (1), eran elegantes sitios que buscaban cambiar el estigma sórdido del gin (bebida de las clases bajas) ofreciendo locales acogedores y bien iluminados. (...) El título de "palacio" se lo ganaron no sólo por su enorme tamaño sino también por la decoración. Las paredes estaban adornadas con vidrieras y mosaicos mientras espejos y paneles de caoba tallados ocupaban su lugar en cada barra pulida. Con el correr de los decenios, muchos empezaron a perder ese halo fastuoso junto con el apelativo palaciego, para convertirse simplemente en "tiendas". Decadencia acentuada, seguramente, por la invariable ubicación dentro de los barrios portuarios signados por la pobreza y el delito, tal cual describe Watson en su evocadora reseña.


Saliendo del mundo literario para ingresar en sus alegorías del cine y la televisión, hay numerosas ocasiones en la saga de Sherlock Holmes que ofrecen vistazos relacionados con el ambiente nocturno que pretendemos analizar. Pero ninguna logra resultados tan acertados como la película A Study in Terror (1965), donde podemos observar al gran detective (John Neville) y su inseparable compañero de aventuras (Donald Houston) dentro de un ámbito que se ajusta perfectamente a lo que parecen haber sido los palacios de gin en tiempos de la Reina Victoria. La secuencia se inicia con una vista exterior del local, emplazado en cierta esquina coronada por un cartel que reza Angel & Crown. Además de los elementos decorativos históricos, el interior reproduce muy bien el bullicio y la atmósfera "pecaminosa" que cabe esperar en una actividad de semejante naturaleza. Otros detalles logran consolidar ese efecto de lugar y época, como el heterogéneo origen social de los parroquianos -vestidos con muy distintos grados de elegancia- y la oferta de los destilados más populares (whisky, brandy, gin) dispuestos en sendos barriles.


Lo hemos dicho muchas veces: la pluma de Doyle no solamente ofrece suspenso, intriga y tramas detectivescas, sino también invalorables postales de su tiempo.

Notas:

(1) Editor de VinePair.com

Comiendo durante el "gran hiato": un guiso especiado con el Califa de Jartum (degustación)

De acuerdo con los pormenores de su propio relato, el Tibet fue la primera región del mundo visitada por Sherlock Holmes luego del incidente con el profesor Moriarty en las cataratas de Reichenbach (paso por Londres mediante) y también el lugar donde residió dos años, aunque no se quedó allí. En palabras del protagonista: luego pasé por Persia, visité La Meca e hice una breve pero interesante visita al Califa de Jartum, cuyos resultados he comunicado al Ministerio de Asuntos Exteriores (1). Este último tránsito por la capital sudanesa despierta especial interés al constituir una de las varias ocasiones en las que el detective de Baker Street desarrolla tareas de espionaje para su país en territorios extranjeros, justificadas aquí por la llamada Guerra Mahdista. Dicho acontecimiento histórico resulta típico de la expansión colonial europea durante el siglo XIX y se desarrolló a lo largo de casi dos décadas completas (1881-1899) involucrando tanto al Reino Unido y Sudán como a Bélgica, Italia, Egipto y Etiopía.


Las hostilidades tuvieron bastante repercusión internacional como para generar coberturas de prensa en Europa y Estados Unidos, así como obras de teatro con majestuosas puestas en escena (2). El arribo de Holmes coincide con cierta calma ocasionada por la retirada temporal de los británicos, pero el hecho de presentarse bajo identidad falsa en una nación hostil y ante el mismísimo Califa (3) implica la asunción de riesgos verdaderamente notorios. Sin embargo, en este espacio no analizamos tales episodios sino las costumbres gastronómicas de la época. Nuestra especulación es la siguiente: si viajó por tierra (seguramente en caravana de camellos) estuvo obligado a pasar varios días dentro del vasto territorio sudanés y debió probar alguna vianda característica de esas tierras. No hace falta investigar demasiado para toparse con la kamounia, uno de los platos más frecuentados por las cocinas del norte de África, que consiste en cierto guiso con hígado y carne de res junto a una salsa bien condimentada en especias, particularmente comino y pimentón.


