Según afirma cierto periodista
español en una buena nota de tinte histórico (1), Jerez llegó
a ser un paraíso burgués gracias al vino. Aquella ciudad antaño
conventual vivió su época gloriosa durante buena parte del siglo
XIX, período en el que las grandes vinícolas hicieron fortunas con
la exportación de miles de litros al Reino Unido. La
estadísticas antiguas confirman el dato, si bien los mayores
volúmenes se negociaron en el decenio de 1870 y comenzaron a decaer
para fines de la centuria. De todas maneras, desde allí hasta 1900
el Puerto de Santa María siguió acusando grandes embarques del
famoso vino andaluz hacia Inglaterra, que era su principal mercado.
Muchas piezas de la literatura obran como testigos de aquella moda:
el Jerez era un aperitivo infaltable en los hogares de las clases
medias y altas, utilizado para abrir el apetito o como trago "a
deshoras", acompañando todo tipo de charlas, reuniones y
tertulias. Junto al brandy y el oporto fue, sin dudas, gran
protagonista de las buenas mesas británicas de la época.
La saga sherlockiana es un perfecto
reflejo de dichos hábitos, comenzando por un par de menciones
específicas dentro del canon original. En El aristócrata solterón,
Holmes cita al Jerez mientras examina cierta factura de hotel con el
precio de ocho peniques la copa, indicativo de que no era un artículo
barato. En La Gloria Scott forma parte de los turbulentos recuerdos
de un viejo marinero que lo bebió a bordo de su barco. Luego, el
cine y la TV continuaron rememorando la fama de la bebida,
colocándola en numerosas escenas que presentan al detective, a
Watson y a muchos clientes disfrutando sus respectivas "dosis"
provenientes de elegantes botellones dispuestos para tal fin. Pero
la más interesante de todas se produce en la versión 1959 de El
sabueso de los Baskerville, donde vemos al obispo Frankland
(personaje inventado para la pantalla y encarnado por el legendario
Miles Malleson) como un fanático consuetudinaro del producto,
especialmente del que atesora Henry Baskerville en su mansión, al
que califica como "el mejor en Devonshire".
Así las cosas decidí efectuar una
degustación en base a un ejemplar español auténtico, en este caso
perteneciente a la marca Marqués del Real Tesoro, de la categoría
Cream. Ello implica un tipo encabezado dulce y oscuro se que
corresponde perfectamente (a mi entender) con la mayoría de los
jereces de los viejos tiempos (2). La descripción antedicha puede
ampliarse hasta un interesante y profundo abanico de sensaciones que
brinda en la nariz y el paladar: frutos secos, higos, uvas pasas y
ese dejo infaltable que recuerda a algún tipo de torrefacción,
incluso del azúcar misma de las uvas. En definitiva, la esencia de
la vieja "fórmula" del Jerez no ha variado a través de
los siglos: uvas muy maduras provenientes de viñedos beneficiados
por un clima seco y bien soleado, combinadas con una vinificación
prolija y una crianza que le brindan esa terminación inconfundible.
Seguramente por eso los victorianos británicos lo tenían entre sus
vinos favoritos, tal cual expresan las historias del detective
imaginario más famoso de todos los tiempos.
Dejando de lado los argumentos
detectivescos, Doyle supo describir toda una época en base a
las costumbres victorianas abarcando buena parte de lo que los
británicos comían, bebían y fumaban en aquella etapa de la
historia.
Notas:
(1) Jerez, la ciudad a la que el vino
convirtió en edén burgués. Carlos Doncel - El País, 29 de marzo
de 2021.
(2) La explicación sería muy larga,
con ribetes técnicos, pero digamos que los métodos de elaboración
y transporte de aquellos años no permitían la supervivencia de los
vinos más frescos y delicados por mucho tiempo. El Jerez, en sus tipos amontillados, olorosos y dulces, era apto para
los viajes por mar y tierra gracias a su carácter robusto y dulzón,
de buen tenor alcohólico.