Durante la segunda mitad del
siglo XIX, Reino Unido vivía un tiempo de grandes cambios impulsados
por el extraordinario avance del conocimiento científico y las
innovaciones tecnológicas. En ese orden de cosas no tardó en
desarrollarse cierta literatura popular llamada novela de aventuras,
reconocible por los relatos de viajes y descubrimientos enmarcados en
riesgosas travesías. El fenómeno resultó extensible a muchos
autores europeos célebres de la época, como los franceses Julio
Verne y Alejandro Dumas o los ingleses Herbert G. Wells y Robert
Louis Stevenson, entre otros. No obstante la diversidad de naciones
involucradas en dicha tendencia, resulta evidente que la épica
marinera británica tuvo mucho que ver con el color y la atmósfera
del género. Las historias sherlockianas originales no son ajenas a
ello; bien al contrario, abundan en referencias sobre el universo
náutico, sus personajes y sus costumbres, en parte por aquella
realidad y también por la propia experiencia de Arthur Conan Doyle
como médico de la marina mercante.
Tal vez el relato más consustanciado
con el mar sea La Gloria Scott, ambientado en 1875, durante los años
de juventud de Holmes. La trama merodea en torno a los turbulentos
recuerdos del anciano juez de paz Trevor, que incluyen cierto viaje
por los mares del sur cargado de intrigas y asesinatos. En la
narración se habla de un grupo de amotinados expulsados del navío y
abandonados a su suerte a bordo de un bote, todo ello con el único
suministro de tres barriles: uno de agua, otro de tasajo (junk) y
otro de galleta (biscuits). Como muchos saben, estos parcos alimentos
formaron parte de la dieta naval durante siglos. El tasajo no era
otra cosa que carne cortada en lonjas y conservada en sal (1), cuyo
desagradable sabor cuenta con innumerables testimonios literarios
desde la antigüedad. La galleta, conocida fuera del ambiente como
galleta marinera, estaba conformada por piezas extremadamente duras,
secas y saladas, pero muy útiles por su notable capacidad de
conservación, que podía alcanzar largos meses y hasta años.
Ahora bien, más allá del alimento,
cualquier hombre de mar victoriano le hubiera otorgado mayor importancia a otro antiquísimo suministro de los barcos. En efecto,
el legendario aguardiente de caña conocido como ron, rum o rhum fue
establecido como parte de las raciones alrededor del año 1700 y
continuó siendo un derecho del personal a bordo hasta
1970, cuando la Royal Navy decidió abolir definitivamente esta
antigua costumbre (2). Hacia sus últimos años se trataba de un
casi anecdótico octavo de pinta diaria (60 cc) frente a la media
pinta del siglo XVIII (casi 250 cc), dos veces por día y al grito de
¡manténganse firmes por el Espíritu Santo! La elección de
una bebida específica responde a cierta lógica geográfica y
económica: el ron era barato, abundante y fácilmente asequible por las colonias del caribe. Su aparición en el canon holmesiano se
produce en El negro Peter, donde vemos una botella abierta y dos
vasos en la escena del crimen, ocurrido durante una áspera reunión
entre viejos marineros con amplia experiencia en barcos balleneros y
foqueros. Es decir, toda una estampa de la época.
Como hemos visto, no sólo se trata de
trenes, carruajes, restaurantes urbanos o cálidas posadas
campestres. En la saga de Sherlock Holmes también hay duras
historias de barcos, cerriles comestibles y ásperos alcoholes.
Notas:
(1) No confundir con la carne secada al
sol conocida en América como charque o charqui, exclusiva de los
elevados y desérticos valles andinos e imposible de elaborar por
medios naturales en regiones húmedas.
(2) Pusser's, una popular marca
británica, se atribuye hoy la exclusividad en elaboración de rones
con la vieja impronta naval, incluyendo la categoría del ardoroso
gunpowder proof y sus 55 grados alcohólicos.
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