Para preparar la kamounia se necesita hígado, carne vacuna, tomate picado, puré de tomates, comino (la especia prevalente), pimentón, cúrcuma, ajo, perejil, aceite de oliva, pimienta y sal. Cortados los elementos sólidos en trozos pequeños se doran con el tomate picado, ajo y aceite de oliva, luego se incorporan el puré y las especias con la posibilidad de ir agregando agua si la salsa se reduce demasiado o según la consistencia deseada. La cocción completa dura entre 20 y 30 minutos, durante los cuales se añaden sal y pimienta a gusto. Finalmente se sirve y se espolvorea con perejil. Como ocurre con cualquier tipo de guisado, los eventuales agregados o acompañamientos son casi infinitos y no tienen más limitaciones que el gusto personal: pimientos verdes, papas, otras hortalizas, arroz blanco y un largo etcétera. Personalmente preferí presentar el resultado final del modo más sencillo, respetando su espíritu basado en la textura de las carnes y el sabor estimulante de las especias.


Creo que así lo disfrutó Holmes, tal vez durante el descanso nocturno en las tiendas nómadas, quizás a bordo de una embarcación del Nilo o incluso en el palacio del Califa, pero siempre con el mismo espíritu observador, audaz y aventurero.

Notas:

(1) Detrás de esa descripción tan genérica y escueta se esconde un itinerario digno de Marco Polo, que cabe suponer fue realizado en buena parte por tierra, sobre todo durante la segunda etapa. Según el mapa político actual, comienza con un largo trayecto de Londres a Nepal y luego se va moviendo de regreso hacia occidente por Irán y Arabia Saudita. De ahí pasa al África para llegar hasta Sudán, posiblemente por la ruta Sinaí-El Cairo y posterior navegación del Nilo, o tal vez atravesando el Mar Rojo.
(2) Aquellas representaciones tuvieron su correlato muchas décadas después en la película Khartoum (1966), que narra la desafortunada campaña del general Charles Gordon en 1885.


(3) En esos días ejercía el liderazgo del califato Abdallahi ibn Muhammad, cuyo mandato se extendió desde 1885 hasta 1899.

Comiendo durante el "gran hiato": una sopa vegetariana junto al Dalai Lama del Tibet (degustación)

Dentro de la nomenclatura sherlockiana, se conoce como Gran Hiato al período de tres años transcurridos desde la caída del detective por la cataratas suizas de Reichenbach (mayo de 1891) hasta su reaparición formal en Londres, sano y salvo, frente al doctor Watson (abril de 1894). Todo esto, desde luego, tomando como parámetro la cronología ficticia de las propias historias, ya que en el mundo real pasó un tiempo mucho mayor: entre las respectivas publicaciones de El problema final (diciembre de 1893) y La casa vacía (septiembre de 1903) hay prácticamente una década completa. Este lapso quimérico, también llamado Gran Paréntesis o simplemente "años perdidos", no se encuentra sin embargo totalmente desprovisto de datos sobre las vivencias de Sherlock Holmes, dado que él mismo se encarga de mencionar sus aventuras en diferentes regiones del mundo (con una identidad falsa), incluyendo sitios tan alejados entre sí como las elevaciones asiáticas del Himalaya, el Medio Oriente, el noreste de África y la Europa Continental.


En una parte de su breve pero descriptiva reseña, Holmes refiere a Watson lo siguiente: viajé durante dos años al Tibet y me entretuve visitando Lhasa y pasando algunos días con el Dalai Lama (1). Es posible que haya leído acerca de las notables exploraciones de un noruego llamado Sigerson, pero estoy seguro de que nunca se le ocurrió que estaba recibiendo noticias de su amigo. Tenemos así bien acreditada su presencia en la sede tradicional del budismo tibetano, y más precisamente en el Palacio Potala, donde reside la máxima autoridad de dicho culto desde el siglo VI. Si estuvo allí varios días, es evidente que debió comer. Ahora bien, ¿que preparaciones resultan asequibles en un templo budista teniendo en cuenta las restricciones religiosas que condicionan la dieta de los monjes? (2) Luego de algunos sondeos decidí ensayar la repuesta con mayores probabilidades, basada en una versión concreta de cierto plato que parece ser tan común en ese lugar específico como en todo el extremo oriente: la sopa de fideos y vegetales.


La Thukpa es, en efecto, una vianda típica del lugar. Para prepararla se necesitan fideos finos de sopa, cebollas picadas, ajo picado, tomate picado fino, espinacas cortadas, rábanos picados, caldo de verduras, especias (curry, comino, pimentón, pimienta), jugo de limón, mostaza, aceite y sal. En una sartén caliente se colocan el aceite con una cucharadita de mostaza, luego se blanquean las cebollas y se agrega el tomate picado. A los dos o tres minutos se incorporan las especias, el ajo, las espinacas y el rábano. Pasados otros tres o cuatro minutos se incorpora el caldo. Una vez que hierve se añaden los fideos, se aguardan tres minutos, se agrega sal y se sirve con el toque final del jugo de limón. La consistencia depende del gusto personal, pero en este caso (como se observa en la foto) elegí una buena densidad, con menos caldo pero muchos elementos sólidos dominando la escena. Imagino que así lo han hecho los monjes desde siempre para lograr un resultado espeso y contundente, considerando el clima crudo y los inviernos durísimos en semejantes alturas.


