¿Cocinaba
bien la señora Hudson? El propio Holmes se encarga de responderlo
mediante la siguiente frase: su cocina es algo limitada, pero tiene
una idea del desayuno tan buena como una escocesa (1). Dicho
comentario deja claro el modesto papel gastronómico de las caseras
británicas (2) hacia fines del siglo XIX, destinado a ofrecer un
escueto repertorio de platos caseros sencillos, elaborados con
ingredientes económicos y fáciles de conseguir. En tal sentido, la
lectura del canon permite verificar lo siguiente: cuando Holmes y
Watson desean una experiencia más exclusiva o sofisticada para sus
almuerzos y cenas se dirigen a alguno de los reconocidos restaurantes
londinenes. El ritmo de vida del detective y su compañero le añaden
más sustento a esa culinaria doméstica acotada, puesto que no
tendría mucho sentido esmerarse demasiado para alimentar a dos
personas inmersas en una rutina tan fortuita e imprevisible, que los
obliga a emprender viajes repentinos o salir de improviso en
cualquier momento del día. En otras palabras: nunca se sabe si los
protagonistas estarán en casa a la hora de almorzar o cenar.
No obstante y así las cosas, si nos
ajustamos a los pocos casos del canon en que los platos son
mencionados explícitamente, el elenco dispuesto sobre la mesa de
Baker Street exhibe un fuerte predominio del mundo avícola. En El
signo de los cuatro, por ejemplo, los héroes cenan ostras y un par
de perdices junto al inspector Athelney Jones. Toda la trama de El
carbunclo azul transita alrededor de ciertos gansos en plena época
navideña, sumados a la mención concreta de dos cenas, una con
becada y otra con aves sin especificar. Hacia el final de El
aristócrata solterón llega a Baker Street una caja encargada por
Holmes (en este caso las viandas se preparan por encargo) conteniendo
becada fría, faisán y pastel de foie gras, mientras que durante el
relato La inquilina encubierta aparecen nuevamente las perdices. Con
sólo omitir las ostras mencionadas en primer término y agregar el
pollo al curry para desayunar de El tratado naval, la preeminencia
de los plumíferos se vuelve aún más rotunda (3).
Raramente vemos al dúo estelar frente
a otro tipo de comestibles (como las arvejas de Los tres estudiantes
o las truchas en La antigua casona de Shoscombe), y dichas ocasiones
ocurren siempre fuera del domicilio de la calle Baker. La pregunta
queda servida: ¿esa inclinación avícola tenía su origen en la
predilección de los comensales o era una especialidad de la señora
Hudson? Algún indicio parece inclinar la balanza hacia la primera
proposición, ya que la opípara cena arribada a Baker Street en El
aristócrata solterón no está preparada allí. Si no es por
preferencia, ¿para qué pedir aves cuando existe la oportunidad de
encargar algo diferente? En dirección opuesta, los casos de
legumbres y pescado fuera de Londres mueven a pensar que los
paladines eligen otro tipo de alternativas cuando se encuentran lejos
de casa (4). Estas disquisiciones puramente ficticias bien podrían
haber tenido su contraparte en la vida real, pues cabe preguntarse si
tantas citas sobre aves no estaban originadas, después de todo, en
los propios gustos del autor.
¿Sería Doyle un consumidor recurrente
de pollos, gansos, perdices, becadas y faisanes? No lo sabemos, pero
es otro punto para descubrir en la tortuosa relación entre el
escritor y su personaje más exitoso.
Notas:
(1) Plasmada en El tratado naval.
(2) En este caso, el término "casera"
indica una propietaria que vive allí mismo ofreciendo algunos
servicios adicionales a sus inquilinos, como el aseo y las comidas.
(3) Dos excepciones cárnicas se
presentan en Escándalo en Bohemia y La corona de berilos (ver
detalle en la monografía de 221pipas), pero no implican almuerzos o
cenas de mesa sino colaciones de apuro, frías, rápidas, al paso.
(4) Discutibles ambos, ya que no se
trata de elecciones sino más bien del peso de las circunstancias.
Las arvejas se sirven en una posada (donde no hay opciones) y las
truchas son pescadas por los propios Holmes y Watson en cierto
arroyo.