221pipas, la monografía

Desayunando cocoa en el colegio Priory (degustación)

El colegio Priory es un relato corto cuya publicación original fue realizada casi en simultáneo por las revistas Collier's y Strand Magazine (enero y febrero de 1904 respectivamente). La historia se presenta bien oscura y complicada desde el principio, ya que sus ingredientes incluyen la desaparición de un alumno, el asesinato de cierto profesor y otros pormenores que transcurren en la pequeña localidad de Mackleton, al norte de Inglaterra, hacia donde los personajes centrales deben viajar con celeridad. Ahora bien, aunque las precisiones cartográficas suelen ser elementos que adornan constantemente los textos de Doyle, tal vez ningún otro caso resulte tan "geográfico" como el que nos ocupa. Tanto es así que el propio Holmes, a la hora de explicar sus avances investigativos, se ve obligado a improvisar un mapa que sería reproducido por los artistas profesionales encargados de ilustrar las ediciones correspondientes mencionadas al principio: Frederic Dorr Steele para Collier's y el gran Sidney Paget para el Strand.


Esta no es una de esas aventuras que se analizan y resuelven en el sillón de Baker Street. Por el contrario, el detective y su compañero se ven a obligados a hacer mucho trabajo de campo. Mientras ello ocurre cuentan con el hospedaje brindado por el propio colegio (1), lo cual lleva a pensar que las tareas domésticas del lugar estaban a cargo del personal interno del establecimiento, compuesto quizás por un cuidador y su esposa. Pero lo que aquí nos importa es cierta frase expresada por Holmes al comienzo de una jornada de trabajo: ahora, Watson, hay cocoa caliente en la habitación de al lado. Debo rogarle que se apresure, porque tenemos un gran día por delante. Vale aclarar que la palabra cocoa no es otra cosa que el modo inglés para referirse al cacao (2), especialmente cuando se trata de su versión líquida caliente. En el Reino Unido del siglo XIX, si bien no era tan popular como el té o el café, contaba con un importante y dinámico mercado de producción, comercialización y consumo. Algunas renombradas marcas de la época perduran en nuestros días, como Cadbury, que resume muy bien el gusto británico por el chocolate en general.


Preparar una taza de chocolate parece tarea fácil, pero ocurre que existen más versiones de las que muchos pueden imaginar. A los ejemplares modernos del estilo "instantáneo" (que por supuesto descartamos en esta oportunidad) se suman variantes tradicionales con distintos tipos de chocolate, con leche, con agua y con agregados de todo tipo: canela, frutos secos, especias, cáscara de cítricos y un largo etcétera. Como de costumbre, mi versión se adapta a los modos y las posibilidades históricas considerando el lugar y la época. En primer término, se ralla una buena cantidad de chocolate oscuro en barra (aquí en Argentina se lo llama "de taza"), el cual se coloca en el recipiente de consumo junto con azúcar a gusto. Estos dos ingredientes se disuelven en un poco de agua caliente, y recién después se procede al agregado de leche hirviendo. Finalmente se retoca con un hilo frío de crema de leche (nata) para darle una consistencia más espesa. De manera optativa -pero muy recomendable- se puede espolvorerar por encima el remanente de chocolate rallado al comienzo.


¿A quién no le gusta una taza de cocoa caliente para desayunar? A nuestros héroes también, y así lo hicieron cierta mañana en aquel paraje inglés.

Notas:

(1) Del mismo modo que ocurre en Los tres estudiantes (otro relato focalizado en un centro educativo), el lugar preciso de alojamiento no se menciona de manera explícita. Como dato interesante, en este caso se les ofrece un albergue alternativo mucho más cómodo (la casa del Duque de Holdernesse), pero Holmes lo rechaza aduciendo que prefiere permanecer "en el lugar de los hechos".
2) Las versiones del origen del vocablo son dos: una asegura que fue el resultado de un entrevero ortográfico entre "coco" y "cacao", mientras otra sostiene que la deformación se produjo porque cocoa es mucho más fácil de pronunciar que cacao para los angloparlantes.