Sherlock Holmes en el Tibet, el Dalai Lama y una sabrosa sopa vegetariana. Otra mirada histórica sobre el inmortal detective victoriano.

Notas:

(1) En ese entonces Thutben Gyatso, cuyo mandato se extendió entre 1876 y 1933.


(2) Aunque la mayor parte de su alimentación está compuesta por verduras, legumbres y lácteos, la carne no está oficialmente "prohibida" y algunos integrantes del culto pueden acceder a ella en forma limitada. www.tibettravel.org/tibetan-food/tibetan-monks-diet.html

Las pipas de Richardson

Ian Richardson (1934-2007) fue un actor británico de cine, teatro y televisión. Desde el punto de vista actoral, su mayor prestigio proviene de la participación en numerosas obras de teatro clásico como Hamlet, Ricardo II y My Fair Lady, por citar algunos trabajos destacados. No obstante, las generaciones más jóvenes lo conocen por ciertos papeles que encaró para la pantalla chica, especialmente personificando al inescrupuloso político Francis Urquhart en la exitosa serie House of Cards. Pero claro, el interés de este blog se centra alrededor de su actuación como Sherlock Holmes en dos películas para TV filmadas a principios de la década de 1980 con sendas historias canónicas bien populares: El Signo de los Cuatro y El sabueso de los Bakserville. La cosa cobra un interés especial al conocer el accidentado periplo legal y comercial que involucró ambas piezas, pensadas como inicio de una sucesión de varios films que nunca llegaron a materializarse (1).


En 1982, la compañía norteamericana encabezada por Sy Weintraub (2) se asoció con su par británica de Otto Plaschkes con el fin de producir una serie de realizaciones sobre el genial detective. Para empezar eligieron las dos novelas originales mejor posicionadas en el conocimiento público, pero -según relató años después el propio Richardson- la idea era bastante más ambiciosa y contemplaba al menos seis entregas completas. Weintraub pagó bastante dinero a la familia Doyle por los derechos de propiedad intelectual y se vió sorpendido cuando, al poco tiempo, Granada TV anunció su intención indeclinable de llevar adelante una serie sherlockiana con muchos capítulos. La cosa acabó resolviéndose en los tribunales (al parecer, Granada compensó muy bien a Weintraub) y el proyecto tuvo su fin luego de dos apariciones. Una lástima, ya que lo hecho resulta más que interesante por su buena puesta en escena y la lista las figuras involucradas, que acredita nombres como Denholm Elliot, Ronald Lacey y Martin Shaw.


Algunos críticos señalan a Richardson como un Holmes demasiado afable y sonriente, pero quien esto escribe lo considera un excelente intérprete del personaje. El costado tabaquístico se encuentra sólidamente desarrollado mediante numerosas escenas en las dos películas, sobre todo teniendo en cuenta el acertado repertorio de pipas seleccionadas para tal fin. Básicamente podemos apreciar cuatro modelos diferentes: una calabash estilo "cuerno" con borde de cazoleta metálico, un elegante brezo semi curvo (bent billiard), otro brezo recto (apple) y una arcilla de color oscuro. O sea, casi una perfecta representación de formatos holmesianos en apenas un puñado de ejemplares que combinan el canon original con los estereotipos cinematográficos posteriores. Como para reforzar el punto, los dos actores que representan a Watson (David Healy en El Signo de los Cuatro y Donald Churchill en El sabueso de los Baskerville) cumplen muy bien su papel de fumadores más calmos y relajados.


Entre tantas versiones del detective, las películas de Richardson no siempre son debidamente justipreciadas. Pero aquí, al menos, hemos valorado un compendio de pipas de una variedad históricamente bien elegida.

Notas:

(1) Richardson volvió al universo sherlockiano a comienzos del siglo XXI intepretando al doctor Joseph Bell en la mini serie Murder Rooms, Mysteries of the real Sherlock Holmes (2000).
(2) Famoso por haber realizado la popular serie Tarzán de los años sesenta.