221pipas, la monografía

Ron, tasajo y galleta: tres consumos marinos en dos relatos holmesianos

Durante la segunda mitad del siglo XIX, Reino Unido vivía un tiempo de grandes cambios impulsados por el extraordinario avance del conocimiento científico y las innovaciones tecnológicas. En ese orden de cosas no tardó en desarrollarse cierta literatura popular llamada novela de aventuras, reconocible por los relatos de viajes y descubrimientos enmarcados en riesgosas travesías. El fenómeno resultó extensible a muchos autores europeos célebres de la época, como los franceses Julio Verne y Alejandro Dumas o los ingleses Herbert G. Wells y Robert Louis Stevenson, entre otros. No obstante la diversidad de naciones involucradas en dicha tendencia, resulta evidente que la épica marinera británica tuvo mucho que ver con el color y la atmósfera del género. Las historias sherlockianas originales no son ajenas a ello; bien al contrario, abundan en referencias sobre el universo náutico, sus personajes y sus costumbres, en parte por aquella realidad y también por la propia experiencia de Arthur Conan Doyle como médico de la marina mercante.


Tal vez el relato más consustanciado con el mar sea La Gloria Scott, ambientado en 1875, durante los años de juventud de Holmes. La trama merodea en torno a los turbulentos recuerdos del anciano juez de paz Trevor, que incluyen cierto viaje por los mares del sur cargado de intrigas y asesinatos. En la narración se habla de un grupo de amotinados expulsados del navío y abandonados a su suerte a bordo de un bote, todo ello con el único suministro de tres barriles: uno de agua, otro de tasajo (junk) y otro de galleta (biscuits). Como muchos saben, estos parcos alimentos formaron parte de la dieta naval durante siglos. El tasajo no era otra cosa que carne cortada en lonjas y conservada en sal (1), cuyo desagradable sabor cuenta con innumerables testimonios literarios desde la antigüedad. La galleta, conocida fuera del ambiente como galleta marinera, estaba conformada por piezas extremadamente duras, secas y saladas, pero muy útiles por su notable capacidad de conservación, que podía alcanzar largos meses y hasta años.


Ahora bien, más allá del alimento, cualquier hombre de mar victoriano le hubiera otorgado mayor importancia a otro antiquísimo suministro de los barcos. En efecto, el legendario aguardiente de caña conocido como ron, rum o rhum fue establecido como parte de las raciones alrededor del año 1700 y continuó siendo un derecho del personal a bordo hasta 1970, cuando la Royal Navy decidió abolir definitivamente esta antigua costumbre (2). Hacia sus últimos años se trataba de un casi anecdótico octavo de pinta diaria (60 cc) frente a la media pinta del siglo XVIII (casi 250 cc), dos veces por día y al grito de ¡manténganse firmes por el Espíritu Santo! La elección de una bebida específica responde a cierta lógica geográfica y económica: el ron era barato, abundante y fácilmente asequible por las colonias del caribe. Su aparición en el canon holmesiano se produce en El negro Peter, donde vemos una botella abierta y dos vasos en la escena del crimen, ocurrido durante una áspera reunión entre viejos marineros con amplia experiencia en barcos balleneros y foqueros. Es decir, toda una estampa de la época.


Como hemos visto, no sólo se trata de trenes, carruajes, restaurantes urbanos o cálidas posadas campestres. En la saga de Sherlock Holmes también hay duras historias de barcos, cerriles comestibles y ásperos alcoholes.

Notas:

(1) No confundir con la carne secada al sol conocida en América como charque o charqui, exclusiva de los elevados y desérticos valles andinos e imposible de elaborar por medios naturales en regiones húmedas.
(2) Pusser's, una popular marca británica, se atribuye hoy la exclusividad en elaboración de rones con la vieja impronta naval, incluyendo la categoría del ardoroso gunpowder proof y sus 55 grados alcohólicos.


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