El colegio Priory es un relato
corto cuya publicación original fue realizada casi en simultáneo
por las revistas Collier's y Strand Magazine (enero y febrero de 1904
respectivamente). La historia se presenta bien oscura y complicada
desde el principio, ya que sus ingredientes incluyen la desaparición
de un alumno, el asesinato de cierto profesor y otros pormenores que
transcurren en la pequeña localidad de Mackleton, al norte de
Inglaterra, hacia donde los personajes centrales deben viajar con
celeridad. Ahora bien, aunque las precisiones cartográficas suelen
ser elementos que adornan constantemente los textos de Doyle, tal vez
ningún otro caso resulte tan "geográfico" como el que nos
ocupa. Tanto es así que el propio Holmes, a la hora de explicar sus
avances investigativos, se ve obligado a improvisar un mapa que
sería reproducido por los artistas profesionales encargados de ilustrar las ediciones correspondientes mencionadas al principio: Frederic Dorr Steele
para Collier's y el gran Sidney Paget para el Strand.
Esta no es una de esas aventuras que se
analizan y resuelven en el sillón de Baker Street. Por el contrario,
el detective y su compañero se ven a obligados a hacer mucho trabajo
de campo. Mientras ello ocurre cuentan con el hospedaje brindado por
el propio colegio (1), lo cual lleva a pensar que las tareas
domésticas del lugar estaban a cargo del personal interno del
establecimiento, compuesto quizás por un cuidador y su esposa. Pero
lo que aquí nos importa es cierta frase expresada por Holmes al
comienzo de una jornada de trabajo: ahora, Watson, hay cocoa caliente
en la habitación de al lado. Debo rogarle que se apresure, porque
tenemos un gran día por delante. Vale aclarar que la palabra cocoa
no es otra cosa que el modo inglés para referirse al cacao (2),
especialmente cuando se trata de su versión líquida caliente. En el
Reino Unido del siglo XIX, si bien no era tan popular como el té o
el café, contaba con un importante y dinámico mercado de
producción, comercialización y consumo. Algunas renombradas marcas
de la época perduran en nuestros días, como Cadbury, que resume muy
bien el gusto británico por el chocolate en general.
Preparar una taza de chocolate parece
tarea fácil, pero ocurre que existen más versiones de las que
muchos pueden imaginar. A los ejemplares modernos del estilo
"instantáneo" (que por supuesto descartamos en esta
oportunidad) se suman variantes tradicionales con distintos tipos de
chocolate, con leche, con agua y con agregados de todo tipo: canela,
frutos secos, especias, cáscara de cítricos y un largo etcétera.
Como de costumbre, mi versión se adapta a los modos y las
posibilidades históricas considerando el lugar y la época. En
primer término, se ralla una buena cantidad de chocolate oscuro en
barra (aquí en Argentina se lo llama "de taza"), el cual
se coloca en el recipiente de consumo junto con azúcar a gusto. Estos dos ingredientes se disuelven en un poco de agua caliente, y recién después se procede al agregado de leche hirviendo. Finalmente se
retoca con un hilo frío de crema de leche (nata) para darle una
consistencia más espesa. De manera optativa -pero muy recomendable-
se puede espolvorerar por encima el remanente de chocolate rallado al
comienzo.
¿A quién no le gusta una taza de cocoa
caliente para desayunar? A nuestros héroes también, y así lo
hicieron cierta mañana en aquel paraje inglés.
Notas:
(1) Del mismo modo que ocurre en Los
tres estudiantes (otro relato focalizado en un centro educativo), el
lugar preciso de alojamiento no se menciona de manera explícita.
Como dato interesante, en este caso se les ofrece un albergue
alternativo mucho más cómodo (la casa del Duque de Holdernesse),
pero Holmes lo rechaza aduciendo que prefiere permanecer "en el
lugar de los hechos".
2) Las versiones del origen del vocablo
son dos: una asegura que fue el resultado de un entrevero ortográfico
entre "coco" y "cacao", mientras otra sostiene que
la deformación se produjo porque cocoa es mucho más
fácil de pronunciar que cacao para los angloparlantes.