Pollos, gansos, perdices, becadas y faisanes: los plumíferos se imponen en la mesa de Baker Street

¿Cocinaba bien la señora Hudson? El propio Holmes se encarga de responderlo mediante la siguiente frase: su cocina es algo limitada, pero tiene una idea del desayuno tan buena como una escocesa (1). Dicho comentario deja claro el modesto papel gastronómico de las caseras británicas (2) hacia fines del siglo XIX, destinado a ofrecer un escueto repertorio de platos caseros sencillos, elaborados con ingredientes económicos y fáciles de conseguir. En tal sentido, la lectura del canon permite verificar lo siguiente: cuando Holmes y Watson desean una experiencia más exclusiva o sofisticada para sus almuerzos y cenas se dirigen a alguno de los reconocidos restaurantes londinenes. El ritmo de vida del detective y su compañero le añaden más sustento a esa culinaria doméstica acotada, puesto que no tendría mucho sentido esmerarse demasiado para alimentar a dos personas inmersas en una rutina tan fortuita e imprevisible, que los obliga a emprender viajes repentinos o salir de improviso en cualquier momento del día. En otras palabras: nunca se sabe si los protagonistas estarán en casa a la hora de almorzar o cenar.


No obstante y así las cosas, si nos ajustamos a los pocos casos del canon en que los platos son mencionados explícitamente, el elenco dispuesto sobre la mesa de Baker Street exhibe un fuerte predominio del mundo avícola. En El signo de los cuatro, por ejemplo, los héroes cenan ostras y un par de perdices junto al inspector Athelney Jones. Toda la trama de El carbunclo azul transita alrededor de ciertos gansos en plena época navideña, sumados a la mención concreta de dos cenas, una con becada y otra con aves sin especificar. Hacia el final de El aristócrata solterón llega a Baker Street una caja encargada por Holmes (en este caso las viandas se preparan por encargo) conteniendo becada fría, faisán y pastel de foie gras, mientras que durante el relato La inquilina encubierta aparecen nuevamente las perdices. Con sólo omitir las ostras mencionadas en primer término y agregar el pollo al curry para desayunar de El tratado naval, la preeminencia de los plumíferos se vuelve aún más rotunda (3).


Raramente vemos al dúo estelar frente a otro tipo de comestibles (como las arvejas de Los tres estudiantes o las truchas en La antigua casona de Shoscombe), y dichas ocasiones ocurren siempre fuera del domicilio de la calle Baker. La pregunta queda servida: ¿esa inclinación avícola tenía su origen en la predilección de los comensales o era una especialidad de la señora Hudson? Algún indicio parece inclinar la balanza hacia la primera proposición, ya que la opípara cena arribada a Baker Street en El aristócrata solterón no está preparada allí. Si no es por preferencia, ¿para qué pedir aves cuando existe la oportunidad de encargar algo diferente? En dirección opuesta, los casos de legumbres y pescado fuera de Londres mueven a pensar que los paladines eligen otro tipo de alternativas cuando se encuentran lejos de casa (4). Estas disquisiciones puramente ficticias bien podrían haber tenido su contraparte en la vida real, pues cabe preguntarse si tantas citas sobre aves no estaban originadas, después de todo, en los propios gustos del autor.


¿Sería Doyle un consumidor recurrente de pollos, gansos, perdices, becadas y faisanes? No lo sabemos, pero es otro punto para descubrir en la tortuosa relación entre el escritor y su personaje más exitoso.

Notas:

(1) Plasmada en El tratado naval.
(2) En este caso, el término "casera" indica una propietaria que vive allí mismo ofreciendo algunos servicios adicionales a sus inquilinos, como el aseo y las comidas.
(3) Dos excepciones cárnicas se presentan en Escándalo en Bohemia y La corona de berilos (ver detalle en la monografía de 221pipas), pero no implican almuerzos o cenas de mesa sino colaciones de apuro, frías, rápidas, al paso.
(4) Discutibles ambos, ya que no se trata de elecciones sino más bien del peso de las circunstancias. Las arvejas se sirven en una posada (donde no hay opciones) y las truchas son pescadas por los propios Holmes y Watson en cierto arroyo.